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Las muertes prioritarias

Fuentes: Rebelión

Temprano, me dediqué a buscar información del asesinato de un muchacho integrante del Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MOCASE-VC) quien fue ultimado ayer miércoles por un ‘sicario’. Creí que este toque hasta de película de Hollywood iba a ser atractivo para la mayoría de los periódicos, pero me equivoqué. Si bien presuponía que la […]

Temprano, me dediqué a buscar información del asesinato de un muchacho integrante del Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MOCASE-VC) quien fue ultimado ayer miércoles por un ‘sicario’. Creí que este toque hasta de película de Hollywood iba a ser atractivo para la mayoría de los periódicos, pero me equivoqué. Si bien presuponía que la muerte violenta del niño Tomás ocuparía los títulos más importantes y las primeras páginas, pensé que esta otra muerte salvaje, también sería difundida con énfasis. Pero no.

El joven campesino Cristian Ferreyra fue muerto de un disparo de escopeta por un asesino por encargo, presuntamente enviado por un empresario rural en el paraje San Antonio, departamento de Copo. Ferreyra, padre de dos pequeños menores de 5 años, había asistido a una reunión de campesinos en la casa de uno de ellos porque estaban por denunciar en la Dirección de Bosques a Ciccioli, un empresario local, que incumplía la medida de no innovar y seguía desmontando. A la salida, lo fusilaron.

Esto sucedió el mismo día en que nos enteramos que Tomás, ese nene que se buscaba desde hacía 48 horas, también fue brutalmente asesinado y tirado en un descampado. Cristian no fue tapa de diario, Tomás sí, de todas. ¿Por qué? Pregunto. ¿Vende más un nene de 9 años que va a la escuela y que un pibe de 23 que trabaja la tierra en el norte en un pueblito perdido?

La muerte de Tomás, por lo que nos cuentan los medios, parece haber sido a manos de alguien del círculo familiar, un psicópata, un monstruo que se lleva la vida de una criatura golpeándolo en la cabeza. Esto no es inseguridad. Son casos que han pasado desde siempre, en todas partes del mundo: locos hubo, hay, y habrá.

Lo de Cristian no es así. Fue un asesinato premeditado, movido por cuestiones económicas y de poder. Esto sí se puede evitar, se debe evitar. Hay gente que ostentan billeteras que pueden pagar no sólo sicarios, sino silencio, complicidad, encubrimiento. Para la gente que vive bajo esos regimenes de abuso y tiranía, eso sí es inseguridad.

¿Por qué hay muertes que son prioridad en las publicaciones y otras que apenas logran unas líneas en algunos medios, contados con los dedos de una mano? ¿Por qué es más importante una que otra? ¿Por qué ya conocemos la carita de Tomás de memoria, pero la de Cristian no se encuentra en las noticias? Las dos duelen, las dos son repudiables, las dos merecen justicia. Y sobre todo, las dos merecen difusión, porque así, al menos, sabremos que hubo un nene de 9 años, llamado Tomás Santillán que nunca crecerá, ni terminará la escuela, ni trabajará, ni será padre, porque un desgraciado mal de la cabeza, así lo decidió. También sabremos así que existió un joven llamado Cristian Ferreyra que nunca verá crecer a sus hijos, ni trabajará más la tierra, ni podrá luchas más por los derechos de su gente y su ambiente, porque hubo un asesino que con la impunidad de hacer lo que se quiere sin conocer consecuencias sino apañamientos, que contrató a otros para que lo quitaran de el medio.

La injusticia es así. La impotencia que provoca, es así. Pero ninguno es más importante que el otro. Ambos comparten la desgracia de haber tenido muertes bestiales siendo muy jóvenes. Que las páginas de ciertos periódicos y los informativos de los noticieros dedicados en cada caso se valgan de lo que más vende, pero sepamos que la aberración es la misma, que la justicia debe ser la misma. 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.