El debate sobre el impuesto a las grandes fortunas, en plena pandemia por la COVID 19, inunda de controversias la política argentina. El proyecto del oficialismo apunta al patrimonio de las cerca de doce mil personas físicas más ricas del país, y está concebido como recurso extraordinario para una asignación específica, que es resolver los problemas emergentes de la crisis social y sanitaria. Sin embargo, las elites han sido históricamente renuentes a este tipo de gravámenes patrióticos.
Casi todos los países del mundo cobran impuestos a los grandes bienes, en especial, los países centrales, quienes sostienen altísimos niveles de cargas tributarias. Ahora bien, Argentina aparece en el podio del ranking mundial en el rubro evasión fiscal. ¿Por qué? Hay un claro vínculo histórico entre el exponencial aumento de activos financieros no declarados en el exterior y la deuda externa nacional. Esto quiere decir que las divisas ingresadas como préstamos del FMI o de la Banca Mundial han sido apropiadas por los grandes grupos económicos y reenviadas al exterior en forma de depósitos bancarios y/o activos privados. Desde los años setenta hasta hoy, se cree que hay casi U$S 400.000 millones fugados de la Argentina, es decir, un monto superior a su PBI.
Muchas de las grandes fortunas sobre las que apunta el flamante proyecto impositivo están incluidas en estas operatorias de fuga y evasión. Desde la dictadura pero, con mayor voracidad, durante los años del macrismo, ha sido el deporte predilecto de esa minoría angurrienta de lucro. Que, sin embargo, no surgió de la nada: cada tanto reaparece, como a lo largo de nuestra historia, cuando las condiciones políticas le son propicias. Su ADN los delata: son los herederos de la vieja burguesía comercial contrabandista y evasora de los tiempos de la colonia. En la Europa de comienzos del siglo XIX se los conocía con un sugestivo nombre: la pandilla del barranco.
Fueron los que le negaron apoyo económico al general San Martín para su campaña libertadora. Los mismos que, cuando Mariano Moreno realizó una colecta para la expansión de la causa revolucionaria de 1810, retacearon su colaboración, obligando al propio Moreno a publicar en La Gaceta que “las clases más pobres de la sociedad son las primeras que se apresuraron a consagrar a la Patria una parte de su escasa fortuna (…) pero aunque un comerciante rico excite la admiración por la gruesa cantidad de donativo, no podrá disputar ya al pobre el mérito recomendable de la prontitud de sus ofertas”. Felipe Pigna sostiene que cuando Carlos Pellegrini encontró al país en bancarrota, después de la crisis de 1890, “reunió a las fortunas más grandes del país y les dijo que si no juntaban entre todos diez millones de pesos –que era por entonces muchísimo dinero- él no asumiría la presidencia, porque el país estaba quebrado (…) Solo bajo la amenaza de la renuncia apareció ese dinero que era un préstamo, ni siquiera una contribución patriótica”.
El proyecto oficial de gravar a las grandes fortunas permitirá recaudar unos U$S 3.000 millones, y alcanzaría a casi doce mil personas físicas cuyos patrimonios superan los U$S 3 millones, sin contar sus rentas empresariales. Es decir, el 0,08 % de la población económicamente activa. Sin embargo, hoy se muestran reticentes, como siempre, a contribuir con el destino común de la nación. Antes bien, ya salieron a asumir la defensa corporativa. Y presionan al poder político suspendiendo y echando a sus trabajadores.
Pero, como ya sabemos, no necesitan exponerse para defender su posición. Son sus alcahuetes mediáticos quienes lo hacen por ellos. En primer lugar, salieron a embestir con el sueldo de los políticos. El único que mordió el anzuelo fue el presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, cuyo intento de reducir el salario de la dirigencia política no prosperó. Entonces se lanzaron a criticar a Alberto Fernández por llamar miserables a quienes despiden trabajadores, en obvia alusión a Paolo Rocca, CEO de Techint, quien acababa de extorsionar al gobierno. Desde los grandes medios, sus voceros criticaron al presidente por la ofensa de llamar miserable a un empresario, pero nunca cuestionaron al miserable que despidió trabajadores, ni por su parasitaria connivencia con el Estado ni por su inveterada propensión a evadir al fisco.
