Se acaba de publicar el libro: Borradores sobre la lucha social y la autonomía de H. Guillermo Cieza. Manuel Suárez Editor. 2004. Prólogo Las páginas que siguen reflejan con inusual fidelidad el trajinar más reciente de una porción considerable del campo popular en la Argentina. Remiten a un proceso de recomposición de fuerza social, de […]
Se acaba de publicar el libro: Borradores sobre la lucha social y la autonomía de H. Guillermo Cieza. Manuel Suárez Editor. 2004.
Prólogo
Las páginas que siguen reflejan con inusual fidelidad el trajinar más reciente de una porción considerable del campo popular en la Argentina. Remiten a un proceso de recomposición de fuerza social, de avance organizativo, de acumulación de experiencia y conciencia. Un desarrollo que se adensa paulatinamente y que va de los primeros atisbos, a mediados de la década del 90 (por cierto imperceptibles para la mayoría, pero no para el autor, «un militante que escribe») hasta su emergencia pública en el escenario político y dramático nacional, después de los calores y la sangre de fines de diciembre de 2001, para llegar al presente con sus balances y sus interrogantes.
El lector podrá identificar algunos de los modestos pero insignes pasos dados en pos de la autoconstitución de un sujeto colectivo y de construcción de contrahegemonía. También podrá reflexionar sobre el peso de ciertas instituciones de hegemonía fuertemente instaladas en la cultura popular. En última instancia podrá entrever, a los flancos del autor, a los compañeros y compañeras del movimiento de trabajadores desocupados, del movimiento campesino, a trabajadores asalariados y estudiantes, dictándole inefables palabras.
Estos textos atesoran una legitimidad asentada en la coherencia, la lucidez, la honestidad y los empecinamientos del autor. Algunos de sus méritos han sido el haber pasado indemne la confusión de los 80 y los 90 y la desorientación en materia de valores; el haber ratificado una y otra vez su obsesión por convocar a la participación creadora, aún en contextos emporcados e imposibles, gambeteando un destino de felpudo o funcionario culposo y acomplejado, mineral y burocrático.
Estos textos son altamente significativos, porque ofrecen materiales imprescindibles para una síntesis teórica y política de las experiencias de lucha más recientes. Consideramos que, dada su potencialidad, se trata de los mejores ensayos en materia de actualización de los regímenes emancipatorios y de los modelos heterárquicos que ha desarrollado el campo popular en los últimos años y que conllevan una crítica a los déficits de los antiguos regímenes: al economicismo, al determinismo, al esquematismo, al dogmatismo y a la concepción clásica de poder y de todo lo que conlleva. Sin soslayar el juicio a las «nuevas» proposiciones que ven actos autoritarios en cada intensión instituyente y que, amparados en un autonomismo extremo, refuerzan indirectamente la idea determinista de que las estructuras imponen el desenlace socialista de un proceso popular. Estos textos ofrecen una síntesis teórica y práctica que, además de conclusiones, propone tareas. Un «piso», que es derivación de las luchas recientes y demostración de la recia ligadura entre hacer y comprender.
Este libro atesora una pequeña porción del patrimonio estratégico acumulado por nuestro pueblo en los últimos años y apuesta – siguiendo la sugerencia de Raimundo Villaflor, aquel militante del Peronismo de Base que supo dejar un impronta indeleble en las luchas populares de los 60 y los 70- a la construcción de la «caja fuerte» que lo conserve, para nutrir a las organizaciones del pueblo y para que nadie lo dilapide. Se aleja así de las producciones sin espesor, de los discursos plagados de especulaciones, de los exabruptos concebidos en los marcos de un resentimiento teórico y político asfixiante.
La lucha popular misma, vivida e interpretada con ejes no tradicionales, y no una diarrea de fuentes primarias y secundarias, es el emplazamiento desde donde se ha resignificado nuestra historia, el reducto desde el cual se han decodificado otras experiencias, como la del Movimiento Sin Tierra del Brasil o el Zapatismo mexicano, y desde donde se han metabolizado los aportes teóricos más recientes.
