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Logros, desafíos y cuentas pendientes

Consideraciones sobre el «modelo»

Fuentes: Revista Debate

Fragmentos de Cartas a Cristina. Apuntes sobre la Argentina que viene.

Lo que uno a veces quiere decirle, Señora, es que somos muchos los convencidos de que este ya largo período, entre el cuatrienio de Néstor y el suyo que ahora se renueva, es por lejos el mejor gobierno que la Argentina pudo tener en estos años.

Cualquier otra gestión, a la vista de nombres y candidatos de la primera década del milenio, no hubiera hecho todo lo que se hizo bajo la conducción de ustedes. Es necio negar eso. La recuperación del país en esta década viene siendo fenomenal y es estúpido restarles méritos con argumentos chicaneros como el «viento de cola».

Por cierto, la gestación del kirchnerismo fue alucinante y conviene recordarlo. Porque todo era sombrío pero en sólo siete meses se estableció una ola de optimismo impresionante, inesperada, incluso desmesurada. Aquel 27 de abril de 2003, en la Argentina todo era desazón e incertidumbre. El final del gobierno provisional de Eduardo Duhalde era un muestrario de contenciones precarias: de la protesta social; de la esquiva realidad económica; de las incesantes presiones externas y de las pésimas representaciones políticas. La Argentina seguía siendo un polvorín (…).

Fue la ciudadanía la que protagonizó el gran cambio: ese 27 de abril hubo una llamativa repartija de votos entre cinco candidatos, lo que indicaba que ninguno merecía ni recibía la plena confianza ciudadana. Y entonces, la gran sorpresa: Menem mostró la hilacha y perdió el invicto de la manera más cobarde, huyendo a refugiarse en las faldas andinas de Anillaco y de su mujer chilena. Y el menos carismático y vistoso de aquellos cinco candidatos se encontró con que la Historia le obsequiaba una oportunidad única. Y nació el hoy llamado estilo K produciendo las primeras reparaciones a los deseos profundos de una sociedad que quería que algo cambiara de una vez, que el maldito «modelo» neoliberal comenzara a derrumbarse y que la recesión terminara para dar paso a una recuperación.

Todo eso lo hicieron velozmente, con olfato y un talento político notables. La figura desgarbada, poco elegante y hasta desprolija del Presidente Kirchner, seguido siempre por su atractiva y temperamental esposa -así la veía a usted el país entero- construyó poder desde el primer día de una manera alucinante. Eyectado a lo más alto con un magro 22 por ciento de los votos efectivos, se mantuvo todo el segundo semestre de 2003 con una aceptación superior al 80 por ciento (…).

No es dato menor que la Argentina sea hoy país referente dentro del G-20, ni el ejercicio de la presidencia del Foro Mundial G-77 donde la Argentina fue elegida por votación unánime. Y además fueron ustedes los que abrieron los archivos de los servicios secretos y con ello se reorientó el juicio por los atentados sufridos por la comunidad judía en los noventa; y fue usted misma quien decidió el reconocimiento del Estado Palestino.

A mí me parece que todas estas decisiones y medidas son siempre, siempre, antes una tarea que un destino. De ahí que si bien todos, o casi todos, los balances de gestión de estos ocho años son favorables, ello no significa que la transformación nacional se haya logrado y que el rumbo esté fijado de manera irreversible. Usted bien sabe que en política nada es para siempre, y que del mismo modo que no se cambia un país de un día para el otro tampoco los cambios quedan determinados para la Historia.

Trato de decir con lo anterior que este Gobierno no es, ni por asomo, el desastre que pretenden muchos de sus opositores. Pero tampoco es, ni por asomo, un gobierno revolucionario. Es en todo caso un gobierno reformista en algunos aspectos medulares, aunque sí es verdad que se tomaron algunas medidas revolucionarias, mérito destacable sobre todo porque ustedes jamás prometieron ninguna revolución.

Y sin embargo en algunos campos la hicieron. Por ejemplo, a mí me asombra cómo ha mejorado la situación jubilatoria de un montón de gente, que es muy probable que no la vote a usted ni a su frente político. Están mucho mejor, pero siguen protestando. Y está bien. Lo importante es que ahora hay aumentos regulares para jubilados y pensionados, que hoy sí cobran sus haberes. Tengo entendido que son unos 2.300.000 nuevos jubilados que tenían aportes parciales y hoy cobran jubilación mientras cancelan sus deudas previsionales. Y ya se registra como un 600 por ciento de aumento para las jubilaciones mínimas, que estuvieron congeladas durante diez años.

