La Iglesia Católica (o el Vaticano, según éste lo desee), asumió sin que nadie se lo pidiera durante siglos y siglos, la responsabilidad de diseminar la (su) cultura por buena parte del mundo; responsabilidad, por cierto, que tercamente quiere seguir asumiendo en España. Pero la difusión de lo bienes del espíritu y el encantamiento que […]
La Iglesia Católica (o el Vaticano, según éste lo desee), asumió sin que nadie se lo pidiera durante siglos y siglos, la responsabilidad de diseminar la (su) cultura por buena parte del mundo; responsabilidad, por cierto, que tercamente quiere seguir asumiendo en España. Pero la difusión de lo bienes del espíritu y el encantamiento que durante casi dos milenios nos produce el Evangelio, no sólo nos ha llegado por dulcísimas enseñanzas. Ha calado, a lo largo de generaciones y generaciones más por métodos prestados del dudoso arte de la guerra, del tremendismo y del ejercicio del despotismo, que de la heurística y de la persuasión racional. Para llegar al alma del rebaño, se ha dirigido siempre directamente la Iglesia Católica a través de intensos efectismos sin concesión alguna a la racionalidad pese a llamar engoladamente racionales a los destinatarios de sus prédicas y pese a exaltar el carácter racional del ser humano que no tiene la bestia. Para hollar, contraer y deformar los espíritus, se valió de la técnica del «a sangre y fuego», de las Cruzadas, de la intriga, de toda clase de oscurantismos y de la infame Inquisición que ha durado casi hasta ayer. En Europa y en el Nuevo Mundo. Maniobras y métodos que hoy tienen su versión ultramoderna equivalente en la teocracia de un presunto ex alcohólico y de los neocons, en las torturas y cárceles visibles y secretas de las Cias, y en los potros del horror que usan sin eficacia porque de antemano no desean llegar a ninguna parte pues saben que no existe…
Bueno, digamos que todo eso se acabó en parte. Aún quedan algunos rescoldos de cómo se las gasta la Iglesia Católica a través de representantes suyos o del cielo impresentables en algunas partes del mundo y en España. Pero convengamos en que a pesar de haberse pasado su vida presumiendo de imperecedera, hay muchas señales de que se está desplomando con estrépito por no ceñirse al estricto marco de la espiritualidad que es lo que han mantenido como criterio tenazmente inteligente el luteranismo y todas las iglesias reformadas europeas…
La penetración en la sociedad, basada en buena medida en la mano de hierro aplicada con guante de más o menos terciopelo, en la violación moral de las masas y de las personas sencillas; y sobre todo, de las conciencias talladas por ella, ha perdido considerable energía y se debilita como se enfría un sol. Es posible que haya mucho que agradecer a la Iglesia Católica en materia de cultura, de ingenuidad, de consuelo y de esperanza. Pero hace tiempo que el raciocinio tiraniza a la humanidad occidental. Hace tiempo que siente la perentoria necesidad de agradecer a la Iglesia Católica los servicios prestados – los prestados de buena fe, para pasar definitivamente a otra cosa sin tener que contar para nada con ella. Y como el capitán del buque en riesgo de naufragio ordena arrojar por la borda el lastre, el capitán de nuestra razón, nuestra conciencia, nos exige prescindir para siempre de las extravagancias de la religión católica.
Y nos encontramos en los albores del siglo XXI, en el siglo de las Nuevas Luces. Podríamos llamarlo el de los Leds. Y ya no hay quien aguante la patraña; ninguna. Quien se deja arrastrar por la tentación de recurrir a ella, tarde o temprano acaba atrapado en su propia red. El mundo no tiene otro remedio que soportar toda clase de embaucamientos e imposturas. Sobre todo las que vienen de la fuerza bruta. Pero a diferencia de lo que sucedió en otros tiempos, espera siempre ahora con paciencia oriental la caída de los ídolos y de los impostores que siempre acaba produciéndose…
Aquellos predicadores de sotana, alzacuello o purpurados ya no cuentan. Otros predicadores se han instalado en su sitial: ¡los medios! Los medios son los templos solemnes de la modernidad, y los periodistas sus Sumos Sacerdotes. Y así como antes era la clase sacerdotal la dueña, hoy es la clase periodista la que ha expulsado a los predicadores anteriores y se ha apoderado de las conciencias que aquéllos trajinaron. Nos alivia no tener que forcejear con la razón para hacer frente al absurdo, como antes nos obligaba la Iglesia Católica y los regímenes que la sostenían. Menos mal. Pero ahora es la razón pura, atemperada con algunas dosis de comprensible pragmatismo, la que tiene que vérselas con la razón ultrapráctica y en muchos aspectos miserable del periodismo. Pues así como antes la Iglesia Católica se aliaba al poder político y éste a su vez con el militar, hoy el periodismo se alía con parcelas de ambos, y sobre todo con el poder publicitario que los ampara a todos. El Poder Publicitario: alfa y omega de la cadena trófica de la depredación social…
Bajo la convención o la excusa de un deber de información que se impuso a sí mismo el periodismo como la Iglesia Católica en siglos precedentes, el poder periodístico predica sobre todo lo divino y humano. Sea sobre sobre los comportamientos, gestos, iniciativas, adecuados o inadecuados, procedentes e improcedentes, en quisicosas sociales y del «corazón»; sea sobre la política, la realeza, la economía, la violencia doméstica, la buena y mala educación o el Arte; sea sobre moral o sobre ética religiosa, comercial, matrimonial, pedagógica… Sobre todo se creen con el derecho y el deber de pronunciarse y pontificar. Los periodistas -bajo la atenta vigilancia del otro poder oscuro, el publicitario- son los reyes de la Creación, de los Estados, de los gobiernos, de la Historia pasada y de cada futuro. Sin metáfora. El Cuarto Poder es hoy el Primero a la par que lo es la diosa Publicidad siempre en la sombra.
¿Que hemos «ganado» en libertades públicas en Occidente y el periodismo ha podido contribuir a ello? No lo dudo. Lo que ahora nos queda por despejar en cada uno de los avatares de la vida local, nacional e internacional, es hasta dónde nos permitirá llegar en las pesquisas, en los razonamientos y en el espíritu de los contramedios, la Nueva Iglesia del Periodismo, martillo de las nuevas heterodoxias del recién estrenado milenio.
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