Las movilizaciones del jueves 13 por la noche, que interpelaron al gobierno, han desatado una serie de controversias, incluso entre sus críticos más acérrimos. Cómo caracterizarlas, quiénes las integraron y cuáles fueron sus contenidos, son los ejes de ese debate. En nuestra América latina los cacerolazos, herramienta de protesta privilegiada por las capas medias, han […]
Las movilizaciones del jueves 13 por la noche, que interpelaron al gobierno, han desatado una serie de controversias, incluso entre sus críticos más acérrimos. Cómo caracterizarlas, quiénes las integraron y cuáles fueron sus contenidos, son los ejes de ese debate.
En nuestra América latina los cacerolazos, herramienta de protesta privilegiada por las capas medias, han estado históricamente asociados a la derecha pinochetista que jaqueó sin pausa al gobierno de la Unidad Popular del presidente Salvador Allende hasta derrocarlo. Precisamente se acaba de cumplir en este septiembre un nuevo aniversario de aquel golpe, tan cruel como sangriento, que pusiera fin a la vía chilena al socialismo.
Aquel rol de las cacerolas fue resignificado en Argentina cuando la revuelta plebeya del 19 y 20 de diciembre del 2001 y en innumerables jornadas posteriores, cuando el lema «Piquete y cacerola…», las presidía.
Las capas medias de la sociedad, que junto con otras clases y fracciones, se hicieran escuchar en aquellas jornadas han vuelto a ocupar el centro de la escena en el país la semana pasada. La densidad y extensión geográfica de esas movilizaciones sorprendieron al gobierno que solo atinó a respuestas defensivas. Se discute la cantidad de personas involucradas, no es discutible en cambio que las cacerolas regresaron, pero que su contenido cambió.
Contexto general
Esta nueva expresión política, centralmente de las capas medias y altas urbanas no tuvo un catalizador como lo fue la Resolución 125 por las retenciones móviles en el 2008, pero no se da en el vacío, sino en el marco de una disputa entre distintas fracciones de la burguesía y el capital. A la cual se suma el descontento creciente de sectores populares, de trabajadores en negro, de clase media pobre.
Se trata de una relación contradictoria entre el gobierno nacional, sectores del capital mercado internista y del progresismo político que pugnan frente a fracciones exportadoras, corporaciones transnacionales, conglomerados mediáticos formadores de opinión y la oposición derechista.
Convocatoria
La movilización fue caracterizada por sus propagandistas y comentaristas varios como espontánea. Desconocen que la espontaneidad es siempre relativa. Puede forzarse su asimilación porque no respondió a formas clásicas de convocatoria, no tuvo liderazgos claros y visibles, no evidenció representatividad alguna ni respondió a organizaciones preexistentes. Pero no puede obviarse que era convocada desde inicios del mes por las redes sociales -cuyo poder, como en los Indignados de España, en La Primavera Árabe o los Occupy Wall Street resulta evidente- que fue apoyada por diferentes diputados de la oposición y por la Iglesia y divulgada por medios de comunicación masiva.
Esta «espontaneidad» no solo fue organizada y convocada sino que se dio en el marco de la disputa que señalamos más arriba, y en la que quienes participaron -concientes o no- tomaron partido.
Como sabemos las capas medias de la sociedad, especialmente las medias y bajas, tienden a un movimiento pendular -son numerosas las muestras de su volatilidad en nuestra historia- pueden servir al movimiento obrero y popular, como pueden ser correas de transmisión de los intereses de las clases dominantes. Es esto último lo que ha primado ahora y por la que mutaron aquella impronta progresiva del 2001-2002 por la regresividad actual, aún cuando algunas reivindicaciones fueran legítimas.
Contenidos de clase
Esa regresividad se expresa en los contenidos políticos que mostraron un abanico de causas. Entre otras: inseguridad y corrupción (que atemorizan y ofuscan a diversos sectores de la sociedad); el uso de la cadena nacional (que obturó el horario de las novelas y sacó del aire a Tinelli y sus bailantes); las amenazas a la libertad de prensa (por la próxima entrada en vigencia del artículo del la Ley de Medios que obliga a la desinversión de los conglomerados); controles cambiarios (que condicionan viajes, limitan la capacidad de ahorro y acentuaron el control fiscal de los patrimonios de los que mas tienen); el INDEC (que miente); la re-reelección (que rompe el juego de la «alternancia» democrática); junto con lo que la columnista de La Nación, Beatriz Sarlo, calificara como «El lenguaje del odio» utilizado en Facebook y Twitter contra los «Planes descansar» o la «Asignación para coger» (sic).
