Las palabras, hechas para designar las cosas, pueden perfectamente esconderlas. Si no fuese así, el enunciado de algo develaría su significado. Pero quien trabaja con palabras sabe de las trampas que pueden contener. Las palabras pueden prestarse a manipulaciones ideológicas. Vamos a abordar un caso muy significativo y difundido en los discursos contemporáneos, reproducidos usualmente […]
Las palabras, hechas para designar las cosas, pueden perfectamente esconderlas. Si no fuese así, el enunciado de algo develaría su significado. Pero quien trabaja con palabras sabe de las trampas que pueden contener. Las palabras pueden prestarse a manipulaciones ideológicas. Vamos a abordar un caso muy significativo y difundido en los discursos contemporáneos, reproducidos usualmente por los medios de comunicación.
Un periodista holandés analiza la utilización de algunas palabras para referirse al conflicto entre Palestina e Israel, y cómo ellas revelan operaciones ideológicas que precisan ser descifradas. Joris Luyendijk usa ejemplos de la cobertura de ese conflicto para demostrar como la forma por la cual se denominan las cosas imprime inmediatamente un carácter a las noticias y al sentido mismo del conflicto.
¿Debemos usar «Israel», «entidad sionista», «Palestina ocupada? ¿»Intifada», «Holocausto», «lucha de Independencia?» ¿Los territorios son «cuestionados», u «ocupados?» ¿Deben ser «cedidos», o «devueltos»? ¿Se trata de una «concesión», si Israel llega a cumplir las resoluciones de los tratados internacionales que definen los territorios como ocupados, y por lo mismo, de obligatoria devolución?
No hay palabra neutra, dice Luyendijk. Y nos invita a un ejercicio de múltiple elección, frente a la noticia de una agencia internacional.
«Hoy en Judea y Samaria / en los territorios palestinos / en los territorios ocupados / en los territorios en disputa / en los territorios liberados, tres palestinos / inocentes / terroristas musulmanes fueron eliminados preventivamente / brutalmente asesinados / muertos por el enemigo sionista / por las tropas de ocupación israelíes / por las fuerzas de defensa israelíes».
Reescribe según te parezca que debe ser dada la noticia, y yo te diré quien eres, qué visión tienes del conflicto, de las fuerzas que se enfrentan, y al mismo tiempo, de las agencias de noticias y de la prensa que reproduce sus versiones.
Y Joris se pregunta: ¿por qué un judío que reivindica la tierra que le fue dada por Dios es un «ultranacionalista», en tanto que un musulmán que piensa de la misma forma es un «fundamentalista»? ¿Por qué un gobernante árabe que opta por una política diferente de la de los occidentales es un «antioccidental», pero un gobernante occidental que opta por una política diferente de la de los orientales no es llamado «antioriental?» ¿Alguien vio que a un líder político estadounidense lo llamaran «radicalmente antiárabe?»
Un dirigente israelí, partidario del diálogo, es llamado «paloma». En tanto un palestino que sostiene la misma posición es llamado «moderado», para dar una idea de que la violencia se instaló en el corazón de cada palestino, con algunos, entre ellos, que han conseguido «moderar» esa naturaleza profunda. Mientras Hamas «odia» a Israel, ningún partido o líder israelí jamás «odia» a los palestinos, aún cuando pregonen su expulsión. En este caso, ¿se trata de una «limpieza étnica?» ¿O de un «desplazamiento involuntario?» ¿O simplemente de «una transferencia?»
Los grandes medios de comunicación occidental no usan la palabra «ocupación» para designar los territorios bajo control militar de Israel. Piden a la Autoridad Palestina que modere la resistencia, buscando así «demostrar que no hace lo bastante contra la violencia». Sin embargo, no se explica a los occidentales el terror, la opresión, la humillación que se esconde tras la palabra «ocupación». Los muertos israelíes – tres veces menos que los palestinos – tienen nombre, apellido, cara, familia, empleos, amigos, barrio y casa en la que viven, mientras que los palestinos desaparecen bajo la expresión «terrorista palestino» y otras similares.
Fidel Castro es invariablemente «dictador», no siendo llamado así el presidente egipcio Moubarak o el presidente paquistaní Mousharaf o los dirigentes de los países árabes aliados de occidente. Tampoco los dictadores brasileños Castelo Branco, Costa e Silva, Médici, Geisel e Figueiredo, todos «ex-presidentes brasileños», según la prensa local.
Los canales de noticias acostumbran a caracterizar su trabajo con lemas como: «Nosotros informamos, usted decide». No obstante, queda claro que el tipo de información -las palabras usadas para designar quién es quién en cada conflicto y cuál es la naturaleza del mismo-, condiciona fuertemente, si es que no las contiene ya de todo punto, las respuestas a las preguntas aparentemente planteadas.
Emir Sader es miembro de Consejo Editorial de SINPERMISO. La editorial Boitempo acaba de publicar una nueva edición de La venganza de la historia, con un nuevo capítulo donde Sader hace un balance del primer gobierno de Lula.
Traducción para www.sinpermiso.info: Carlos Abel Suárez