Por estos días he terminado de leer el primer tomo de El peronismo. Filosofía política de una persistencia argentina (Buenos Aires, Planeta, 2010), de José Pablo Feinmann. Es un texto interesante, que puede ser disparador de varios debates. También el segundo volumen contiene material importante, aunque se repiten algunas temáticas y argumentos ya planteados en […]
Por estos días he terminado de leer el primer tomo de El peronismo. Filosofía política de una persistencia argentina (Buenos Aires, Planeta, 2010), de José Pablo Feinmann. Es un texto interesante, que puede ser disparador de varios debates. También el segundo volumen contiene material importante, aunque se repiten algunas temáticas y argumentos ya planteados en el primer tomo. En esta nota realizo algunas reflexiones sobre el peronismo de izquierda revolucionario, a partir de la presentación que hace Feinmann de las posiciones de esta corriente en las décadas de los 50 a los 70. En lo que sigue también utilizo Nacionalismo burgués y nacionalismo revolucionario (Buenos Aires, Contrapunto, 1986), del artista plástico y militante del peronismo de izquierda, Ricardo Carpani .
El «viejo» peronismo revolucionario
En opinión de Feinmann, el mejor representante del peronismo revolucionario ha sido John William Cooke. Efectivamente, Cooke es clave para entender a la militancia peronista que buscó trabajar desde el seno del movimiento de masas, en un sentido socialista. Dado que mucha gente joven no lo conoce, en el Apéndice reseño brevemente su vida.
Una de las primeras cuestiones que destaca Feinmann es que Cooke pensaba que la lucha revolucionaria debía ser protagonizada por las masas, y no por vanguardias iluminadas. Por eso, y a pesar de su respeto y amistad con el Che, Cooke nunca fue foquista. «La concepción de Cooke no es la de Guevara… Para Cooke la cosa no es primero el foco, después el pueblo. No es primero una minoría y después las masas. (…) El verdadero revolucionario es aquel que trabaja con y desde las masas» (Feinmann, p. 382). A partir de aquí, y siendo Cooke socialista, el problema que se plantea es cómo lograr que la clase obrera argentina asuma un programa y una estrategia socialistas. La respuesta a este interrogante se articula en base a dos supuestos centrales: que el peronismo no puede ser asimilado por el régimen burgués; y que desde el peronismo se podía radicalizar el enfrentamiento de las masas peronistas con la clase capitalista, superando al propio peronismo.
La idea de que el peronismo no es asimilable está sintetizada en la famosa frase de Cooke, «el peronismo es el hecho maldito del país burgués». ¿Por qué? Pues porque Perón era el líder del enemigo de la burguesía, y el peronismo había soliviantado a esas masas trabajadoras (por ejemplo, otorgando grandes derechos sindicales). De ahí que el movimiento nacional no podría ser integrado en el régimen democrático burgués: «El régimen no puede institucionalizarse como democracia burguesa porque el peronismo obtendría el gobierno», escribía Cooke en «La revolución y el peronismo», (citado por Feinmann, p. 388). Y dado que las masas eran peronistas, había que ingresar al peronismo para dar la batalla desde allí. En palabras de Feinmann: «Cooke… es el ideólogo del peronismo revolucionario porque es el ideólogo del entrismo en las masas. Somos peronistas porque las masas lo son y debemos llevarlas hacia la lucha por la liberación nacional» (p. 375). Aquí está el origen conceptual de la izquierda peronista. Aunque se refiere en particular a la izquierda peronista que no cayó en el vanguardismo, al estilo de los Montoneros. Feinmann agrega: «hay que estar en el peronismo porque ahí están las masas y sin las masas no hay revolución posible, sino que se genera el vanguardismo sin pueblo que termina girando en el vacío» (p. 378). Y en un diálogo imaginario con René Salamanca (dirigente de los obreros mecánicos de Córdoba, militante del PCR), le hace decir a Cooke: «la identidad política de los obreros argentinos es el peronismo. No estar ahí, es estar fuera». En otro pasaje, Feinmann anota: «La sustancia de la revolución son las masas. De aquí que el peronismo se presentara tentador. Con un empujoncito más hacemos de este pueblo un pueblo revolucionario y el líder (Perón) no tendrá más que aceptarlo. No se trabajaba sólo para obedecer a Perón y aceptar su conducción literalmente. (…) Se trabajaba para que el pueblo peronista diera hacia adelante el paso que aún lo alejaba de las consignas de lucha socialistas. Una vez producido esto, Perón no tendría más remedio que aceptarlo. El que entiende esto entiende todo el fenómeno complejo de la izquierda peronista» (p. 384). Esto resume lo central del pensamiento de la izquierda peronista (aclaremos, la izquierda peronista que se proponía avanzar al socialismo; bastante distinto de lo que hoy se presenta como «izquierda» peronista).
