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Al-Yazira, el final de una leyenda

Fuentes: Renenaba.com

Traducido para Rebelión por Caty R.

Omnipresente por tierra y aire, el Emir de Catar, sin duda, ha sido el hombre del año 2011 -más fuerte que Mohamed Bouazizi, cuya inmolación desencadenó el movimiento salvador de la Primavera Árabe- al conseguir la hazaña de volver en su beneficio el curso de la revolución árabe.

Pero el nuevo Air and Field Marshall del mundo árabe, en un movimiento pendular, al mismo tiempo ha dañado una de las principales realizaciones de su régimen, la cadena transfronteriza Al-Yazira, que ha pasado del envidiado papel de «prescriptora» de la opinión árabe al menos glorioso de lanzadora de avisos de los movimientos antiárabes de la OTAN y ha hecho estallar en pedazos, en seis meses, una credibilidad pacientemente construida durante 15 años.

En las ondas de Al-Yazira, el autócrata entronizó al egipcio Youssef Al Qaradawi como predicador electrónico del movimiento islamista panárabe y mantuvo en la reserva de la República al tunecino Rached Ghannouchi y a los dos salvavidas de los Hermanos Musulmanes en el exilio, a los que consiguió que rehabilitasen las cancillerías occidentales poniéndolos en órbita inmediatamente después del derrocamiento del presidente de Egipto, Hosni Mubarak, y el de Túnez, Zine El Abdine Ben Alí.

A golpe de petrodólares y fanfarronería, amplificada por la fuerza catódica de Al-Yazira, en aquel momento en el apogeo de su credibilidad, el Emir de Catar avaló la intervención occidental en Libia volviendo a introducir en el aprisco al lobo personificado en Abdel Hakim Belhadj, antiguo líder de las brigadas islámicas de Libia y nuevo gobernador militar de Trípoli.

En tándem con el novelista-investigador francés Bernard Henri Lévy, que le disputa la palma de 2011, los componentes del dúo se vieron de manera alternativa, sucesiva y acumulativa, como el nuevo Rommel del desierto de Cirenaica y el Von Paulos de Tripolitania, al vivir día a día las epopeyas conjuntas del primer ejército de África y del «Africa Korps».

Desde el linchamiento público del coronel Gadafi en octubre de 2011, el Emir de Catar, cuyo ejército cuenta con 5.000 soldados y otros tantos mercenarios, comanda una coalición de 13 países que incluye a tres potencias atómicas que reúnen varios centenares de ojivas nucleares, otra vuelta de tuerca que le propulsa al muy envidiado título de comandante en jefe de una mítica «Africa Korps» nuclear y atlantista. Con el estímulo y las aclamaciones de una cohorte de comentaristas políticos, de los que el más prominente no es otro que el catedrático franco-tunecino e «islamólogo» de Toulouse Mathieu Guidère, recién llegado a la escena mediática, cuyo nombre auténtico, por otra parte, es Moaz Goueider, y preceptor del propio hijo del soberano en la École Saint Cyr, la academia francesa encargada de formar a los oficiales de mando.

En 1990, la esfera árabe ofreció al mundo un Field Marshall en la persona de Khaled Ben Sultan, conexión saudí del general Arnold Schwarzkopf, el jefe de la «Tormenta del Desierto» contra Irak. Gran hazaña de un país que bate todas las marcas en materia de gastos en armamento sin librar directamente ni una batalla. El propio hijo del ministro saudí se distinguió, pero no en el campo de batalla, sino en el terreno de la intendencia consiguiendo una respetable comisión del orden de 3.000 millones de dólares sobre las transacciones para el equipamiento de los 50.000 soldados del cuerpo expedicionario occidental que fueron a proteger el petróleo saudí del apetito de los iraquíes.

Gran hazaña de un principado, Catar, del que una cuarta parte de su territorio alberga la principal base estadounidense fuera de la OTAN, la del comando central, el eslabón intermedio que garantiza la unión entre la OTAN (Atlántico Norte) y la OTASE (suroeste asiático).

El Field Marshall «petromonárquico» y parricida se apoderó del trono en Doha gracias a un golpe de fuerza de los comandos paracaidistas jordanos, en 1995, que corrieron a Catar a restaurar los dañados intereses petroleros de las empresas británicas. La figura de Bruto no es exclusiva de Roma, también crece a la sombra de las torres de perforación. Depredador a imagen y semejanza de su predecesor, su reconciliación con el principal opositor en la dinastía, Nasser al Misnad, exiliado en Kuwait desde 1950, se sellaría vía tálamo con la boda del Emir con la hija de su antiguo enemigo, Mozza, la otrora «Banana princess».