El grupo Clarín –vocero consuetudinario de los herederos de la pandilla- que había puesto en duda la constitucionalidad del proyecto de gravar altas fortunas, se refirió al impuesto como aquel que avala Cristina Kirchner, a la que le endilgan sobreactuación institucional. “La vice Cristina Kirchner –enunció una de las plumas del multimedio- busca convocar al Senado para sancionar su impuesto a los ricos”. Hasta lo bautizaron: para ellos es el Impuesto Patria.
La oposición no se quedó atrás. Patricia Bullrich, titular del partido que ayer nomás implementó un tarifazo al pueblo argentino -y que en sus años mozos rebajó el sueldo de los jubilados- afirmó que no coincidía “en que sea momento de aumentar impuestos; al revés, se deberían bajar”. El ex ministro de economía del macrismo, Alfonso de Prat Gay, también rechazó la iniciativa porque “hay que proteger la actividad económica” que él como funcionario no protegió.
Como corresponde, el editor del rancio matutino La Nación, Carlos Pagni, se lanzó a defender a la corporación de acaudalados que su diario representa. Afirmó que el impuesto patriótico es muy elevado en el contexto de la actual ecuación económica; que el Estado está castigando una vez más a sus grandes contribuyentes; que, al estar vedado viajar al exterior, no podrán utilizar el recurso de irse del país por exceso de presión impositiva; y que el gobierno de Fernández inquieta al sistema financiero si apoya el proyecto. Y propone hacer lo que hizo el general San Martín en Plumerillo: programar la gesta libertadora. Lo que no dice es que San Martín -a quien los adinerados que Pagni defiende le retacearon toda ayuda patriótica- tuvo más de un año de previsión para organizar su logística. En cambio, el coronavirus obligó a los mandatarios del mundo a improvisar sobre la marcha. Y que la enorme crisis económica y social que vive Argentina fue producto, en buena parte, del endeudamiento y la evasión impositiva provocada por las corporaciones que el medio para el cual escribe representa.
“Es cierto que en Europa –aportó otra editorialista de La Nación– hay países con impuestos más altos que en la Argentina, pero está claro que ese dinero se traduce en servicios de salud de alta calidad o en una asistencia educativa de alta calidad”. ¿Servicios de salud de alta calidad? Si en Europa la pandemia está haciendo estragos es precisamente porque los sistemas sanitarios retrocedieron tras el avance de las políticas privatistas de las últimas décadas.
Lo que es inadmisible es que la prensa canalla, que guardó sospechoso silencio cuando el gobierno de Macri destruía el aparato productivo, hoy critique el proyecto de gravar a las grandes fortunas con el argumento de que “el impuesto ataca al corazón del sistema productivo”. Cuando ni siquiera es un impuesto a las empresas, ni a la inversión. La victimización de la elite ha sido siempre una de sus cartas predilectas.
Así y todo, parece coherente que el grupo más concentrado y conservador de la sociedad pretenda defender sus privilegios. Lo que resulta inverosímil es que muchos de los sectores medios, algunos más empobrecidos hoy por la cuarentena, se opongan al impuesto. “Es complejo –afirmó el historiador Felipe Pigna- por qué se dan estas empatías, estas raras solidaridades de clase, de gente que no está cobrando su sueldo en este momento y que sin embargo no le gusta que le cobren los impuestos a las grandes fortunas (…) Será que por expectativas o aspiración, siempre tienen la fantasía de que alguna vez serán ricos y que los puede llegar a afectar a ellos”.
En medio de la compleja negociación por la deuda externa (que los voceros mediáticos enturbian, como lobistas que son de los acreedores externos) y del obligado parate por la cuarentena, los grandes millonarios muestran una vez más su profundo desprecio por la sociedad argentina.
Gabriel Cocimano (Buenos Aires, 1961) Periodista y escritor. Todos sus trabajos en el sitio web www.gabrielcocimano.wordpress.com