En estos tiempos donde Eduardo Duhalde clama por un orden represivo y Mauricio Macri lo trata de imponer en la Capital, es bueno estar atento a esa derecha. Pero también a la que existe dentro del PJ. Está muy bien que la ciudadanía se preocupe cuando Duhalde lanza su candidatura justo un 20 de diciembre, jornada […]
En estos tiempos donde Eduardo Duhalde clama por un orden represivo y Mauricio Macri lo trata de imponer en la Capital, es bueno estar atento a esa derecha. Pero también a la que existe dentro del PJ.
Está muy bien que la ciudadanía se preocupe cuando Duhalde lanza su candidatura justo un 20 de diciembre, jornada que en 2001 dejó 39 muertos. Tal preocupación fue in crescendo cuando el candidato hizo declaraciones desde Estados Unidos calificando a la situación argentina como «preanárquica» y propuso reinstaurar el «orden». Esta línea concita el apoyo de la videlista Cecilia Pando, los menemistas Miguel Toma y «Tata» Yofre, etc.
La receta duhaldista compite en esa franja derechosa con su amigo y adversario Mauricio Macri. El puente entre ambos es el multimillonario misionero Ramón Puerta, otro que bien baila en propugnar soluciones policíacas para enderezar (léase derechizar) la política.
Frente a esa oferta, resalta el discurso democrático de Cristina Fernández y sus medidas más recientes, como la designación de Nilda Garré en Seguridad. El descabezamiento de la Policía Federal -entre 13 y 18 comisarios- y la orden de que la fuerza no porte más armas letales frente a movilizaciones populares, contrastan con esa «mano dura» del duhalde-macrismo.
Sin embargo, el kirchnerismo tiene su propia derecha: Daniel Scioli, cuya receta no le va en zaga a la de aquellos opositores. No se trata de un problema menor, atento a que el ex motonauta gobierna la principal provincia y alienta un plan presidencial, si bien éste se diluyó luego de la muerte de Néstor Kirchner y la suba en imagen positiva de su viuda. Pero diluido no es sinónimo de descartado.
El ex empresario de electrodomésticos ingresó a la política de la mano del ex presidente Carlos Menem, en la misma camada de Ramón Ortega, Lole Reuteman y otras expresiones decadentes de la música y el deporte. Luego, sin inmutarse, sirvió como ministro de Turismo a Eduardo Duhalde, para finalmente recalar como vicepresidente de Kirchner en 2003 y gobernador bonaerense en 2007. Si entre el riojano, el bonaerense y el patagónico hubo diferencias políticas y de estilo a la hora de gobernar, eso no pareció importar demasiado a Scioli. Su pragmatismo, del que se ufana, es un oportunismo ramplón, para el que da lo mismo todo lo que tenga como común denominador estar cerca del poder. De cualquier poder.
En 2003, como vehículo de la presión de la derecha duhaldista y la jerarquía eclesiástica, tuvo palabras contrarias a la continuidad de los juicios por violaciones a los derechos humanos. Era favorable a una «reconciliación» que el cardenal Bergoglio explicó mucho mejor que él.
Y como receptáculo de los reclamos de la capa superior del empresariado, el vicepresidente auguró aumentos de las tarifas de los servicios públicos, tal como reclamaban las privatizadas. Esa vez Kirchner lo mandó a callar.
El polvorín
El personaje se elogia a sí mismo diciendo que el fuerte suyo es el gobernar todos los días. Pero un balance más o menos objetivo de Buenos Aires arroja varios aplazos para su máxima autoridad.
La crisis habitacional que aún persiste en la Capital Federal y el conurbano, con el consiguiente reguero de tomas de tierras, muestra que Scioli ha sido un mal gobernador.
En estos días hubo una decena de ocupaciones de terrenos, en Bernal, Quilmes, San Francisco Solano, La Matanza, etc, amén de que el 5 por ciento de los 5.866 censados en el Parque Indoamericano procedía del conurbano.
En ese polvorín y cordón viven 9 millones de personas y muchos tienen necesidades básicas insatisfechas en vivienda pero también en trabajo y salud. Luego de cuatro años de gestión, el mandatario debió solucionar por lo menos una parte de esa deuda social, él que tan peronista dice ser.
Y un reflejo de ese déficit fue que en las legislativas de junio de 2009, siendo candidato testimonial del PJ-Frente para la Victoria, fue derrotado por Francisco De Narváez y Felipe Solá.
Ese traspié fue la consecuencia casi lógica de la derrota política y legislativa del gobierno nacional frente al alzamiento destituyente de la Mesa de Enlace Rural. Scioli, lejos de confrontar con esos intereses, confraternizó con ellos, al punto que su ministro de Agricultura, Emilio Monzó, luego despedido, apoyó a los ruralistas.
