Ser director de El País tiene que hacerle a uno considerarse muy importante. Tanto como para entrevistar al presidente de un país y Premio Nobel y publicar más palabras tuyas que del entrevistado. Sucedió el 14 de marzo. Javier Moreno entrevista a Simón Peres, presidente de Israel y Premio Nobel de la Paz. Cuatro páginas […]
Ser director de El País tiene que hacerle a uno considerarse muy importante. Tanto como para entrevistar al presidente de un país y Premio Nobel y publicar más palabras tuyas que del entrevistado. Sucedió el 14 de marzo. Javier Moreno entrevista a Simón Peres, presidente de Israel y Premio Nobel de la Paz. Cuatro páginas del periódico. Me dediqué a marcar con bolígrafo los fragmentos que correspondían a cada uno de ellos, en todas las páginas hay más palabras del entrevistador que del entrevistado. En la primera de ellas, por ejemplo, del total de 196 líneas, 168 proceden del periodista y sólo 28 de Simón Peres. También me tomé la molestia de observar del total del texto de la entrevista cuantos caracteres correspondían a palabras del entrevistado y cuántos al entrevistador: El total eran 26.057 caracteres, de ellos 9.875 corresponden al presidente de Israel y 16.182 al director de El País.
Además es confuso diferenciarlo, tuve que recurrir a la versión en pdf. Por lo que no se puede saber si el objetivo era lucirse el periodista más que el entrevistado o lograr que las opiniones del redactor puedan parecer que corresponden al presidente de Israel. En cualquier caso la sintonía es absoluta. Comienza ya en la introducción que ocupa más de 130 líneas, más de dos terceras partes de la primera página. Todo un empalago hacia Simón Peres. Incluso describe el lugar como «un despacho cuajado de libros», como si el periodista estuviese acostumbrado a ver otras cosas en los despachos de los presidentes. Hace también referencia a la «construcción de nuevas viviendas para israelíes en la parte árabe de la ciudad», obviando el término palestino, que sustituye por árabe.
Así de delicado cuenta que no le permiten continuar cuando termina el tiempo:
«sólo su complicada agenda le impide prolongar la charla más allá del tiempo acordado, así como retomarla por la tarde como inicialmente me propone. Sus ayudantes, respetuosos pero firmes, se lo impiden».
El periodista justifica ya un ataque de Israel a Irán:
«un ataque preventivo de sus fuerzas armadas (se refiere a las israelíes) (que) acabe con el programa nuclear iraní».
Antes de que Peres comience a criticar al presidente iraní, empieza el periodista:
«El presidente iraní amenaza ritualmente con borrar Israel del mapa, lo que comprensiblemente evoca las peores memorias del Holocausto, y ha convertido Irán en el problema número uno del Estado judío, por encima de cualquier otra consideración o circunstancia».
Pero no es lo mismo no desear la existencia del Estado de Israel que asesinar a millones de judíos. Si le preguntasen al presidente iraní si está de acuerdo con que el Estado de Israel se ubique en Europa seguro que diría que sí.
El entrevistador se permite párrafos como éstos, antes incluso de que el presidente de Israel abra la boca:
«Pocos creen en Israel que las sanciones que Estados Unidos pueda pactar en las Naciones Unidas sirvan a su objetivo final: impedir que el régimen iraní ingrese en el club de las potencias atómicas. Y menos aún confían en que Obama actúe por la fuerza si las sanciones acordadas (caso de que se acuerde algo razonablemente disuasorio) fallan. Consecuencia de todo ello es que la región entera se está desestabilizando a velocidad de vértigo y nuevas y peligrosas fracturas emergen con más rapidez de lo que resulta posible taponar».
De la propia cosecha del periodista leemos afirmaciones de este tipo:
«Los países árabes de Oriente Próximo han convivido durante décadas con la convicción de que Israel dispone de un arsenal atómico. Y sin embargo, esas mismas naciones no se resignan ahora a aceptar una bomba atómica chií. Egipto, Arabia Saudí, Jordania: nadie quiere ver cómo Teherán logra el arma nuclear».
