Posiciones contrapuestas a la hora de calibrar la aptitud y fuerza de los adversarios suelen desembocar en la desvalorización de los esfuerzos de quienes batallan contra una sociedad injusta a través de un compromiso político activo. Sería deseable una mayor estimación de los esfuerzos de quienes dan la pelea cotidiana contra el sistema imperante, a veces gris y fatigosa.
Muchos compañerxs que se identifican como de izquierda mantienen posiciones polarizadas acerca de la derecha nacional. Se va de un extremo a otro, pero el resultado del análisis es, en ambos casos, de menosprecio frente a la izquierda que da la lucha social y política.
Para unos tenemos una derecha «berreta», reflejo de una burguesía «sin proyecto nacional” y «cipaya». Que semejante caterva pueda manejar el país sería entre otras cosas el reflejo de «lo mal que está la izquierda». Ya que no puede plantársele ni siquiera a unos fascinerosos que cometen una y otra vez los mismos desaguisados sin siquiera entender lo que hacen.
Enfrente están quienes cultivan la idea de que «la derecha siempre tiene claro sus intereses», «conoce el valor de la unidad de clase”, a diferencia de las “divisiones artificiales’ de la izquierda» y, cuenta con «intelectuales con un nivel que la izquierda no posee ni por asomo».
En esta hipótesis también la izquierda está muy mal, al no tener condiciones mínimas para enfrentar en ningún terreno a las fuerzas dominantes. Sólo puede esperarse un rosario de fracasos, una deriva hacia la impotencia de cualquier esfuerzo que se despliegue, por más tesón que se le ponga.
Pum para abajo
Lo paradójico o no tanto, es que en ambas posiciones prima la baja autoestima y un tono de menoscabo.
Sea con derecha «fuerte» o «débil», sea «burguesía sin conciencia de clase» o «empresariado con plena comprensión de sus intereses» se trate de que. «no cuenta con intelectuales de relieve» o que «su nivel supera con creces a los de la izquierda» el resultado es que la izquierda argentina es percibida como débil, en un grado casi irreversible.
«Se equivoca siempre en política», y estaría atravesada por un sinnúmero de mezquindades insuperables. Lo anterior se refleja en el grado en que se desvalorizan logros concretos o se sospecha del sentido de las acciones emprendidas.
Cuando la izquierda realmente existente obtiene un relativo éxito electoral o un avance institucional, éstos serán tomados como muestra de «desviación electoralista».
Si
retrocede en ese campo o parece no valorarlo lo suficiente se lo
definirá como síntoma de ineficacia política incurable cuando no
de «infantilismo ultraizquierdista».
Lo
anterior en el caso más leve, no faltan quienes ponen como
explicación oscuras «traiciones», connivencias con las
clases dominantes o financiaciones inconfesables.
El tono descreído hasta lo apocalíptico puede ser expresión de cierta coquetería intelectual. Por décadas hemos vivido atravesados por el culto de la duda permanente y la consiguiente sonrisa despectiva hacia quien enarbola algunas certezas.
La mera manifestación de entusiasmo ante cualquier acontecimiento parece denotar carencia de espíritu crítico, cuando no precariedad en la formación intelectual de quien la emite.
La desesperanza se convierte casi en un signo de elegancia. Si se decide pese a todo adoptar una opción en el movimiento social o en la política se tratará de que sea por lo más marginal que se encuentre a mano. Así queda garantizado que sólo se trata de dar testimonio, sin involucramientos activos que puedan complicar a la libertad no tan bien entendida a la que se pone por encima de todo.
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A partir de lo anterior cabe la reflexión de que seremos más fuertes, más unidos y tendremos mayor eficacia en todos los terrenos cuando muchxs dejen de pensar que las mayores marcas de la propia inteligencia son: El pesimismo invariable, el ataque permanente a quienes se teme ver como cercanos, y el escepticismo que pretende ser lúcido y sólo es destructivo.
El optimismo de la voluntad es valioso, incluso indispensable. Refugiarse sólo en el pesimismo de la inteligencia lleva a la parálisis. O peor, a cierta indiferencia que suele derivar en el acomodamiento con el orden existente.
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