Problema de lujo para reciclaje de alta gama, soporte financiero de Francia, aval árabe del mayor pro israelí de los dirigentes franceses, su principal hazaña sigue siendo el hecho de haber vuelto a su favor el eslogan revolucionario lanzado al principio de la Primavera Árabe cuyo pleno sabor se encuentra en la formulación en árabe cambiando una letra de la palabra kadar (destino).

Si el pueblo quiere la vida, corresponde al destino (kadar) hacerlo bien. Si el pueblo quiere la vida, corresponde a «Katar» hacerlo bien.

El discípulo más aplicado de Estados Unidos a la hora de poner en la lista negra a las repúblicas árabes, primero a Libia y después a Siria, recibe los mimos del imperio. Después de prescribir la información durante dos decenios en el ámbito árabe, Al-Yazira, la coartada estratégica suprema de Catar frente a su sometimiento al orden occidental, parece que está viviendo el final de su monopolio mediático debido a las derivas a las que la cadena catarí se rindió culpablemente durante la cobertura de las revoluciones árabes del año 2011, en particular respecto a Libia y a Siria.

Al-Yazira, cuyo nombre procede de «Al-Yazira Al-Arabia», la verde península arábiga, el espacio geográfico que agrupa los principados petroleros del Golfo, Arabia Saudí y Yemen, la antigua «Arabia Feliz» de los primeros tiempos del Islam, es claramente una excrecencia rebelde del orden mediático saudí, como en el terreno político lo fue, por otra parte, Osama Bin Laden, una excrecencia rebelde de la hegemonía saudí sobre el orden interno árabe.

La creación de Al-Yazira constituyó un bonito ejemplo de equilibrismo diplomático del pequeño emirato de Catar frente a las ambiciones de los protagonistas del juego regional; y el intento de domesticación de la cadena transfronteriza árabe constituye a ese respecto un caso de manual.

El lanzamiento de la cadena en 1996, el año después de la hemiplejía del rey Fahd, el gran hermano saudí envidiado por el Emir parricida de Catar, respondía a tres objetivos:

– Liberar al emir de Catar, a los ojos de la opinión pública árabe, de la pesada tutela occidental que patrocinó su parricidio político.

– Dotar al principado de una fuerza golpeadora mediática con el fin de marcar su territorio en el plano energético dentro de la constelación de las petromonarquías del Golfo.

– Derribar la hegemonía saudí en la esfera árabe al apoyarse parcialmente en un equipo periodístico formado fuera de la órbita de la censura árabe -el servicio árabe de la BBC (British Broadcasting Corporarion)-, víctima de la arbitrariedad saudí (1).

En menos de un decenio Al-Yazira alcanzó sus objetivos y rompió el monopolio mediático de los medios de comunicación occidentales desde la llegada de la información masiva, hace medio siglo, propulsándose a la categoría de gran rival de los grandes vectores occidentales y «prescriptora» de la opinión pública árabe, artífice del debate pluralista en el mundo árabe. Una propulsión que condujo a los estadounidenses a emprender metódicamente su domesticación, en particular desde la guerra de Afganistán.

Mientras Estados Unidos movilizaba a la opinión internacional para la invasión de Irak y buscaba una base de repliegue para su cuartel general saudí, un medio de comunicación saudí dejó filtrar ese día en su web «Arabic news.com», una información aparentemente extraída de las mejores fuentes estadounidenses y saudíes anunciando «un intento de golpe de Estado» contra el emir de Catar, Cheikh Hamad Ben Issa al-Khalifa, frustrado por Estados Unidos. La escueta información no mencionaba a los autores del intento ni la fecha en que se frustró. ¿Fomentado por quién? ¿Frustrado cómo? ¿Un intento fomentado y simultáneamente frustrado por el mismo operador? ¿Un golpe de Estado simulado virtualmente?

Cualquiera que conozca el funcionamiento de la prensa saudí, en particular la censura en tiempos de guerra, sabe que semejante información, bienvenida para la diplomacia estadounidense y saudí, no habría podido filtrarse jamás sin el consentimiento de las autoridades de la censura, tanto saudí como estadounidense. Catar entendió el mensaje y en un gesto de buena voluntad al día siguiente firmó un acuerdo de cooperación con Paraguay, una prestación de servicios que en realidad era una tapadera para los servicios estadounidenses en América Latina.

