No hay un solo derecho laboral o social en el mundo entero que no se haya logrado con luchas callejeras. Las clases trabajadoras han tenido que arrebatar a sus opresores de turno, con sufrimientos, cárceles y humillaciones cada palmo de su avance hacia una vida digna. Argentina no ha sido ni es una excepción. Por […]
No hay un solo derecho laboral o social en el mundo entero que no se haya logrado con luchas callejeras. Las clases trabajadoras han tenido que arrebatar a sus opresores de turno, con sufrimientos, cárceles y humillaciones cada palmo de su avance hacia una vida digna.
Argentina no ha sido ni es una excepción. Por eso el pedido de Alberto Fernández a que las organizaciones sociales y laborales combativas que continúan exigiendo lo que les corresponde, dejen de manifestarse en las calles de todo el país, no fue ni siquiera oído.
Lo cierto es que esos mismos sectores populares votaron con alguna esperanza al nuevo gobierno que asumirá el 10 de diciembre.
Recordemos una vez más cuál es la realidad detrás de la esperanza:
Cristina Fernández cree que en el consumo reside la libertad, por eso se declara capitalista y tiene como objetivo un capitalismo serio (según sus propias palabras). A pesar de lo absurdo de ese pensamiento y hasta inocente, no es descabellado si lo recibe gente que no puede consumir ni el pan nuestro de cada día.
Alberto Fernández, en otros tiempos respaldo político del economista ultra liberal Domingo Cavallo, es ahora por esa capacidad camaleónica de los triunfadores, no solo el as de espadas de CF a quien no hace mucho criticaba con tanta severidad, o más, que la oligarquía anti peronista, sino también el valedor de una economía social que reponga algo de lo mucho que le robaron a los trabajadores y clases medias.
Felipe Solá y Sergio Massa, saltando de partido a partido, de ideología a ideología (inclusive comulgando en ocasiones con el macrismo), como si fueran piedras en un río, cosa de no salpicarse nunca con el agua del compromiso duradero, y procurando más bien quedar siempre limpios de culpa y cargo para estar dispuestos al mejor postor, son los otros hombres fuertes de la nueva esperanza blanca argentina.
De modo que hay que ser tozudamente, irremediablemente, optimista para confiar en que el nuevo gobierno que vendrá, solucione los problemas de supervivencia que actualmente tiene la mayoría del pueblo argentino.
En todo caso confiemos en un tal vez, en que todo es posible, en quien te dice, etc. o aceptemos la esperanza como válida, como punto de partida y sigamos.
Muerto el perro ¿se acabó la rabia?
Macri no fue, ni es, otra cosa que una marioneta al servicio del neoliberalismo imperante no solo en América Latina, sino en casi todo el mundo, salvo honrosas excepciones. Es decir, lo importante no es solo echar a Macri, aunque si era lo urgente, sino y sobre todo, superar esa dependencia al capitalismo globalizado, esa sumisión al poder económico mundial representado por las multinacionales y el Fondo Monetario, que es la causa principal de casi todos los males y padecimientos populares.
Según Alberto Fernández, Donald Trump después de felicitarlo por su triunfo en las urnas, dijo que lo ayudará a mejorar la situación, y los dirigentes del FMI aseguraron que harán todo lo posible para que Argentina se recupere económicamente.
Sabemos que es más fácil creer que los reyes magos son Melchor, Gaspar y Baltazar, que confiar en que Trump y el FMI nos regalarán el bienestar que merecemos después de quitarnos con mucho cuidado, para no lastimarnos, la soga que nos pusieron en el cuello.
Pongamos los zapatitos por las dudas, pero mientras tanto sería conveniente diversificar la apuesta.
