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Cronopiando

Los medios de comunicación también van a la guerra

Fuentes: Rebelión

La prensa es cómplice Y me refiero a esos grandes medios, a esas importantes cadenas que presumen de manejarse con pulcra objetividad; que dicen ejercer la loable misión de informar en el más estricto apego a la decencia, a la verdad; que se tienen por profesionales serios y honestos; y que dicen realizar un periodismo […]

La prensa es cómplice

Y me refiero a esos grandes medios, a esas importantes cadenas que presumen de manejarse con pulcra objetividad; que dicen ejercer la loable misión de informar en el más estricto apego a la decencia, a la verdad; que se tienen por profesionales serios y honestos; y que dicen realizar un periodismo «independiente» que con nadie se casa y que a todos atiende.
Esos grandes medios de comunicación que alardean de sentidos y se nos revelan insensibles, que se jactan de sagaces y se descubren cándidos, que se vanaglorian de atrevidos y terminan por confesarse cautos, no creen, porque no las practican, las virtudes que aseguran propias.
Con independencia de los errores que se apresuren a reconocer, de las fallas por las que pidan perdón a sus abonados y clientes, nada en su actitud confirma un cambio de conducta, un nuevo enfoque, otro punto de vista. Muy al contrario, insisten en las mismas prácticas por las que se lamentan.
Y es que no se trata de un problema moral o ético, de la urgente corrección de un criterio errado, de una línea de trabajo inexacta, no es un problema de comprensión… Los grandes medios de comunicación son parte del negocio y, como accionistas, también van a la guerra.
Cada vez que un helicóptero estadounidense es derribado en Iraq o Afganistán, y los medios dan por buena la versión del «accidente», están cumpliendo con su deber de minimizar la beligerancia de la resistencia.
Cada vez que un vehículo blindado estadounidense es destruido por la resistencia de alguno de los pueblos ocupados, y los medios aseguran desconocer las causas del siniestro, están cumpliendo con su deber de ocultar los daños.
Cada vez que una familia en Faluya o Kabul es masacrada en su propia casa por los marines, y los medios respaldan la versión del «enfrentamiento», están cumpliendo con su deber de hacer comprensibles los desmanes.
Cada vez que un avión estadounidense deja caer un misil sobre una boda serbia o o una caravana kosovar, o el canal Al Jazeera o la embajada china y los medios resaltan la versión del «popular tumulto», del «lamentable error», de la «falta de un mapa», están cumpliendo con su deber de exonerar las culpas y justificar a los culpables.
Cada vez que confunden niños con insurgentes, piedras con fusiles, luchas con matanzas, están cumpliendo con su deber de enmarañar criterios.
Cada vez que los medios improvisan épicas historias de sacrificados héroes, gestas asombrosas de esforzados soldados por la causa de la libertad y la democracia, cumplen con su deber de transferir su pinta de ramplón patrioterismo a las venas de la ignorancia general.
Cada vez que los medios repiten los conceptos puestos a su servicio, como daños colaterales o bombardeos de rutina o guerras preventivas, están cumpliendo con su deber de sosegar conciencias y adjetivar el crimen con eufemismos nuevos.
Cada vez que los medios juegan a la prestidigitación con la crónica del día, y sacan de la chistera famosas agonías mientras desaparecen cementerios; y descubren los ecos y silencian las voces, cumplen con su deber de restaurar orden y pensamiento.
Cada vez que critican en Chávez lo que en Uribe es gracia, y censuran a Fidel por lo que a Bush le aplauden, y bendicen en Montenegro lo que en Euskadi es anatema, los medios cumplen con su deber de desvirtuar la lógica y la historia.
Cuando distinguen entre activistas propios o terroristas ajenos, entre artefactos propios o bombas ajenas, entre acciones propias o atentados ajenos, entre resoluciones que se cumplen o resoluciones que se ignoran, entre elecciones buenas o elecciones palestinas, entre la oportunidad del negocio o el irrespeto de la expropiación, entre el entorno de unos y el congreso de otros, entre el comercio de los míos y el tráfico de los suyos, entre mis víctimas y sus bajas, los medios cumplen con su deber de confundir.
Cuando llaman al expolio, operación; retención al secuestro, maltrato a la tortura; cuando en lugar de crimen ecológico hablan de desarrollo sostenido y sustentable; cuando la destrucción del planeta la definen como progreso, también están los medios cumpliendo con su deber de desinformar.
Y cuando las consecuencias de este caos general en que hoy se agita el mundo, con migraciones masivas de desheredados hacia los grandes centros de poder, sin orden internacional alguno que abra paso a la razón y al derecho, donde mata la anemia y el colesterol pero mata, sobre todo, la ignorancia y la codicia, llegan, finalmente, a la primera página, al primer noticiero, a la primera emisión, los medios cumplen con su deber y sentencian: «ha sido un error, ha sido un accidente».