No acostumbro comer frente al televisor. Es algo que aprendí de niño pues, en principio, no teníamos la caja mágica y pertenecíamos a la generación de la radio. Mas cuando tuvimos nuestro primer televisor, mi padre no permitía que nos levantáramos de la mesa hasta que él no terminara de ingerir sus alimentos -proceso que […]
No acostumbro comer frente al televisor. Es algo que aprendí de niño pues, en principio, no teníamos la caja mágica y pertenecíamos a la generación de la radio. Mas cuando tuvimos nuestro primer televisor, mi padre no permitía que nos levantáramos de la mesa hasta que él no terminara de ingerir sus alimentos -proceso que se llevaba como una hora-. Cosa que hoy le agradezco, pues fueron las mejores oportunidades para dialogar con los demás miembros de la ya desaparecida familia.
En la noche del viernes, septiembre 16 de 2005, rompí la vieja tradición: Debido a que había permanecido varias horas en internet, buscando infructuosamente la reacción de los medios de comunicación de los Estados Unidos sobre el memorable discurso del presidente Chávez en las Naciones Unidas, opté por prender el televisor y hacer un recorrido por los canales de noticias. ¡Nada! No encontré sino un «bullet» o clip de texto, en el canal Fox News, sobre la propuesta del presidente venezolano de mover la sede de la ONU hacia otro país. «Tal vez venga la ampliación de la noticia», me dije. Y aproveché que estaban pasando comerciales, para retirarme a la cocina a preparar algo de comer.
A la distancia, pude escuchar que el presentador Bill O’Reilly -una especie de Pat Robertson de la televisión- tenía un invitado especial: «And, Americans continue to be perplexed at the European attitude toward worldwide terrorism. What’s really going on across the pond? Bill talks to former Spanish prime minister José María Aznar tonight!». Tomé mi gran emparedado vegetariano y me senté a ver la publicitada entrevista. (La pueden ver en http://www.foxnews.com/story/0,2933,135164,00.html)
Fueron apenas, y por fortuna, 5 minutos. O’Reilly presentó a Aznar y su libro como si fuera el testimonio de un Quijote luchando contra el terrorismo, en medio de un comunidad europea sorda e imbécil. En un muy limitado y casi incomprensible inglés, Aznar no escatimó esfuerzos para echarle el agua sucia al gobierno de Rodríguez Zapatero, a la Unión Europea y a los mismos españoles de lo acontecido en Madrid y Londres. Al final, le dice el presentador a Aznar: «You are a good friend of United States!» y Aznar sonríe muy contento. Asqueado por la genuflexión, cambié de canal y me ecuentro al presidente de Colombia, Alvaro Uribe, diciendo: «Desde esta Bolsa de Nueva York les digo a los inversionistas que vayan a Colombia, que los cuidaremos mejor que en su casa, porque necesitamos que confíen e inviertan». La náusea se apoderó de mí. El gran emparedado quedó en el retrete.