Las fechas son marcas en el tiempo. Señales para no extraviar el rumbo. Indicadores de presencia y significado histórico en lo actual. Una suerte de interpelación del hoy por el ayer. Desde ellas enfrentamos un nuevo 22 de agosto, repitiendo el dolor de aquel trágico 1972, en los despidos, suspensiones, cierres de fábrica y violencia […]
Las fechas son marcas en el tiempo. Señales para no extraviar el rumbo. Indicadores de presencia y significado histórico en lo actual. Una suerte de interpelación del hoy por el ayer. Desde ellas enfrentamos un nuevo 22 de agosto, repitiendo el dolor de aquel trágico 1972, en los despidos, suspensiones, cierres de fábrica y violencia estatal de hoy. Afrontando la memoria vital, para construir un relato con eje en la posibilidad del cambio social deseado y necesario.
El desafió es impedir que suba al escenario, la simple rutina del recuerdo , porque ella, cosifica y da por agotado un proceso de lucha, porque en ese fusilamiento vil y lo que hoy, llaman violencia institucional, existe un hilo conductor de lucha prolongada, en la que los anhelos de una generación se ponen en acto en los jóvenes trabajadores, que aquí y ahora, en cada sitio donde se da el choque de clases, reclaman por la prevalencia de lo humano y el valor justicia.
Esa inmensa esperanza de que todo pueda cambiar, factor común entre el hoy y el ayer, emana de la conciencia colectiva y nace del encadenamiento de los acontecimientos, por vía de un relato histórico que lo mantiene vigente.
Sin embargo, en todo este tiempo transcurrido desde aquella masacre, a las violencias que hoy nos impone el Estado, luce con ambición de permeancia atemporal otro relato, con centralidad en la pretendida eternidad de la dominación liberal y la «democracia formal» con base en la economía social de mercado, que parece marcar el techo de lo posible desde el orden capitalista.
Ese modelo democrático formal, busca de la necesidad de ubicarnos en un bando, por vía de la llamada corrección política, que habilita la hibridez por la cosa pública, como signo distintivo del contenido de nuestras responsabilidades, alejando toda alternativa de lucha por otros medios.
«Estar en un bando», como se lo estaba por la mayoría de los trabajadores y los jóvenes en los tiempos de la masacre de Trelew, implicaba polarización social y eso, es lo que hoy el régimen no puede admitir que se reitere.
La democracia, nos induce hoy por todos los mecanismos de dominación de masas posibles, a una construcción ideológica cultural hegemónica que nos muestra a todos juntos y solidarios con la empresa, con el patrón, con la marca, con el gendarme, aunque permaneciendo cada uno en su lugar.
Dicho en otros términos: no es bueno poner la vista en el modelo acumulativo interno, y sus notorias desventajas para quien vive de un salario o peor aún se encuentra desempleado y librado a su suerte y mucho menos, intentar revertir ese orden de cosa por via de una instancia superadora, que termine con la contradicción capital trabajo.
El gobierno y el sistema, por vía ideológica con basamento en un populismo raquítico quieren persuadirnos e imponernos un modelo social que desconoce las clases sociales con sus intereses específicos y contradictorios haciéndonos escuchar por reiteración sobreabundante que nuestra economía sólo funciona si estamos todos juntos, que la contradicción es patria o buitres.
Desde hace treinta años la mayor responsabilidad de quien tiene acceso a la palabra pública es alertar contra toda irrupción social violenta. Todo intento de transformación radical es totalitario, Terrorista o del siglo pasado. La idea de otra sociedad, a sus ojos vista, se ha convertido en algo casi imposible de pensar. Lo posible es la adaptación al mundo en que vivimos o en el mejor de los casos, el anhelo de retorno al contrato social como el mejor futuro posible.
Estar en un bando, como lo estaban en 1972 los muertos de Trelew y gran parte de los trabajadores , es estar con la camiseta del explotado y oprimido, por un cambio social y la abolición de la dominación burguesa, es decir, ser partidario de la ruptura con lo dado, en tanto la revolución en primer lugar, significa quiebre con lo dado. Quien no acepta esta ruptura con la sociedad capitalista, necesariamente, está en otro bando.
