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La cloaca que no vemos

Fuentes: La Jornada Semanal

Pasa que la televisión es cómplice de abusos que enfurecen a cualquiera. Pasa que el mayor de sus pecados sería el de omisión porque desinforma, tuerce, aprovecha el fanatismo religioso, que es a su vez fuente y fruto del indolente colectivo y la ignorancia de muchísimos mexicanos, para apuntalar un andamiaje social cruzado de ambivalencias […]

Pasa que la televisión es cómplice de abusos que enfurecen a cualquiera. Pasa que el mayor de sus pecados sería el de omisión porque desinforma, tuerce, aprovecha el fanatismo religioso, que es a su vez fuente y fruto del indolente colectivo y la ignorancia de muchísimos mexicanos, para apuntalar un andamiaje social cruzado de ambivalencias indignas, discursos donde brincan alegres las palabras progreso, civilidad o valores morales (cristianos, se entiende, que se estrechan en una preceptiva tradicionalmente agostada por su característica intolerancia) y una sobrante sarta de paparruchas. Pero suele callar hechos y nombres de quienes cometen injusticias o se benefician de ellas cuando pertenecen al clero. Gran número de infamias se amontonan en el olvido porque los dueños de las televisoras mexicanas son incondicionales al clero. El clero tiene más fuero que los militares. Ambos abusan y la tele calla. Cuando no callan, los teleperiodistas son expulsados del medio, silenciados, viene la mordaza. Alguien niega ampulosamente lo que pasa y termina por no pasar nada.

La Iglesia católica en México ha cometido crímenes sin castigo que van desde cuando reinaba el terror de la Inquisición, que era todo menos santa, hasta modernas, jugosas estafas: allí sumergido, dicen que hasta la gorda papada, el obispado de Ecatepec, o como cierto párroco tapatío de apellido Barba que desapareció, dicen, con varios millones antes de que el subnormal gobernador de Jalisco, Emilio Márquez, decidiera que el erario público pusiera más dinero para ese oprobio histórico que es el templo de los mártires cristeros, parnaso de una cáfila de reaccionarios que azuzaron a la chusma fanatizada y se dedicaron felizmente a desorejar maestros, o como las fechorías sexuales del ya extinto (e impune) Marcial Maciel y sus secuaces legionarios, saga criminal vastamente documentada por Sanjuana Martínez. Allí, sin tener que rebuscar mucho en la mierda, la protección denunciada hasta el internacional hartazgo que da el arzobispo Norberto Rivera a un cura de apellido Aguilar, acusado de violar niños; allí otros muchos casos similares, despreciables, calificados por buena parte de la feligresía ciega como mala leche, aunque se le muestren pruebas y testimonios. Y la tele siempre, claro, solapadamente, claro, con disimulos de buena cortesana, claro, de parte del clero, claro.

Un caso reciente y veracruzano: pasa que una camioneta lujosa circula a exceso de velocidad por las calles céntricas de un pueblo apacible y rodeado de verdores que se llama Huatusco. Pasa que esa camioneta la conduce un gordo con fama de déspota, un gordo sobre el que ya alguna vez pesaron acusaciones graves, como la protección a un cura estuprador o el fraude. Pasa que el gordo pierde el control y se lleva entre las pezuñas un poste de luz, un automóvil y luego se sube a la banqueta para terminar arrollando a siete personas, casi todas mujeres, un par de niños entre ellos. Rompe caras, cabezas, brazos, pelvis. Una anciana es asesinada por el gordo. El impacto le revienta allí mismo el cráneo y le arranca una pierna al arrastrarla varios metros. El gordo dice que perdió el control por un desmayo de diabético, que repite cuando baja de la camioneta y mira lo que hizo. Una testigo afirma que el gordo balbucea, que apesta a alcohol, ahogado de borracho, pero nadie quiere oírla. En la historia personal del gordo flotan lejanas acusaciones de borrachín. Pasa que la muerta, Reyna Marchena, fue una mujer muy humilde. Vendía chiles. Pasa que pesa más el gordo cabrón: pasa que el gordo es un señor obispo católico, de la cercana ciudad de Córdoba, que se llama Eduardo Porfirio Patiño Leal, y que no se le hizo prueba de alcoholemia a pesar de los síntomas. Pasa que los mismos agraviados, «pobre señor obispo», no presentan cargos. Pasa que el ministerio público se hace de la vista gorda. Pasa que otros funcionarios del gobierno veracruzano exculpan al gordo a priori, quien sale libre con una fianza para aparecer luego con brazuelo en cabestrillo, pidiendo perdón y que oremos todos por la paz. Pasa que no pasa nada. Que la nota apenas alcanzó a asomar la cabeza en la tele. Que los jodidos siguen y seguirán jodidos. Que el gordo cabrón no tarda en estrenar otra camioneta. Que un fraude se persigue de oficio pero lo que hizo este infeliz no. Que nada de esto va a pasar ya en la tele, porque la ve demasiada gente. Pasa que podéis ir en paz, que la misa ha terminado. Que es por los siglos de los siglos. Que amén.

http://www.jornada.unam.mx/2009/09/06/sem-moch.html