Un 6 de octubre de 1984 comenzó a caminar uno de los mejores programas (por no atreverme a decir el mejor) de televisión que se ha emitido en este país, «La bola de cristal». Se cumplen 30 años de la realización de aquél primer programa. Y gracias al ingenio de Lolo Rico, una mujer brillante […]
Un 6 de octubre de 1984 comenzó a caminar uno de los mejores programas (por no atreverme a decir el mejor) de televisión que se ha emitido en este país, «La bola de cristal». Se cumplen 30 años de la realización de aquél primer programa. Y gracias al ingenio de Lolo Rico, una mujer brillante que sabía transmitir pedagogía, cultura e ilusión al público infantil a través de la pequeña pantalla. Gracias también, como no, a un gran equipo de personas que supieron dar forma y contenido a la dirección de Lolo. Como ella bien decía: «Sola no puedes, pero con amigos sí».
Recuerdo con emoción como saltaba de la cama los sábados por la mañana, para ver aquellos electroduendes que transmitían sabiduría desde la República Electrovoltáica de Tetrodia, a través de unos maravillosos guiones de Santiago Alba. Y reír a carcajada limpia, con las historias que representaban Pablo Carbonell, Pedro Reyes, Anabel Alonso, Freda Lorente o Enrique San Francisco, entre otras. Y disfrutar de lo que era «El librovisor» con guión de Carlos Fernández Liria y Carlo Frabetti. También, troncharme con Javier Gurruchaga en el apartado de «La cuarta parte».
No voy a omitir la presencia en el programa de Alaska (Olvido Gara), que su aportación al mismo sirvió más como relanzamiento de su figura que otra cosa. Pero reivindico que «La bola de cristal» era una labor de equipo que, aunque algunos han intentado, por intereses mercantiles, relacionar el éxito del programa por la presencia de la mexicana, sí se supo conjugar el buen hacer de los guionistas, documentalista y equipo técnico, todo ello gracias a una admirable dirección.
En la bola te enseñaban historia, cultura y… política. Si, política, por que a través de los electroduendes ya te indicaban que el mal no era el «coco» que podía venir a tu cama por la noche, no, el mal, como hoy en día, sigue siendo el capital, ese sistema corrupto que destruye a la gente y alimenta a las grandes corporaciones. Te enseñaban que la unidad siempre es mejor que la individualidad, que los trabajadores eran y son explotados para producir riqueza a unos pocos y que el mundo no es gobernado por la unidad de todos los países, sino por la ambición de un régimen absolutista llamado Estados Unidos de América.
Se trataba a los niños como personas adultas y no como niños tontos, una máxima creada por Lolo Rico, hecho que contribuía al gran éxito de ese programa. Y ella tenía razón. Tratar al niño o niña como ser pensante era garantizar el crecimiento intelectual de esa persona. «Trata a los niños como tontos y tendrás un país de personas tontas y sumisas».
La bola de cristal reunía a niñas y niños, adolescentes y adultos. Tenía la virtud, y sobre todo los contenidos, de tener material para todos. Y notábamos la diferencia con el resto de la programación. Nos provocaba lo que ningún otro programa podía ofrecer: hacernos pensar. Todo lo contrario de las pretensiones dogmáticas del mundo televisivo. Y por ello la bola te sorprendía, porque rompía con la norma establecida, te dirigía directamente en sentido contrario al sistema. Así que, se ordenó la finalización del programa y se cuidaron mucho de no mostrarlo nunca más…, ni se televisará nunca algo que se le parezca en el ente público.
El programa empezó con cien mil espectadores y acabó con más de cinco millones. Yo por eso lo llamo «La generación de la bola de cristal». Todos crecimos con las aportaciones de ese programa. Y algo sucederá en el futuro, seguro, porqué fuimos multitud.
De momento nos quedamos con el recuerdo de ese programa, hoy catalogado como programa de culto, otros lo mitifican, que cada una le dé el tratamiento que quiera. Un pequeño grupo de personas hemos intentado explicar todo ello en un documental sobre Lolo Rico, que en los próximos meses saldrá a la luz y que esperamos, como mínimo, cumplir las expectativas de los mecenas que han apoyado nuestro proyecto y estar a la altura de toda esa generación que gritaba: «¡Viva el mal! ¡Viva el capital!».