Los medios de comunicación han tenido una relación compleja pero no contradictoria con respecto al movimiento 15-M. En términos generales la primera reacción fue el silencio, casi el desdén: apenas tres medios se presentaron a la rueda de prensa que informaba sobre la movilización prevista el 15 de mayo. La masiva ocupación del espacio público […]
Los medios de comunicación han tenido una relación compleja pero no contradictoria con respecto al movimiento 15-M. En términos generales la primera reacción fue el silencio, casi el desdén: apenas tres medios se presentaron a la rueda de prensa que informaba sobre la movilización prevista el 15 de mayo. La masiva ocupación del espacio público por parte de la población y la difusión de las movilizaciones por los medios extranjeros arrastraron a los medios españoles temerosos de perder credibilidad. Cuando la realidad no puede ser omitida mejor airearla para poder «gestionarla». El tratamiento y la imagen construida ha sido, en inicio, amable: chicos jóvenes -ya se sabe que los jóvenes tienen energía y siempre están disconformes-, lemas genéricos -la audiencia sabe que vive en una democracia, imperfecta, claro, pero mejorable-, indignación -no es un movimiento autóctono sino deudor del libro del francés Stéphane Hessel, «indignaos». Hay que conjurar el peligro desde el inicio.
A medida que pasan los días, una vez ganada la credibilidad del gran público (los medios son creíbles cuando no ocultan la noticia), hay que canalizar, filtrar y orientar. En una democracia, si la gente puede decir lo que quiera tiene que decir lo correcto -decía Bernays-.
El movimiento ha desarrollado una buena estrategia hacia los medios pues intuye que los medios nunca ayudarán a las revoluciones. Los medios no son parte del poder, son el poder corporeizado. Los sistemas políticos contemporáneos no podrían sostenerse sin los medios de comunicación -decía Lippman en 1927-. Por eso, no son los medios masivos quienes establecen la agenda del movimiento. «¿Quién nos puede contar lo que ha pasado en la Asamblea? ¿nos podéis pasar los acuerdos? ¿quién es el portavoz?» Los periodistas se irritan. No hay portavoces del movimiento (sí de algunas organizaciones cuyos miembros participan a título individual). Cada cual es libre de contestar y hablar a los medios pero no hay un portavoz del movimiento, no hay comunicados de prensa, hay comunicaciones de la Comisión de Comunicación y de los grupos de trabajo, las actas de las múltiples asambleas son públicas y se cuelgan en Internet. Nadie simplifica los mensajes. Los periodistas son obligados a trabajar. Se insertan en las asambleas, toman notas, tratan de averiguar de qué se discute. Tratan de forzar a los participantes para que les suministren «resoluciones», «acuerdos», «notas». Por primera vez los medios alternativos -parte del movimiento-, juegan con ventaja.
La no violencia es también un arma contra la lógica de unos medios ávidos de espectáculos que colocan la cámara siempre detrás del policía.
El movimiento ha generado sus propios medios, Internet (Webs, blogs, foros, red social), una radio en el campamento, una Comisión de audiovisuales que recorre y graba Asambleas y entrevistas a los participantes (siempre preguntando si se quiere o no ser grabado). El movimiento se documenta y habla de sí mismo, sin intermediación. El movimiento lucha por la palabra en todos los frentes. La lucha por la democracia es también la lucha por la palabra.
El movimiento establece el campo de batalla y las reglas del juego. Por eso, los medios buscan fuera del movimiento la producción de la noticia-mercancía. Se reclutan tertulianos, opinadores de profesión. Los todólogos (sociólogos, intelectuales y políticos) adquieren un papel importante: se autonombran portavoces. Arrecian las entrevistas al mundo periférico que coyunturalmente se pasea por el campamento y las asambleas: ¿Puedes decirme si el movimiento influirá en los resultados electorales? ¿qué es lo que quiere el movimiento? ¿tiene futuro? Los medios inundan de opiniones buscando la simplificación adecuada que se adapte al formato estándar. En nuestras democracias la simplificación mediática se confunde con la opinión pública.
Los ataques mediáticos se suceden en esta nueva fase: «los comerciantes de la plaza están en contra del movimiento» -habla un representante de los comerciantes-. La gente de la plaza se distribuye por todos los comercios de la plaza y alrededores, realiza una encuesta y un vídeo con entrevistas: los comerciantes en su mayoría están encantados con la ocupación de la plaza, algunos aumentaron las ventas.
Las plazas españolas han arrebatado a los medios el monopolio de la construcción de la opinión pública. Esto es terrorismo. Los medios se sienten amenazados. El poder olfatea el peligro.