El autor reivindica la primacía de la praxis y la propia historia a la hora de construir una política emancipatoria, sin que esto conlleve un culto al provincialismo teórico o a la moda del andrajo intelectual, sino, sencillamente, una crítica certera a los transplantes forzados, a la fascinación por las jergas, a las modas pasajeras en materia de propuestas radicalizadas y al conjunto de los ademanes típicos de una izquierda que considera a las luchas como un dato externo a sus proyectos atildados, o que piensa cada emprendimiento como «apuesta intelectual» y presupone que esta fomenta por sí misma la acción. En fin, un cuestionamiento a todas aquellas formulaciones (sería una exageración utilizar el término pensamiento) incapaces de enriquecer y enriquecerse de las experiencias de lucha de las clases subalternas. De todos modos no es este su principal frente de combate, resulta evidente que el autor no pretende alimentar los diálogos aporéticos.
El situarse en el lugar del cronista de un hacer, un vivir y un conocer, el reflexionar «desde adentro» de las prácticas, al interior del objeto que considera, le permite descubrir una dialéctica indispensable, y lo lleva a aborrecer toda posición des – situada. Instalado en el campo de la lucha, busca sintetizar lo que percibe en estado latente en la acción colectiva. Conceptualiza lo que aparece como potencialidad. Un trabajo de elaboración de los saberes que vienen desde abajo, saberes que por lo general no salen de la práctica. Estos textos, como diría un Lenín influido por G. Hegel, conjugan la dignidad de lo general con lo real inmediato.
Pierre Bourdieu planteaba hace algunos años una circunstancia contradictoria que afectaba los trayectos emancipatorios, decía que «con frecuencia, las personas que son capaces de hablar acerca del mundo social no saben nada acerca del mundo social, y la gente que conoce el mundo social es incapaz de hablar sobre él…». Aclaraba más adelante: «los trabajadores saben, pero no saben que saben». El camino académico (incluyendo al materialismo hemiplégico) reclama una legitimidad profesional que funda la escisión con el plano político – social. Este camino suele ser aristocrático y por lo general no conduce al conocimiento del mundo social porque no percibe creativamente la realidad. El autor sabe que la militancia mas productiva, que exige poner el cuerpo y abjurar de los territorios virtuales, es un camino apto para resolver la contradicción que planteaba Bourdieu.
Sin ninguna arrogancia, comedidamente, algunas certezas sobrevuelan estos textos, entre otras: 1) Que el desarrollo de las organizaciones de base autónomas, democráticas, horizontales, condiciona el accionar de las herramientas políticas, el desempeño de las organizaciones populares en los campos dominados por la lógica de la burguesía y también la calidad de los dirigentes. En este sentido lo fundamental es lo que se construye por fuera de esa lógica, todos los espacios sustraídos a la lógica del capital y refractarios a los lazos sociales sostenidos en relaciones de dominio. 2) Que siempre hay que pensar la política en terreno propio, en la base, aunque haya que ejecutarla, a veces, en otros espacios 3) Que – como decía Raúl Sendic, uno de los fundadores del Movimiento Liberación Nacional Tupamaros del Uruguay- la práctica, la experiencia directa del conflicto social y la historia misma otorgan las credenciales de revolucionarios y el status «científico» a las teorías políticas. 4) Que es indispensable la búsqueda constante de formas que permitan articular hechos específicos con la lucha mayor por la construcción de una Argentina diferente. 5) Que la exploración de los modos alternativos para producir decisiones alternativas es una tarea permanente. 6) Que la sectas generan siempre dirigentes narcisistas autoritarios y además previsibles (el escritor norteamericano Ralph Waldo Emerson decía: «Si se cual es tu secta, conozco de antemano tu argumento»). 7) Que la vanguardia puede ser el camino inexorable que conduce a nuevas conformidades.
En cada página se hace notoria la búsqueda de una forma popular consciente. La que intuyó, dialécticamente, Rosa Luxemburgo. La que presintieron en nuestro país algunos militantes de los 70 que hablaron de poder obrero, socialismo de base, alternativa independiente de la clase trabajadora, etc., y también otros de más atrás.
Asimismo estos textos están trabajados por una orquesta de interrogantes, en particular los que se derivan de la necesidad de conjurar la tensión entre movimiento e institución. ¿Cómo alimentar sistemáticamente la vitalidad de los movimientos? ¿Cómo evitar el aislamiento del movimiento y cómo garantizar su permanencia en contextos de reflujo? ¿Cómo evitar que la institución se devore al movimiento? ¿Cómo evitar la asimilación – desnaturalización de la prácticas y construcciones contrahegemónicas por el sistema de dominación?
