Los periodistas del Pentágono se plantan ante la obligación de recibir el visto bueno antes de publicar
“¿Cuántos periodistas se levantarían aquí?”, me decía un amigo (que no es periodista, tengo amigos que no lo son) comentando lo que tradicionalmente se viene llamando actualidad internacional, o sea, Trump. Además de sus fervientes deseos a favor de que reine la paz en el mundo (como las participantes en los concursos de misses), o sus denodados esfuerzos por calmar las turbulentas aguas del comercio internacional, el presidente naranja y su Administración no cejan en recordarles a sus ciudadanos las ventajas de haberle votado. La última novedad al cierre de la edición (de mi paciencia sobre el asunto) es la propuesta no rechazable que el secretario de Guerra (antes de Defensa), Pete Hegseth, asestó a los medios de comunicación la pasada semana. En resumidas cuentas, para poder conservar la acreditación de prensa en el Pentágono deberían consultar previamente las informaciones que pretendían difundir.
En el plazo límite para acatar tal normativa, la práctica totalidad de los representantes de los medios acreditados recogió los bártulos y abandonó la zona de prensa que habían tenido en el edificio (en EE.UU. –como sabemos por las películas– les basta con una cajita, mientras que aquí, al menos en mi caso, tendría que solicitar el concurso del Centro Reto). Se fueron periodistas progresistas, mediopensionistas y conservadores, con la aquiescencia (eso sí que me sorprende) de sus empresas, por considerar que publicar sólo lo que ha tenido el visto bueno de las autoridades no es periodismo, es propaganda. Y lo consideran así desde la Asociación de Prensa del Pentágono (101 miembros de 56 medios de comunicación) hasta comentaristas militares en la propia Fox. Sólo firmó una cadena de televisión de extrema derecha: One America News Network.
En la misma línea del pensamiento exangüe de “Franco hizo muchas cosas buenas”, quizá haya quien diga que “si dices la verdad, no le veo el problema”. De hecho, Pete Hegseth ha señalado que las nuevas reglas son de “sentido común” y que el requisito de que los periodistas firmen un documento que las contiene significa reconocerlas, no necesariamente que estén de acuerdo con ellas. No solo me cuesta seguir las recomendaciones minimalistas de Marie Kondo en el puesto de trabajo, también ignoro cómo se puede firmar un papel que diga que “los periodistas no pueden solicitar información a oficiales militares” y después hacerles preguntas.
Dos apuntes de contexto. Uno: Hegseth puede ser experto en Defensa y/o Guerra, pero antes de la segunda arribada de Trump era presentador en Fox News Channel (¿se imaginan a Vicente Vallés o a Matías Prats como sucesores de Margarita Robles?). Su penúltima hazaña bélico–informativa había sido que él –o un cabeza turco random que se dará a conocer después– incluyó al redactor jefe de la revista The Atlantic en el chat de Signal (la aplicación de mensajes considerada más segura) sobre los preparativos de un ataque de la US Navy a los rebeldes hutíes de Yemen. El periodista no publicó detalles de los preparativos, pero sí el desliz.
Dos: Manuel Fraga Iribarne figura en la historia del periodismo español –entre otras muchas razones– por su Ley de Prensa de 1966. En su artículo tercero (“De la censura”) establecía que “la Administración no podrá aplicar la censura previa ni exigir la consulta obligatoria, salvo en los estados de excepción y de guerra expresamente previstos en las leyes”. Bien es cierto que lo que venía a decir la famosa Ley es “usted publique y después aténgase a las consecuencias”. También es cierto que, cinco años después, las consecuencias supusieron el cierre del diario Madrid y la posterior voladura de su sede, pero desde luego parece un avance sobre la Ley Hegseth.
Aquí es cuando viene a cuento la pregunta de mi amigo, que debía de ser retórica, porque él mismo la contestó con un cero que formó con los dedos pulgar e índice. La verdad es que sí recuerdo bastantes plantes organizados (uno, por ejemplo, ante el Consulado de EE.UU. en A Coruña cuando lo de José Couso), pero no muchas salidas masivas. En realidad, una: cuando, con un petrolero ardiendo en la entrada del puerto de A Coruña, el alcalde, Francisco Vázquez, se dirigió de malas –y personales– maneras a la corresponsal del diario que se editaba en otra ciudad. De forma espontánea, la sala de prensa donde se celebraba la conferencia informativa, en la Subdelegación del Gobierno, se vació.
Muestras de sumisión sí que me vienen a la cabeza. Empezando porque, por ejemplo, aquella campaña en Twitter de #SinPreguntasNoHayCobertura no la inició ningún periodista o asociación profesional. Y tuvo un enorme apoyo… en Twitter, pero no en la práctica. (“Lo que no habrá es respuestas. Yo, preguntas tengo varias”, solía decir un veterano colega en estos casos). Y, sobre todo, el ejemplo bochornoso de los distinguidos profesionales que cubrían la información del Gobierno de Mariano Rajoy peregrinando como corderos a La Moncloa para ver y escuchar en una pantalla (y, en el fondo, servir de atrezo) lo que el ectoplasma del presidente tenía a bien transmitirles.
Traigo a Hegseth al retortero (sea lo que sea eso), consciente de que en los medios españoles hay más tela que cortar que en las maquilas de Inditex. Pero todo lo que pasa allí acaba llegando aquí, como se está comprobando, y se me ponen las teclas como escarpias cuando imagino lo que pasará en nuestro ecosistema mediático, en donde si mencionas el código deontológico hay quien piensa que necesitas cita en el dentista.
Xosé Manuel Pereiro: Es periodista y codirector de ‘Luzes’. Tiene una banda de rock y ha publicado los libros ‘Si, home si’, ‘Prestige. Tal como fuimos’ y ‘Diario de un repugnante’. Favores por los que se anticipan gracias


