¿Hay una crisis política del gobierno Macri? Sí. ¿Desembocará esta coyuntura en un colapso? Altamente improbable a corto y mediano plazos. La Confederación General del Trabajo (CGT) programa una movilización para el 7 de marzo. Por azar -sí, por un azar que disgusta tanto a la cúpula sindical como al gobierno- ese mismo día la […]
¿Hay una crisis política del gobierno Macri? Sí. ¿Desembocará esta coyuntura en un colapso? Altamente improbable a corto y mediano plazos.
La Confederación General del Trabajo (CGT) programa una movilización para el 7 de marzo. Por azar -sí, por un azar que disgusta tanto a la cúpula sindical como al gobierno- ese mismo día la ex presidente Cristina Fernández acudirá a los Tribunales imputada por numerosas causas de enriquecimiento ilícito que la ubican en difícil situación. La protesta sindical será acompañada no sólo por otros agrupamientos menores sino también, muy significativamente, por cámaras empresariales espantadas por una deriva económica que tras la abrupta caída de 2016 (4,9% en la industria), pese a signos de tímida reactivación, se prolonga en derrumbe del consumo (10% en lo que va del año), la producción en varias áreas y el empleo (sin datos firmes todavía).
Esto en momentos en que Argentina discute las llamadas «convenciones paritarias», donde sindicatos y empresas pugnan por definir el nivel salarial con la asistencia del Estado. La CGT lleva a cabo una ronda de negociaciones con todos los partidos e instituciones principales: de lleno en función política, en ausencia del Partido Justicialista como eje para la acción.
En tanto, con tropiezos, en zigzag, insuficiente respecto de lo buscado, el plan de saneamiento capitalista avanza de la mano de Mauricio Macri y con el acompañamiento de todas las fracciones políticas que, en una fragmentación sin precedentes, disputan la representación de la burguesía. También integran ese bloque no explícito las cúpulas sindicales, más allá de gestos de protesta. Se anuncia incluso una huelga general antes de fines de marzo, que en caso de realizarse bajo la dirección de las actuales cúpulas sindicales no torcería un milímetro el curso esencial de los acontecimientos.
Todo el poder establecido está igualmente empeñado en que el sistema se estabilice y avente las amenazas de un nuevo colapso, que en caso de ocurrir -y esa posibilidad no puede descartarse- sería incomparablemente más grave que el de 2001. Por eso la iglesia, también con declaraciones que enmascaran su compromiso, se suma al conjunto empeñado en que el sistema no sufra una herida irreparable. Todos saben que una hipotética explosión social y el consecuente desplazamiento de Macri, sería la detonación de una situación prerrevolucionaria para la cual el sistema no tiene anticuerpos. Por eso, pese a todo, la ruptura del bloque interburgués y la eclosión de una inmanejable crisis política no es, al momento, lo más probable.
Secuestrador en prisión
No es verdad que el gobierno de Cambiemos sea incapaz de aprender. La detención del jefe del Ejército designado por Cristina Fernández, César Milani, si bien resulta del incansable esfuerzo de familiares y organizaciones de derechos humanos no cooptadas por el Estado, es fruto también del intento de tapar la realidad satisfaciendo un reclamo muy profundo de la sociedad argentina: juicio y castigo a los culpables por la represión, tortura, secuestro y asesinato de miles de personas en los años 1970.
Como sea, Milani está preso. Además de hechos represivos aberrantes, afronta también acusaciones por fulminante enriquecimiento ilícito. Quienes lo arroparon durante los últimos años por orden del gobierno anterior, se hallan en difícil situación. Tanto que a cinco días de su detención, sólo un par de kamikazes salió al ruedo. Uno (su socio actual en una cadena de comida chatarra y ex secretario de Comercio) para decir que es inocente. Otro (un diputado del Frente para la Victoria) para asegurar que esto es posible por la política de Cristina Fernández. No parece haber límites para la impudicia en la Argentina de hoy.
Transparencia
En la raíz de todo, sin embargo, está la realidad económica. Afortunadamente, ahora es transparente cuando un Presidente actúa a favor de un grupo económico (el caso del Correo es un escándalo a la vista de todos); es transparente que se gobierna para los ricos (¿cuándo no fue así, desde la Organización Nacional hasta la fecha?); que lavadores de dinero y tránsfugas de la peor calaña están en lugares clave del Estado, como por ejemplo el servicio de espionaje, la Oficina Anticorrupción, el propio Congreso y la Justicia.
Será igualmente diáfano en plazos no lejanos que recesión y desocupación no resultan de la maldad de un Presidente, por más hijo de papá que sea. La crisis es un dato objetivo, fruto de la lógica inexorable de un sistema ya incapaz de dar lo elemental a los seres humanos. Aquí, o en cualquier parte del mundo, como lo prueba con estridencia la conducta de Donald Trump.
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