La presión se volvió a aplicar durante la fase final de la ofensiva estadounidense en Irak: el 8 de abril de 2003, día de la caída de Bagdad, el semanario estadounidense Newseek anunció con grandes refuerzos de publicidad una información sin relación aparente con el curso de la guerra: el lanzamiento de una investigación por corrupción contra el ministro de Asuntos Exteriores de Catar, Hamad Ben Jassem Ben Jaber Al Thani (Alias HBJ), que habría estado implicado en el cobro de comisiones en un asunto de aseguradoras y en el posterior blanqueo de 150 millones de dólares en una cuenta en las islas Jersey (Reino Unido). La elección del objetivo no fue casual.

Jassem, un viejo zorro de la vida política del Golfo, es el inamovible ministro de Asuntos Exteriores de Catar desde 1992, o sea, cuando se presentó la acusación hace 11 años, es decir, un hombre que ha servido a los dos últimos gobiernos, el del padre y el del hijo. Primogénito de Cheikh Jaber Ben Hamad, antiguo Emir de Catar, Jassem, por otra parte, jugó un papel importante en el golpe de Estado pro anglosajón que llevó al poder el nuevo Emir y se le considera un hombre sensible hacia los intereses de las compañías petroleras inglesas y estadounidenses.

Dueño de una inmensa fortuna que le valió el título de hombre más rico del opulento Catar, situado en un puesto muy elevado del hit parade de las fortunas del Golfo, Cheikh Jassem es accionista de la compañía aérea catarí «Qatar Airways» y del fondo de inversiones «Qatari Diar», del cual el hijo del soberano, el príncipe Tammin, es presidente.

Miembro reconocido del establishment estadounidense, Cheikh Jassem es socio de la prestigiosa «Brooking Institution», especializada en estudios geoestratégicos sobre Oriente Medio, y a ese título interlocutor habitual de los dirigentes israelíes, especialmente de Tzipi Livni, exagente del Mossad y exministra israelí de Asuntos Exteriores y como tal coordinadora de las guerras de destrucción israelíes contra Líbano (2006) y contra la Franja de Gaza (2008).

¿Casualidad? Cheikh Jassem desempeñó un papel importante en la inclusión de Siria en la lista negra en el otoño de 2011, en una operación de desbandada de la revolución árabe desde las riberas del Golfo petromonárquico hacia la franja mediterránea del mundo árabe.

La elección del objetivo no es trivial en absoluto. Jassem parecía destinado a desmantelar la determinación de Estados Unidos de fulminar a cualquiera que se enfrentase a su proyecto, incluidos sus mejores amigos, de acallar cualquier crítica con respecto a la invasión de Irak.

La neutralización del Al-Yazira -se acariciaba la idea de bombardear su sede central- figuraba entonces como objetivo prioritario. Curiosa información que aparece retrospectivamente como un cortafuegos mientras la oficina de Al-Yazira en la capital iraquí vuelve a ser víctima de daños colaterales de la artillería estadounidense y cuando informaciones persistentes demuestran la implicación de la empresa Halliburton, de la que fue jefe Dick Cheney antes de su nombramiento como vicepresidente de EE.UU., tanto en los sobornos en Nigeria como en la sobrefacturación de las prestaciones petroleras en Irak.

El caso no llegó muy lejos pero se entendió el mensaje. Se blanqueó al ministro de Asuntos exteriores de Catar, incluso fue promovido a primer ministro, y a continuación el Emir de Catar anunció el despido, por presuntas relaciones con el régimen de Sadam Husein, del director general de Al-Yazira, el mismo que fue felicitado por la embajadora estadounidense en la cena del Ramadán. Al mismo tiempo, el corresponsal de Al-Yazira en Kabul y Bagdad, Tayssir Allouni, era presentado ante la justicia en España por presuntas relaciones con Al-Qaida y uno de los fotógrafos de la cadena, Sami al Hajj, era encarcelado durante ocho años en Guantánamo. Este último, tras su liberación fue nombrado director de un centro para la defensa de la libertad de prensa.

