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Chile

Verdades que son mentiras

Fuentes: Punto Final

Hay comunicaciones que están fuera del lenguaje. No están ni en la palabra hablada ni en la escrita. Están más cerca de cómo se habla, de quién habla, de cómo se nombra y no se nombra, en qué contexto se habla. Son elementos que los teóricos del lenguaje llaman pragmática de la comunicación: en la […]

Hay comunicaciones que están fuera del lenguaje. No están ni en la palabra hablada ni en la escrita. Están más cerca de cómo se habla, de quién habla, de cómo se nombra y no se nombra, en qué contexto se habla. Son elementos que los teóricos del lenguaje llaman pragmática de la comunicación: en la vida cotidiana nos permiten, con sólo oír una oración, interpretar su contenido no verbal, que generalmente tiene más contenido que el verbal. No hace falta siquiera atender al mensaje, sino al modo de hablar, a la gestualidad, al tono, los matices y hasta las omisiones. Un contexto que, podría decirse, habla por sí solo. Lo que no se dice tiene más contenido, o dice más, que lo que se dice.

En nuestra televisión y prensa escrita podemos observar cada día este fenómeno, que de por sí es natural y respondería a los orígenes del mismo lenguaje y formación de cada persona. Cada grupo, casta o etnia tiene derecho a hablar como le plazca y también a expresarse a través de los medios. Pero nuestra prensa sólo expresa a los suyos, se expresa a sí misma. Es una expresión además de una clase, de una bien acotada cultura, la que no tiene mayores inhibiciones en mostrarse tal cual es como si todos sus lectores y oyentes formaran parte de aquel mismo universo. El resto o está condenado a la omisión o es objeto de curiosidad o de abierta burla.

Se trata de una visión acotada a un solo punto de vista; en otras palabras, es una visión no plural, por no decir sesgada. Puede que este estilo, llamémoslo editorial, no sea un atentado a la libertad de expresión, sino, incluso, todo lo contrario. Pero en un país con sólo dos diarios de información general, ambos ubicados en más o menos el mismo espacio político, social y cultural, es, sin lugar a dudas, una lenta forma de autoritarismo, de adoctrinamiento informativo. La clase, el grupo, o el poder que controla esta prensa no sólo mira el tejido social desde sus propios intereses, sino que modela a través de sus medios la realidad social de acuerdo a esos intereses. Producen, crean -en el sentido de invención y artificio- una ficción social, política o económica. Si, por ejemplo, durante más de diez años leímos y escuchamos que el modelo económico de libre mercado era la antesala del desarrollo, del ingreso al Primer Mundo -algo que casi terminamos por repetir- tuvo que venir el Banco Mundial a recordarnos que el elogiado modelo, tan amplificado y elogiado por esa prensa, había instalado a Chile como una de las sociedades más desiguales del mundo.

A qué va todo esto. A la lectura de esa prensa que tiene el 99 por ciento de la circulación, según certificación, cada día y especialmente los domingos de este nuevo marzo. Los dos diarios de información general, aquellos que están en los escritorios de La Moneda y de toda la clase política y económica (que es, por cierto, parte de la misma clase que produce la información) han comenzado a evaluar, con cautela sí, al entrante gobierno. Y lo hacen desde esa óptica cerrada, desde su espacio de clase. La percepción que han comenzado a difundir del gobierno Bachelet es y será correcta -leemos incluso como nuevo columnista de El Mercurio a Joaquín Lavín- siempre y cuando se mantenga acotado a esta visión, a la ficción, a un imaginario social generado por los operadores de estos medios, que son, por cierto, la expresión de una clase hundida en nuestra historia. Los medios escritos lo que hacen es vigilar que las decisiones gubernamentales fluyan por ese cauce. Si bien son de la misma clase, en todo rebaño se cuelan ovejas negras.

No hay críticas. Tal vez veladas sugerencias. Lo que sí hay es un fuerte efecto de verdad, de expresar el statu quo de los últimos dieciséis años como lo «razonable», como el orden natural. Expresar una visión de las cosas compartida por un grupo social como si ésta fuera la realidad.

¿Cómo se produce este efecto de realidad? Hay, sin duda, muchos artificios. Desde la omisión, con el silenciamiento de las fuentes críticas, que es exclusión; con la inclusión y amplificación de informaciones que, aun cuando no representen el interés de la ciudadanía, parezcan de su interés; con el uso de recursos aparentemente técnicos o numerales, como el uso de estadísticas, estudios o sondeos. Y así fue el domingo 26 de marzo: El Mercurio tituló con una cifra monetaria sin certificación de origen que molestaba a los automovilistas de La Dehesa; La Tercera , con el porcentaje que se escurría de una encuesta propia sobre el litigio marítimo con Bolivia. En ambos casos -está más que claro- eran opiniones desplegadas como versión informativa de los intereses y preocupaciones de una clase.

Así se construye la realidad social en Chile

http://www.puntofinal.cl/612/verdades.htm