En 1993, en un artículo sobre la «cultura del silencio», en la revista Chasqui de Ciespal decía que tener la palabra significa tener el poder. Aparentemente incluso bajo regímenes autoritarios todos hablan. Pero ¿de qué habla el pueblo? ¿A través de qué vías se expresa? Y recurriendo a Daniel Prieto Castillo agregaba: Existe una división […]
En 1993, en un artículo sobre la «cultura del silencio», en la revista Chasqui de Ciespal decía que tener la palabra significa tener el poder. Aparentemente incluso bajo regímenes autoritarios todos hablan. Pero ¿de qué habla el pueblo? ¿A través de qué vías se expresa? Y recurriendo a Daniel Prieto Castillo agregaba: Existe una división social del poder decir, que consagra un orden social regido por las desigualdades. Describía así una realidad que luego de veinte años no ha cambiado mucho.
De aquellos años en que analizaba la cultura del silencio, la comunicación desde la vida cotidiana, los intereses de los grandes medios y su necesaria democratización; a la actualidad en que las tecnologías de la comunicación van cambiando nuestras mentes como nos muestra Pascual Serrano en su libro La Comunicación Jibarizada, mucho se ha debatido sobre la democratización de la comunicación. Sin embargo, a pesar de los avances, la democratización de la comunicación sigue siendo una tarea pendiente, y la comunicación sigue siendo una especie de «Arca» a la que no todos pueden ingresar.
Vivimos un momento histórico en que irrumpen las redes sociales y la comunicación personal se traslada a las computadoras, que surge con fuerza el debate sobre la libertad de expresión, que la comunicación política pasa a ser el centro de las gestiones gubernamentales y se retoma el viejo debate ético sobre el acceso a la información, a partir de la divulgación de los cables por Wikileaks.
¿Cómo utilizar las tecnologías para seguir democratizando la comunicación y continuar construyendo una comunicación para todos y todas, desde todos y todas, teniendo en cuenta esta realidad de comunicación jibarizada con la que convivimos día a día y que Serrano nos describe con detalles y ejemplos cuando analiza la reducción en la calidad de la información, la tuiterización de la comunicación y la reducción de contenidos a pesar de la sobre oferta informativa?
La imagen de la tzantza o reducción de cabeza realizada por nuestros shuar, no jíbaros, porque jíbaros es el término del colonizador, del conquistador, es muy apropiada para describir lo que en buena parte de las mentes de millones de personas están produciendo las redes sociales y ciertas nuevas tecnologías de la comunicación como lo explica Serrano.
La reducción de esas mentes está vinculada a la reducción de la calidad de la información, a la tuiterización de la forma de expresión, así como de la misma información. Twitter, Facebook, WhatsApp, Google, PowerPoint. La información es inmediata, al instante, pero es superficial sin reflexión ni análisis crítico.
Pero más allá de la descripción y la reflexión sobre la comunicación que se va imponiendo a lo largo del libro, no se presenta como un ataque a las tecnologías de la comunicación, sino como un análisis crítico de la realidad en el que se advierten algunos peligros que encierran estas nuevas tecnologías si las aceptamos sin ninguna criticidad. Serrano lo deja claro y amplía con una opinión polémica, señalando que existe un agravante muy importante: «El hecho de que las nuevas tecnologías e internet han llegado a la ciudadanía con una aureola de democratización, participación e igualitarismo que conllevó una fascinación progresista unida a la ya de por sí inherente de la fascinación tecnológica».
Dice Serrano que «no solamente se trataba de aparatitos, formatos y soportes fascinantes tecnológicamente -como toda tecnología innovadora-, sino que además resultaban -en tanto que igualitarios y baratos- libertadores en la medida en que parecía que rompían el monopolio de la difusión de los grandes grupos de comunicación y las grandes empresas. No se podía pedir más». Continua: «No negaremos que parte de todo esto es verdad, pero no basta con esa conclusión, existen muchos más elementos en torno a las nuevas tecnologías ante los que debemos estar alertados y preparados; y es necesario poner en tela de juicio ese mito progresista respecto al nuevo fenómeno comunicacional».