Como en una labor de orfebrería se libera a Catar de cara a la opinión árabe, se reafirma la credibilidad de Al-Yazira y los estadounidenses consiguen un centro de operaciones en Doha con gran satisfacción de Arabia Saudí, irritada por la irrupción del pequeño principado en la «Corte de los grandes». Un privilegio obtenido a costa de una pesada servidumbre hacia su gran tutor estadounidense, cuya instalación en el suelo del principado de la sede del CENTCOM (el mando operacional de las guerras estadounidenses en tierras del Islam: Afganistán, Irak, Yemen, África oriental), implica la garantía de la permanencia del régimen, la supervivencia de la dinastía y el mantenimiento bajo la soberanía catarí del gigantesco yacimiento de gas en alta mar North Dome, contiguo a Irán.

 

Libia y Siria, golpes mortales a la credibilidad de Al-Yazira y de Catar

En su estrategia de influencia este mini-Estado echó el ojo a Francia, donde compró bienes y personas, un lote de su personal político. Por otra parte la amistad con Nicolás Sarkozy permitió al presidente francés erradicar cualquier sensibilidad pro árabe de la administración prefectoral y del aparato audiovisual francés, así como la promoción concomitante de personalidades notoriamente pro israelíes. Y lo mismo en el plano internacional.

La revuelta libia brindó a los dos socios la oportunidad de formar un dúo diplomático de proyección militar que permitió a Nicolás Sarkozy remendarse una virginidad política después de su calamitoso papel en la Primavera Árabe y al Emir de Catar hacerse la ilusión de estar jugando en el patio de los grandes.

La participación conjunta de Francia y Catar en la creación de una zona de exclusión aérea en Libia, el 19 de marzo de 2011, permitió al más pro israelí de los dirigentes franceses librarse a los ojos de la opinión árabe de su apoyo a los antiguos dirigentes derrocados de Egipto, Hosni Mubarak, y el tunecino Zine el Abdine Ben Alí.

El propio Catar pagó un alto precio por su participación en el castigo a Libia. Al avalar al dirigente francés de la V República más odiado por el mundo árabe su credibilidad resultó dañada. Su asociación con esas maniobras en realidad estaba destinada a satisfacerle, ofreciéndole la oportunidad de vengar al director del servicio de fotografía de la cadena transfronteriza Al-Yazira muerto en una emboscada tendida por el clan de Gadafi en Bengasi.

A lo largo de todo ese proceso Al-Yazira se contuvo con respecto al país anfitrión ya que nunca hizo preguntas sobre las implicaciones diplomáticas y mercantiles del dúo aéreo franco-catarí sobre Libia, ni siquiera cuando de esa forma Catar confirmó su vocación de base regional del ejército estadounidense y de banco de reserva occidental, ni cuando Catar incluso aportó su aval descaradamente a la operación occidental apoyando la guerra indirectamente con su compromiso de aportar los recursos financieros para la guerra civil de Libia.

Saludada como un mecanismo de la revolución árabe, Al -Yazira suscitó la sospecha con su cobertura de la secuencia de los hechos al focalizarse casi exclusivamente en los regímenes laicos, las repúblicas árabes, particularmente Siria, y ocultando a Barhérin.

 

El síndrome Ahmad Chalabi

Como una reedición de una representación ya vista, el dispositivo actual contra Siria es idéntico al que se estableció para Irak, justificando una vez más la constatación de Pierre Bourdieu sobre «el movimiento circular de la información», tanto en Catar, por medio de Al-Yazira, como en Francia por medio del diario Libération.

Así Ahmad Ibrahim Hilal, responsable de información en la cadena transfronteriza catarí, desde que empezaron los combates en Siria hace un año, actúa en coordinación con su hermano Anas Al Abda, próximo a la corriente islamista siria y miembro del CNT, al compás del tándem parisino formado por Basma Kodami, portavoz del CNT y su hermana Hala Kodmani, impulsora de la célula opositora siria en París y encargada de la crónica siria en el diario francés Libération en una desafortunada confusión de géneros.

Ese aparato ampliado en Francia en lengua árabe por Radio Orient, la radio del líder de la oposición libanesa Saad Hariri, quien además es parte interesada en el conflicto de Siria -lo nunca visto en los anales de la comunicación internacional- ha dejado obsoleto el discurso mediático occidental de la misma forma que el discurso oficial sirio, como deudor del «síndrome Ahmad Chalabi», nombre del tránsfuga iraquí de alimentó a la prensa con informaciones falsas sobre el arsenal de Irak a través de su sobrina periodista ubicada en un principado del Golfo y minó la credibilidad del patrono de la periodista estrella del New York Times, Judith Miller, la cual ha pasado a la posteridad como «el arma de destrucción masiva de la credibilidad del New York Times en la guerra de Irak.