Ignorar-divulgar-simplificar-orientar, es la secuencia seguida por los medios de comunicación españoles.
El papel de los intelectuales y las organizaciones de izquierda
Empiezan a circular por Internet artículos, opiniones, suposiciones sobre el 15-M que provienen de algunas «gentes de izquierda». Posiciones críticas sobre el movimiento que se vuelcan en los medios alternativos. De estos intelectuales son pocos los que han participado activamente en las asambleas, pocos los que se han implicado en aportar sus conocimientos y experiencia organizativa al movimiento, menos aún los que se han situado en plano de igualdad con las población para construir con todos y entre todos un proyecto de país distinto. Pero hablan, opinan y auguran malos presagios. También se les nota irritados con el movimiento: no se posiciona como ellos creen que debe hacerlo. Los intelectuales comenzamos explicando la realidad y acabamos diciendo a la realidad cómo debe comportarse. Ya no sabemos pensar sin modelos, perdemos la capacidad de asombro y con ella la posibilidad de comprender el movimiento.
También las organizaciones de izquierda ven con recelo un movimiento difícilmente instrumentalizable. Algunos militantes, profesionales o no de la izquierda española, habrían querido liderar el movimiento. Sus luchas, en ocasiones insertas en la estructura política-institucional, no han conseguido durante estos años implicar a la población, ni obtener de ella los suficientes apoyos como para «desde el cuerpo político institucional», cambiar las cosas. El intrusismo -en un contexto de debilidad- no ha resultado una buena estrategia. Si la gente no vota a opciones de izquierda que defienden las mismas posiciones que los movilizados en la plaza, piensan que el movimiento se equivoca, o adoptan una posición paternal: esta movilización será incapaz de construir alternativas y defenderlas.
La democracia nos aterroriza. También la política más allá de lo institucional. A unos y a otros por diferentes motivos.
A los poderes constituidos porque en un proceso democrático se corre el riesgo de deslegitimar a las élites que nos gobiernan, porque lo que está en cuestión es la obediencia a la norma, el consentimiento. La base de legitimidad de los gobiernos contemporáneos (representativos) es el consentimiento. Consentimos que gobiernen en nuestro nombre y mientras funciona el consentimiento el sistema no corre riesgo. Consentir es obedecer.
Muchos organizaciones de izquierda también temen a la democracia. Son, somos frágiles. Abrir un proceso de diálogo sin armadura nos da vértigo. Tenemos miedo de perder nuestros referentes (la teoría marxista, las consignas que nos protegen, la afinidad con nuestros pares, la organización que nos ampara). Nadie está dispuesto a lo que considera una pérdida de tiempo: hablar y escuchar al otro. Predicar, convencer, adoctrinar, es el abismo que separa a las organizaciones de izquierda españolas de la gente común. La pregunta no es si el 15-M es revolucionario o no. La pregunta es qué puedo hacer para que el 15-M sea revolucionario.
La izquierda española está desorganizada, fragmentada y atomizada. Es comprensible su incapacidad para conducir las precarias y espontáneas rebeliones por cauces productivos. Parte de esta izquierda no comprende que en el contexto español, en la debacle de su sistema político y económico, el movimiento 15-M, al poner el freno de mano -como dijo W. Benjamin-, puede ser revolucionario.
Ha sido una práctica habitual de nuestras izquierdas, supongo que también en las de otros países, el intento de instrumentalización de las movilizaciones. El ejemplo de las movilizaciones contra la incorporación a la OTAN es paradigmático, de ellas nación IU. Desde entonces inclusión ha sido sinónimo de deglución.
Decía T. Eagleton que el Augur es aquél que busca predecir el futuro para controlarlo. Habitualmente, dice, este papel lo juegan los economistas o los ejecutivos. Muchas veces, sin darnos cuenta, jugamos desde la izquierda ese mismo papel. Sin embargo -continua Eagleton-, el interés del profeta por predecir qué sucederá se basa en advertirnos de que, a menos que cambiemos de camino, no tendremos futuro. La preocupación del profeta es «denunciar la injusticia del presente, no soñar con una perfección futura; pero como no se puede identificar la injusticia sin recurrir a una noción de justicia, alguna forma de futuro ya está implícita en esta denuncia».
El movimiento todavía despierta simpatía, por eso los medios y los augures trabajan para revertirla y adecuarla. Nuestro papel como ciudadanos comprometidos pasa por incorporarnos a la denuncia de la injusticia, no por augurar el futuro incierto de un movimiento que emerge.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
rCR