Durante décadas la investigación de la comunicación social se centró en el análisis del impacto de la acción comunicacional sobre la sociedad. No se analizaba el proceso del que era parte ni su relación con otros elementos de la realidad. La preocupación fundamental era conocer qué efectos producía determinado mensaje: era la visión de los medios como entidades omnipotentes. Los periodistas por su parte se dedicaban esquemáticamente a contar un hecho o a hacer periodismo de opinión. Se ignoraban los marcos inmediatos de referencia en que las personas se mueven, el contexto, las características del receptor, los orígenes de los acontecimientos. Los resultados obtenidos siempre se daban la razón a sí mismos.
Este esquema marcó la lógica de la teoría de la comunicación durante toda una época. Los sectores críticos cuestionaban el modelo y otros elementos que determinaban el carácter de los mensajes producidos, como la propiedad privada de los medios por grupos de poder económico y político que excluían y marginalizaban los intereses y la voz de los sectores populares.
Como contrapropuesta para romper con esa «cultura del silencio» impuesta por los sectores de poder y los propietarios de los medios, surgieron múltiples periódicos que buscaban ser una «alternativa», y se esquematizó la consigna «hay que dar la voz al pueblo» o a los sin voz. Pero se mantuvo la lógica de comunicación dominante. Se debía convertir al receptor en emisor ya que, si se enviaban mensajes opuestos y contestatarios a los hegemónicos, se podría revertir la situación de injusticia, logrando la «concientización de los no concientizados».
En lugar de contextualizar el hecho comunicacional y tener en cuenta el sector al que se quería llegar, su marco histórico, su particularidad, la multiplicidad de los actores sociales y sus imaginarios, se enfatizó en la «efectividad del mensaje». La única preocupación fue imponer el mensaje porque había que «educar (¿o utilizar?) a las masas». Para lograrlo se usó un lenguaje elitista, lleno de adjetivaciones e inaccesible para los sectores populares. La selección de temas a tratar se realizó de acuerdo al sector político representado por el medio. Así se construyeron muchos medios supuestamente «alternativos». No importaba a quién iban dirigidos. Se olvidaban del receptor creyendo representarlo y, de hecho, desdeñaban la cultura popular. A esta propuesta siguió otra que sacralizó todo lo hecho por los sectores populares, pasándose así al otro extremo. Las dos propuestas fracasaron porque, entre otras cosas, olvidaron y dejaron fuera de sus páginas el inmenso mundo de la vida cotidiana.
Muchos periódicos que se decían comprometidos con los sectores populares dejaron fuera de sus páginas el ámbito de los cotidiano partiendo de un discurso globalizador y general para todos sin tomar en cuenta las diferencias culturales y grupales que se manifiestan en la cotidianidad. Se olvidaron que el sentido de la vida no se expresa solo a través del discurso, sino que es necesario tener en cuenta otros lenguajes, los gestos, los movimientos, los sueños, las pasiones, el tiempo y el espacio en que se desarrolla el lenguaje.
Recordé todo esto al leer el libro de Pascual Serrano, porque, si bien existen diferencias, era otra forma de jibarizar la comunicación. Se cuestionaba la propiedad de los medios pero la comunicación muchas veces se reducía a panfletos que no los leía nadie o muy poca gente. Hoy, buena parte de los medios de comunicación estatales o gubernamentales de los gobiernos denominados progresistas o de izquierda siguen teniendo una mirada producto de la comunicación, incluso entregando amplios análisis jibarizan la comunicación. No tienen una mirada crítica y finalmente influyen en muy poca gente.
Por lo tanto la jibarización no es solo reducción de contenidos, es, sobre todo, reducción del pensamiento crítico. La mirada producto de la comunicación desde la izquierda también hace tzantza del pensamiento crítico. Sin duda que la comunicación jibarizada, no es ideológicamente neutral, favorece el pensamiento conservador y va contra la mirada progresista y revolucionaria, como de alguna forma lo anota Pascual Serrano.
Hace veinte años decía, y sigo diciendo, que el gran reto de los medios comprometidos con los sectores populares fue siempre acortar la diferencia entre el mirar de afuera y el ser partícipe, entre el mirar y el hacer, y comenzar a construir lo verdaderamente alternativo junto al pueblo, renunciando a hablar a nombre de él, desde «el lugar del saber». Su aporte a los cambios sociales indispensables, es descubrir junto a la gente y en forma activa, el sentido histórico de los hechos.