Éste es un ejemplo de cómo plantea una pregunta:
«Todos esos países árabes, sin embargo, temen a Teherán, un régimen revolucionario dentro de sus fronteras, y fuera de ellas. La mera posibilidad de que el régimen de los ayatolás construya una bomba atómica les causa escalofríos por su capacidad de influencia no sólo en organizaciones (Hezbolá, Hamás) percibidas como una amenaza a su estabilidad, sino también en el corazón y las voluntades de millones de ciudadanos islamistas (moderados o no) que desconfían tanto de sus Gobiernos como éstos de ellos. ¿Qué sucede si, de todas formas, Irán construye una bomba atómica?»
Sigue con sus afirmaciones:
«Hay algo más que indicios de que Israel no está solo en esa guerra, sino que dispone de cierto grado de colaboración por parte de varios países árabes que consideran que el islamismo radical amenaza la estabilidad de sus regímenes tanto o más que al Estado de Israel».
No hace falta que Peres opine o exponga su visión de Hamás, ya lo hace el periodista
«El constante ascenso de Hamás desde su fundación en 1987, su influencia creciente (especialmente desde que se hiciera con el control de Gaza en 2007), los sucesivos ataques terroristas contra Israel, tanto suicidas como mediante misiles, y su lucha a muerte con los palestinos de Fatah no han hecho más que complicar aún más el ya de por sí enrevesado tablero de Oriente Próximo».
El periodista hace piña con el líder israelí:
«Peres sostiene que convertir Irán en un problema exclusivamente israelí, del que la comunidad internacional pueda desentenderse llegado el momento del enfrentamiento abierto, constituiría un error, y en ello coincide al milímetro con todas las opiniones que he podido recabar estos días en Israel, tanto de altos responsables del Gobierno como de la oposición, como si de repente la sociedad israelí al completo comprendiese que, en el momento supremo de la verdad, cuando llegue el cara a cara definitivo con Teherán, el mundo ha de sentirse comprometido con su destino».
El periodista le ayuda a proponer una agresión a Irán:
«¿Y si todo eso fracasa, se puede descartar un ataque preventivo de Israel?»
El surrealismo llega cuando llega el momento en que Peres termina preguntando, y el propio periodista debe aclarárselo al lector:
«- ¿Por qué resulta tan difícil hacer las paces con los palestinos?
No soy yo quien hace la pregunta, sino el propio Peres. Y la genuina y hasta honesta sorpresa que parece encerrar la mera formulación de este interrogante mide con precisión la descomunal distancia que separa a israelíes y palestinos pese a todos los cambios que se están produciendo en los últimos meses. Peres no se ha preguntado por qué resulta tan difícil hacer las paces con los israelíes. O por qué resulta tan difícil que israelíes y palestinos hagan las paces. Se pregunta, pese a toda la experiencia de sus casi 90 años, por qué resulta tan difícil hacer la paz con los otros, la pregunta eterna de todo conflicto desde que se inventaron los conflictos».
La pregunta de Peres es seguida de ¡107! líneas de texto del entrevistador.
El periodista lo ha conseguido. El Premio Nobel de la Paz hace las preguntas y el director de El País las responde.
Posteriormente, Javier Moreno plantea de la siguiente forma la confrontación entre Israel y Gaza en diciembre de 2008, así deja claro quién comenzó el conflicto y aterrorizó, y quién vio agotada su paciencia:
«Los ataques suicidas que aterrorizaron a la ciudadanía israelí, primero, y la utilización del territorio como base para lanzar miles de cohetes sobre ciudades, kibutzim, campos de cultivo y aparcamientos agotaron la paciencia de los sucesivos gobiernos israelíes y llevaron al Ejército a lanzar una operación en Gaza que durante tres semanas en el invierno de 2008-2009 causó centenares de muertos, mujeres y niños incluidos, destruyó escuelas, hospitales y numerosas instalaciones civiles».
Las cifras oficiales de muertos palestinos fueron 1.400, o sea catorce cientos. En cambio el periodista sí habla de miles de cohetes palestinos.
Para exponer la situación que atraviesa Israel el entrevistador se pregunta esto:
«¿Cuánto tiempo puede un país vivir en guerra sin arruinar su democracia? ¿Cuánto tiempo puede una sociedad sufrir los embates del terrorismo más cruel sin ver cómo se tambalea su estatura moral?»
Los palestinos son los que ejecutan el «terrorismo más cruel» y los israelíes los que lo sufren desde su «estatura moral». No necesita el presidente israelí justificar nada, ya lo hace el director de El País.
Viendo el estilo del director del periódico ya podemos comprender el periódico que termina apareciendo todos los días.
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