La fobia a las revoluciones y su corolario, la legitimación del conservadurismo, solo busca establecer falsa conciencia, alegando que fuera de la democracia liberal sólo se encuentran variantes totalitarias. Sin embargo, como lo acredita el relato histórico de la masacre de Trelew, los representantes y dirigentes de la sociedad política burguesa en todo momento en que sienten y advierten, que sus principios esenciales están muy gravemente amenazados, salen ellos mismos de su propia legalidad, y cometen las mayores aberraciones sobre el género humano. El sufragio universal, ahora invocado para descalificar a las demás formas de intervención colectiva (como las huelgas, los cortes de rutas, los piqutes) se ha vuelto el eje estratégico de toda acción política, es esa su punzante pedagogía de la sumisión.
La revolución es el desbaratamiento del poder burgués por una masa descontenta, dispuesta a actuar. Esto significa que desde lo ideológico se ha puesto en quiebre a un Estado cuya legitimidad y autoridad se encuentren cuestionadas aún por una fracción de sus partidarios habituales, y la preexistencia de ideas radicales de cuestionamiento del orden social, con tradición en un relato que permite que puedan unirse todos aquellos cuyas viejas creencias o lealtades resultaron disueltas y vuelven a reformularse.
La conciencia revolucionaria es la convicción de que las quejas sólo pueden ser satisfechas por la transformación de las instituciones existentes y por el establecimiento de otra organización social. Contra todo lo alguna vez pensado y alentado, no surge de manera espontánea, y sin una movilización política y una efervescencia intelectual previas y en eso se inscribe, la militancia portadora y gestora del relato revolucionario.
Dicho en otras palabras, los relatos básicos que sostienen de manera fundamental los esfuerzos conscientes de los trabajadores y oprimidos guardan relación necesaria con los relatos que la mayoría acepta sobre las luchas e injusticias pasadas. Son formas que se adoptan para darle sentido al pasado, explicar el presente e imaginar y posibilitar el futuro Por eso se torna imperativo que, junto con las condiciones materiales se ubique específicamente el rol que juegan los relatos que dan cuenta del movimiento social, en su pasado y presente en tanto estos generan una apertura de las conductas y las evaluaciones que llevan consigo las personas dentro de las concepciones establecidas respecto de cómo funciona el mundo y cual es el sentido de lo que puede o no hacerse, tanto más en nuestro presente donde la demanda de los movimientos sociales es antes que nada defensiva, y quienes se movilizan y luchan, pretenden restablecer un contrato social que juzgan violado por los patrones, los propietarios de tierras, los banqueros, los gobernantes. Pan, trabajo, una vivienda, estudios, un proyecto de vida, la representación de una existencia despejada de sus aspectos más dolorosos de la sociedad de El Capital, pero no una sociedad superadora de las contradicciones capitalistas y las instituciones del Estado burgues
Más allá de la existencia proactiva de los círculos militantes, y la legítima pretensión de conformar una vanguardia, solo cuando la incapacidad de los dominantes para cumplir con las obligaciones que legitiman su poder y sus privilegios se torna manifiesta, y expuesta por un relato que los contradice en sus más elementales basamentos, es cuando, la cuestión concreta de la revolución pasa de la potencia al acto, en forma tal de determinar el imperativo colectivo de sentenciar que no siguen teniendo alguna utilidad social, los capitalistas, los políticos burgueses, los sacerdotes, los generales, los burócratas.
Es hora de agregar a la conmemoración nuestra cuota consciente de lucha. El enemigo de entonces y de hoy es el Estado ahora en su forma republicana. La democracia parlamentaria con la que hoy se viste, no es un orden superador de las contradicciones de aquella dictadura que se cobró la vida de nuestros compañeros sino una situación histórico política que testimonia el intento de los gobernantes de turno por defender los intereses de la burguesía explotadora . De las derrotas, de las muertes, hoy como ayer, emerge el relato que demanda revolución, en los cuerpos de los caídos y en el de los hombres y mujeres que solidariamente dicen presentes, con rostro de nieta luchando, o joven obrero con brazo en alto, ruta cortada y fábrica tomada.
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