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Que ninguna persona se empiece a quedar sola

Fuentes: Rebelión

La pelota le viene llovida a Ante Rebić, que sabe -como todxs aquellxs de esa región del mundo saben- el significado que tiene el rayo Antes de la Lluvia . No desperdicia la gota y de bolea medida con delicada violencia promueve el encuentro entre el balón y la red. Un héroe momentáneo, que descubre […]

La pelota le viene llovida a Ante Rebić, que sabe -como todxs aquellxs de esa región del mundo saben- el significado que tiene el rayo Antes de la Lluvia . No desperdicia la gota y de bolea medida con delicada violencia promueve el encuentro entre el balón y la red. Un héroe momentáneo, que descubre el secreto, y deja a Wilfredo Caballero » solo como el esclavo solo bajo el yugo / como la conciencia del verdugo / o el único beso del traidor». Ahí el conjurado comienza a perder la guerra (no declarada), y queda solo sin que un alma de su equipo lo abrace, lo consuele, lo empuje de nuevo al vuelo, «solo como está en su mundo cada muerto… como el que dijo siempre la verdad». Y comparte el anverso del secreto que Rebić descubre o funda.

La fanfarria y los fanfarrones asestan certeros dardos. Para Borges, los hombres del secreto, que es lo mismo que los sectarios , «suelen ejercer felizmente las profesiones liberales». Pretendo inferir que Rebić -que es Caballero- no tiene por deporte el ejercicio de tales profesiones, aunque lleve el secreto (y su cruz). O, para decirlo en la idiosincrasia de la gramática borgeana, no se encuadra en la secta.

Una guerra secreta y nunca declarada; vociferada por tenaces dogmáticos-sectarios, que de la guerra publicitan su negocio, su política o su ley.

Un diario liberal (1), en su edición digital, expresa la falacia de una declaración de un hombre, que califica a otro hombre por su nombre (Fernando Esteche), defendiéndose de una traición a la Patria tan inventada como la guerra que perdió un Caballero con su soledad en el arco. Y en esa defensa, solo «como el que se extravió sin darse cuenta / como un ave ciega en la tormenta», con sus argumentos triviales comienza a dejar solos a quienes nombra y los vuelve carne para la fanfarria y los fanfarrones que, sin perder tiempo, asestan certeros dardos.

El estigma sobre el cuerpo del nombre (nombrado) no cabe en la acepción de las marcas y señales que aparecen en el mismo siendo signo de su participación en la pasión de Jesús. En caso, es el estigma social que se impone (tal lo han demostrado sociológicamente desde Erving Goffman a Loïc Wacquant), debido a la participación -desde la marginalidad- por dotar de voz a la marginalidad. Una marginalidad que no constituye una minoría, sino -y, muy por el contrario- una marginalidad excluida de los vastos «beneficios» de las minorías.

El sistema (por ponerlo en abstracto, en esa máquina PROcesadora) estigmatiza, pone nombres, y va generando sagas de malditxs: poetas malditxs, artistas malditxs, escritorxs malditxs, «malditxs de la historia argentina» -Norberto Galasso dixit-, sacerdotes malditos, políticxs malditxs, nombres malditos, y así siguiendo (nunca malditx será unx gran empresarix, unx artista taquillerx producto del mercado, un rey o una reina, un invasor, un estratega de la guerra invasora, un saqueador de recursos de otras naciones, y así siguiendo…).

Frente a «verdades incómodas» es preferible la falacia ad hominen, por ejemplo, así como en vez de leer las letras de Ian Curtis (ese poeta-músico maldito, epiléptico, devoto de Gógol, Kafka y Burroughs) a través la propia expresión de tal poesía, y con la lente de crítica social, previendo la emergencia de otros tipos de crisis -inclusive dentro del propio arte- fue más fácil condenarlo por maníaco, suicida, y porque el nombre de su banda guardaba reminiscencia con los burdeles nazis en los campos de concentración. A la marginalidad misma, se le re-impone una marginalidad por vía del estigma, y de lo maldito.

Ernesto Jauretche refiere por partida doble al sujeto (maldito) y al acontecimiento (maldito) de nuestra historia nacional, según «esa certera definición que alude al antagonismo irreductible que significa el peronismo, [y] sigue dando cuenta de nuestra realidad», en la que reverbera «el eco vivo de la definición histórica: el peronismo será revolucionario, o no será, que pronunció la inmortal Evita». Retoma lo expresado por John W. Cooke en Peronismo y Revolución, para quien «el peronismo sigue siendo el hecho maldito de la política argentina: su cohesión y empuje es el de las clases que tienden a la destrucción del statu quo«. El hecho maldito de la política argentina. Hecho que conlleva al estigma generalizado -engendrado en las usinas de pensamiento colonial- sobre un sistema político autóctono, sistema que se dio el pueblo en relación a su presencia pública en búsqueda de incrementar diferenciadamente los derechos que le son propios, por poner en mínima redacción una acepción de este movimiento político que fue un parteaguas en la política argentina y latinoamericana.

Para abreviar, la lucha por destrucción del statu quo implica, en la dinámica actual, la estigmatización. Esa estigmatización se vuelve aún más efectiva con la pátina que le imprimen desde los palacios de Tribunales y desde los sets de televisión, cuya «racionalidad» no resiste ningún análisis lógico serio tanto como desde la jurisprudencia imperante, pero esa «no resistencia» no vuelve a esa «racionalidad» ni «no operante» ni «no existente». Por el contrario.

Los sectarios, que «suelen ejercer felizmente las profesiones liberales», en el devenir de una hegemonía político-institucional-territorial necesitan construir traidores y héroes para sublimar el fracaso de su propia existencia como proyecto. Así, en el cambalache de sus aserciones, entra la condena a un Caballero que la deja llovida para que uno del equipo rival haga un manantial de esa generosidad imprevista, y sin diferencia ni reparos esto constituye una traición a la Patria de tal naturaleza e igual que esa otra ficción montada en torno a un memorándum de entendimiento para recabar declaraciones de los presuntos ejecutores del atentado a la AMIA (que es, a esta altura, una «causa operador»).

En épocas de ficciones (no borgeanas) que imponen una realidad, basada en el rédito ignominioso obtenido de la postverdad, debemos construir los lazos necesarios (nunca suficientes) para no dejar solxs a lxs estigmatizadxs por el sistema en sus múltiples formas, para que no se quede «solo como el esclavo solo bajo el yugo / como la conciencia del verdugo / o el único beso del traidor», solo como un Caballero errático con su arco, derrotado en el infortunio, abatido por la mendacidad de las ametralladoras de la troupe de festejantes que inventan una guerra igual a la que sus otrxs colegas inventan para «judializar estigmatizantemente» la política. Que estigma tenga, por verdad y única acepción, la marca impuesta por hierro fundido a quien se declarare infame.

Nota:

(1) Habría que explorar si lo liberal impone una condición uno a uno con lo sectario.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.