Como casi todos los años la conmemoración de la fecha en que un grupo de genocidas se instaló a sangre y fuego, causando la desaparición de 30 mil compañeras y compañeros, conlleva una serie de problemas que debieran, a esta altura, estar resueltos definitivamente en homenaje perpetuo hacia quienes dieron su vida por la causa […]
Como casi todos los años la conmemoración de la fecha en que un grupo de genocidas se instaló a sangre y fuego, causando la desaparición de 30 mil compañeras y compañeros, conlleva una serie de problemas que debieran, a esta altura, estar resueltos definitivamente en homenaje perpetuo hacia quienes dieron su vida por la causa más justa, el socialismo.
Es imprescindible recordar que esos compañeros desaparecidos y los sobrevivientes, soñábamos una patria donde todos cupiéramos, en la que no hubiera niños sin pan y sin escuela; ni niños con escuela solo para ir a conseguir un mendrugo, el único del día, como pasa desde hace varios años acentuándose en la actualidad.
Cuando uno ve los problemas que se suscitan en torno a una conmemoración que debería ser indiscutible por los motivos que entraña, se pone a pensar qué es lo que nos pasa a los argentinos que no alcanzamos acuerdos ni para determinar qué cosas nos movilizan y qué clase de importancia debemos darle a cada una.
¡Y no es poca, señores, no es poca!
Acá hubo un genocidio programado, actualmente hay instancias que se le parecen mucho a aquellos momentos, al menos ideológicamente. De hecho hay en el poder gente que incrementó su fortuna en esos días interminables donde las noches eran de plomo, dolor, luto, sangre, tortura.
Y hay actores de aquel espanto durmiendo en sus casas con las ventanas abiertas como para que todos veamos que son impunes, metafóricamente hablando…
Este año no es muy distinto a los anteriores, la fecha se conmemorará, obviamente, pero me siento envuelta por mil interrogantes, por ejemplo: ¿bajo qué condiciones, en medio de qué disputas, enredados en que líos evitables se organizaron los actos?
¿Es para tanto dilema el recuerdo de los 30 mil, de sus madres y padres (no organizados ellos, pero existentes) muchos ya fallecidos sin haber podido besar la tumba de su hijo o hija, desconociendo hasta el lugar donde tiraron sus cuerpos?
Abuelas y agrego, abuelos, nunca se mencionó la figura de ellos, que también existieron y lloraron lágrimas de sangre aunque no se hayan estructurado y permanezcan sepultados en una nube de olvido.
Nuestros desaparecidos y todos los sobrevivientes del absurdo son merecedores del mayor de los respetos y el respeto se llamaría unidad en la acción comenzando desde la planificación u organización de los homenajes.
En medio de cavilaciones y dudas me debato tratando de encontrar respuestas que me asaltan y preocupan. ¿Qué motivo impera para que se desarrollen tantas idas y vueltas, tantos enojos, tanta conspiración por fuera de un espacio aglutinador que desde hace tantos años viene trabajando arduamente para la construcción y sostén de la memoria colectiva? Labor en búsqueda imparable de verdad y justicia, algo que mientras no se instale definitivamente, los argentinos seguiremos impedidos para resolver problemas actuales y venideros que no serán pocos y se huelen.
Es, viendo tanta disparidad por un mismo objetivo cuando pienso si acaso a los 30 mil, volverán a desaparecerlos. Le temo al ego exacerbado, a la estupidez, a la mezquindad política, a las alianzas absurdas aunque sean momentáneas con sectores que produjeron divisiones imperdonables hacia el interior del campo popular haciendo sentir como si una estructura fuera más importante que la otra.
Como si existiera un «dolorómetro» capaz de medir cuántos gramos más de sufrimiento sufrió determinado grupo en recuerdo permanente.
Temo a la disputa por lugares: primero yo, después yo y más allá también yo. Temo el habernos acostumbrado casi a santificar el pronombre personal en primera persona del singular, reemplazando al nosotros.
Temo a la imposición de los que desconocen que el verdadero dirigente NO impone, sino que convence, mucho menos cuando no estamos en situación bélica y el enemigo es otro, mucho más poderoso y goza con las eternas divisiones que supimos conseguir.
Llegamos a contar con demasiados capataces, pocos obreros. El mejunje ideológico causando atolladeros mientras se debería pensar que es hermoso ir juntos pero NUNCA amontonados con determinados grupos, que la diferenciación es imprescindible Y muchísimo más cuando la disimilitud de conceptos de clase es abismal.
Costó mucho llegar a una conclusión final respecto al próximo 24 de Marzo, muchos tironeos, muchas discusiones, algunas estériles, mucha conspiración incomprensible fuera de los ámbitos donde deberían realizarse los debates.
El día que entendamos que codo a codo se gestaron las mejores causas pero que a la vez mi codo no puede estar pegado al del genocida o cómplice de aquel por acción u omisión, estaremos más arrimados hacia la verdadera esencia del recordatorio de una época que no deberíamos haber transitado nunca.
Solo entonces los 30 mil renacerán y allí será el momento en que digamos desde lo más profundo del alma pero en serio, no olvidar que muchos empezaron a decirlo hace muy poco: 30 mil compañeras y compañeros desaparecidos ¡PRESENTES, AHORA y SIEMPRE!
Nota: Por las dudas y porque hay fieras también entre los que pensamos incluso parecido, aclaro: No pretendo bajar línea, apenas aporto u opino, apoyada en el derecho que me asiste en una fecha tan cara a nuestros sentimientos.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.