Hace muchos años que frecuento las inquisiciones del autor en los suburbios del gran Buenos Aires, en rústicos galpones de tierra apisonada, aunque también en escenografías menos plebeyas como la universidad, por ejemplo. Por supuesto el autor congenia principalmente con la calle y con la tierra. Es un ser con arraigo que no tiene ninguna intensión de recibirse de personalidad independiente.
Lo he visto convocar a la tarea conjunta de calcular la masa, la velocidad, el tiempo, el cambio y la rapidez. Se de sus dotes de organizador de hechizos al aire libre y de sus capacidades para conjurar las potencias centrífugas con la estirpe de John William Cooke (nótese que estos textos lo continúan en el concepto, en el género y en el estilo) y Agustín Tosco. Lo he visto contribuyendo a la tarea colectiva de ponerle un rumbo a la deriva, recreando horizontes nuevos, repartiéndole a cada compañera y cada compañero una pequeña fortaleza, un áncora de salvación.
He sido testigo de innumerables momentos que pusieron en evidencia su vocación por tender puentes desde y hacia las experiencias de los 70, gesto que aportó y aporta a la comprensión de las luchas actuales (el presente y el pasado alumbrándose mutuamente pero siempre a partir de la iniciativa del presente), aunque él sabe que el porvenir no es repetición del pasado. Ha contribuido de este modo a romper la lejanía espantosa de aquellas rebeldías, las distancias político – afectivas establecidas por la Dictadura Militar y ratificadas por algunas instancias de disciplinamiento posteriores. La experiencia de los 70, con la que el autor cargaba en los 80 y 90, solo comenzó a encontrar marcos adecuados de resignificación y asimilación crítica hace algunos años. El autor, en tiempos del desencanto, la chatura y el revival superficial, en contra de todas las evidencias, se negó a considerar como un lastre aquellas experiencias plenas de mujeres y hombres en acción que atesoraba. Hoy nos ayudan a ubicarnos, a sentirnos parte de una tradición que debemos reelaborar día a día, a asumir que tenemos raíces.
Veterano de viejas batallas, constructor de estructuras comunicativas con los más jóvenes, no se le escapa lo nuevo porque supo conservar flexibles sus modos de percepción y mantenerse firme en el menosprecio de todo lo inauténtico, obsoleto y deteriorado. Supo percibir el momento de la disonancia cognitiva, el momento en el que viejo arsenal simbólico dejó de servir para interpretar y cambiar al mundo y para sorprender al destino. Supo también refrenar al tedio y la fatiga que, como se sabe, azonzan y agreden el ingenio.
Se puede explicar el peregrinar más reciente del autor a partir de lo que decía el poeta checo Rainer María Rilke sobre los efectos de haber morado alguna época maravillosa: la primavera sagrada que vivió en los 70 le colmó el corazón de tanta luz que bastó para transfigurar los días venideros, aunque estos hayan sido de intemperie.
Hemos compartido las dificultades a la hora de hallar correspondencias cuando el paisaje era un páramo, en el auge de la tiranía de lo posible. Hemos estado situados en una misma encrucijada y me alentó, con gestos irrefutables, a soslayar la fascinación de la muerte que tienen las ideas inmóviles, a eludir el destino de individualismo y soledad (y de sucesivas capitulaciones) que generacionalmente me correspondía, a tirar a la basura todos los catalejos retorcidos, a seguir fundando la política en una decisión moral, a sostener la apuesta y a tomar el camino que actualmente transitamos junto a las organizaciones de nuestro pueblo.
Aunque lastime su modestia debo decir que el aporte de Guillermo Cieza al campo popular ha sido muy importante e indudablemente lo será en los tiempos venideros… Y para terminar recurro nuevamente a Ralph Waldo Emerson quien decía que los hombres son útiles gracias a su inteligencia y sus afectos. Guillermo conjuga inteligencia y afectividad. Seguramente dentro de muchos años, nadie – ni siquiera los opositores pertinaces a todas las proposiciones ajenas- estará en condiciones de negarle, por lo menos, un papel destacado en la construcción de los prolegómenos.
Lanús Oeste, 27 de septiembre de 2004