El creador de Telegram fue detenido este 24 de agosto en Francia. La Justicia francesa imputa a Pavel Durov de complicidad con actos terroristas, con tráfico de estupefacientes y otros delitos por el contenido de las comunicaciones que los delincuentes compartieron por la aplicación. Lo absurdo de la imputación parece evidente. Sería como imputar a accionistas de una telefónica por el contenido de conversaciones entre personas.
Es difícil creer al presidente Emmanuel Macron que asegura que “no hay motivaciones políticas” en la detención. Actualmente, Durov está en libertad, la causa judicial sigue y tiene prohibición de abandonar el país. El objetivo apenas lo disimulan o ni siquiera eso, pretenden que Telegram abra la aplicación para la supervisión de los servicios de inteligencia occidentales. Eso explica por qué la aplicación análoga, Whatsapp de Mark Zuckerberg, no enfrenta problemas similares. Es harto conocido que la CIA y otras agencias se sienten en su casa espiando esa aplicación.
Zuckerberg intentó “lavarse la cara” denunciando estos días que la Casa Blanca le mintió respecto a la implicación de Hunter Biden en casos de corrupción. El hijo del actual presidente estadounidense enfrenta una acusación de corrupción por traficar influencia a favor de Burisma y otras empresas ucranianas. Concretamente, el CEO de Meta confesó que “mandaron a sus revisores de contenido” todas las publicaciones de Facebook que hicieran mención a Hunter Biden porque el gobierno le transmitió que era una operación de desinformación orquestada por Rusia. Si es difícil creerle a Macron es imposible hacerlo con Zuckerberg. O en todo caso, pierde toda importancia si dice la verdad o no en aquel caso porque lo relevante es que descubrimos que resulta una práctica habitual. No sabemos qué nos oculta o manipula hoy.
La detención de Durov hizo recordar a usuarios de redes el reportaje que le realizó el periodista Tucker Carlson en que relata cómo agentes de inteligencia estadounidenses intentaron convencer a un ingeniero de Telegram para que dejase abierta una “puerta trasera” a través del uso de ciertos códigos abiertos, no cifrados.
La caracterización de la persecución a Durov como un ataque a la libertad y una extorsión para violar la privacidad de millones de usuarios de la aplicación se impone. Representa una clara violación de derechos, no de Durov, de los usuarios. La analogía con Julian Assange o Edward Snowden aparece de inmediato.
Elon Musk pretendió montarse al asunto y presentarse como víctima, un verdadero victimario. Entre otras empresas, Musk es propietario de Twitter (ahora X) y asombra su cara dura. Nada más lejos de la neutralidad y la libertad de expresión que Twitter, que si bien ya era muy parcial cuando pertenecía a Jack Dorsey, bajo el mando del surafricano se ha convertido en la herramienta preferida de la ultraderecha internacional.
Una de las actuaciones destacadas del Twitter de Musk es su activa participación en el intento de golpe de Estado de las hordas bolsonaristas contra Lula el 8 de enero de 2023. La red social del surafricano fue uno de los principales (o el principal) medio que impulsó la asonada. El Supremo Tribunal Brasileño investigó el hecho y llegó a algunas cuestiones interesantes: muchos de los investigados se fugaron a Argentina donde cuentan con el encubrimiento de Milei, Twitter hizo lo que cualquier usuario sabe que hace Elon Musk: promovió granjas de trolls, permitió amenazas de muerte y exposición pública de datos privados a fin de intimidar, “baneó”, es decir restringió la difusión de cuentas de partidarios de Lula e hizo lo inverso con partidarios de Bolsonaro, estimuló la difusión de mentiras sobre un supuesto fraude en Brasil.
Encabezado por el juez Alexandre de Moraes, el Tribunal requirió información de esas evidentes maniobras a Musk, que en lugar de allanarse al requerimiento judicial contestó con amenazas al juez y promesas de desestabilizar el país.
El activismo de Elon Musk a favor de desestabilizar a Lula continúa como vemos en el reciente tuit. Tuvo también un rol importantísimo en el reciente intento golpista en Venezuela, con saldo de decenas de muertos producto de la violencia inducida. Antes de quedarse con Twitter participó del golpe en Bolivia donde quería apropiarse del litio.
Musk es el prototipo de la distopía consistente en un gobierno global de las corporaciones monopólicas. Nada más alejado de la libertad de expresión. En los hechos Twitter no lo es. La red del surafricano es el epítome de la censura y la violencia neonazi.
Resulta absolutamente contrastante el activismo mercenario y predatorio de Twitter con la neutralidad que ha mostrado hasta el momento (el futuro siempre es incierto) Telegram.
La decisión soberana de Brasil es señera en el necesario camino que a emprender por todos los países: regular las redes sociales. No se trata de censurar, al contrario, sino de garantizar neutralidad. Hoy quien censura es Elon Musk y eso es una verdadera burla. Nadie debería hacerlo, pero si existe algún tipo de mensaje delictivo, son las instituciones de la democracia y de la Justicia quienes deben determinarlo, no un monopolista prepotente.
Mientras tanto, es imprescindible educarnos como público y usuarios para comprender las manipulaciones a las que nos vemos sometidos. No se trata de abandonar foros en los que damos la disputa sobre los sentidos de la sociedad, al contrario, se trata de comprender los mecanismos que utilizan para “inclinar la cancha”.
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