Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
Estoy sentado en el espléndido edificio de la Biblioteca Nacional de Singapur, en una habitación semioscura, con un microfilm insertado en un aparato de alta tecnología. Estoy visionando, filmando y fotografiando viejos periódicos malasios de octubre de 1965.
Estos artículos fueron publicados justo después del terrible golpe militar que se produjo en Indonesia en 1965, que derrocó al presidente progresista Sukarno y liquidó el tercer mayor partido comunista del planeta, el PKI (Partai Komunis Indonesia). Entre 1 y 3 millones de personas perdieron la vida en una de las más terribles masacres del siglo XX. Indonesia pasó de ser un país socialista (y a punto de ser comunista) a hundirse en el agujero turbo-capitalista y de locura religiosa y de extrema derecha en que se encuentra todavía en el presente.
Estados Unidos, Reino Unido, Australia, Holanda y otras naciones occidentales promovieron el golpe de Estado y colocaron a las facciones traidoras pro-occidentales del ejército y a los líderes religiosos en la vanguardia del genocidio.
Toda la información está, por supuesto, al alcance de cualquiera que le interese, en los archivos desclasificados de la CIA y del Departamento de Estado de EE.UU. Se puede acceder a ella, analizarla y reproducirla. Yo dirigí un documental sobre estos sucesos, al igual que otros directores.
Pero no forman parte de la memoria de la humanidad. En el sudeste asiático, solo un puñado de intelectuales conocen estos hechos.
En Malasia, Singapur o Tailandia, el fascismo que gobernó Indonesia a partir de 1965 es un tema tabú. Simplemente no se habla de ello. Aquí, como en otros estados clientelares de Occidente, los intelectuales «progresistas» son pagados para elucubrar sobre su orientación sexual, sobre temas de género y de «libertades» personales, pero claramente no para preocuparse por los temas esenciales que han configurado tan negativamente esta parte del mundo: el imperialismo occidental, el neocolonialismo, las formas salvajes y grotescas del capitalismo, el saqueo de los recursos locales y del medio ambiente, así como la desinformación y la ignorancia forzosa que acompañan a la amnesia de masas.
En Indonesia, en concreto, el Partido Comunista está prohibido y el gran público lo considera el culpable y no la víctima.
Occidente, mientras tanto, se parte de risa a espaldas de sus adoctrinadas víctimas. Y sigue riendo todo el camino hasta llegar al banco. Las mentiras, obviamente, producen buenos dividendos.
Ninguna otra parte del mundo ha sufrido tanto el imperialismo occidental posterior a la Segunda Guerra Mundial como el sudeste asiático, quizás con dos excepciones: África y Oriente Próximo.
En la llamada Indochina, Occidente asesinó a cerca de 10 millones de personas, mediante campañas de bombardeos indiscriminados y otras formas de terrorismo, en Vietnam, Laos y Camboya. El mencionado golpe de Estado en Indonesia arrebató al menos un millón de vidas humanas. El 30 por ciento de la población de Timor Oriental fue exterminado durante la ocupación de Indonesia, que contaba con el apoyo total de Occidente. El régimen tailandés, completamente subordinado a Occidente, mató indiscriminadamente a los izquierdistas del norte del país y de la capital. Toda la región ha sufrido las consecuencias de los implantes religiosos extremistas, con el favor de Occidente y de sus aliados del Golfo.
Sin embargo, en esta parte del mundo se admira a Occidente, casi con un fervor religioso.
Las agencias de prensa y los «centros culturales» estadounidenses, británicos y franceses difunden desinformación a través de los medios de comunicación locales propiedad de élites serviles. La «educación» local ha sido adaptada con devoción a los conceptos didácticos occidentales. En lugares como Malasia e Indonesia, pero también en Tailandia, el mayor triunfo es conseguir un grado universitario en uno de los países que colonizaron esta parte del mundo.
Los países víctimas, en lugar de buscar compensaciones en los tribunales, admiran y copian a Occidente, al tiempo que piden financiación a sus pasados y presentes opresores, incluso la suplican.
El sudeste asiático es ahora obediente, sumiso, flemático, ha sido despojado de antiguas ideologías revolucionarias de izquierda. Aquí, el adoctrinamiento y la propaganda occidental han logrado una incuestionable victoria.
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Ese mismo día, conecté el televisor de la habitación de mi hotel y estuve viendo la cobertura que los medios occidentales ofrecían de la situación en Idlib, el último bastión de los terroristas apoyados por Occidente en territorio sirio.
Rusia había convocado una reunión de emergencia del Consejo de Seguridad de la ONU para advertir que los terroristas podrían lanzar un ataque químico para luego culpar, con el apoyo de Occidente, a las fuerzas del presidente Bashar al-Assad.
La OTAN ha desplegado buques de guerra en la región. No cabe duda de que ha sido una buena puesta en escena de los actores europeos y estadounidenses: «Te golpeamos, matamos a tu gente y después, en castigo, te bombardeamos».
Luego, los gánsteres imperialistas señalan con dedos acusativos a las víctimas (Siria, en este caso) y a aquellos que intentan protegerlas (Rusia, Irán, Hezbolá, China). Tal y como ocurría en la guardería o en la escuela primaria, ¿recuerda? Un niño pegaba a otro desde atrás y luego gritaba, señalando a un tercero con el dedo: «¡Ha sido él, ha sido él!». Milagrosamente, hasta ahora, Occidente siempre se ha salido con la suya con esta estrategia, a costa, claro está, de millones de víctimas en todos los continentes.
Así ha sido durante siglos y así sigue siendo. Así es como seguirá siendo hasta que se ponga fin al terror y al gansterismo.