En última instancia la concentración puso en escena lo que distintas vertientes del pos-modernismo hacen ingentes esfuerzos en ningunear. Que la sociedad argentina, como toda sociedad capitalista, es una sociedad de clases. No se trata de excomulgar a las capas medias como un todo, pero el carácter de sus hechos y movilizaciones lo definen su orientación y los intereses que expresan, por más que puedan haber participado también algunos sectores de trabajadores y medios del conurbano.
Resistencias al populismo
Es esa orientación la que pone en evidencia la persistencia de las resistencias de este sector al populismo. A sus medidas distribucionistas, por mas tímidas que sean; a la protección del mercado interno, contrario al libre comercio que pregonan la OMC y el establishment; a su estatalismo a medias, a su antiimperialismo limitado, sin embargo no excento de contradicciones y rispideces; a su latinoamericanismo, que incluye la UNASUR y relaciones privilegiadas con Venezuela, Bolivia, Ecuador… Lo asimilan al chavismo, que a estas alturas ya es sinónimo de comunismo.
No por nada, estuvieron ausentes en las movilizaciones los reclamos de los trabajadores y sectores populares. Nada se dijo de la carestía de la vida y de los monopolios formadores de precios; de la pérdida de puestos de trabajo; de la precarización laboral; de la desnacionalización de la economía; del salario familiar; de los mínimos no imponibles; del trabajo en negro; de la megaminería… Mucho menos de los hechos de Humahuaca por apropiarse de terrenos; de los 60 presos de la Panamericana por reclamar por planes sociales; de la agresión a los jubilados cordobeses; de la represión en el Chaco ese mismo día; del acoso a los pueblos originarios o del Curso sobre Seguridad Nacional que en el Ministerio de Defensa acaba de impartir un veterano de Vietnam, que por si fuera poco cumplió funciones en el país durante la dictadura militar. Nada de esto parece estar en las preocupaciones de los caceroleros del jueves 13.
Más allá de la coyuntura
El neo-desarrollismo en curso está siendo condicionado por la crisis mundial y sus propias limitaciones. Sostenerlo en el tiempo demandará transcender esos límites, lo que inevitablemente recreará las tensiones sociales y políticas en el marco del bonapartismo «sui-géneris» que intenta la presidenta.
En la medida en que las contradicciones se agudicen exigirá definiciones políticas claras. En este sentido el reciente neocacerolazo es un llamado de atención al gobierno pero sobretodo para los trabajadores y sectores populares, incitándolos a su intervención política.
Como cuando la Resolución 125 o la Ley de Medios, la izquierda y centroizquierda han tomado posicionamientos contradictorios. Algunas fracciones apoyaron decididamente las movilizaciones, otras las rechazan pero nuevamente entienden que se trata de una disputa interburguesa en la que nada tienen para hacer. Otros sectores, como es de suponer, apoyan sin mediaciones al gobierno interpelado.
Programa popular de reformas
Para quién esto escribe no se trata de subsumirse detrás de alguna de las fracciones en pugna, tampoco de abstenerse. Por el contrario es necesario comprender que los trabajadores y los sectores populares no son indiferentes a como se resuelva la disputa en curso.
Por lo tanto se trata de intervenir afirmando la independencia política, aunque circunstancialmente se esté apoyando medidas propuestas por fracciones burguesas o pequeño burguesas, estén o no en el gobierno. Al mismo tiempo que se enfrenta a la derecha se debe ofrecer otro camino para romper la encerrona. Se trata de proponer un programa popular de reformas y transformaciones que en su desenvolvimiento expresen sin ambigüedades una orientación y objetivos antiimperialistas y anticapitalistas.
La única salida realista a la encrucijada que se vislumbra es ir por más. En la protección de los salarios, del empleo, de las libertades públicas, de los derechos sindicales, del ambiente y los bienes comunes, de los pobladores originarios, en la recuperación de los sectores estratégicos para el desarrollo… sumando las voluntades de quienes quieran sinceramente transformar de raíz nuestra sociedad.
Eduardo Lucita es integrante del colectivo EDI -Economistas de Izquierda.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.