La liberación nacional conduce al socialismo
Además de la imposibilidad de integración al régimen burgués, el otro elemento fundamental es que se asumía al peronismo como un movimiento de liberación y afirmación nacional; y por aquellos años 60 y 70 toda la izquierda pensaba que la liberación nacional sólo podría imponerse enfrentando con métodos revolucionarios al imperialismo. Pero esto llevaría al socialismo. Por lo cual, el peronismo (como le sucedería a todo movimiento del liberación nacional) sería superado-conservado (el aufhebung hegeliano) por el socialismo (la formulación es de Feinmann). En otras palabras, el capitalismo sería derrotado porque la lucha contra el colonialismo sería imparable, y el imperialismo no podría absorberla.
Enfaticemos que en el peronismo de izquierda existía claridad en cuanto al carácter burgués del peronismo, y por eso «no se trabajaba solo para obedecer a Perón y aceptar su conducción literalmente». Había conciencia de que Perón era, en última instancia, «un representante de la burguesía, del capitalismo» (Feinmann, p. 232), y el peronismo, a lo sumo, un «movimiento capitalista humanitario y distribucionista» (ídem, p. 220). Pero a partir de sus contradicciones con el imperialismo y sus «agentes locales» (la oligarquía, el capital financiero, el gran capital local), se visualizaba la posibilidad de que iniciara el tránsito al socialismo, ya que el imperialismo no podía absorber la lucha por la liberación. Con esta perspectiva en mente, Cooke invita, en los años 1960, a Perón a sumarse a un «frente revolucionario extendido en todo el planeta» (carta de Cooke a Perón, citada por Feinmann en p. 397). En ese frente participaban Ben Bella (Argelia), Sekú Torué (líder de la independencia y presidente de Guinea), Nkrumah (líder de la lucha por la independencia de Ghana), Nasser (Egipto), Tito (Yugoslavia) y Castro.
Aunque Perón no siguió el consejo de Cooke, lo importante es que la militancia peronista de izquierda creía que la historia empujaría al movimiento nacional a superar sus propios límites; incluso en contra de los deseos de su conductor. En este respecto, la diferencia con la izquierda radicalizada y no peronista no pasaba tanto por el pronóstico histórico general («el triunfo de la liberación nacional llevará al socialismo»), sino sobre que ese proceso pudiera ocurrir desde el peronismo. La izquierda radicalizada (guevarista, trotskista, maoista) pensaba que el peronismo tenía limites de clase precisos. La izquierda peronista, en cambio, veía el desenlace socialista como muy probable. Al margen de lo que quisiera Perón, las masas empujarían en dirección al socialismo, superando las limitaciones de la propia dirección. La Resistencia había galvanizado el proyecto.
Esta perspectiva llevaba, en los mejores exponentes del peronismo revolucionario, a cuestionar abiertamente el carácter burgués del movimiento. Esto se aprecia claramente en el siguiente texto de Carpani, que es de 1972: «Finalmente, (el peronismo revolucionario) delimita y profundiza su conciencia y sus objetivos a partir de la caída de Perón en 1955, durante la Resistencia Peronista y las luchas posteriores, que desembocan en la conformación de un pensamiento peronista revolucionario, plenamente consciente de sus objetivos de clase y tajantemente diferenciado del peronismo burgués y burocrático» (p. 70). Carpani llega a decir que para avanzar no hay siquiera que conformarse con un programa de estatizaciones, como habían planteado los programas de La Falda, Huerta Grande o de la CGT de los Argentinos. Explícitamente criticaba «la creencia de que, sobre la base de un programa de nacionalización de los recursos fundamentales, pero manteniendo en lo esencial el régimen de la propiedad privada, existía la posibilidad para esa burguesía (se refiere a la burguesía industrial argentina) de un destino independiente del imperialismo» (p. 73). Una afirmación de este tipo podía suscribirla tranquilamente cualquier trotskista de aquellos años. Aquella militancia «del movimiento nacional» advertía que existía una división profunda entre el peronismo burgués (burocrático, acomodaticio, institucional) y el peronismo revolucionario que reivindicaba, y al que identificaba con la clase obrera, con los explotados.
