Las caricaturas publicadas por un diario danés, hace más de cuatro meses, sobre el profeta Mahoma, abrieron otra vez el debate respecto de la libertad de expresión y su relación con la política. En nombre de la «libertad de prensa» varios diarios europeos también decidieron reproducirlas para demostrar que no aceptarían las presiones del mundo […]
Ni que hablar de los intereses comerciales que hacen que la mayoría de los medios de comunicación no publiquen críticas o denuncias sobre algunas de las empresas que publicitan en sus páginas por temor a perder a sus anunciantes. Claro que las empresas no sacan turbas fanáticas a las calles; alcanza con un simple y elegante llamado telefónico para retirar la publicidad o el dinero invertido, y hacer quebrar uno de esos diarios, radios o canales de televisión que hoy se rasgan las vestiduras por la libertad de prensa. Esto, que es sabido por todos, muy pocos lo reconocen abiertamente, so pena de verse castigados por la mano «invisible» del mercado que pone y retira sus fondos a voluntad.
Aquí no se trata del derecho en abstracto de un humorista de publicar aquello que se le plazca. Hoy, febrero de 2006, cuando Mahoma aparece con turbante en forma de bomba el significado es claro: todos los musulmanes son terroristas. ¿Qué diferencia conceptual existe entre las caricaturas de los años 30, en Polonia o Alemania, mostrando a un judío como un avaro y éstas? Ninguna. Y el resto de la historia es conocida.
Vivimos un momento histórico muy delicado en la relación entre lo que se llama «Occidente» y el mundo islámico, que se disparó con la revolución islámica de 1979 liderada por el Imam Jumeini. La demonización del islam en su conjunto es algo palpable y la sensación instalada es que sólo se trata de una religión (y civilización) retrógrada que no acepta la democracia y muchos menos algo tan elemental como el humor y la sátira, símbolos ambos de la libertad de expresión. Como si en el mundo islámico no existieran ni humor ni sátira.
Muchas religiones tienen prácticas heredadas del pasado que a la vista del modo de vida occidental parecen bárbaras y retrógradas. Sin embargo -oh casualidad- solamente algunos ritos sangrientos islámicos son transmitidos por las cadenas de noticias internacionales y reproducidas luego por todos. Casi a escondidas, «esquivando la censura» de los religiosos que intentan impedir que las cámaras le muestren al mundo de qué manera expresan sus sentimientos, la CNN se erige en baluarte de la libertad y le muestra al mundo cómo los musulmanes se flagelan. Cuesta creer que la CNN u otras cadenas muestren en vivo una circuncisión masculina, rito habitual en la religión judía, con el título de «práctica sangrienta».
Por eso, lo más importante es el contexto político.
Hoy la primera potencia mundial intenta destruir al régimen iraní que en 1979 acabó con uno de sus aliados petroleros más importantes. En estas semanas, la Casa Blanca repite casi palabra por palabra los argumentos que sirvieron para invadir y ocupar Irak en 2003. Se acusa a los iraníes de estar a «un paso» de poner en funcionamiento tecnología nuclear con fines bélicos, de ser el principal Estado que financia el terrorismo mundial y de representar una amenaza para el mundo. Y ya se está preparando al público norteamericano para una invasión. Los diarios comienzan a alertar que existen gigantescas construcciones subterráneas que albergarían supuestos laboratorios secretos. Y aparecen las encuestas entre los norteamericanos que señalan a Irán como la principal amenaza para el planeta.
Más allá de la retórica belicosa de los gobernantes iraníes (que suele ser para consumo interno), pocos reparan en el hecho de que el régimen islámico nunca invadió países vecinos, ni organizó golpes de Estado y, mucho menos, arrojó bombas atómicas sobre civiles.
Estados Unidos en los últimos cuatro años invadió y ocupó dos países musulmanes como Afganistán e Irak y tiene tropas desplegadas en otros cercando Irán. Como para que en el mundo islámico no crean que las caricaturas son parte de una conjura contra el islam.