No, claro que no es una revolución, pero qué importa el nombre. El suyo es un gobierno democrático al que, con lo hecho, le alcanza para ser bastante mejor que sus predecesores. Lo cual es sólo eso, pero es muchísimo.

Hay que reconocer, entonces, que desde su debilidad original Kirchner supo construir un sólido poder, con una sabiduría y consistencia completamente originales. Nadie puede decir que esperaba semejante trabajo político. Y es la mejor herencia que a usted le quedó, como política de vocación que es.

Entonces quizás coincidamos, Señora, en que, iniciando usted ahora su último turno constitucional, no se puede perder tiempo. Y en que la equidad social es una prioridad absoluta.

Y le voy a decir más: si apoyo a su gobierno, y muchas veces hasta más allá de lo que quisiera o siento que debería, es porque creo que su gobierno es una inmejorable oportunidad de aplicación de un proyecto nacional de desarrollo, combinado con uno de integración sudamericana.

Por eso me fastidio cuando escucho hablar a algunos cuadros políticos de posibilismos, a la vez que otros creen estar haciendo una revolución. Ni tanto ni tan poco, y me encantaría que usted misma los frenara. Que usted les dijese «muchachos, calma, estamos haciendo todo lo mejor que podemos y vamos a seguir profundizando las medidas, pero no se pasen de rosca». Lo que significa no sólo militancia abnegada, que encima en estas épocas se hace casi todo a sueldo (no como nosotros, que hace treinta años militábamos por puro amor patriótico o romanticismo, que es más o menos lo mismo), sino también pasión con mesura, dedicación con honradez, y tanto temple como vocación de dialogar y una infinita tolerancia.

Sólo a partir de ahí, y reconociendo el cuadro angustioso que es nuestro inadmisible presente socio-cultural, configurado y determinado por unos diez millones de compatriotas carentes de perspectivas ciertas y de esperanzas genuinas, es posible hablar de un proyecto nacional. Y de un modelo de respuestas políticas, económicas, culturales y sociales para mejorar las condiciones de vida de esa masa humana. Conozco este país hasta en sus más infames rincones y he visto y veo la repugnante, miserable subvida de millones de compatriotas, de todas las etnias, víctimas del macaneo nacional. Y eso es intolerable.

Y quiero creer que para usted también. Necesito confiar en su sensibilidad y en su voluntad de cambio. Necesito darla por buena, porque si no, ¿qué sentido tienen estas cartas?

Ya sabemos que ese presente ominoso no se debe a un cataclismo imprevisto, ni fue un flagelo de la naturaleza. Sabemos que la verdadera explicación a esa afrenta es otra y es bueno tenerla presente en todo momento: es el resultado de políticas perversas que aquí se aplicaron y es urgente revertir, pero revertir en serio y como prioridad fundamental y definitiva, lo cual impone la aplicación de oportunas y reparadoras políticas de Estado. Pero lo que no se puede, me parece, es pensar y declarar que ese conjunto de políticas sea en sí mismo un modelo a seguir. En todo caso puede ser, y debería ser, un programa de acciones reparadoras a desarrollar.

Lo digo porque me preocupa que lo que a usted y a muchos entusiasma tanto -la nueva militancia, surgida con deliciosa espontaneidad tras la muerte de Kirchner- pueda desbarrancarse como ya sucedió en este país. No digo hacia la violencia, que las condiciones son otras y en buena hora, sino hacia formas paroxísticas de la vida contemporánea. Por caso: verticalismo y obsecuencia, burocratismo grupuscular, amafiamiento precoz, poco estudio, mucha necedad, autosuficiencia y corrupción.

Sé que suena duro lo anterior, Señora. Pero me traicionaría si lo callo. A mí también me apasiona la fuerza juvenil interviniendo en la política nacional. Me encanta de todo encantamiento, la participación de estudiantes, obreros y villeros con pancartas y coreando consignas de justicia social. Cómo no.

