«Mis competidores han demostrado que son parte del problema. (…). Cuidado los chantas y chorros, vamos a ser su peor enemigo. El futuro de Argentina es liberal y ya comenzó» José Luís Espert «(…) no estamos cerrando una campaña electoral, estamos cerrando un ciclo histórico que debe ser, que definitivamente nunca más, la patria […]
José Luís Espert
«(…) no estamos cerrando una campaña electoral, estamos cerrando un ciclo histórico que debe ser, que definitivamente nunca más, la patria vuelva a caer en manos del neoliberalismo»
Cristina Fernández de Kirchner
1) El liberalismo es el principio y práctica de gobierno frugal, que sitúa a la defensa y promoción de las libertades civiles, y del libre cambio, como objetivos fundamentales del orden público.
2) El (neo)liberalismo es el principio y práctica de gobierno dúctil, que defiende y promociona al libre cambio y la libre concurrencia, como los pilares fundamentales del régimen social.
3) El liberalismo (se) sostiene (en) el principio gubernativo de «laissez faire, laissez passer», el (neo)liberalismo podría sintetizarse en el apotegma gubernativo de «agenda, non-agenda».
4) En el liberalismo clásico, se pretendía que el rol del gobierno era el de oficiar como «vigilante nocturno» de la sociedad civil. En el (neo)liberalismo, se pretende que el rol del gobierno sea el de oficiar como «comité gerencial» de los negocios colectivos de la sociedad-empresa.
5) El liberalismo es la doctrina teórico-práctica de la separación (republicana) entre «sociedad política» y «sociedad civil». El (neo)liberalismo es el principio y la práctica de una ingeniería social tendiente a la efectiva configuración (totalitaria) de una «sociedad de mercado».
6) El (ultra)liberalismo (miniarquista o anarco-capitalista) es la doctrina teórico-práctica que retoma ampulosamente el principio liberal-clásico de gobierno mínimo, proclamando incluso la necesidad de la disolución del Estado en cuanto tal, para dar lugar al efectivo advenimiento, no tanto, o no tan sólo, de un «mercado libre», sino, antes bien, de una «sociedad de libre mercado».
7) Bajo los gobiernos inscritos en un signo liberal clásico, hubo de darse lugar a procesos de mercantilización extensiva de las relaciones sociales, las «gobernanzas» (neo)liberales han proyectado una capitalización intensiva de las subjetividades, hasta de su fuero interno.
8) En la Argentina, la última dictadura militar sostuvo un proyecto (neo)liberal eminentemente destructivo, el cual, a la postre, sería retomado, en su negatividad, por el modelo menemista. La alianza primero, y la segunda alianza después, se presentaban como la promesa de un (neo)liberalismo positivo, constructivista. Los unos resultaron relativamente exitosos en su negatividad, los otros, positivamente, terminaron en fracasos más o menos estrepitosos.
9) Y en este contexto, ¿cómo entender la altísima rotación, y la relativa resonancia que están teniendo ciertos economistas «ultra-liberales» y/o «liberal-libertarios»? Esos que han realizado furibundas críticas al gobierno de Macri, por derecha (desde Espert hasta Milei), incluso tachándolo de «intervencionista» y hasta de «socialista» sin más. Bien, por su función histórico-política, la cual consiste, precisamente, en brindar cobertura ideológica al «trust-liberalismo» actual, posicionándose como una corriente crítica del mismo. El carozo del asunto de este verdadero quid pro quo, es desactivar la crítica por izquierda, aduciendo que esto no es liberalismo, etc. Claro está que ellos han de creer efectivamente en aquello que pregonan, y que sueñan genuinamente con su sociedad «anarco-liberal». Mas como el «capitalismo realmente existente» no se ajusta ni se ajustará nunca a su utopía del mercado perfecto, etc., su rol se reduce a oficiar de críticos-apologéticos del capitalismo actual, un capitalismo (neo)liberal.
