¿No veis a ese grupo de periodistas defender lo indefendible? ¿No veis que tratan de justificar lo injustificable? Hacen lo mismo que esa otra caterva de políticos que desafían a las múltiples necesidades del pueblo porque cuentan no con la persuasión, sino con el poder del ejército y de todas las policías. ¿No veis que, […]
¿No veis a ese grupo de periodistas defender lo indefendible? ¿No veis que tratan de justificar lo injustificable? Hacen lo mismo que esa otra caterva de políticos que desafían a las múltiples necesidades del pueblo porque cuentan no con la persuasión, sino con el poder del ejército y de todas las policías. ¿No veis que, en el caso de esa casta de periodistas, además lo hacen con toda la facilidad de quienes parecen tener la ambigua misión de provocar el alboroto al tiempo de contribuir a rellenar, con sofismas y artificios, horas de inútiles polémicas? Inútiles, porque es imposible llegar a mínimos acuerdos entre una mentalidad-ideología que sólo busca enriquecer a unos pocos y blindarles, y otra mentalidad que reclama reducir a mínimos la oprobiosa desigualdad que existe en esta nación de naciones. De ahí que el inútil forcejeo sólo pueda tener como único propósito, no que del debate salga la luz que ya ilumina a las mentes escrupulosas, sino un espectáculo rentable para las cadenas televisivas cuya responsabilidad está en manos de periodistas y publicitarios. En esto, y en no mucho más, aparte el voto cada cuatro años, consiste la libertad que nos venden los poderes en esta desastrosa democracia. Para esto, y para morir de inanición por falta de trabajo…
Pero ¡cómo no va a ser inevitable dar un revolcón a esta farsa! Se comprende que forma parte de la vida la comedia humana, y dentro de ella la comedia social y muy especialmente la política. Y que es una comedia no se nota, y puede hasta divertir, cuando una sociedad vive en una balsa de aceite y de jolgorio, como ha vivido durante veinte años dentro de la burbuja inmobiliaria con todas las trampas que encerraba. Quiere decirse que la comedia divierte cuando no participamos de las miserias ni las vemos, bien porque sólo nos llegan a través de la noticia bien porque no las vivimos en nuestras propias carnes. Pero cuando sabemos que grandes porciones de población se mueren por falta de asistencia sanitaria, de medicamentos o de cirujanos; cuando el sufrimiento embarga los hogares o no hay siquiera hogar para millones de familias; cuando se palpa la desesperación de tantas ciudadanas y ciudadanos invisibles… en esas comedias vemos farsa y a oportunistas que extraen beneficio a todo trance. Porque la dialéctica puede ser apasionante cuando se presume como posible un acuerdo o un punto intermedio de encuentro. Pero cuando los argumentos son previsibles y nula la posibilidad de armonizar ambas tesis, la dialéctica es un engaño. Pues esto es lo que sucede con el bipartidismo, tanto en los parlamentos como en los platós donde pontifica una docena de periodistas que desfilan por ellos mientras cientos o miles del oficio carecen de empleo o desempeñan serviles menesteres en los medios…
Espectáculo, por otro lado, en el que parte de esos mismos comediantes acostumbran a tildar de demagogos a colegas suyos y a quienes simplemente muestran sensibilidad hacia sus semejantes y creen, con todo sentido y sentimiento, que tanto sufrimiento no es en modo alguno inevitable pues basta reajustar los presupuestos y asignar a lo que es obviamente indispensable lo que se destina escandalosamente a lo superfluo…
El caso es que en este país antes el mal clero, es decir los malos curas, los ideologizados que participaron del espíritu tremendista e inquisidor de la dictadura (esos que sobrecogían a las masas con las penas del infierno) cumplieron, lo mismo que ahora los malos periodistas que les han desplazado cumplen, el burdo oficio de ideólogo; apuntalando aquellos antes la tiranía y ahora esos malos periodistas la nefasta fórmula neoliberal. Entonces, en nombre de Cristo y de una moral atroz de diseño, y ahora en nombre de una ética periodística que a menudo brilla por su ausencia aunque sólo sea por la falta absoluta de mínima objetividad o bien al dar por buenas, cínicamente, todas las funestas medidas que en España y en Europa se están adoptando en perjuicio de millones.
Y todo esto ocurre porque «el sistema», es decir, el capitalismo financiero y las democracias malamente simuladas como la que vive este país tiranizado por mayorías absolutas, no es que no deseen atajar la pobreza y el dolor, es que los provocan. Y así es cómo esas comedias periodísticas, al igual que las comedias parlamentarias donde cualquier iniciativa de contrario se acalla o se sofoca, dan lugar a una situación cada día más insoportable que va minando la ya frágil moral de millones de personas…
Y en estas circunstancias, ¿no veis, en fin, cómo reaccionan impetuosa y corporativamente en cuanto oyen los periodistas hablar de regular de algún modo su oficio? ¿no veis que se consideran poco menos que dioses intocables? ¿no veis que imaginan desempeñar una misión de orden superior y que por eso y pese a los abusos y tejemanejes de su oficio y el protagonismo permanente de que disfrutan, exigen que nada ni nadie se atrevan a embridar?
Resumiendo, el periodismo sólo tiene valor si se esfuerza en la más absoluta imparcialidad y en el rigor informativo. Si se pone al servicio de una ideología, no es diferente del clero al servicio de la causa dictatorial en que con frecuencia, en los asuntos principales que humillan a grandes porciones de población, se convierten las mayorías absolutas. Y también como toda ideología emboscada en la política o en la religión que no tienen por objetivo contribuir a la paz, a la armonía y a la igualdad máxima social. Ese es el periodismo infame a que me refiero, que provoca indignación, aturde y nos hace vomitar al presenciar las comedias periodísticas…
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