Ese funcionario no hacía más que coincidir con el propio Scioli que en 2008, una semana antes de detonar el conflicto por la resolución 125, inauguró Expoagro, propiedad de los monopolios Clarín y La Nación. El reemplazante de Monzón, Ariel Franetovich, fue orador en la tercera jornada de esa Exposición en Baradero, en 2010, que también fue inaugurada por el gobernador. En julio del mismo año Scioli fue a la Exposición de la Sociedad Rural y compartió mesa con Hugo Biolcati y los otros tres capitostes de la Mesa de Enlace.
Quiere decir que en la principal batalla del gobierno nacional por cobrar más retenciones a los sectores oligárquicos y pooles de siembra, el jefe político de Buenos Aires estuvo durmiendo con el enemigo. Y ese conflicto no tuvo sólo una arista fiscal sino otra profundamente política, porque en los momentos más ásperos se puso en tela de juicio el mandato de la presidenta.
Después vino la confrontación por la ley de servicios de comunicación audiovisual, donde el obstáculo fue Clarín. Ese grupo defendió la vieja ley de la dictadura militar. El pueblo en la calle demandó otra de la democracia. La mayoría del Congreso así lo entendió y votó. ¿Y Scioli? Mutis por el foro cuando Héctor Magnetto bloqueaba la norma y cuando lo sigue haciendo ahora con «medidas cautelares» de la justicia. Ese es Scioli: la derecha peronista.
Amigo de Netanyahu
Promediando 2010, el gobernador bonaerense consideró llegado el momento de jugar por su candidatura presidencial. A eso fue a Mar del Plata al Seminario de IDEA junto a los popes de la Unión Industrial y el establishment. Como ocurrió otras veces, fue el solitario representante del gobierno, pues la presidenta y sus ministros dejaron vacíos sus asientos, como también lo hacen con la Exposición de Palermo.
En octubre pasado Scioli admitió a una radio que su candidatura presidencial «si tiene que llegar, llegará». El defecto de tal declaración fue que dejaba el asunto librado a cierto azar, como si fuera algo independiente de su voluntad. La verdad es que el hombre estaba fogoneando su candidatura, por lo bajo, sin desafiar abiertamente a Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Desde el campamento presidencial se lo hostigó con sendas notas de Horacio Verbitsky en Página/12 («Scioli desatado», 10/10), y «Atado con alambre», 17/10). Allí se repasaban los esfuerzos por preparar esa candidatura junto a su equipo de gobierno bonaerense y el Procurador General del Tesoro, su amigo Joaquín da Rocha, que acaba de renunciar a ese cargo. Fue reemplazado por Angelina Abbona, funcionaria proveniente de Santa Cruz.
En el masivo acto organizado por la CGT en el estadio de River, Scioli quedó en incómoda posición luego que Hugo Moyano dijera que ese era el encuentro de la lealtad. El de IDEA en Mar del Plata, ¿había sido el de la traición?
El fallecimiento de Kirchner impuso por lo menos una pausa a aquellos planes del bonaerense. Conciente del nuevo impulso que ganó Cristina Fernández, dijo que su misión era gobernar la provincia.
Pero en algunos gestos se adivina que aquella intención se mantiene latente. Por ejemplo, emprendió una gira a Israel y «La Nación» tituló: «Una agenda presidencial para Scioli» (30/11). Si alguien mantenía alguna duda sobre la condición derechista del viajero, deberá disiparla al saber que departió amablemente con el neonazi premier Benjamin Netanyahu, el nazi canciller Avigdor Lieberman (el mismo que propuso arrojar la bomba atómica contra los palestinos en Gaza), el ministro de Industria, Ben Eliécer y el de Seguridad, Yitzhak Ahoronovitch.
Al último lo entrevistó junto con su ministro de Justicia y Seguridad, Ricardo Casal, y el jefe de la policía bonaerense, comisario Ricardo Paggi. Los viajeros estaban muy interesados en la tecnología y armamento israelí para «la prevención del delito, la lucha contra el narcotráfico y la eliminación de la violencia juvenil».
Esas no parecen ser las prioridades de la flamante ministra de Seguridad ni las instrucciones de la presidenta. Pero Scioli es la derecha peronista y tiene sus propias opiniones. Por ejemplo, elogió a Netanyahu: «el hombre fue ministro de Economía, es una mente brillante» (LA ARENA, 30/11). De los 12.000 palestinos asesinados por Israel en estos años, no dijo ni mu.
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