10) El proyecto menemista de un «liberalismo popular», terminaría por desmantelar el viejo «Estado benefactor» con la promesa de acaecer una «sociedad de la abundancia». El declinar de aquel horizonte consumista, (de)mostraría los efectos deletéreos del (neo)liberalismo, no solamente en términos socio-económicos, sino, más todavía, en términos socio-culturales. El proyecto cambiemista de un capitalismo de emprendedores, se presentó como una antítesis ético-policial de aquel «liberalismo popular» («corrupto», «mafioso», «salvaje»), de clivaje peronista, y que lejos de ser combatido por el «populismo kirchnerista», habría sido amparado por su «garantismo nacional y popular». Para el macrismo, por tanto, la tarea histórico-política consistía en restaurar el régimen republicano asaltado por «el populismo», (re)ordenando, asimismo, su infraestructura neoliberal. Tal es la promesa de «orden y progreso» que acaba de demostrarse como frustrada, si es que no se quiere reconocer su estentóreo fracaso.
Este pasado condena a aceptar que, de la mano del (ultra)liberalismo, o de un liberalismo puro, la Argentina no tiene futuro. Pero que, irónica y acaso paradojalmente, si ha de haber un futuro para las tendencias liberales en la Argentina, éste vendrá de la mano de articulaciones diversas con orientaciones justicialistas. Y es que más allá de sus querellas intestinas respecto a si es mejor llevar adelante «reformas estructurales» a través de políticas gradualistas o de shock, la dirigencia neo/ultra/liberal argentina, haría bien en apreciar algunos de aquellos «modelos» provinciales donde el objeto de lograr una «economía competitiva» ha ido de la mano de un Estado «activo» y «presente», configurando escenarios justicialistas de «ordoliberalismo» (los más conservadores), «socioliberalismo» (los más progresistas). Escenarios glocales de «tercera vía» -o, si se prefiere, de «tercera posición»– donde los diversos horizontes de expectativas no apuntan tanto hacia la efectiva constitución de una «sociedad de mercado», sino, antes bien, hacia la consolidación efectiva de «Estados sociales» con «economías competitivas», o, lo que viene siendo lo mismo, hacia la conformación justicialista de «sociedades con mercado».
Y aun las dirigencias antiliberales, que no anticapitalistas, deberían de aceptar que no solamente nuestro pasado reciente, sino también nuestra actualidad inmediata nos obliga a reconocer que el neoliberalismo no es tanto una «pesada herencia» de la dictadura o el menemismo, sino que una filigrana económico-política que ha marcado a todos los gobiernos desde la restauración democrática a ésta parte, y que será una mácula que seguirá marcando a los gobiernos que, a futuro, nos toquen. ¿O acaso «los planes» y «los subsidios», más o menos «focalizados», más o menos «universales», no son sino el corazón de las políticas sociales del neoliberalismo? ¿O acaso no son los pilares de una «economía social de mercado» que se sostiene en la flexibilización/precarización de las condiciones de vida?
La buena noticia es que le neoliberalismo, de por sí, parece no tener un futuro en la Argentina. La mala es que el neoliberalismo ha llegado para quedarse, al menos hasta que ocurran acontecimientos de otra índole, acontecimientos que pongan en cuestión no solamente las versiones liberales del capitalismo, sino a la formación capitalista en cuanto tal. Una impugnación que, dadas estas premisas, y las contradicciones sociales que de ellas se derivan, sólo podría desarrollarse bajo la variopinta forma de los llamados socialismos del siglo XXI (mutualistas, comunitaristas, cooperativistas), más o menos autogestivos, y con mayor o menor presencia del mercado y/o del Estado, de acuerdo con las circunstancias. Socialismo significa, en éste sentido, planificación de la económica, regulación del mercado y abolición del trabajo asalariado. Democracia socialista significa, a su vez, gestión social de la economía, procesos comunales de extinción de los Estados, y determinación ética de los propios estilos de vida.
Sabido es, por fin, que para quienes adhieren ortodoxamente al liberalismo, o para quienes pretenden que hay que cultivarlo a ultranza, cualquier tipo de fiscalización o intervención política sobre el mercado, no solamente significaría una distorsión de los procesos «naturales» que hacen al buen funcionamiento de «la economía», sino que, peor aun, la indefectible configuración de un régimen tiránico, despótico o dictatorial, que terminará por aplastar las personalísimas libertades individuales. Y es que, desde el campo liberal en general, se nos quiere convencer de que no hay otra forma de desarrollar las libertades personales, que sometiéndose individualmente a la «disciplina impersonal del mercado», tal y como fuera el díctum y el desiderátum del querido Friedrich Hayek. Por nuestra parte, y frente a tal «camino de servidumbre», diremos que el socialismo no priva a nadie de sus libertades personales; no quita más que la libertad de sojuzgar a otros, por medio del ejercicio individual(ista) de tales libertades.
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