Ni punto de contacto con lo de hoy
Cualquiera que siga medianamente la política actual podrá apreciar la distancia que media entre aquella vieja izquierda peronista, que se asumía como revolucionaria, y lo que hoy puede llamarse peronismo de izquierda. Cooke, o los militantes que llegaban al peronismo desde Marx (muchos hicieron este derrotero) tenían como meta el socialismo, y en este empeño llegaban a disputar no solo con las conducciones intermedias, sino con el mismo Perón. Lo mismo sucedió con muchos (no todos) jóvenes que se iniciaron en los movimientos cristianos y nacionalistas de derecha, y terminaron en las alas de izquierda del peronismo (por ejemplo, parte de la dirección de Montoneros). Cooke criticó el Congreso de la Productividad porque intentaba aumentar la productividad a costa del esfuerzo de los trabajadores (sintomáticamente, la patronal se quejaba por entonces de la falta de disciplina obrera en las empresas); y también las negociaciones de Perón con la Standard Oil. Después del golpe de 1955, luchó en la Resistencia. Y si bien fue artífice principal del pacto con Frondizi, a partir del triunfo de la revolución cubana radicalizó su postura, y trabajó por un acercamiento del justicialismo con el castrismo. Finalmente, murió pobre y aislado. Nada que ver con una militancia «izquierdista» que hoy defiende a tránsfugas del CEMA y la Ucedé, aplaude a funcionarios que se enriquecen de la noche a la mañana participando de fabulosos negociados, y saluda como aliados a burócratas-sindicales-empresarios, para seguir a la caza de puestos, y más puestos. No quedan ni rastros de la vieja llama crítica, cuestionadora, anti-sistema.
Volviendo al ideario peronista revolucionario, no quiero disimular las diferencias que nos separaban. En aquellos años 70 yo militaba en el trotskismo, y los trotskistas pensábamos (como en general muchos otros marxistas) que el peronismo no podía evolucionar hacia el socialismo. Discutíamos muy fuerte sobre esto. También criticábamos el vanguardismo armado, elitista, de los Montoneros (y del ERP). Pero por encima de esas diferencias, había un sentido pertenencia a la izquierda revolucionaria. Lo he visto y vivido (y lo mismo le ha pasado a otros compañeros) en las muchas experiencias de lucha, de organización y combates dados desde el seno del movimiento de masas. La militancia de izquierda peronista, al menos en su gran mayoría, estaba comprometida con un ideal de revolución. No sé hasta qué punto lo estaría la dirección de Montoneros (o una parte importante de ella), pero sí lo estaban cientos o miles de militantes de base, e intermedios, que se jugaban todos los días en la pelea contra burócratas o patronales. Ese peronismo de izquierda de los 70 fue girando, primero hacia la no aceptación de la conducción estratégica de Perón, luego hacia la oposición abiertas, como señala Feinmann (p. 109). El enfrentamiento no comenzó cuando asumió Isabel, como es conocido. En junio de 1974 Carpani llamaba a construir «la organización independiente de los trabajadores, que garantice la hegemonía directiva de la clase obrera en la lucha por la liberación nacional y social» (reproducido en op. cit. p. 88). Por la misma época caracterizaba la política de Perón, de 1973-4, como «una política nacionalista burguesa, fundada en un pacto social entre los trabajadores y la burguesía, tendiente en una primera etapa a renegociar la dependencia del país en términos más favorables para el sector de la burguesía industrial monopolista de capital prevalecientemente nacional». Y agregaba: «Dicho proceso pasa por alto, tanto el grado de conciencia logrado por los sectores más combativos de la clase obrera y el nivel de sus reivindicaciones, como el carácter orgánico de la dependencia de las burguesías semicoloniales respecto al imperialismo, dependencia que se halla implícita en las mismas condiciones de supervivencia del sistema capitalista» (p. 96). Gelbard, que hoy es visto casi como un revolucionario, era definido por Carpani como un «representante conspicuo de la burguesía industrial monopolista pretendidamente nacional». Precisemos que la política económica de Gelbard, si bien burguesa, era mucho más estatista y nacional que cualquier cosa que pueda verse hoy. ¿A quién se le podía ocurrir, en el peronismo «a lo Carpani», que la «liberación nacional y social» iría de la mano de los Boudou y De Vido, de los Eskenazi y Cirigliano, de los Alperovich e Insfrán, de la Exxon y la Barrick Gold de entonces?
