Uno de los padres de la sociología, el alemán Georg Simmel en su obra Estudios Sobre Las Formas de Socialización ha tratado el tema de la mentira en las sociedades modernas. Sus conclusiones no son nada alentadoras frente a la actual situación de grupos humanos enlazados mediante acuerdos de considerable complejidad. Permitámosle expresarse: «En primer […]
Uno de los padres de la sociología, el alemán Georg Simmel en su obra Estudios Sobre Las Formas de Socialización ha tratado el tema de la mentira en las sociedades modernas. Sus conclusiones no son nada alentadoras frente a la actual situación de grupos humanos enlazados mediante acuerdos de considerable complejidad. Permitámosle expresarse:
«En primer término, la mentira es mucho más inocua para el grupo en las relaciones sencillas, que en las relaciones complicadas … En las civilizaciones ricas y amplias, la vida descansa sobre mil postulados que el individuo no puede perseguir hasta el fondo, ni comprobar, sino que ha de admitir de buena fe mucho más ampliamente de lo que puede pensarse, descansa nuestra existencia moderna sobre la creencia en la honradez de los demás, desde la economía que es cada vez más economía de crédito hasta el cultivo de la ciencia, en la cual los investigadores, en su mayoría, tienen que aplicar los resultados hallados por otros y que ellos no pueden comprobar. Construimos nuestras más trascendentales resoluciones sobre un complicado sistema de representaciones, la mayoría de las cuales suponen la confianza en que no somos engañados. Por esta razón la mentira en la vida moderna es algo más nocivo que antes y pone en más peligro los fundamentos de la vida.«
Ya sea ha mencionado el que desde la antigüedad se sabía que nuestro mundo se construye con base en una serie de acuerdos sobre los significados de hechos que ocurren con nuestra voluntad y la inmensa mayoría sin ella, establecidos abrumadoramente mucho antes de nuestra existencia. Esto implica correlativamente al menos una mínima confianza en nuestros congéneres. Esta es la idea que ha permitido la aparición del mundo observado a nuestro alrededor. Al ser la realidad por tanto un acuerdo de los asociados, el trato establecido con base en la veracidad es indudablemente el más adecuado para la acción conjunta, máxime si esta ha de tener en cuenta el bienestar de quienes son los más y no el de unos pocos. Por ello la Ilustración estaba encaminada a suprimir las antiguas falsedades que ponían múltiples obstáculos al conocimiento de la ciencia exacta y la social, y por consiguiente pretendía ideales abiertamente democráticos. Desde aquella época se confía en Occidente en que el consenso conduzca a quienes toman decisiones, delegados por un mandato de gobierno, a hacerlo teniendo en cuenta la verdad insustituible del beneficio común, apoyándose para ello en los conocimientos científicos. Simmel afirma que la confianza es una hipótesis sobre la conducta futura de otro, esto una seguridad suficiente para la toma de decisiones. Constituye un grado intermedio entre el saber acerca de otros hombres y la ignorancia respecto de ellos. El que sabe, no necesita confiar, el que ignora, no puede siquiera confiar.
Bueno, pero entonces nos surge la pregunta clave referida a los medios de comunicación como depositarios de nuestra fe: ¿cual es la confianza que podemos tener en estos mass-media apuntalados en intereses abiertamente oligárquicos como los padecidos en el presente?
La televisión principalmente apela a la confianza depositada en ella mediante la creencia de que las imágenes hablan por si solas, y el discurso emitido a través de un medio tan técnico adquiere la presunción de estar conforme a la realidad; pero los hechos son tozudos. Los públicos a los cuales se dirige, aún las predilectamente perseguidas en los mensajes clases medias, ignoran la mayoría de los procesos desarrollados en el mundo de complejidades amañadas que nos ha correspondido vivir: intrincados procesos históricos, económicos, políticos, etc. Por consiguiente, aquellos públicos confían en el carácter de medio impulsado por la técnica más avanzada poseída por la tele, a pesar de todas las limitaciones de las imágenes y los textos así sean, como es cotidiano, unas y otros manipulados hasta la desfiguración.
