Como nunca antes, la burguesía argentina está aturdida, paralizada. No es para menos: a caba de desmoronarse el último intento por construir una efectiva herramienta política para comandar el sistema. Los escombros de Cambiemos aplastan, además, el plan de edificar la contraparte de un ansiado bipartidismo con los restos de lo que llaman «peronismo racional». […]
Como nunca antes, la burguesía argentina está aturdida, paralizada. No es para menos: a caba de desmoronarse el último intento por construir una efectiva herramienta política para comandar el sistema. Los escombros de Cambiemos aplastan, además, el plan de edificar la contraparte de un ansiado bipartidismo con los restos de lo que llaman «peronismo racional». Es un cimbronazo de graves consecuencias históricas para el sistema capitalista, al margen de lo que depare la coyuntura inmediata.
Se trata de una coyuntura excepcional. Si lograra conformarse un conjunto de hombres y mujeres con sólida formación teórica, mirada de largo alcance, coraje para la acción e integridad moral sin tacha, dispuestos a darlo todo por la abolición del capitalismo y la edificación de una nueva Argentina, éste es justamente el momento para afirmar los talones, frenar la decadencia nacional y comenzar a remontar la cuesta. Pero ésa es harina de otro costal.
A diez días de las Paso (primarias abiertas, simultáneas y obligatorias) todavía no está definida la conducta de las clases dominantes. La ventaja de 15 puntos obtenida por el peronismo frente al gobierno de Mauricio Macri abrió una crisis política y detonó el frágil equilibrio económico de los últimos meses. El capital no sabe cómo evolucionará el país hasta el 10 de diciembre.
Dicho de otro modo: Argentina tiene a un lado un Presidente vaciado de poder; enfrente, Alberto Fernández, receptor de mayor cantidad de votos en una elección en la que nada se eligía. Pero el país carece también de una burguesía con opciones claras y capacidad de acción para cualquier otra cosa que no sea transferir miles de millones de dólares al exterior. Sus editorialistas, con mayor desconcierto del habitual, se limitan a repetir naderías y reproducir chismes. No hace falta insistir en el dato esencial: la clase obrera continúa ausente del escenario.
Los sorprendidos buscan culpables. Tenían una veintena de empresas encuestadoras que hasta última hora se refugiaban en la idea de un «empate técnico». El equipo de Fernández anunció a media tarde una ventaja de entre 6 y 8 puntos mediante las encuestas de boca de urna. El oficialismo recién tomó conciencia de la realidad cuando en el atardecer del 11 de agosto se contabilizaron las llamadas «urnas testigo», eficiente mecanismo de proyección estadística.
Buscan en el lugar errado. No es que los encuestadores no pudieron prever el resultado electoral. Es que las clases dominantes no tienen instrumentos válidos para comunicarse con la sociedad y conocerla. Tampoco, claro está, para gobernarla con métodos de apariencia democrática. Carecen de Partidos. Y al menos en el sentido tradicional, el de la democracia burguesa, no volverán a tenerlos.
Sólo organizaciones políticas con arraigo genuino en la sociedad pueden medir con certeza el clima social, además de determinarlo en gran medida. En ausencia de Partidos, progresivamente fueron ocupando lugar las consultorías de opinión pública, última moda en negocios de ocasión. No es la primera vez que muestran su precariedad e insuficiencia a la hora de saber cómo discurre la conducta social. Pero esta vez convirtieron incapacidad en colapso.
Expresión electoral
Pese al impacto provocado por la inesperada ventaja a favor de Fernández, hubo una rara persistencia del voto tradicional. Esa continuidad la puso de manifiesto, a contrapelo de análisis adocenados, el columnista de Clarín Ignacio Zuleta : » en las Paso del domingo el Gobierno sacó dos puntos más que en las Paso de 2015, y aumentó casi un millón de votos, de 30% a 32,81%, de 6.791.342 a 7.824.496. Los Fernández, en cambio, sacaron 47,66%, más de diez puntos menos de lo que habían obtenido, sumados, en 2015 Daniel Scioli y Sergio Massa, que sumaron 59,24%».
Desde luego fue diferente el comportamiento en la segunda vuelta de las presidenciales en 2015 y en las legislativas de 2017. Sobre todo cuando Cambiemos venció con un candidato desconocido a Cristina Fernández en la disputa por senadores en la provincia de Buenos Aires. En 2018 reapareció la crisis económica estructural detonada por una suma de razones coyunturales y Cambiemos comenzó a trastabillar. En todo caso, nadie previó el vuelco electoral ocurrido en las Paso.