Pero no ignoro que aun entre los más convencidos y los mejores militantes pueden estar produciéndose ilusiones que acaso no se correspondan con las formas de la democracia. Y la democracia es, en esencia, también el buen cuidado de las formas. Por eso, la vía de la soberbia, de la canchereada, del argentino «sobrar» a los otros, impiden que las acciones y las respuestas sean mesuradas, oportunas y justas.

No sé si queda claro que el problema que enfrento en todo momento, mientras le escribo y mientras pienso lo que voy a escribirle, es que no puedo no ser crítico con ciertos aspectos de su gestión, que francamente, si me permite, en ocasiones logran irritarme como a cualquier ciudadano más o menos consciente. Pero a la vez -y fíjese qué contradicción- tengo buena memoria, igual que ha de tenerla usted, y entonces sucede que cuando más fulo me pongo me asalta el recuento de todo lo que perdimos los argentinos en la década infame de los noventa gracias a ese discurso globalizador que aplicaron a rajatabla muchos de los que hoy mismo pretenden darnos cátedra de republicanismo y moralidad (…).

Ahora bien, reitero que es cierto que estamos mejor, qué duda cabe. Pero el actual «modelo» no parece garantizar nada realmente nuevo con vistas a un mundo cada vez más complejo, exigente y contradictorio, y en el que nosotros vamos a entrar -y esta es una verdad espantosa- con por lo menos 10 millones de pobres (un cuarto de la población) y de ellos no menos de tres millones en diversas formas de indigencia. Y no, Presidenta, estos no son datos del Indec ni de otras mediciones, le ruego me disculpe. Pero son los datos de una realidad indesmentible para quien tiene, como en mi caso, la oportunidad de recorrer el país profundo porque suelo viajarlo en mi coche y además tengo ojos y oídos bien abiertos.

No desconozco que cuando usted amplió el impacto de las asignaciones, a las que consideró claves en la inclusión social como «objetivo fundamental del modelo iniciado en 2003», señaló que el índice de pobreza es del 5,7 por ciento en los hogares y del 8,3 por ciento en las personas. Y que la indigencia es del 2,2 por ciento en hogares y del 2,4 por ciento en lo que respecta a las personas.

No soy quién para desmentirla, Señora, pero 2,4 por ciento de indigentes sería más o menos un millón de personas. Y yo puedo asegurarle que solamente entre La Matanza, el Gran Córdoba y el Chaco ya tenemos ese millón (…).

Reitero, Presidenta, que todo esto es solo una invitación a pensar -mejor diría, repensar- no solo cierta información que manejamos sino, específicamente, el sentido del llamado «modelo». Que está muy bien como un rumbo, como un programa de acción que en manos adecuadas y con fondos generosos puede hacer cambios fenomenales. Como en algún sentido los viene haciendo. Pero no sé si es más que eso, y no quisiera pensar que decenas de miles de chicos y chicas que nacen en estos tiempos a la política puedan creer que están en un proceso revolucionario. Y no porque ser revolucionario sea malo, por favor, sino porque sería un engaño. Ya nos pasó creer que estábamos protagonizando una revolución, que no era tal, y así nos fue.

Hoy me parece más serio y mejor, y más honesto, decir que estamos en un proceso de cambios en democracia, y que los avances son muchos y entusiasmantes. Y que falta mucho por hacer, y que las vías democráticas requieren el cuidado de las formas y mucho tiempo, mucha paciencia y mucho diálogo. Todo eso, y más (…).

Finalmente, no puedo dejar de decir que se habla mucho del proyecto nacional, Señora, pero yo no sé si existe tal cosa. Es materia opinable, desde luego, pero como un proyecto consensuado por la sociedad toda, o casi toda, la verdad es que no lo veo. Póngale la democracia, ése sí fue y es un proyecto nacional por lo menos desde Malvinas, y aquí estamos. La Memoria Activa y el reclamo de Juicio y Castigo a quienes atentaron contra los Derechos Humanos sin dudas lo fue y lo sigue siendo. Pero un «modelo» político sectorial, aunque sea mayoritario, y aunque sea votado reiteradamente, no es, por esas simples razones y con todo el voluntarismo de una militancia abnegada, entusiasta y bullanguera, el proyecto de comunidad de una nación plural y harto compleja como la nuestra.

* Extractos del capítulo Consideraciones sobre el ‘modelo’

Fuente: http://www.revistadebate.com.ar//2011/12/16/4824.php