La agroecología demuestra que es posible producir alimentos sin aplicar miles de litros de agrotóxicos por año. La soja no transgénica es una de los cultivos que se expande en el país. La historia de productores de Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires. Las dudas iniciales, la dificultad de obtener semillas, cómo tratar las plagas y dónde comercializar la cosecha.
Lo que comenzó casi como un ensayo de pequeños productores en resistencia al modelo imperante se expandió como una verdadera alternativa: aquello denominado “agroecología” recuperó saberes ancestrales para producir y, al mismo tiempo, cuidar la tierra y la salud. Y hoy demuestra que recorrer ese camino también tiene otros beneficios: producir soja agroecológica es hasta un 40 por ciento más económico que hacerlo desde la lógica del agronegocio, que se encuentra atado a los transgénicos y agrotóxicos.
Agencia Tierra Viva dialogó con tres productores acerca de sus experiencias con la agroecología y, puntualmente, con la soja no transgénica. Es decir, la contracara del commodity por excelencia en la Argentina. Los productores aseguran que su camino no fue fácil y que todo fue “a prueba y error”, pero coinciden en que su decisión fue acertada.
Soja agroecológica y suelos vivos
Marcelo Frattin lleva 30 años de producción en un campo de más diez hectáreas en Casilda (Santa Fe). Lo que recibió como herencia rápidamente lo utilizó como un medio de vida. Pero todo pareció derrumbarse de un momento a otro. “Arranqué con un sistema que utilizaba químicos. Nosotros vendíamos la verdura como las mejores y las más sanas para toda la población local. Pero al poco tiempo tuvimos un problema de intoxicación con uno de los muchachos de la huerta”, relata.
Aquello significó un duro golpe para la identidad de su empresa. Frattin, su familia y el resto de los productores de su campo se vieron en una disyuntiva: abandonarlo todo o seguir adelante, pero desde un sistema distinto. “La solución fue un vuelco a la agroecología. Ahora llevamos más de 15 años sin producir con agroquímico”, responde el hombre de Casilda.
Años después, Frattin conoció a Eduardo Spiaggi, quien ya trabajaba en agroecología, y comenzaron a experimentar la producción agroecológica en otros cultivos. Fue cuando, por primera vez, su pequeño campo conoció la palabra “soja no transgénica”.
“De las cinco hectáreas que nos quedaban, empezamos probando con solo media”, explica Frattin y recuerda la dificultad que tuvieron para encontrar las primeras semillas no transgénicas. “Tuvimos que viajar a Córdoba para acceder a las primeras semillas, después la comenzamos a producir nosotros”.
La primera cosecha –sin embargo– lo enfrentaría a otras dificultades: cómo vender su producción y de qué forma reemplazar al paquete tecnológico que imponía la soja transgénica, en especial el reemplazo de los agrotóxicos.
“A lo primero no sabíamos qué hacer con la producción, por eso la tuvimos guardada más de un año. Hasta que de a poquito se fue abriendo la posibilidad de comercializarla. Nosotros queríamos que terminara en consumo humano, eso nos parece muy importante”, describe Frattin.
Los porotos de la soja agroecológica van a parar a la producción de tofu (un elemento de origen oriental que se prepara a base de semillas de esta leguminosa) y también se comienza a convertirse en harina de soja.
En cuanto a las plagas, Frattin sostiene que este verano –por ejemplo– tuvieron un preocupante ataque de ciertos insectos como cascarudos, popularmente conocidos como “isocas”. Sin embargo, la experiencia de llevar más de 15 años combatiendo las plagas sin el uso de agrotóxicos, no lo hizo entrar en desesperación: “Las estamos tratando con diatomeas o algún insecticida natural que tienen elementos biológicos”, dice para explicar el componente natural que se aplica a los cultivos, el cual contiene fósiles de algas microscópicas y logra matar a insectos y parásitos por deshidratación. “Nos está dando resultado”, agrega.
En la actualidad están enfrentando una fuerte sequía que pone en riesgo gran parte de sus cosechas. Aun así, se toma de esta circunstancia para reforzar el rumbo de la agroecología. “El suelo es un ser vivo, hay que alimentarlo. Desde la agricultura industrial se ve al suelo como un sostén, nosotros desde la agroecología lo vemos como un ser vivo. Si no lo cuidás, te quedás sin capital”, manifiesta el productor.
“Es el momento de volver a la naturaleza”
Cristian Raggio vive en la pequeña localidad de Washington, al sur de Córdoba. Trabaja sin ningún tipo de agroquímico y extiende su cosecha con un promedio de entre 100 y 150 hectáreas por año. Además, asegura que un estudio que mandó a hacer en el INTA Pergamino confirmó un beneficio hasta ahora desconocido para la plantación de soja agroecológica. “Les envié una muestra de soja no transgénica que usamos en el campo y otra muestra de soja transgénica, que yo había hecho con un socio. En esa única prueba, se determinó que la soja agroecológica tenía hasta un 20 por ciento más de proteína que la transgénica. Los especialistas me dicen que lo más probable es que todas las sojas no transgénicas tengan más proteína, pero es algo que tenemos que probar”, cuenta.
