Florencia Kirchner tenía en una de sus cajas de seguridad la friolera de 4.660.000 dólares, y casi un millón de dólares más en una de sus cuentas. NO trabajó en su vida, y quiere justificar ese dinero con la «herencia» que le dejó su padre. Tiene un problema: lo declarado cuando falleció Kirchner fueron 16 […]
Florencia Kirchner tenía en una de sus cajas de seguridad la friolera de 4.660.000 dólares, y casi un millón de dólares más en una de sus cuentas. NO trabajó en su vida, y quiere justificar ese dinero con la «herencia» que le dejó su padre. Tiene un problema: lo declarado cuando falleció Kirchner fueron 16 millones de pesos, y no 70 como le encontraron ahora. Si ya le hubiese sido difícil justificar su fortuna al padre, sería bueno saber cómo hizo los 54 millones de diferencia a favor que logró la «dulce» Flor.
Cabe señalar que en el país que hoy nos toca sufrir, el salario promedio de los trabajadores que tienen la suerte de estar ocupados es de $8000. Es decir, un laburante promedio podría juntar esa plata, sin gastar nunca un mango, en 8750 meses: unos 729 años
¿No da asco la inequidad?
La hija del matrimonio que dijo llegar al gobierno para «distribuir la riqueza», tiene tanta plata que un asalariado necesitaría 10 vidas sin gastar un peso para juntar algo igual. Más o menos lo mismo pasa con Máximo, otro que en su vida agarró un martillo o una pala.
Linda forma de «distribuir» tenían estos…
La propia CFK declaró tener 77 millones de pesos como fortuna, aunque en una de sus tantas contradicciones, la adalid de lo «nacional y popular» confesó que dolarizó sus ahorros. Es decir, sus acciones desmienten sus dichos. El kirchnerismo, como herramienta del sistema burgués, no puede abstraerse de esas miserias. Los propios militantes que dicen defender los derechos de los trabajadores, veneran a una multimillonaria terrateniente que no puede explicar su fortuna ni la de sus allegados, familiares, amigos y compañeros.
A una buena parte del pueblo argentino eso parece no importarle. Ni siquiera que esa terrateniente los haya condenado a un salario promedio menor que la mitad de una canasta familiar. Ni hablemos de cuestiones ideológicas: en eso la corriente pingüina hizo una mezcolanza de la que costará años salir. Es que nadie defendió tan bien la propiedad privada de las multinacionales mientras cacareaba sobre la propiedad social en las nubes de Úbeda: la gente hacía cantitos por la liberación mientras los empresarios se llenaban los bolsillos como nunca. Es eso mismo, esa pauperización de la consciencia que se ejerció durante 12 años, lo que le dejó el país servido en bandeja al nefasto macrismo. Porque si le dicen a los trabajadores que un rico, ya sea un general o una terrateniente puede gobernar para ellos… ¿por qué no puede hacerlo un empresario, visto desde las llanuras populares?
Solamente así puede entenderse que humildes trabajadores hayan votado a Macri.
Macri sacó más de 13 millones de votos en el balotaje de 2015, mucho más que los 11 y medio que sacó CFK en 2011. Como se verá, millones de asalariados votaron a sus verdugos.
Macri, en su declaración jurada de 2016, expuso que su fortuna asciende a $110.000.000, el doble que en 2015. Y que tiene, además, otros $18.000.000 en las Bahamas. Es mucho, pero seguramente mentira, porque este integrante de la burguesía proimperialista de la argentina tiene muchas más cartas de las que muestra. Por ejemplo, los famosos Papeles de Panamá.
¿No asquea tanta mentira, tanta hipocresía, tanta soberbia?
Está claro que este pueblo está y estuvo gobernado por miembros de la clase propietaria o comprados por ésta, salvo excepciones (tal vez la única sea Illia). Y está claro que la corrupción no es potestad de esta época, sino de todas las épocas. Como se dice siempre, si hay corruptos es porque existen quienes corrompen. Los que pagan y cobran coimas, los que se quedan con la plusvalía generada por los trabajadores y los que roban del erario público son miembros de la misma banda: la burguesía.
Es que, en definitiva, ver antagonismos entre ellos y generar peleas entre sectores populares para apoyar a unos u otros, es pelear por dos caras de la misma moneda, la del capitalismo.
Y ése es el verdadero problema
La contradicción insalvable de los condenados peleando para ver qué verdugo los somete mejor.
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