¿»Desencuentro trágico»?
La ruptura-enfrentamiento de los 70 entre la conducción del peronismo y la izquierda peronista no fue un proceso lineal, y tuvo muchos aspectos cuestionables. La postura que tomó Montoneros al día siguiente de Ezeiza siempre me pareció muy criticable (¿por qué callaron la aquiescencia, por decir lo menos, de Perón con la matanza?). También los silencios ensordecedores ante los primeros asesinatos de la Triple A (¿por qué se disimulaba que los asesinos tenían el respaldo del propio Perón?). Sin embargo, estas «agachadas» (así las interpretábamos desde la izquierda no peronista) no impidieron que el conflicto se profundizara. Muchos militantes de base y cuadros intermedios tenían dudas, pero ante la alternativa de elegir entre los burócratas-burgueses, y los trabajadores, se decidieron por los trabajadores. Y el enfrentamiento fue brutal, porque los matones y asesinos tenían el apoyo del Estado (¿o acaso también hay que creer que el terrorismo de Estado comenzó el 24 de marzo de 1976?) y la vía libre de la impunidad.
Seamos claros: fue un enfrentamiento que afectó la médula del sistema, porque cuestionó a la burocracia sindical. En muchas empresas, en especial en metalúrgicos y mecánicos, fueron desplazadas direcciones burocráticas. Este cuestionamiento por la base al poder sindical fue, por supuesto, más peligroso para la burguesía (y por supuesto, para la derecha) que la Universidad «nacional y popular» (barrida por los fascistas Ivanisevich y compañía), y potencialmente más subversivo, en el largo plazo, el accionar de los propios grupos armados. El enfrentamiento era el hijo del Cordobazo, pero en una etapa superior de lucha, porque a partir del 73 el gobierno era peronista. En la izquierda se alienaban montos, el peronistas de base, trotskistas, maoístas, militantes de superficie del ERP, y no pocos obreros del PC (aunque su dirección pactaba con Gelbard y Perón). Lo recuerdo bien, estábamos unidos, nos protegíamos las espaldas, porque nos enfrentábamos a la Triple A, a los burócratas que colaboraban con ella, y a las patronales que se ponían del lado de los verdugos.
Por supuesto, esto se trata de borrar de la memoria. Es lo que intenta Cristina K cuando dice que en los 70 hubo un «desencuentro trágico» entre la juventud peronista y la burocracia sindical. «Desencuentro trágico». ¿Es cinismo, o simple odio de clase? ¿Se puede encontrar algo más reaccionario, en todo el sentido de la palabra? Pero es lógico, porque CK, y los obsecuentes que aplauden su discurso, buscan borrar la memoria de una experiencia de lucha que debería grabarse a fuego en la conciencia de la clase. No olvidemos: en los 70 la juventud militante y de izquierda, con el apoyo (pasivo, en muchos casos, pero apoyo, porque la gente votaba en las empresas) empezó a desplazar direcciones traidoras y burocráticas en grandes empresas. La derecha entonces respondió asesinando, golpeando, persiguiendo por todos lados (escribo esto y me vienen a la memoria los rostros de compañeros secuestrados, asesinados, golpeados brutalmente, por el simple «pecado» de integrar una lista opositora a la burocracia, o ser delegados honestos). Mariano Grondona, a todo esto, aportaba lo suyo, comentando que López Rega hacía «el trabajo sucio, pero necesario» (Marianito, siempre tan medido). A esta experiencia extraordinaria de la clase, CK la descalifica como «desencuentro trágico». Y los chicos de La Cámpora aplauden a rabiar, haciendo coro a los viejos burócratas, que asienten satisfechos.
La realidad es que aquella vieja izquierda se jugó la vida por acabar con los burócratas fachos y alcahuetes (¡si alcahueteaban a las patronales para que echaran «zurdos»!). Con queridos compañeros, fueran montos o del peronismo de base, he compartido reuniones de agrupaciones de empresa donde discutíamos (y a veces muy duramente), pero también organizábamos, y salían cosas medianamente buenas (un boletín de fábrica, una colecta para una huelga, o ir a visitar otros trabajadores que estaban haciendo una olla popular). Naturalmente, también compartimos la cárcel o la tortura; y el compañerismo o la amistad con tantos militantes desaparecidos. Repito, estábamos en el mismo «bando». Entre nosotros había diferencias, pero no había «desencuentro trágico», sino un «encuentro» consciente, porque subyacía una unidad de fondo. Hoy, en cambio, no hay encuentro posible con esa izquierda peronista que aplaude discursos que llaman «privilegiados» a los docentes, «extorsivas» a las huelgas, y acusan por «golpistas» a luchas obreras que reclaman aumentos salariales. ¿Qué tiene que ver esto con el «desarrollo de la conciencia social» del proletariado, que pedían Carpani y otros exponentes del peronismo revolucionario? En los 70 a nadie, que no fuera un amigo de López Rega, se le ocurría pensar que una huelga era «funcional a la derecha»; nadie miraba para otro lado y tapaba responsabilidades en tragedias como la de Once. Por aquellos años, a nadie de la izquierda se le cruzaba por la mente justificar el enriquecimiento sin límites del lumpen burgués-estatista, mientras agita banderas «nacionales» y condena al activismo que se levanta contra la megaminería.
