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Inverosímiles posibles e imposibles verosímiles a través de la comunicación

Fuentes: Rebelión

Los medios en general, y en particular el frenético deambular en realidades manipuladas por poderes anónimos pero no por ello menos omnipresentes, que es el presenciar una programación de televisión de veinticuatro horas (algo muy usual en el presente), emplean inadvertida pero sistemáticamente una perversa regla aristotélica: aquella anunciante de que más vale un verosímil […]

Los medios en general, y en particular el frenético deambular en realidades manipuladas por poderes anónimos pero no por ello menos omnipresentes, que es el presenciar una programación de televisión de veinticuatro horas (algo muy usual en el presente), emplean inadvertida pero sistemáticamente una perversa regla aristotélica: aquella anunciante de que más vale un verosímil imposible, que un posible inverosímil.
 
La programación de medios de comunicación como la televisión, en la cual se agrupan géneros como las películas, noticieros, espacios de opinión, o comerciales de consumo, posee en diferentes dosis esta antigua regla política.
 
Todos los espacios conocidos de un canal televisivo de una u otra forma anuncian imposibles verosímiles en el terreno de los hechos como presente o futuro: esto son los imposibles fantásticos de los argumentos cinematográficos, de los efectos especiales atiborrantes de las películas más publicitadas (algo que en diversa medida posee valor artístico), pero también y en muy buena medida en los prepotentes discursos, declaraciones, o promesas de agentes del poder relatando progresos económicos sustentados por índices matemáticos, afirmando el próximo arribo de la economía y ‘lo social’ al puerto de aguas tranquilas de un logro general de felicidad para la humanidad, algo no visto en ninguna época o lugar del mundo, bajo la fórmula de la concentración acelerada de la riqueza.
 
Los comerciales de televisión así mismo concentran inmensas dosis de estos imposibles verosímiles; que es sino las promesas de rejuvenecimiento mediante una crema de belleza, las de felicidad al ingerir una bebida cargada de colores y endulzantes artificiales o el realce tramposo que se da a la absurda creencia de que un banco controlado por despiadados accionistas ebrios de adoración por el lucro, puedan ayudar generosamente a sus clientes con prestamos de dinero. La propaganda consumista tiene como pilar este principio del verosímil imposible.
 
A su vez, posibles en el mundo social como la distribución general de la riqueza, la desaparición de las diversas formas de indigencia, exclusión y miseria, incluso crecientes en naciones del primer mundo, la adopción de criterios prácticos para proteger el medio ambiente y dentro de él especies animales y vegetales, o la creación de de una renta básica ciudadana, para citar unos ejemplos, son negadas de múltiples formas como ideas sin sustento lógico, contrarias a las inamovibles leyes del mercado y del capitalismo multinacional, o por lo general llevadas al ostracismo. Estas propuestas de expandir un estado de bienestar, de alguna manera una realidad en varios países, son tratadas cuando más como un asunto imposible a nivel de la ciencia ficción, como la colonización de Marte, como idea fuera de todo proyecto racional.
En el caso de los cada vez más raros programas de opinión, los ‘selectos’ invitados para cuestionar y no pocas veces desechar la ocurrencia de posibles inverosímiles como los acotados, esgrimido en veces por algún incómodo invitado, apelan a un discurso de cientificidad ‘incuestionable’ basado en principios principalmente econométricos, jurídicos o religiosos; una retórica que transparenta lo ya sabido de esta clase de argumentos sofistas: su aparición unos seis siglos antes de nuestra era como un medio de afirmación de las posesiones materiales de la que habla Roland Barthes. Es decir de mantenimiento del orden existente. Lo posible con la retórica de estos hombres y mujeres de ciencia pero sin conciencia, como diría Walter Benjamin, conduce a creer a todo el conglomerado social que es de ocurrencia inverosímil, al nivel de la Utopía de Tomás Moro, sus más preciados deseos, pues rimbombantemente estiman los medios que la sapiencia irradiada por estos científicos no es susceptible de ser cuestionada.
 
En otras palabras, los guiones generales de los medios de comunicación cuentan al público lo creíble, aunque en el terreno de los hechos resulte imposible, a través de la manipulación hecha por seres de credibilidad científica pero al servicio de quienes ya detentan poder económico. Esto es lo visto y oído en buena parte de la existencia humana en forma imposición de dogmas, cuestiones de fe o y últimamente en escuelas econométricas. Se convierte en creíble entonces el imposible de que regímenes oprobiosos y crueles basados en la mera fuerza sostenedores de ridículas minorías represoras de todo cambio, favorecen con sus acciones de egoísmo infinito al conjunto de la población por un aún desconocido mecanismo de felicidad que permite a la riqueza concentrada llegar, luego de muchos incomprendidos avatares, a las mayorías desposeídas. Un ejemplo actual tomado en nada a la sazón, nos deja ver la ‘constatación’ del dogma neoliberal, como favorable al desarrollo humano de las mayorías de desempleados, excluidos, indigentes, explotados, etc., aunque los sentidos de estos y hasta los de las minorías, afirmen lo contrario; las tablas estadísticas, los gráficos de crecimientos e inflación con sus infinitas variables de clasificación, reafirmarán de una u otra forma este principio del verosímil imposible, y a la vez arrojarán a los ojos y odios de los espectadores ´pruebas’ de lo inverosímil de cualquier argumento en contra.
 