Tampoco las izquierdas entrevieron lo que vendría, convencidas de que el obvio y más que visible descontento aumentaría su cosecha. No fue así. Por mi parte, adelanté lo siguiente en un artículo fechado tres días antes de los comicios: «La confusión de muchos y el hartazgo de otros tantos puede dar lugar a giros impredecibles de la conducta electoral». Y a partir de experiencias similares años atrás deduje la posibilidad de «un aumento significativo de la abstención o el voto en blanco» (Consecuencias previsibles de una elección absurda).
Ese supuesto también falló. Error por exceso al medir la conciencia social. Y por defecto al sopesar el vuelco de las clases medias golpeadas por la recesión. No hubo abstención superior a la media ni significativo aumento del voto en blanco. El rechazo no tomó esos caminos. En todo caso, los votos en blanco superaron a la suma de las izquierdas (758.955), mientras los anulados sumaron otros 300 mil. Se puede -y se debe- buscar proyecciones tácticas en esta expresión de rebeldía electoral que suma más de un millón y medio de votos. Lo que no se puede es ocultar que el peronismo, con un candidato asociado públicamente a la embajada estadounidense, ante el colapso del plan de saneamiento, circunstancialmente ha recuperado el voto desesperado de la mitad de la población. Mucho menos desconocer que los candidatos explícitamente burgueses y procapitalistas obtuvieron 94 de cada 100 votos.
¿Victoria de quién?
Como saldo, proliferan afirmaciones que hablan de «victoria popular» y «derrota del neoliberalismo». Nada más lejos de la verdad. Dos razones explican la disparidad de votos a favor de Fernández y la sorpresa por ese resultado: la ausencia de canales de expresión de las mayorías -es decir, su silencio durante la campaña- y la unificación de un peronismo extremadamente diverso. Ni una ni otra pueden computarse como un paso delante de la clase trabajadora y el conjunto de la población.
Hay quienes atribuyen el paso al costado de Cristina Fernández a una gestión del Papa. Como sea, lo cierto es que tras designar como candidato presidencial a Fernández, quien se define como liberal y oculta su historial como discípulo de Domingo Cavallo, ella mismo sobreactuó durante la campaña su adhesión al capitalismo. Permítase repetir sus palabras, citadas en un artículo publicado el 4 de agosto: «Los buenos capitalistas quieren que la gente gane bien y tenga trabajo, porque si no, ¿quién corno compra las cosas de ellos? Estos (los macristas) se dicen capitalistas y no te podés comprar nada, no podés viajar, no te podés comprar ropa ni ir al supermercado». Y agrega para que no haya lugar a dudas: «Yo soy mucho más capitalista que ellos. Conmigo en Argentina había capitalismo y la gente se podía comprar lo que quería. Que no me jodan más con lo del capitalismo. ¡Por Favor! Conmigo había capitalismo» (Ideología y política en la reconfiguración del poder continental).
Pretender que trabajadores y juventudes obtienen una victoria al votar semejantes conceptos es algo diferente a la ingenuidad. En cuanto a la derrota del «neoliberalismo», la confusión inconsciente o deliberada descalifica a quienquiera haga esta afirmación y pretenda llamarse «dirigente». Aparte la inexistencia del supuesto neoliberalismo como categoría consistente, está más que probado que la pretensión de Macri y los suyos era sanear la estructura capitalista. Es ese ambicioso proyecto de largo alcance el que ha fallado, no el «neoliberalismo». En todo caso, se ha demostrado la irreversible impotencia del desarrollismo. Fracaso previsible, que golpea a la totalidad de la burguesía, incluidas fracciones advenedizas y núcleos mafiosos.
La sola alusión al neoliberalismo revela aquello esencial que se pretende escamotear: como su antecesora y todos los que lo precedieron en el último medio siglo, Macri se ve impotente frente a la crisis estructural del capitalismo. Por lo mismo, no es cambiando «el modelo» como se resuelve la crisis. En esa afirmación palpita una nueva estafa política a las mayorías por parte de quienes se sienten vencedores, aunque en rigor no lo son todavía. De allí el desconcierto de la burguesía: es el capitalismo lo que está en juego, aun sin desafío socialista.
Lo que vendrá
No habrá unidad consistente de las fracciones con denominaciones peronistas. Es ridículo ingresar al mundo conjetural que imagina un Alberto Fernández renunciante o un decorado institucional con él como presidente y Cristina Fernández conduciendo todo tras bambalinas. Esto incluso sin contar que la ex presidente tiene 13 procesamientos sólidamente fundados y 7 pedidos de prisión preventiva. El hecho incontrastable es que, por los caminos que sean, los aparatos provinciales y municipales del PJ, más los sindicatos, no son compatibles con una política unificada para afrontar una crisis que no hará sino agudizarse.