Los muchos que ignoran por diversas causas los procesos, se entregan a la confianza en la retórica audiovisual basada principalmente en la complejidad de un artificio mecánico. No obstante, hemos presenciado como esta confianza es traicionada continuamente, cuando se propagan ampulosas falacias que traen como resultado dudosamente no deseado, la paralización de voluminosas masas ante desastres tan evitables como guerras, violentas represiones, hambrunas, destrucciones culposas, perdida de identidad cultural, etc., o en no pocas veces todas las anteriores en un mismo periodo de tiempo.
¿Puede ser que a través de una aplicación de la ciencia en la difusión de ideas se propaguen especies, consejas, comentarios insidiosos, trapacerías, manipulaciones, contrarios a los ideales de bienestar y de democracia real que la misma ciencia ha postulado por siglos?
Esto ocurre desgraciadamente y con cada vez más frecuencia. Tal vez por esto los pocos conocedores de estos procesos, es decir quienes saben algo de historia, de transformaciones sociales en el tiempo, no necesariamente mediante estudios académicos, simples hombres y mujeres con sensibilidad social, desconfían de medios como el televisivo. Comentarios e informaciones enmascarando carnicerías humanas de estados poderosos, la exaltación como ‘muy efectivas’, o modernas y sofisticadas armas destructoras de toda vida, múltiples zalamerías a personajes reconocidos como enemigos del progreso del conocimiento humano enquistados en el poder, el miedo a controvertir voceros de este (mucho más si visten de uniforme), el amplio despliegue de temas relacionados con las más estrambóticas supercherías tratadas como hechos incontrastables de interés general, la ponderación de lo superfluo o trivial como máxima aspiración del saber o la diversión, el ocultamiento de la crueldad de sistemas de producción conducentes a nuevas formas de esclavitud como las maquilas, etc., etc., dan muestras de lo contrario al ideal de la ilustración en la cual se han atrincherado cínicamente en los mass-media en el inicio del siglo XXI.
Los medios de comunicación de masas más comercializados, es decir los exponentes del acelerado despilfarro, se dirigen dependiendo de las circunstancias bajo esta forma de actuar contraria a los valores generadores de su nacimiento moderno, al disimulo o a la simulación como expresiones de la mentira; esto es a aparentar poseer una objetividad y un desinterés a toda prueba frente a los que les observan y escuchan, y a la vez disimulan su muy particular forma de plantear los hechos y la interpretación de los mismos, perfectamente adecuada a los deseos y proyecciones de los detentadores del poder y sus socios los todopoderosos de los mismos medios. La mayor parte del entramado, de la tramoya del espectáculo de los medios al que nos vemos sometidos pretende de muchas formas estos dos aspectos.
Jean Baudrillard afirmaba que los políticos desde Maquiavelo han sabido que en la simulación está la base del poder, y que la política es una proyección de esta simulación que abarca todas sus formas y ritos. Sin embargo con la técnica expansiva de los mass-media del siglo XX, la simulación y su hermana la disimulación, han adquirido una sofisticación que ha superado con mucho cualquier aspiración una realidad social concreta.
El citado Baudrillard indica por lo tanto, que «Así pues, es preciso leer todos los sucesos por el reverso, más allá del montaje oficial.» De lo contrario se llega a la habitual conformidad e indiferencia clasemediera, que es el asumir completamente los principios y formas del sistema estatal de propaganda.