A su vez, Raggio cuenta cuál fue el “click” que lo volcó a probar la agroecología, pese a que por entonces sólo escuchaba advertencias negativas: “Siempre tuve ciertas dudas de todo lo que se estaba aplicando. Era tal el aumento de los productos, que era algo evidente que esto iba a terminar mal”. Entonces comenzó a buscar opciones y conoció la agroecología: “Hay que estar dispuesto a ganar un poquito menos y hacer las cosas de forma artesanal”. Los beneficios, sin embargo, afirma que son visibles: se regenera la tierra, tanto para la producción agrícola como ganadera, y remarca que los costos son menores que en la agricultura transgénica.
“La agroecología es un sistema de baja dependencia de insumos, usamos nuestras propias semillas o de vecinos y colegas. Los costos son mucho más bajos que en la agricultura industrial. Hoy el costo de una soja agroecológica es de entre 150 dólares y 200 por hectáreas, mientras que la soja transgénica conlleva un promedio de 600 dólares por hectárea, dependiendo de las labores que se hagan; lo que representa entre cuatro y seis quintales del producto final”, detalla Raggio.
La alternativa al uso de agroquímicos no fue fácil, pero se logró a base de prueba y error. “Al no usar herbicidas hacemos laboreo mecánico: barbecho con rastra doble acción antes de la siembra, y luego se usa rastra rotativa y escardillo para controlar malezas en el entresurco, en caso que la siembra sea con un espaciamiento entre surcos de 70 centímetros”, detalla desde su campo.
El productor cordobés comercializa la soja no transgénica, así como el resto de sus ofertas agroecológicas, en el mercado regional. “A mí me gusta la idea de enfocarlo al mercado interno porque si no todo lo bueno siempre lo exportamos”, remarca. Prioriza que sus cosechas lleguen al consumidor directo o algunos pequeños emprendimientos de comidas veganas en la zona.
Raggio cuenta su experiencia y quizás pueda graficar la de muchos otros productores que comenzaron con la producción transgénica y que, ahora, se permiten dudar de sus beneficios. “Cuando dejamos de arar y permitimos entrar la siembra directa, parecía que iba a ser el paraíso. Pero años después vemos todas las consecuencias ambientales que tenemos y un montón de costos que la agricultura industrial ignora, o se tapa los ojos para no verlas”, expresa en referencia a la sequía sostenida en la tierra por el uso constante de siembra directa y agrotóxicos.
Y agrega, a modo de reflexión final: “Es el momento de volver a la naturaleza. La naturaleza puede proveer la suficiente cantidad de alimentos sin el uso de todas estas herramientas químicas. Lo que pasa es que exige un esfuerzo adicional. Hoy hay una disociación total con la tierra. Muchos creen que sin todo ese paquete tecnológico no se puede producir, yo creo que la agroecología tiene su futuro y la gente lo va a comenzar a entender”.
Menores costos de producción y alimentos sanos
Gonzalo Rondini, agrónomo de Trenque Lauquen (Buenos Aires), produce soja y otros cultivos agroecológicos como trigo y verduras varias. “La empezamos a producir en un campo en el cual asesoro, hace dos años atrás, con la necesidad de poder desarrollar una semilla no transgénica que nos sirva y que podamos defenderla. Hacemos entre 80 y 160 hectáreas por año”, comenta el agrónomo.
Rondini agrega un detalle fundamental para comprender por qué producir soja no transgénica tiene beneficios inmediatos para la rotación de la tierra: “Necesitábamos una leguminosa que nos permita una rotación y con la soja no transgénica se dio algo muy interesante, porque brinda beneficios a la disposición de nitrógeno al suelo”.
A dos años de implementar la soja agroecológica, Rondini considera que al no utilizar grandes insumos se está convirtiendo en una “salida muy interesante para los productores agroecológicos, a la hora de la comercialización”. “Podemos reducir el costo de producción un 30 o 40 por ciento y por eso estamos buscando variedades para poder competir con la soja transgénica”, se ilusiona.
Y compara su experiencia como agrónomo en la producción convencional y en la que realiza ahora: “El agro industrial cuenta con empresas muy potentes y desde la agroecología estamos dependiendo mucho de los aportes estatales para el desarrollo, sin empresas que nos ayuden a encontrar soluciones de maneras más rápidas y eficientes. Una profesionalización de la agroecología haría de esta forma de producción una estructura mucho más estable y que pueda atraer a más cantidad de productores”, opina.
Aún así, pone en evidencia que las consecuencias del modelo industrial, o el agronegocio, son “demasiadas”. “A pesar de ese profesionalismo, uno ve que después de 20 años de este tipo de agricultura, hoy tenemos las napas, la tierra y el aire contaminados”, enfatiza. En esa línea, el agrónomo se enfoca en la necesidad de producir de forma natural, para consumir de forma sana. Un círculo virtuoso que traerá muchos beneficios para la salud de las personas.
“Si esperamos que la industria o la ciencia nos diga que lo que estamos produciendo y comiendo está mal, vamos a tener un camino muy largo a grandes enfermedades y costos”, dice Rondini y concluye: “La gente cree que no come soja y está en el 60 por ciento de sus alimentos, como aceite de soja y otros derivados que se encuentran en el resto de las comidas. Entonces, no podemos permitir que uno de los alimentos que más consumimos esté envenenado”.