«Las conclusiones a las que creo que llegarán los lectores es que sólo puede haber una línea editorial en esos grupos de comunicación: la defensa a ultranza del sistema económico con el que se enriquecen, el ocultamiento de sus operaciones oscuras, la complicidad con los poderes que les ayuden a desarrollarlas y el ataque a […]
«Las conclusiones a las que creo que llegarán los lectores es que sólo puede haber una línea editorial en esos grupos de comunicación: la defensa a ultranza del sistema económico con el que se enriquecen, el ocultamiento de sus operaciones oscuras, la complicidad con los poderes que les ayuden a desarrollarlas y el ataque a cualquier opción política, social o ética que intente enfrentarse a su ideología y modelo».
Periodista especializado en política internacional y análisis de medios de comunicación, alma de Rebelión desde su fundación en 1996, asesor editorial de Telesur durante 2006 y 2007, colaborador de numerosas publicaciones españolas y latinoamericanas, primer Premio del Concurso Internacional de Ensayo «Pensar a contracorriente» en 2007, galardonado en 2010 con la distinción Félix Elmuza que otorga la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), Pascual Serrano es autor de Perlas (2006), Perlas 2. Patrañas, disparates y trapacerías en los medios de comunicación (2007), Medios violentos. Palabras e imágenes para el odio y la guerra (El Viejo Topo, Barcelona, 2008), Desinformación. Cómo los medios ocultan el mundo (Península, Barcelona, 2010) y El periodismo es noticia. Tendencias sobre la comunicación en el siglo XXI (Icaria, Barcelona, 2010). Su última obra, Traficantes de información. La historia oculta de los grupos de comunicación españoles, eje de nuestra conversación, ha sido editado por Akal en 2010.
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Tras felicitarte muy sinceramente por tu nuevo libro, déjame preguntarte por su título: «Traficantes de información». ¿»Traficantes»? ¿No exageras? No parece una inocente metáfora.
El término «Traficantes» no estaba previsto cuando planteamos el proyecto del libro. Sin embargo, una vez terminado, era evidente que la trayectoria de los grupos de comunicación no era meramente económica o empresarial, había demasiados elementos que mostraban su falta de escrúpulos y, en algunos casos, un carácter casi delincuencial. La palabra «traficantes», con esa evocación criminal que sugiere, me parece que los define perfectamente.
Hablas en el subtítulo de «historia oculta de los grupos de comunicación españoles». ¿Por qué usas la expresión «historia oculta»?
Porque descubrí que quienes tienen como objetivo profesional sacar a luz informaciones y noticias, las que más ocultan son las relacionadas con sus empresas. Es impresionante lo difícil que resulta conocer quiénes son los dueños de los medios, más todavía descubrir las miserias y canalladas que jalonan su historial.
Después de leer los doce capítulos de tu ensayo, uno se pregunta, creo que razonablemente, lo siguiente: la ciudadanía española, a través de las televisiones, los diarios, las revistas, ¿puede acceder realmente a una información donde la veracidad no sea una palabra de un trasmundo alejado?
Mi idea es que esa pregunta la tuviese respondida el lector con sólo conocer la historia de los medios y sus modus operandi. Evidentemente, unos grupos económicos que tienen a directivos con sentencias firmes por haber «contribuido conscientemente a la consolidación y el reforzamiento de la asociación mafiosa» italiana, que venden armas a dictaduras, que evaden cifras millonarias a Hacienda, que hicieron fortunas en la Alemania nazi, que apoyaron y aplaudieron la dictadura franquista, que especulan con sus inmuebles, que acumulan condenas por atropellos laborales y que recurren a paraísos fiscales para registrar sus empresas, no pueden estar muy interesados en la veracidad de la información de sus medios.
La otra cara de esta moneda: los periodistas españoles, en general, no sólo las «grandes estrellas», ¿pueden ejercer realmente la libertad de expresión?
Los periodistas son meros empleados precarios que pueden ser despedidos libremente y que deben obedecer criterios de selección de las noticias establecidos por directivos nombrados por los propietarios. Son como el albañil que no puede decidir el diseño de la casa ni su ubicación, sólo poner ladrillos para terminarla de la forma que le han indicado los arquitectos y el presupuesto económico. Lo denuncian claramente en el libro el Sindicato de Periodistas: «Nuestra precariedad es tu desinformación».
¿Has intentado abarcar todos los grupos de comunicación españoles o, conscientemente, te has dejado en el tintero grupos de menor alcance?