Por su parte, la redistribución de la riqueza, la instauración de una Renta Básica Ciudadana o el acceso al derecho a la salud como derecho universal por el mero hecho de la existencia, el control de los recursos naturales por parte de los pueblos tomando para ello previsiones de protección del medio ambiente, son tomados como acciones irrealizables a pesar de que en el estado de la civilización actual, con los conocimientos en las ciencias exactas del presente, esto es totalmente verosímil y hasta de ocurrencia en alguna medida, especialmente en algunas naciones del norte de Europa, o habiéndose ya establecido en otras grandes en alguna época posterior a la Segunda Guerra Mundial.
 
De acuerdo a lo anterior, la pretensión de desvirtuar y oscurecer aspiraciones creadas anteriormente y mantenidas en el recuerdo de los receptores de medios como la televisión, en su calidad de medio preponderante, aparece como uno de los objetivos políticos de este. Esto es, incrustar en las mentes de los espectadores verosímiles imposibles mediante un alto nivel de redundancias en la parafernalia de lo emitido. Los recuerdos de la pretensión de prosperidad general, contenidos desde los tiempos del Iluminismo de occidente, parecieran ser el blanco de la televisión y en especial del inmisericorde y estólido telediario; grandes dosis de postulados ampulosos y retóricos cuando más conducentes a la compasión inocua y selecta por los semejantes en lo individual, pero que guardan los motivos de las desgracias de la mayoría de población mundial y los nombres de los hombres y mujeres de carne y hueso propiciadores de estas, para con ello inhibir la búsqueda de soluciones de fondo, en donde se inscriben directamente los posibles, a su vez convertidos en inverosímiles por la inveterada manipulación de los poderosos y sus sacerdotes y escribas.
 
La realidad posible de conformidad con la ciencia existente y los acuerdos tácitos y no por esto menos reales de todos los habitantes del planeta, sobre una nueva y superior realidad nacida de la universalización del agua potable, la salud, el alfabetismo funcional, la libertad en forma de realización personal dentro del marco social, la conservación de todas las formas de vida en el planeta, logros con múltiples variables dentro de lo posible, y no obstante colocados irracional e irónicamente en el terreno de la locura, como inverosímiles, de una manera descarada y canalla, si tenemos en cuenta los efectos en dolor innecesario de estos actos a cientos de millones. A la par se da paso con frases rimbombantes y vacías en términos de las ciencias sociales a imposibles acomodados con trapacería de verosímiles como la acumulación de riqueza en pocas manos elevada a fórmula de bienestar social general y otro gran cúmulo de nimiedades puestas artificiosamente bajo esta misma formula a la altura de realidades concernientes a la humanidad.
 
La credibilidad de que un imposible como que el acumular riquezas, despilfarrar recursos no renovables o que la acumulación infinita de armas atómicas, permita ser a un pueblo o nación ser más culto, seguro y respetable, tiene algo que ver en la constancia en la difusión privilegiada de estos postulados, por parte de algunos supuestos doctos en ciencias sociales, pero ocultamente transmisores de dogmas en unos siglos o menos, tan intricados y extraños, como lo es ahora para nosotros el misterio teológico de la Santísima Trinidad del siglo III de nuestra era.
 
Las aspiraciones de bienestar general, o de felicidad de los pueblos si empleamos un lenguaje del siglo XIX, no son nuevas, y de una u otra forma han estado presentes en el conciente e inconsciente de la humanidad. Ese es un verosímil posible en estos tiempos de realizaciones de la ciencia, pero al cual se debe llegar pasando por encima cantos de sirena de ideólogos mercenarios y de sus correlativos escribas del poder.
 
Los científicos humanistas y periodistas con sensibilidad deben tener las oportunidades para expresar estos anhelos comunes en forma razonada y simple, y los medios deben darles la oportunidad para hacerlo. Claro, medios no bajo el control de los adoradores y favorecidos con la repetición incesante de las ‘leyes naturales’ de la injusticia imperantes, pues unos y otros (los poderos y sus leales empleados mediáticos), se hayan dedicados a la tarea de un calculado esfuerzo de control social directamente relacionado con el practicado desde tiempos antiguos por sacerdotes de todos los cultos, mediante sus repetidas liturgias religiosas, o sofistas y escribas con el poder de la palabra y la escritura, todos determinados en sus acciones por su ubicación dependiente de poder, hoy expuestos con grandilocuencia en las deslumbrantes técnicas mediáticas.
 
Desenmascarando los propósitos del poder y sus agentes, vamos llegando a la conclusión de que los hoy inverosímiles son posibles e indispensables.
 
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Bibliografía

La Política: Aristóteles.
Aventura Semiológica: Roland Barthes.