Las punzantes palabras de la presidenta Cristina Kirchner contra el «primer mundo» de la semana pasada recuerdan a una conocida máxima del kirchnerismo: mientras más se avanza en medidas ortodoxas, más dureza retórica se utiliza en contra del «Mercado». Es muy lógico condenar desde la Argentina la irracionalidad de la burbuja financiera que explotó en […]
Las punzantes palabras de la presidenta Cristina Kirchner contra el «primer mundo» de la semana pasada recuerdan a una conocida máxima del kirchnerismo: mientras más se avanza en medidas ortodoxas, más dureza retórica se utiliza en contra del «Mercado».
Es muy lógico condenar desde la Argentina la irracionalidad de la burbuja financiera que explotó en estos meses en la principal economía mundial, sobre todo cuando el gobierno de Bush que generalmente se opuso a los salvatajes financieros (salvo en el caso de Turquía, un aliado estratégico de Estados Unidos) tuvo que ir en contra sus propias ideas para que no se derrumbaran más bancos norteamericanos en cadena.
Sin embargo, esto no implica adoptar una actitud de soberbia, la misma que se le criticaba a los centros financieros internacionales en 2002 cuando la Argentina quería levantar cabeza en medio de su peor crisis.
Pero tal vez la razón que haya movilizado ahora a la Presidenta a apuntar sus cañones retóricos hacia el Norte sea similar a la que utilizó Néstor Kirchner cuando disparaba contra el FMI mientras le pagaba al contado al organismo una deuda de US$ 10.000 millones, o cuando le pegaba con dureza a los bancos mientras les abonaba abundantes compensaciones por la pesificación asimétrica.
Los analistas políticos bromeaban entonces con la necesidad de Kirchner de oscilar entre sus acciones conservadoras (como su política fiscal hasta fines del 2005) y su retórica populista.
Tal vez ahora, cuando la Presidenta haya comenzado a transitar el camino de pagarle al Club de París, dialogar con los bonistas en default, subir tarifas, planchar el dólar para que baje en términos reales y aumentar el superávit fiscal, todo en función de una ecléctica estrategia para frenar la inflación, sea lógico que lance diatribas «anticapitalistas» que no se corresponden con las acciones de Gobierno.
Seguro que no es anticapitalista un gobierno que prefiere explicarle al FMI en Washington antes que a la propia sociedad argentina, como ocurrió hace dos semanas, cuáles son «los cambios metodológicos» aplicados al manipulado Indice de Precios al Consumidor (IPC).
Tampoco es «anticapitalista» un Gobierno que mantiene en su cargo a un funcionario como Guillermo Moreno, que con su política de autorizar o rechazar discrecionalmente subas de precios perjudicó a los eslabones más débiles de la economía desde 2006 y, por lo tanto, favoreció la concentración económica.
Quienes votaron al kirchnerismo estarán esperando que el Gobierno, en vez de ladrar tanto, tome medidas para mejorar la distribución del ingreso y para desmonopolizar mercados. Eso sería verdaderamente progresista.