Desde el primer momento tenía claro que, por honestidad, debía tratar con el mismo rigor y severidad a todos los grupos. Lo cual tendrá como consecuencia que ningún medio quiera hacerse eco del libro. Hasta ahora se habían publicado varios libros que criticaban con dureza y con seriedad a algún grupo de comunicación y que, lógicamente, lograban el apoyo de los medios de la competencia para darse a conocer. Como «Traficantes de información» no le gustará a ningún grupo porque todos salen malparados, lo silenciarán todos los medios.
Esperemos, para bien de todos, que aún existan hendiduras en la coraza del sistema. ¿Qué fuerzas crees que han desencadenado esta cambio absoluto, radical, del panorama informativo español en apenas 30 años, después de la muerte del dictador golpista?
El cambio no es del todo absoluto, los grandes grupos económicos y editoriales que se desarrollaron a la sombra del franquismo continúan en primera línea. Lo que ha sucedido es que, con la globalización, han entrado inversores extranjeros, en especial italianos y estadounidenses.
Uno de los casos más sorprendentes (y dolorosos) de los que presentas en tu libro es el caso de Prisa y El País, un diario «independiente» que ha llegado a aplaudir -o a justificar cuanto menos- golpes de Estado. Nicholas Berggruen, junto a su socio Martin E. Franklin, pretende reflotar y controlar el grupo a través de la sociedad de inversiones Liberty Acquisition Holdings. Esta sociedad está domiciliada en el paraíso fiscal estadounidense de Delaware. José Manuel Naredo escribía no hace mucho: «sería un triste destino para ese diario vocacional y militante de la libertad que en su día fue El País acabar siendo devorado por el capital financiero en estado puro». ¿Exagera en tu opinión? ¿Es un juicio acertado? ¿El País en manos de la derecha neoliberal del capitalismo financiero especulativo internacional?
Coincido en considerar que El País acaba siendo devorado por el capital financiero en estado puro, pero hace mucho que no veo a ese diario como vocacional y militante de la libertad, como afirma Naredo. Sinceramente, ni la familia Polanco ni Juan Luis Cebrián me parecen mejores que los tiburones de Wall Street que han comprado la mayoría de Prisa. Simplemente se ha formalizado en el accionariado algo que hacía décadas que estable reflejado en los contenidos del periódico.
Sorprende también leer, cuando hablas del grupo Mediapro/Imagina, el grupo que financió la película «Salvador» dirigida por Manuel Huerga, unas declaraciones de Jaume Roures, uno de sus grandes responsable, un ex militante de la LCR: «Yo no trabajo, yo milito… Mis ideas no han cambiado nada. La crisis actual demuestra los fallos del capitalismo y da actualidad al mensaje de Marx». Estas, digamos, singulares declaraciones, ¿casan bien con su comportamiento empresarial?
No dudo de la sinceridad de Roures al posicionarse políticamente. El problema se le presenta cuando quiere aplicar su marxismo al funcionamiento del mercado: conseguir audiencias, lograr publicidad, contentar al resto de socios capitalistas, ganar dinero. En cualquier caso, sabe que declararse de izquierdas no es malo para la imagen de sus medios de comunicación, lo cual refleja que hay una parte de la sociedad que demanda medios de izquierdas.
En el actual panorama informativo español, ¿la radio, la televisión públicas, juegan algún papel? ¿Garantizan una información más veraz, de mayor calidad?
Jugar un papel claro que juegan. Sus cifras de audiencia son importantes, y en el caso de la televisión, mayoritarias. La cuestión no es tanto si su información es más veraz y plural, sino si su carácter público les posiciona en mejores condiciones para serlo. Sin duda sí, por ejemplo estoy convencido de que en la televisión pública nacional los periodistas son más libres que en cualquiera de las privadas. Por otro lado, con todas sus deficiencias, tienen un consejo de administración donde se encuentran todos los partidos políticos y los sindicatos. Eso no quiere decir que no haya mucho que mejorar.
Hablas, en las conclusiones de tu estudio, de que la nueva legislación muestra también un ataque a la pluralidad. ¿Podrías explicar brevemente tu afirmación?
La nueva legislación, en especial la Ley Audiovisual, ha sido analizada por muchos expertos, algunos de los cuales han opinado en mi libro. Coinciden en que se han suavizado las normas que intentaban evitar la concentración de medios, se elimina cualquier posibilidad de vigilancia pública y social de la calidad de los contenidos, se deja el espectro audiovisual en manos de muy pocas empresas y se condena a la marginalidad a las iniciativas sin ánimo de lucro.
¿Existe hoy información alternativa en España que no llegue sólo a minorías muy atentas y politizadas?
Mi opinión es que no. Pero al menos esa información sí está disponible, en radios libres, medios digitales, publicaciones escritas… Por otro lado, la desconfianza hacia los grandes medios también está generalizada. Y eso es bueno.