Bajo la apariencia de independencia y profesionalidad, Al-Yazira se adaptó a las oscilaciones de la diplomacia catarí, primero entusiasta ante el impulso popular árabe y con reservas cuando las llamas de la protesta llegaron a las orillas de las petromonarquías.

Así, Al-Yazira se reveló fiel a la discreción que ya observó anteriormente con respecto a la presencia en su suelo de una misión comercial israelí. Peor todavía, la cadena ocultó totalmente el hecho significativo de la duplicidad de Catar, juguete diplomático de Nicolás Sarkozy, el 5 de mayo de 2011 en una reunión secreta en el Elíseo del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu y su homólogo de Catar, a raíz de una entrevista directa de Nicolás Sarkozy con su amigo israelí. En la cadena pensaban que el honor estaba a salvo a cambio de algunos ajustes con la libertad de expresión.

Para la dirección de Al-Yazira sobre la visita del emir de Catar a Israel, como complemento de la información a sus telespectadores: http://www.youtube.com/watch?v=nleBzEyzoV8.

En señal de desaprobación, su cobertura parcial del levantamiento árabe provocó en la cadena una cascada de dimisiones, inédita en los anales de la comunicación internacional, de figuras emblemáticas de Al-Yazira, en particular la de Ghassane Ben Jeddo, el popular director de la oficina de Beirut, la de la siria Lona Al Chebl, el libanés Sami Kleib; anteriormente cuatro importantes presentadoras, entre ellas Joummana Nammour y por último, pero no menos importante, la presentadora estrella de la cadena, Imane Ayyad, que salió dando un portazo y denunciando el juego turbio de su cadena «provocadora de disturbios y desórdenes» en el mundo árabe (2).

Bajo pedido, el director de información Waddah Khanfar, un islamista yerno del exprimer ministro jordano Wasfi Tall, el verdugo de los palestinos del Septiembre Negro de Amán en 1970, fue despedido, fulminado, por un trabajo «sucio» (3). Y al predicador Youssef Qaradawi, el aval jurídico de los equipos atlantistas en tierra árabe, se le prohibió permanecer en Francia, un daño colateral del asunto Mohamad Merah, el asesino loco de Toulouse y Montauban, en marzo de 2012, en plena campaña presidencial francesa.

En la brecha de su credibilidad aparecen tres nuevos vectores de las ambiciones inconfesables: «Sky Arabia», cuyo lanzamiento estaba previsto en marzo de 2012 en Abu Dabi, en colaboración con la cadena británica Sky GB del magnate australiano Ruppert Murdoch; «Al Arab» del príncipe Walid Ben Talal desde Manama, en colaboración con la firma Bloomberg; y la cadena «Al Mayadine» de Ghassane Ben jedo, la precursora de Al-Yazira.

Ante este rompimiento parece que el Golfo petrolero debería ser el escenario tanto de una guerra mediática como psicológica. Pero igual que en los países occidentales los grandes grupos de comunicación están adosados a conglomerados que dependen en gran medida de las órdenes del Estado, los vectores internacionales árabes, por su parte, están resueltamente adosados a las bases militares occidentales.

Excepto Al Mayadine, la cadena del disidente de Al-Yazira Ghassane Ben Jeddo, que «se niega a ser el portavoz de siniestros dirigentes corruptos partidarios de la intervención extranjera contra su propio país y a incitar al odio confesional», todas las cadenas transfronterizas del Golfo, efectivamente, están adosadas a las bases occidentales. Al-Yazira, de Catar, al CENTCOM, el comando central estadounidense; Sky Arabiya, de Abu Dabi, a la base aeronaval francesa; Al arab, del príncipe saudí Walid a la base naval de Manama, cuartel general de la V flota estadounidense el océano Índico… una singularidad de las petromonarquías… sin duda la marca de su independencia.

«El Islam ilustrado contra el Islam de las tinieblas», en sus diversas variantes, es el estribillo favorito de Catar para enmascarar su implicación. «La cultura de la vida contra la cultura de la muerte», «el eje de la moderación contra el eje de la intolerancia», en el mismo sentido, se han revelado finalmente como otros tantos aspectos de una misma cara, la que exalta la lógica del vasallaje al orden israelí-estadounidense frente a la protesta contra la lógica de la sumisión.