Sea quien sea que gobierne, sostener el sistema capitalista exige asumir sin demora el saneamiento estructural y las enormes consecuencias sociales que conlleva. Cambiemos avanzó significativamente por ese camino, pero está a años luz de la meta, es decir, de restablecer bases sólidas para relanzar un capitalismo estable. Si ganaren, los Fernández deberían recorrer el tramo faltante. O tomar por el camino de la revolución socialista…
Allá quienes sostengan que esto último es posible. Aquí quienes comprendan que lo primero provocará el estallido. Una mayoría se aferrará al obvio recurso de zigzaguear por el camino del medio. En lugar de optar, dejarse llevar por la inercia. Sólo que la indefinición conduciría a la desagregación no ya del elenco gobernante, sino de la sociedad toda.
Véase un adelanto: para afrontar la coyuntura y el riesgo cierto de ingobernabilidad, el Macri post Paso elimina el IVA para 14 mercancías básicas de la canasta familiar y congela el precio de los combustibles, a la vez que asegura a las entidades agrarias que no aumentará impuestos al campo. Alberto Fernández no condena la permisividad frente a las patronales agrarias, pero dice sin rubor que está en contra del congelamiento de precios al combustible y la eliminación del IVA para los alimentos básicos (¡esto último figura en la plataforma electoral con la que fue a elecciones!). Los gobernadores le exigen semejante contorsión. Él obedece. La ex presidente calla y viaja a Cuba. ¡Y la bandera de eliminación del IVA a los alimentos básicos queda en manos de Macri!
Quienes integran o confían en el Frente de Todos (¡¿Frente de Todos?!) deberían saber que avanzan por el camino del quiebre sistémico, la ingobernabilidad, disgregación social mayor de la que ya aqueja al país, a la vez que dificultan o incluso clausuran la posibilidad de construir una fuerza de masas democrática, federal, antimperialista y anticapitalista.
No es una afirmación de ahora. En la oscuridad pre Paso era visible sin embargo la impotencia de los partidos tradicionales y el terremoto que en todos los órdenes desataría cualquier resultado del 11 de agosto. Con fecha 8 de agosto puede leerse: «Muertos sin sepultura, los partidos tradicionales encaran en Argentina (las Paso) que con toda probabilidad será el último gesto de impotencia en su actual configuración. Después del ciclo electoral en curso habrá un nuevo cuadro político, cuyo rasgo principal será la convulsión permanente» (Consecuencias previsibles…).
Lo mismo ocurriría en la improbable hipótesis de que Macri lograse impedir una victoria de Fernández el 27 de octubre y pudiera vencer en segunda vuelta, el 24 de noviembre. El problema en sustancia sería el mismo: crisis estructural desatada, fragmentación política, ingobernabilidad con métodos de democracia burguesa.
Hay indicios de que los principales núcleos del capital impulsan -ya para antes de las elecciones de octubre- una amplia «unidad nacional». Eso significa unidad de fracciones burguesas y sus agentes políticos, sindicales y sociales. Van a la «unidad nacional» con un cuchillo entre los dientes y una pistola en cada mano. En eso están por estos días. Faltan dos meses para la elección verdadera. La calma lograda en los mercados es tan frágil como la que regía antes del 11.
Proponer, como hace un sector de las izquierdas, «Fuera Macri ya» y convocar a elección constituyente es una suma de irresponsabilidad y desapego de la realidad. Se pretende (¡para colmo con ayuda de un paro general de la CGT!) cambiar con otra elección el cuadro de situación plasmado en las Paso. La enfermedad del electoralismo produce también ceguera.
Y aquí se llega el nudo del problema: ¿Qué relaciones de fuerza dejan como saldo las Paso? La respuesta ya se ha dado: 94 de cada 100 electores votaron por candidatos capitalistas.
Salir de esa trampa requiere algo más que pegar afiches con rostros sonrientes, pedir un salvavidas a la CGT o imaginar una Constituyente en la que los trabajadores y las juventudes tengan mayoría y puedan afirmar los cimientos de un nuevo país.
Por delante hay una tarea más ardua, pero insoslayable: formar en la lucha de clases a las vanguardias y el activo militante; asumir y difundir la teoría científica de la transformación social; enfrentar con programas de acción y métodos organizativos democráticos a las representaciones políticas, sindicales y sociales del enemigo de clase.
Promover la organización de masas y la participación de millones en torno a un programa de acción anticapitalista no es reemplazable con artilugios retóricos, marchas de algunos cientos a la Casa Rosada u otros recursos para obtener un legislador más.
Con el Vaticano como vanguardia la burguesía promoverá un nuevo «Gran Acuerdo Nacional». La militancia consciente habrá de romper con todas las variantes que inducen a la ciudadanía a creer en las instituciones del capital. En un momento de crisis excepcional, se trata de afirmar los cimientos conceptuales, morales y organizativos de una Argentina socialista.
@BilbaoL
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