La experiencia del «entrismo» en las masas peronistas
La historia del peronismo revolucionario «a lo Cooke» también encierra una enseñanza muy importante para la militancia de hoy: la imposibilidad de transformar «desde adentro» y desde la militancia, a un movimiento nacional burgués en un movimiento revolucionario y socialista. No fue posible en los tiempos de mayor enfrentamiento entre el peronismo proscrito y la alta burguesía argentina. En los 60, y por lo menos hasta mediados de los 70 (en 1975 EEUU sale derrotado de Vietman) hubo un marco internacional que parecía extremadamente favorable. Asistíamos al auge del tercermundismo, la revolución cubana entusiasmaba, y se contaba con el «respaldo» de la URSS y China a los movimientos de liberación nacional. El apoyo de los soviéticos a la dictadura de Videla, y antes de China a Pinochet, socavaría esta confianza, pero en los años 60 y comienzos de los 70, pocos la cuestionaban. Sin embargo, y aun con todo este contexto, la experiencia demostró que no bastaba con el «empujoncito» para que las masas «superaran» a Perón, y el programa del peronismo. Es que nunca se terminaba de romper con el sistema capitalista y el proyecto nacional-estatal-burgués. Muchas veces se habló «del giro a la izquierda de las masas peronistas» (expresión que lanzó Codovilla, en 1946); pero el giro siempre terminó en el reformismo burgués. Hubo grupos trotskistas que plantearon la táctica de la «exigencia» («que la CGT imponga su programa con la huelga general», etc.), pero esta agitación no tuvo mayores repercusiones. El pretendido «empujoncito» no pudo darlo Cooke, a pesar de ser el delegado personal de Perón en Argentina durante el período más duro de la resistencia. Tampoco pudieron darlo los grupos trotskistas que buscaron hacer entrismo en el peronismo. Por ejemplo, a partir de 1953-4 los grupos dirigidos por Nahuel Moreno y Esteban Rey se dirigieron a las masas peronistas desde el Partido Socialista de la Revolución Nacional (que bajo la dirección de Dickmann se había acercado al gobierno), pidiendo medidas efectivas para parar el golpe que se avecinaba. Además, no sólo Milcíades Peña (como pretende Feinmann) exigió armas a la CGT para enfrentar a la Libertadora; hubo otros militantes de izquierda. Luego, durante la Resistencia, algunos se asumieron como parte del movimiento peronista. Fue el caso del grupo de Nahuel Moreno, cuando publicaba Palabra Obrera, órgano del Movimiento de Agrupaciones Obreras, que militaba en las 62 Organizaciones, a fines de la década de los 50. Pudo haber habido influencia sindical, pero no hubo superación alguna del peronismo. En la década del 60. y hasta 1972, hubo también grupos trotskistas que lucharon por la vuelta de Perón, no sólo porque era una reivindicación democrática elemental, sino porque pensaban que la demanda no era asimilable por el régimen burgués. Pero las masas peronistas no viraron hacia ellos (y Perón volvió sin revolución socialista).
