Lo conocí en los primeros días de febrero de 2003.
La actividad era vertiginosa en la Casa de Santa Cruz, en la calle Reconquista del microcentro porteño, donde concurrí con un grupo de dirigentes políticos para decidir nuestro apoyo a su candidatura presidencial, convencidos de que era la mejor opción para la Argentina, aunque tal vez no la que cada uno de nosotros soñó.
Lejos de la imagen de hombre irascible y autorreferencial que intentaron instalar por años, me impactó la calidez que encontré en Néstor Kirchner; algo que no suele suceder entre quienes tenemos años de actividad política.
En la despedida, me tomó del hombro y con un gesto afectuoso me llevó hacia un costado, para recordar a mi padre (“gran persona tu viejo, y un dirigente del que aprendimos mucho; quizás el único con el que disentíamos, pero sabíamos que no era gorila”) y a las Juventudes Políticas de los años 70 (“también me acuerdo lo que vos hiciste, hasta el golpe y después del golpe; espero que los años que vienen nos encuentren juntos”).
Por un tiempo pensé que esa información -como sucede- le había sido anticipada para la ocasión por algún colaborador, pero él se encargó de ratificármela en otras reuniones.
El primer encuentro no había sido pacífico. ¿Es que podía serlo con ese político que defendía sus convicciones con tanta fuerza?
Esa noche, participamos una decena de referentes, varios de ellos “sobrevivientes” de aquellas juventudes que ganaban unidas la calle desde los finales de la dictadura de Lanusse, quienes coincidimos en la necesidad de:
1. Recuperar fuertemente el salario, como medida de justicia social, pero a la vez dinamizador del mercado interno y polea para la reconstrucción del aparato productivo, para encarar el desgarrador cuadro de desocupación, pobreza y hambre;
2. Acordar que el audaz programa de cambios que planteaba exigía fondos para financiarlo, y estos debían provenir de la renta agroexportadora, petrolera, minera y financiera, incluyendo la reestatización de los aportes jubilatorios entregados a las AFJP.
3. Construir la fuerza capaz de impulsar y respaldar ese rumbo, un nuevo bloque histórico, con todos los componentes políticos y sociales del movimiento nacional y popular.
Kirchner esbozó la aprobación del último punto, alguna duda respecto al primero y prudente silencio ante el segundo, es decir la drástica recuperación de la renta que proponíamos. Julio De Vido, todavía un desconocido arquitecto, lo acompañaba sin pronunciar palabra.
Las encuestas lo mostraban muy lejos de un triunfo. Apenas rozaba un dígito en la intención de voto.
Un cable de la agencia Télam, fechado el 16 de febrero de 2003, reprodujo las declaraciones que realicé a la salida del encuentro: “Estamos de acuerdo en la convocatoria del gobernador [de Santa Cruz] a un frente nacional y popular, con participación de fuerzas y personalidades no peronistas, para lograr un modelo de producción y trabajo contrario al neoliberal, pues nuestra propuesta económica y social es el plan Fénix y, en lo político, contribuir a la construcción de una confluencia de fuerzas nacionales y populares”.
Apoyamos su candidatura pues entendemos que “La opción es vagar entre el principismo testimonial y la observación críticamente académica de los hechos, o embarrarse en la construcción de un espacio que conjugue la voluntad de tantos malheridos por las sucesivas derrotas y frustraciones del campo popular, y de mi generación en particular, para incidir en los acontecimientos y crecer en el proceso”.
Y concluía: “Si el compromiso se cumple, estamos ante una ineludible oportunidad para los que buscamos una alternativa en el país”. Néstor no solo cumplió con su compromiso, sino que superó con creces las expectativas de los presentes. Tal vez, como en aquella primavera de 1973, porque los logros las excedieron ampliamente.
A la política le faltaba pueblo y Kirchner reconcilió a centenares de miles con ella. Rescató el denigrado valor de la militancia, la historia de tantas generaciones de luchadores.
A menos de 72 horas de asumir la presidencia, como señal de lo que vendría, viajó a la provincia de Entre Ríos para destrabar meses de conflicto docente mediante la restitución de sus derechos, como lo hizo al terminar con una década de congelamiento de las paritarias salariales, o al devolver lo arrebatado a jubilados y estatales.
Reinstaló el papel central del Estado y del mercado interno como motor de la economía, con el aporte de las exportaciones, pero agregando trabajo argentino a los productos primarios, es decir salario, ciencia y tecnología.
Retomó el juicio a los responsables del genocidio dictatorial, terminó con el indulto, la impunidad legislada y la desmemoria. Lejos del oportunismo, lo hizo cuando nadie lo esperaba, ya que casi solo figuraba en la esperanza militante, en medio de la apatía de buena parte de la ciudadanía.
Junto a Chávez, Lula, Zelaya, Tabaré/Mujica, Evo, Lugo, y Correa integró una inédita generación de presidentes latinoamericanos que trazaron una alternativa regional independiente de los dictados de Washington y avanzaron la integración de la Patria Grande, por lo que tuvieron que enfrentar una furiosa reacción desestabilizadora y golpista.
Es cierto, cuando el 27 de octubre de 2010 nos golpeó su muerte, no habíamos superado un obstáculo que luego se agravó y considero determinante para que perdamos la década ganada. La restauración conservadora avanzó sobre el flanco de la incapacidad o falta de voluntad para construir la fuerza nacional programática, unitaria y pluralista que defendiera y profundizara las conquistas logradas.