Pascual Serrano nos dice en este libro que estamos «demasiado ocupados, distraídos o abrumados por toda la información que nos llega para darnos cuenta de la forma superficial y jibarizada que ahora adopta esta información y el modo en que opera en nuestra manera de consumirla e interiorizarla. Un modo que en la gran mayoría de las mentes de los consumidores destierra la profundización en los asuntos, la capacidad autónoma de reflexión, la elaboración independiente de conclusiones y el análisis crítico de los acontecimientos».
Ayer y hoy, se trata de la jibarización del pensamiento crítico, que es también parte de la jibarización ideológica, del reduccionismo ideológico.
También nos dice Serrano que sería una ingenuidad pensar que las nuevas tecnologías y los formatos informativos en expansión no están cambiando nuestra forma de incorporar la información y que, del mismo modo, esta nueva forma reatroalimenta a su vez estos formatos. Internet ha sido fundamental en ello.
Y también explica que los nuevos formatos y tecnologías de la información están influyendo de forma decisiva en las nuevas generaciones. Y analiza porque «es un grave error pensar que tener acceso a Internet, y no todos, gozar de teléfono móvil, Twitter, Facebook y participar de redes, supone estar mejor informado».
El formato informático PowerPoint es un excelente ejemplo de reduccionismo de la comunicación. Serrano nos comenta que con todo el formato informativo que representa el Power Point, «es una muestra del tipo de organización del pensamiento que se está imponiendo, alejado de la argumentación elaborada de una idea. En el PowerPoint hay toda una cosmovisión de cómo debe ser el discurso intelectual: una enumeración de ideas en forma de listado y puntos apilados, en un idioma institucional, administrativo y burocrático repleto de fórmulas impuestas, enunciados tópicos y verbos de acción en infinitivo, todo ello sin concatenación lógica ni fluidez en la argumentación».
Citando otros autores también analiza la contradicción de que con el Power Point «es con lo que hoy se triunfa en las conferencias, las clases magistrales, las exposiciones de trabajo en equipo (…) No existe un método cognitivo analítico; la muestra se fundamenta en la exposición de efectos sin causas, del mismo modo que se hace en los medios de comunicación, en un informativo de radio o televisión, por ejemplo: listado de puntos sin relación entre ellos, fórmula enunciativa pobre de vocabulario, sintaxis estandarizada y absoluto desinterés por las causas de los acontecimientos que se están exponiendo». En otras palabras, «pereza intelectual», dice. «Si a ello le añadimos gráficos, fotos e imágenes en movimiento, tendremos el telediario PowerPoint. Además agrega: Lo más grave es que las audiencias van interiorizando ese formato como el más cómodo y se alejan de las exposiciones que abordan la complejidad de los asuntos con todos los elementos colaterales implicados y que desarrollan procesos de argumentación encadenados». Un ejemplo muy interesante sin duda. Que deberían entender los cultores del Power Point. Para los cuales muchas veces importa más las formas que el contenido. Y por lo tanto se dejan conquistar fácilmente por lo superficial.
Si vemos el nuevo formato del diario El Comercio de Quito, por ejemplo, encontramos un ejemplo claro de la jibarización de la información en un medio. Es la profundización de una forma de ver el periodismo, vinculada a un modelo político y económico en el que la comunicación es un producto más en el mercado. Atrás del nuevo formato hay una mirada política y cultural de la comunicación y del periodismo. Algunos fines de semana es difícil saber si es un diario o el periódico de un Shopping. Leer el diario es como ingresar a un Centro Comercial. Pero la jibarización que analiza Pascual Serrano también se da, asumiendo otras formas, en los medios denominados públicos o estatales.
Este libro pone en evidencia que, como hace 20 años, pero ahora con el desarrollo de las tecnologías, se sigue alimentando esa cultura del silencio orientada a imponer el modelo de comportamiento de los sectores dominantes. Como hace veinte años, tener la palabra es tener el poder. A través de la posesión de la palabra se transmite o se reafirma la ideología. Eso ocurre al utilizar las nuevas tecnologías: se transmite ideología. Pero la izquierda todavía no sabe cómo enfrentar este fenómeno y muchas veces es absorbida por él. Como es absorbida por la mirada producto de la comunicación.
Además de la jibarización de la comunicación, las nuevas tecnologías han provocado el surgimiento de una especie de tecnócratas de la comunicación que ya redujeron su propia cabeza y ahora ayudan a hacer tantza de la gente, muchas veces maravillando a cierto progresismo.
Un libro importante e interesante, escrito desde el pensamiento crítico, lejano al reduccionismo ideológico. Les invito a leerlo.