Asimismo, muchos militantes provenientes del marxismo intentaron llevar a cabo el sueño de Cooke, esto es, constituir desde el interior del peronismo a la clase obrera en sujeto revolucionario. Los resultados fueron, de nuevo, muy escasos. Incluso los compañeros que tenían fuerte inserción de masas, no podían radicalizar el movimiento más allá de los límites establecidos por Perón o por las «20 verdades» del justicialismo (un recetario de consejos pro-capitalistas, estatistas y cristianos, empapados de conciliacionismo de clase). Lo he visto y vivido. Cuando militantes de montos o del peronismo de base (subrayo, con inserción, no estoy hablando de los que caían en paracaídas) intentaban, en charlas con los trabajadores comunes, cuestionar o traspasar los límites, empezaban a sentir el silencio y el vacío a su alrededor. La gente acompañaba en la lucha contra la burocracia (y hasta cierto punto), pero el paso político hacia el socialismo no se daba. En otras palabras, el peronismo no era «superado» en ningún sentido socialista. No bastaba con el bendito «empujoncito». La izquierda revolucionaria podía estar «dentro» del peronismo indefinidamente, pero no podía dar el tono general del movimiento nacional. Esto fue así cuando estuvo Perón, y continuó luego de su muerte. Agreguemos otra cuestión: para estar en la lucha tampoco era necesario tomar la bandera del peronismo, como muchas veces se insinuó. Tosco, Paez, Salamanca, Flores, fueron grandes dirigentes del Cordobazo y de otras gestas obreras, y no eran peronistas, sino marxistas. Tenían un enorme ascendiente sobre las masas trabajadoras; aunque éstas permanecieron en el peronismo, sin traspasar sus límites.
Pronósticos fallidos
Por razones de extensión, no lo voy a desarrollar aquí, pero dejo señalada una cuestión que me parece capital: el error en el análisis que prevaleció en la izquierda de los 60 y 70. Consistió en creer que los movimientos de liberación nacional no eran asimilables por el modo de producción capitalista. La corriente de la dependencia, y la mayoría de los grandes economistas marxistas (Mandel, Samin, Sweezy y Baran) alimentaron esta creencia, que fue asumida por prácticamente todas las tendencias de la izquierda radicalizada, incluido el peronismo revolucionario. He analizado esta cuestión en otros trabajos, en especial en Economía política de la dependencia y el subdesarrollo. Aquí solo quiero señalar que casi todos los movimientos nacionales burgueses o pequeño burgueses han sido asimilados al capitalismo; incluso los que en su radicalización llegaron al estatismo generalizado. Fue un fenómeno mundial. El espectáculo de los viejos montoneros, y del partido Justicialista, aplaudiendo y defendiendo las privatizaciones menemistas, es solo una parte de la escena global (¿acaso la heroica dirección vietnamita, la que condujo la lucha por la liberación, no se transformó, después de 1975, en alumna destacada del FMI?). En segundo lugar, y más específicamente, se demostró que el peronismo era asimilable al régimen burgués. Mejor dicho, lo demostró, sin dejar lugar a dudas, el propio Perón, cuando volvió al país acompañado de Isabel, López Rega y todo un séquito de asesinos y fascistas, que asumieron con entusiasmo la tarea de «limpiar» el país de izquierdistas. Algún día habrá que explorar hasta el fondo las raíces teóricas de estos errores. Estoy convencido de que es parte del rearme político que necesita el marxismo.
Apéndice, John William Cooke
Cooke (1920-1968) tuvo su origen en el radicalismo, pero adhirió tempranamente al peronismo, y fue diputado por este partido, entre 1946 y 1951. En 1954 se opuso a los contratos petroleros que negociaba el gobierno de Perón, y al Congreso de la productividad. En 1955 la Libertadora lo pone preso, junto a muchos otros dirigentes y militantes peronistas. En noviembre de 1956, y aun estando detenido, Cooke es designado por Perón para que asuma su representación política («su decisión será mi decisión y palabra mía», escribe Perón). En 1957 trabaja para el acuerdo entre Perón y Frondizi, y en el 59 interviene en la huelga del frigorífico Lisandro de la Torre. Después de este hecho, Perón lo desplaza. Ese mismo año, viaja a Cuba junto a su compañera, Alicia Eguren. Adhiere a la revolución -combate en Bahía de los Cochinos- y permanece en la isla hasta 1963. Por entonces intentaba convencer a Perón de que viajara a Cuba, y que el movimiento peronista asumiera posiciones revolucionarias. En 1963 regresó a Argentina, y organizó Acción Peronista Revolucionaria, donde participaron, entre otros, Fernando Abal Medina y Norma Arrostito, que luego serían dirigentes de Montoneros. Pero Cooke está aislado; muere de cáncer en 1968. En 1973 Alicia publica su correspondencia con Perón, que habría de influir largamente en la izquierda peronista (así como sus otros escritos). Alicia Eguren fue secuestrada y asesinada por los militares en 1977.
Fuente: http://www.argenpress.info/2012/09/reflexiones-sobre-el-peronismo-de.html