Solo el pueblo salvará al pueblo
Así como en otras y múltiples ocasiones el pueblo argentino modificó una realidad que le era adversa, saliendo a las calles masivamente y poniendo en aprietos a políticos que decían representarlo (alguno de los cuales tuvo que huir precipitadamente en helicóptero), no veo por qué a pesar de las nuevas promesas tipo «síganme, no los voy a defraudar», ahora habrá que resignar tan saludable costumbre.
Hay muchas experiencias compartidas por los trabajadores (y hasta por las clases medias cuando el corralito) como para confiar exclusivamente en otros salvadores de la patria.
Aun cuando el gobierno que asumirá en diciembre tenga la bondadosa intención de no defraudarnos, el pueblo en la calle le serviría de apoyo. No es lo mismo, por poner un ejemplo, convencer a los empresarios (habituados a hacer lo que les parece caiga quien caiga) de que no es bueno ahogar a la gente, sin la gente detrás, que con la gente exigiéndolo en todas las plazas del país.
Actualmente el pueblo chileno es un ejemplo de dignidad. A pesar de la sangrienta represión del gobierno de Piñera se mantiene en su rebelión con una firmeza conmovedora. Igual que los indígenas en Ecuador, históricamente ninguneados, puestos de pie para dejar de ser invisibles. Cuando la democracia es un engaño los pueblos saben el modo de ser protagonistas de su historia.
Si esta no es la izquierda, ¿la izquierda dónde está?
Que el kirchnerismo no es la izquierda es un hecho aceptado por el mismo Néstor Kirchner en su momento. Y por Cristina Fernández actualmente. El peronismo tampoco lo fue, si es que entendemos por izquierda la búsqueda de una sociedad socialista, o al menos anticapitalista. Esa estrofa de la marcha peronista que dice «combatiendo al capital…», no es más que una especie de adorno, como un regalo que recibimos y no sabemos para qué sirve ni dónde ponerlo.
Entonces es lícito preguntarse ¿dónde está la izquierda?
Si buscamos en la historia encontramos en las ciudades y en el campo a jóvenes anarquistas, trotkistas y comunistas, tan voluntariosos y heroicos como incomprendidos por la incipiente clase trabajadora argentina. Tan arriesgados y convencidos como ajenos a la problemática cotidiana de los proletarios autóctonos. Tan llenos de ilusiones libertarias como conmovedoramente solos.
Después el peronismo congregó a la mayoría de las clases oprimidas que vivieron una fiesta de justicia y accedieron a derechos que ni soñaban, aunque les pertenecieran. Entre el líder y los descamisados se tejió un lazo con tanta fuerza que alcanza todavía para que cualquiera que tome esa bandera sea seguido por multitudes. El peronismo se inundó de falsos» perones» y el movimiento perdió significado. Solo queda el nombre, la memoria colectiva y el recuerdo vivo de Evita, que si apuntó a una sociedad sin opresores ni oprimidos.
En esos años la izquierda desorientada no solo no entendió el movimiento, sino que hasta militó en su contra, lo que supuso la antipatía de las mayorías que aún persiste. O acaso la indiferencia, que es peor
Sin embargo algunos de sus militantes, como John W.Cooke, Ongaro, Ortega Peña, Rodolfo Walsh, Rofolfo Puigros, intentaron desde adentro darle un rumbo revolucionario, acompañando a la clase obrera, aunque promoviendo siempre una conciencia crítica para la construcción de una patria socialista.
Actualmente la izquierda radical y anti capitalista, repleta de razones y análisis que parte de la realidad argentina y latinoamericana, no logró sin embargo ser parte de las preferencias obreras y marginales y no pudo superar su marginalidad en las urnas.
Es posible que sea el momento de dejar el combate contra el gobierno electo, sin resignar la crítica, para sumarse a la aceptación de lo menos malo y desde allí, con el pueblo en la calle siempre, ir poco a poco sumando adhesiones para exigir los cambios necesarios.
No sé dónde lo leí pero es una gran verdad: los tiempos de los pueblos son generalmente más lentos que la urgencia de los militantes.
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