La red y sus páginas críticas, ¿pueden ser un contrapeso en España a la influencia cultural, política, ideológica, de los medios que has estudiado?
Se trataría de que lo fueran pero, como he comentado anteriormente, su poder e influencia es muy desigual con respecto a estos grandes medios.
Cada capítulo de tu libro, después de informar y analizar el grupo de comunicación, presenta una sucinta pero sabrosa biografía de sus «personalidades» más destacadas. En general, el horror adquiere tintes dantescos al leer esos textos. ¿A qué se debe que ese conjunto de personas, algunas de ellas alejadas años-luz de todo lo que tenga que ver con la información, la coherencia y la veracidad, ocupe un papel tan destacado en los medios?
Es una de las conclusiones que pretendo que saque el lector: que los que mandan no tienen ninguna relación ni con el periodismo ni con la información. Porque los grupos de comunicación son simples emporios económicos que buscan rentabilidad, o lo que es peor, influencia política e ideológica al servicio de un modelo económico rabiosamente neoliberal. Eso no sería tan grave si no fuese porque todos son idénticos en esos principios y no hay lugar para una propuesta alternativa.
Enrique Bustamante, el autor de Los amos de la información en España, un ensayo de 1981, prologa tu libro. Tú mismo citas a Manuel Vázquez Montalbán y su Informe sobre la información. ¿Te has movido en ese mismo camino?, ¿has querido abonar con nuevas investigaciones esa senda crítica tan necesaria?
Sin duda, todos partíamos de una premisa similar: la sensación de que el panorama estaba dominado por grandes grupos empresariales de derecha que controlaban la información en nuestro país, aunque cada uno aportaba un estilo personal. Lo curioso es que el análisis de los grupos de comunicación españoles es un tema muy comentado por la ciudadanía pero poco estudiado y mucho menos difundido.
Precisamente Enrique Bustamante escribe en su presentación: «El presente libro acierta pues cuando obvia el análisis ideológico para dejar que éste se desprenda de las telarañas complejas de intereses económicos puestos en juego». No estoy seguro de que siempre hayas obviado el análisis ideológico pero, sea como fuere, ¿qué conclusiones se infieren, desde tu punto de vista, de «esas telarañas complejas»?
Celebro la percepción de Bustamante, porque esa era mi pretensión. No existen en el libro apenas valoraciones de la línea ideológica de los medios, a excepción de las muestras de complicidad con el franquismo. Las conclusiones a las que creo que llegarán los lectores es que sólo puede haber una línea editorial en esos grupos de comunicación: la defensa a ultranza del sistema económico con el que se enriquecen, el ocultamiento de sus operaciones oscuras, la complicidad con los poderes que les ayuden a desarrollarlas y el ataque a cualquier opción política, social o ética que intente enfrentarse a su ideología y modelo.
¿Cómo crees que debería intervenir la izquierda en este ámbito visto el oscurísimo panorama que tan bien has descrito en tu libro?
Más allá de líneas de intervención en el campo mediático es necesario un rearme ideológico y organizativo más allá del informativo. El panorama de los medios es tan inquietante como el del sistema bancario y financiero, el de la desmovilización social o la claudicación de partidos y sindicatos de izquierda. Los movimientos sociales de América Latina han comprobado que ha sido más fácil alcanzar el gobierno que conseguir adecentar el panorama mediático. En muchos de ellos han pasado diez años ganando elecciones (Venezuela, Argentina, Brasil…) y siguen con los medios controlados por el gran capital. Responder a cómo cambiar la correlación de poder en los medios es más difícil que responder a cómo conseguir un gobierno de verdad de izquierdas.
Una última cuestión. El libro, cuentas en la página 37, te lo encargó el responsable de la editorial Península (aunque al final ha sido editado por Akal, la misma editorial que publicó el libro de Bustamante al que hacíamos referencia). A pesar de que, una vez finalizado el ensayo, el resultado satisfizo al director editorial y que incluso tu libro llegó a anunciarse entre las novedades de Península, «los altos directivos de la editorial y accionistas vetaron la publicación». ¿Por qué? ¿Tanto miedo les da lo que aquí cuentas con detallada documentación? ¿Dónde queda entonces la libertad de expresión?
Efectivamente sucedió así. Yo creo que más que miedo es soberbia desde el poder, quieren dejar claro que ellos son los que mandan, quienes tienen la llave de lo que se publica y lo que no. Quieren intimidarnos para que no nos atrevamos a hablar. ¿Dónde queda la libertad de expresión? En el capitalismo, como tantas otras libertades y derechos, queda donde esté el dinero. Ya lo dijo Santiago Alba, no es la libertad de expresión lo que disfrutan los medios de comunicación, es el derecho a la censura, a decidir lo que no se publica.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
rCR