Una nebulosa conceptual en cuanto que «El Islam Ilustrado» avala el traicionero protocolo de validación de un Islam sometido al orden israelí-estadounidense. Un árbol que no deja ver el bosque del sometimiento al orden occidental, Al-Yazira aparece 15 años después de su lanzamiento como la coartada estratégica suprema de la dinastía Al Thani frente al dominio estadounidense sobre la soberanía de Catar y sobre las fuentes de sus rentas, dos elementos que hipotecan de forma pesada y estable la independencia un país falsamente presentado como inconformista pero que sin embargo cumple plenamente su misión de válvula de seguridad del belicismo estadounidense contra el mundo árabe y musulmán.

Promovida ya a la función de «lanzadora de avisos» de la estrategia antiárabe de los países occidentales, Al-Yazira ha siniestrado así, en el espacio de un semestre, su propia reputación pacientemente construida durante 15 años y barrenando, al mismo tiempo, su monopolio de las ondas panárabes. Por «el hecho de príncipe» y por orden de su amo.

 

Notas:

(1) El núcleo original del equipo de Al-Yazira estaba constituido por los veteranos del servicio árabe de la BBC TV, reducidos al paro debido a una ruptura del contrato saudí con la cadena saudí orbit, socia de la cadena de habla árabe inglesa. Causando una grave fractura en su política general de información, la BBC cedió al insistente cortejo de Khaled Ben Mohamad Ben Abdel Rahman, dueño del holding al-Mawarid, y se asoció con el pariente próximo del rey Fahd para lanzar la primera cadena de televisión de información continua en lengua árabe con la marca de la cadena británica y los medios de difusión de la firma saudí, «Orbit». El idilio duró 18 meses y se rompió con un estrépito de recriminaciones recíprocas entre dos concepciones monárquicas aparentemente irreconciliables.

De entrada los saudíes impusieron un precio prohibitivo del descodificador, del orden de 10.000 dólares, instaurando una especie de censura económica y después ofendiéndose por la hospitalidad concedida por BBC TV al opositor saudí en el exilio en Londres Mohamad al-Massari, un físico muy popular en su región de origen, la región petrolera de Dammam, a quien anuló el contrato y cuestionando a casi 200 empleados de habla árabe.

A manera de epílogo de este culebrón de una alianza contra natura, finalmente el opositor saudí fue exiliado a las Bahamas, el Reino Unido perdió como consecuencia un contrato militar de varios miles de millones de libras esterlinas y la firma Orbit obligada a pagar una multa del orden de 100 millones de dólares por ruptura abusiva de contrato.

(2) Para el lector en lengua árabe, ver las manipulaciones de Al-Yazira a propósito de la cobertura de los sucesos de Siria. Así como la protesta del corresponsal de la cadena en Japón, el sirio Dadi Salameh, lamentado el recurso casi sistemático a los corresponsales de la oposición siria en la cobertura de los sucesos cuyas aproximaciones e intoxicaciones han acarreado graves errores de apreciación y sobre todo el asesinato de varios miembros de su pueblo.

(3) Waddah Khanfar, nativo de Yenín se casó con la sobrina de Wasfi Tall, el antiguo primer ministro jordano, apodado «el carnicero de Amán» por su represión de los palestinos en el Septiembre Negro jordano (1970).

Dos reproches han pesado sobre la gestión de ocho años al frente de Al-Yazira (2003-2011): su voluntad de imponer unas normas muy estrictas en el vestuario de las presentadoras de la cadena, según la ortodoxia musulmana más rigurosa (que dio lugar a la dimisión de cuatro mujeres periodistas), así como su publicación de documentos confidenciales de las conversaciones israelíes-palestinas, «The Palestine Paper», desacreditando a los negociadores palestinos; lo cual condujo al líder de los negociadores palestinos, Saeb Oureikate, a exigir su dimisión; lo mismo que Arabia Saudí, temerosa de que la amplia cobertura de los levantamientos árabes por parte la cadena de Catar tuviera repercusiones en la estabilidad de las petromonarquías.

Antiguo periodista de la cadena gubernamental estadounidense «Voice of America» fue propulsado a la dirección de la cadena Al-Yazira por su amigo libio Mohammad Jibril, que pertenecía a la misma corriente islamista que el palestino. Propietario de JTrack, empresa de media training encargada de formar a los dirigentes del mundo árabe y del sur de Asia en el dominio del lenguaje mediático, Mohamad Jibril ejerció las responsabilidades gubernamentales en el Consejo Nacional de Transición libio durante la intervención atlantista que llevó al derrocamiento de Gadafi.

 Fuente original: http://www.renenaba.com/al-jazeera-la-fin-dune-legende/