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Durante años y durante décadas, nos han dicho que el mundo está ahora más interconectado, que nada verdaderamente importante podía suceder, sin ser inmediatamente detectado y reportado por las lentes vigilantes de los medios de comunicación y la «sociedad civil».
Sin embargo, miles de cosas suceden continuamente de las que nadie se da cuenta.
Solo en los dos últimos decenios, ha habido país enteros a los que Norteamérica y Europa han señalado, han intentado matar de hambre mediante embargos y sanciones para, finalmente, atacarlos y hacerlos pedazos: Afganistán, Iraq y Libia entre otros. Gobiernos de distintas naciones han sido derribados, bien desde el exterior, o bien a través de sus propias élites y medios de comunicación serviles. Sirvan de ejemplo Brasil, Honduras y Paraguay. Innumerables compañías occidentales y sus secuaces locales están realizando un saqueo desenfrenado a los recursos naturales de lugares como Borneo o la República Democrática del Congo, destruyendo por completo selvas enteras y aniquilando cientos de especies (como el emblemático orangután).
¿Estamos realmente interconectados, como planeta? ¿Qué tanto sabemos las personas unas de otras, o de lo que sufren nuestros hermanos y hermanas en los distintos continentes?
He trabajado en unos 160 países y puedo afirmar sin la menor duda: «Casi nada». O, peor aún, «¡Menos que nada!».
El imperio occidental y sus mentiras han conseguido fragmentar el mundo hasta extremos anteriormente desconocidos. Todo se hace «abiertamente», a plena vista del mundo, incapaz por otra parte de observar e identificar las amenazas más urgentes para su propia supervivencia. Los medios de comunicación de masas sirven como vehículos para el adoctrinamiento, al igual que las instituciones culturales y «educativas» de Occidente, o aquellas instituciones locales moldeadas por los conceptos occidentales. Entre estas últimas estarían instrumentos tan diversos como las universidades, los manipuladores del tráfico de Internet, los censores y los individuos que se autocensuran, las redes sociales, las agencias de publicidad y los «artistas» de la cultura pop.
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La barbarie y las mentiras colonialistas y neocolonialistas occidentales se guían por un claro patrón:
«»El presidente de Indonesia, Sukarno, y su mayor aliado, el Partido Comunista de Indonesia (PKI) se proponían construir un país progresista y autosuficiente. Por tanto, era preciso parales los pies, derribar al gobierno, masacrar a los miembros del partido, prohibir el PKI y privatizar el país entero, venderlo a los intereses extranjeros. La abrumadora mayoría de los indonesios tiene el cerebro tan lavado por la propaganda local y occidental, que siguen culpando a los comunistas por el golpe de Estado, a pesar de lo que dicen los archivos de la CIA».
El presidente Mossaddeq de Irán perseguía también un proyecto progresista, y terminó del mismo modo que Sukarno. Y todo el mundo quedó fascinado por el carnicero puesto en el trono por Occidente: el Sha y su fastuosa esposa.
En Chile, en 1973, se reprodujo el mismo patrón letal, en una nueva muestra del amor por la libertad y la democracia que tiene Occidente.
Patrice Lumumba, en el Congo, nacionalizó los recursos naturales e intentó alimentar y educar a su gran nación. ¿El resultado? Derribado, asesinado. El precio: unos ocho millones de personas masacradas en los últimos veinte años, quién sabe si muchas más (mi película Rwanda Gambit trata de ello). Nadie lo sabe, o todo el mundo pretende que no lo sabe.
¡Siria! El mayor crimen de este país, al menos a ojos de Occidente, fue intentar proporcionar a sus ciudadanos una buena calidad de vida, a la vez que promovía el panarabismo. Los resultados todos los conocemos (¿de verdad los conocemos?): cientos de miles asesinados por extremistas asesinos apadrinados por Occidente, millones de refugiados y de desplazados internos. Y Occidente, naturalmente, culpa al presidente sirio y está dispuesto a «castigarlo» si gana la guerra.
Claro que es irracional. ¿Pero puede el fascismo a escala global ser racional?
Las mentiras difundidas por Occidente se están acumulando. Se superponen unas con otras, a menudo se contradicen. Pero el público del mundo ya no está entrenado para buscar la verdad. Subconscientemente siente que le han mentido, pero la verdad es tan horripilante que la gran mayoría de las personas prefieren simplemente sacarse selfis, analizar y exhibir su orientación sexual, ponerse auriculares y escuchar música pop vacía, en lugar de luchar por la supervivencia de la humanidad.
He escrito libros enteros sobre ello, incluyendo el volumen de casi mil páginas «Exposing Lies Of The Empire» (Mostrando las mentiras del Imperio). Este artículo no es más que una cadena de pensamientos que me han venido a la cabeza mientras estaba sentado junto al proyector en una habitación en penumbra de la Biblioteca Nacional de Singapur.
Una pregunta retórica no dejaba de atormentarme: «¿Es posible que todo esto esté pasando?» «¿Puede Occidente esquivar el castigo por todos los crímenes que ha cometido durante siglos en todo el mundo?»
La respuesta es evidente: «Por supuesto que sí, mientras no se le detenga». Por tanto, A luta continua!
Andre Vltchek es filósofo, novelista, cineasta y periodista de investigación nacido en Rusia y residente en Estados Unidos. Ha cubierto guerras y conflictos en docenas de países y es autor de múltiples libros, entre ellos un diálogo con Noam Chomsky en el que analiza el poder y la propaganda occidental, Terrorismo occidental (Txalaparta, 2014).
Fuente: https://www.investigaction.net/en/115390/
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