Con ese objetivo, en el inicio de su gestión, Néstor impulsó la Transversalidad en la construcción política frentista, una convocatoria plural para superar el perimido bipartidismo, la que fue repudiada por las derechas partidarias, y saboteada por sus expresiones dentro del propio Frente para la Victoria.
En su lugar, prevaleció la recreación electoral de lo que se pretendía superar: la Concertación que llevó al radical Julio Cobos a la vicepresidencia en 2007, pero estalló un año después cuando la rebelión de las patronales rurales. Otro retroceso, la llamada Pejotizacion, le siguió sin mayor aporte y similar suerte.
Fueron tres momentos de un proceso que hacia 2015 se mostró incapaz para ejercer la conducción política del conjunto. Se paralizó la construcción del frente nacional, se descartaron los aportes críticos y hasta quedaron desplazados aliados estratégicos en el movimiento obrero, con lo que predominaron en forma perniciosa la obsecuencia y la deserción.
En ningún caso el alejamiento “por derecha” de ciertos dirigentes se originó en las limitaciones reales en una gestión de la que formaron parte en puestos clave. El motivo fue la seducción del privilegio, o (en el mejor de los casos) el temor a las consecuencias de confrontarlo.
En cambio, las deserciones “por izquierda” se atribuyeron a decisiones postergadas y promesas incumplidas. Hubo quienes rechazaron a Kirchner en 2003, luego sumaron sus fuerzas y obtuvieron posiciones legislativas o institucionales, pero finalmente partieron ante la demora en tomar el cielo por asalto, objetivo lejano en los tiempos y formas que imaginaron, el que tampoco alcanzaron -ni antes ni después- desde sus propias identidades.
Se alejaron con algunas razones, pero sin justificación suficiente. Algunos volvieron a confluir en la amplia alianza electoral que en 2019 permitió derrotar al neoliberalismo, por lo que a su regreso ocupan decisivos puestos institucionales.
Néstor Kirchner fue casi obsesivo cuando de medir las fuerzas en disputa se trataba. Hoy, esa relación es más desfavorable que cuando le tocó asumir la presidencia y mucho más adversa que cuando culminó el mandato de Cristina.
La pandemia agudizó la catástrofe económico- social y sanitaria en que Cambiemos sumió a la Argentina, a la vez que incrementó el poder político y económico del bloque dominante, su capacidad de presión y daño destituyente.
Si entonces se trataba de avanzar para consolidar lo logrado, ahora es necesario recuperar lo destruido para poder consolidarlo y avanzar.
La magnitud del desafío potencia la vigencia de las definiciones de aquel encuentro con Néstor en la Casa de Santa Cruz. La recesión, el hambre y la pobreza exigen medidas drásticas, financiar la recuperación con recursos que provengan de una reforma tributaria y otra financiera, que termine con la usura y la especulación apañadas por la vigente legislación de la dictadura, así como recobrar parte de la abusiva renta de la patronal agroexportadora, minera y energética.
Nuestra historia muestra que es suicida apostar la suerte de un proyecto popular a la búsqueda de acuerdos superestructurales o a la conciliación de intereses antagónicos, si los del pueblo no están respaldados por la fortaleza de su presencia organizada.
Las pulseadas, incluidas las que se dan dentro de una amplia y heterogénea alianza electoral en el gobierno, se definen con protagonismo y movilización, de la mano de un Frente de Todos institucionalizado, con la participación de todos sus integrantes políticos y sociales, arraigado en cada lugar de trabajo, creación y estudio. La base debe ser un programa estratégico decidido en común, motor de la acción reivindicativa conducida desde la política en cada ámbito, que es decir núcleos de poder popular que lo impulsen, apliquen y defiendan.
Esa voluntad existe y quiere abrirse paso, como miles y miles lo demostraron en las calles el 17 y el 27 de octubre pasado. No precisaron de una convocatoria gubernamental, como no la necesitaron en 1945, ni tampoco para despedir masivamente a Néstor 10 años atrás.
Esa es la fuerza para que el gobierno resista presiones y avance con energía en el cumplimento del compromiso electoral. La fuerza para decidir la eterna disputa entre quienes pretenden hacer pagar las crisis a los trabajadores y no al privilegio, cuyo modelo de renta y rapiña las causó, las profundizó, y siempre se benefició en ellas.
El pueblo movilizado, pero tambièn organizado como sujeto político, es muestra de Lealtad a la historia del peronismo, mayoritario componente del movimiento nacional y popular.
Es Memoria presente del aporte de otras culturas políticas que lo fueron conformando, como de la izquierda marxista (anarquista, socialista, comunista o guevarista) y el yrigoyenismo, mal que le pese al negacionismo sectario de algunos ex funcionarios con generosa prensa.
Es la Garantía posible para definir la suerte de esta epopeya para reconstruir la Patria y hacerla libre, justa y soberana.
Es Homenaje y continuidad de la brecha abierta por Néstor Kirchner con su proyecto político. En suma, la última y definitiva lección de un estadista nacional y regional, pero también un hombre de carne y hueso, uno más de nosotros, del héroe colectivo del que hablaba Oesterheld.