La política nacional se asemeja por estos días al mercado de futuros de la especulación bursátil. En la interna peronista los movimientos se miden no por el peso que tengan en el presente, sino por el valor derivativo al 2013 y, sobre todo, al lejano 2015. La apretada financiera contra Scioli tiene menos que ver […]
La política nacional se asemeja por estos días al mercado de futuros de la especulación bursátil. En la interna peronista los movimientos se miden no por el peso que tengan en el presente, sino por el valor derivativo al 2013 y, sobre todo, al lejano 2015.
La apretada financiera contra Scioli tiene menos que ver con el real enfriamiento de la economía, que con la intención política de esmerilar al candidato «natural» del peronismo no cristinista. Scioli se convirtió en la «esperanza blanca» de aquellos que quieren dejar atrás los tiempos de «anomia», según una peculiar definición ¿teórica? de la derecha académica (Ricarso Sidicaro, La Nación, 26/6), que le impusieron al kirchnerismo adornar su peronismo con concesiones económicas (pocas) y simbólicas (muchas). Con el objetivo de facilitar la restauración del orden que implosionó en las jornadas decembrinas de hace poco más de 10 años. Y ese país blanco descubrió también por estos días con Moyano una «esperanza negra».
El gran debate de las principales fuerzas de la superestructura política y sindical, no pasa por la resolución de las miserias estructurales que sufren las mayorías nacionales. Sino por la competencia para ver quienes son los mejores agentes de contención de la emergencia de la argentina contenciosa, en tiempos en que la crisis global demuestra la falacia del «capitalismo en un solo país», alguna vez fundamentada con la teoría del desacolpe.
Internas y sucesión
La línea del «vamos por todo» del cristinismo no es más que el intento de convencer a las clases dirigentes de la necesidad de llevar hasta el final su obra restauradora y terminar de instaurar un «país normal», como definió Néstor Kirchner el objetivo general en el amanecer de su gobierno.
El «grito de Moyano» es menos una protesta contra la injusticias del presente, que una insistencia en demostrar que sin el aparato de la burocracia sindical (incluidos sus beneficios) son mayores los peligros, que los presuntos éxitos para la administración.
La línea «aire y sol» (como la bautizó Jorge Asís) de Scioli es una espera tiempista de su momento político, con la lealtad que solo exageran los que están dispuestos a traicionar, una movida permitida en los principios peronistas, con la única condición de que… den el aviso previo.
El moyanismo, como toda la dirigencia sindical tiene los límites del achicamiento de su base social, permitida y alentada por ellos mismos en las mil una capitulaciones bajo los años neoliberales. Además de sus propias transformaciones a burocracias empresarias y corporativas, que desarrollaron mas odio que adhesión en las bases de los trabajadores, con la excepción de un estricto sector que obtuvo conquistas como contrapartida a la colaboración con la coalición en los orígenes del experiencia kirchnerista. La dependencia estatal pesa mucho más, comparado históricamente, que bajo los años del vandorimo original. Hoy sufren las paradojas de toda burocracia servil, a mediano o largo plazo debilitan su propio poder fuego. Aunque Moyano mantenga la estratégica posición del sindicato camionero, con más capacidad de daño que de poder constituyente, excepto como columna vertebral que unifique la esperanza blanca con la esperanza negra, bajo el ritmo de Clarín y la línea ideológica de La Nación.
El cristinismo sufre las consecuencias de esa verdadera obstinación peronista: el bonapartismo exagerado, es decir, la utopía de la excesiva independencia entre el poder formal y el poder real.
El trasvasamiento generacional con los arribistas de La Cámpora puede ser útil para el show televisivo de los anuncios, cada vez más vacíos y menos eficientes de la cadena nacional, pero no para contener las agudas contradicciones en las que entra el país al ritmo de la crisis mundial y los límites del propio modelo.
Tiempos violentos
Las condiciones estructurales impuestas por los años neoliberales se sostuvieron y reforzaron en los tiempos del kirchnerismo. Hoy se ve a todas luces – y la rabia frepasista de Cristina Fernández lo confirma- que la reinstauración de las paritarias, la asistencia social y el relato izquierdizante, fueron más producto de la imposición de las circunstancias, que de la voluntad política.
Más allá de las internas políticas que cruzan al conflicto con «Los Dragones» en la provincia de Chubut, su aparición pública y violenta no es más que la expresión de un fenómeno extendido que evidencia las desigualdades entre la propia clase obrera. El sustrato social del conflicto es una demanda tan «anómica» que exige iguales remuneraciones y condiciones laborales, para iguales trabajos. Las tasas chinas de los más de 9 años no alcanzaron ni para el famoso fifty-fifty y menos para cambiar estas condiciones estructurales, simplemente porque no estaba entre los objetivos del «país normal» kirchnerista. La «ampliación de derechos» tenía un límite infranqueable en el núcleo duro de las (contra) reformas neoliberales. Los Kirchner, como no podía ser otra manera, jamás quisieron atravesar ese umbral. Esto la denuncia magistralmente la familia del actual jefe de la CGT, sobre todo su «pata izquierda», Facundo Moyano, con fundamentos que suenan hasta creíbles, si no fuera porque acompañaron fanáticamente el proyecto hasta ayer nomás.
El plan de abonar el aguinaldo en cuatro cuotas de Scioli, no tiene nada que envidiarle a las medidas aliancistas de ajuste fiscal. Para el kichnerismo y para el gobernador bonaersense, la estrategia es «si pasa, pasa»; e incluso sería una receta genial para aplicar en todas las provincias y por qué no, en las empresas privadas. Si el conflicto social recrudece, la Casa Rosada aparecerá como salvadora y el pragmatismo kirchnerista pensará otro camino para el necesario ajuste, pero habrá cumplido el objetivo de mínima de tercerizar sus costos políticos.
La crisis de la coalición gobernante, impulsada por la caída económica, recalienta las internas y abre un abanico de posibilidades para «errores no forzados». Las acusaciones mutuas y los «trapitos al sol», propios de todo fin de ciclo, no hacen más que erosionar y desnudar las miserias de tirios y troyanos. Esta semana en la provincia de Buenos Aires se medirán los aciertos y errores de los cálculos políticos y seguramente se develarán (como hoy con Los Dragones) escenas naturales de los tiempos violentos por venir, donde el «nunca menos» no será más que un lejano recuerdo.
Blog del autor: http://elviolentooficio.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.