Esto es algo que ya ha alcanzado un alto grado de perfeccionamiento desde los tiempos de Goebbels, qué decir de los presentes de la gringa National Security Agency (NSA), fundada en plena guerra fría, la cual ya no tan veladamente efectúa un control de la información convirtiéndose en una especie de ministerio de la información mundial. A la cual se agrega la Office For The Stretegic Influence (OSI), otra enigmática agencia destinada a literalmente intoxicar la opinión pública con todos los lemas de la guerra contra el terrorismo. O la Northern Gulf Affairs Office, cuya función fue preparar el terreno favorable en los medios para la invasión a Iraq y la siguiente ocupación indefinida. No sobra decir que estos dos últimos entes kafquianos dependen directamente del Pentágono. De una u otra forma de allí provinieron y provienen todas esas rocambolescas y contradictorias historias de armas de destrucción masiva, guerras religiosas de Shiitas y Sunitas, rescates cinematográficos de mujeres soldado, diligentes presidentes sirviendo pavos en zonas de combate, de demenciales iraníes con armas atómicas, etc., por otra parte habiéndose disfrazado u ocultado las carreras armamentísticas gringas, o pakistaní, despiadados bombardeos con uranio empobrecido (crímenes de lesa humanidad) sobre Faluya, las muertes a cuenta gota de los mismos ocupantes de Iraq a manos de la resistencia, el sostenimiento mediante la fuerza o el fraude de gobiernos auspiciadotes de la pauperización de sus pueblos, etc., ofrecidas estas simulaciones y disimulaciones en las cadenas multinacionales de información como persistentes letanías portadoras de truculencias periodísticas o silencios criminales.
Las actuaciones de estas orwellianas agencias, no pueden menos que inscribirse en el terreno de la guerra psicológica, una guerra sin límite en la manipulación de la información tanto en la forma y el contenido. No se deben pasar por alto la existencia de empresas pantalla para filtrar información ‘independiente’ creadas en el omnipresente edificio de cinco puntas de Arlington Virginia, a fin de ‘conducir’ las mentes de los espectadores en determinada dirección favorable a los intereses de la oligarquía occidental y sus socios.
A lo anterior se puede agregar, la simple y llana compra-venta de los periodistas paniaguados y sus correlativos medios, los cuales reciben dinero por la difusión de ‘buenas’ noticias, entendidas estas como las favorables a la posición militar de la potencia dominante, incluso escritas por las oficinas de prensa del ejército gringo o sus aliados. Así vistas las cosas, el paisaje de la comunicación como forma de acercarnos a la realidad es tan desolador, como el de las guerras que pretenden justificar todos estos entes fantasmagóricos y antidemocráticos y las formas de manipulación empleadas, junto con legiones de comunicadores amnésicos del papel social de su profesión.
Para simular y disimular se toman todas las precauciones en pos de aparecer y desaparecer lo reprochable y alabado de acuerdo a las necesidades de distorsión del acuerdo general sobre la realidad, por tanto lo estético también ha de formar parte de las simulaciones y disimulaciones, de la ausencia de verdad.
A la mentira con sus caretas, frecuentemente se la asocia con la fealdad, el descuido estético, con la chabacanería, y con la simplicidad grotesca, sin embargo en la práctica aquella suele estar impregnada de una serie de arabescos y aderezos de tales características, que incluso tienen resonancia estética, sin que por ello dejen de tener su impronta de falacia. Uno de los miembros de la famosa Escuela de Frankfurt Teodor W. Adorno, hablaba de que «La sensibilidad de lo bello ante lo aplanado y falto de tensiones, la larga cuenta a través de la historia de compromisos del arte con la mentira, ambas cosas figuran entre los resultados que no pueden ser expulsados del arte, como tampoco las tensiones de las que nacieron.». Las luces creadoras de ambientes, los diálogos de retórica ampulosa e impertinente, los efectos visuales de gran fastuosidad, tomas espectaculares realizadas mediante artilugios inverosímiles, las voces profundas y medidas, el fondo musical evocador hasta la nostalgia, etc., forman en buena parte el conjunto de adornos de los ocultamientos y falsedades de estos tiempos en la apremiante pantalla televisiva. Con los textos el asunto es más complicado para los periodistas asimilados y sin reatos de conciencia, pues cualquier buena redacción implica un bagaje cultural difícilmente compatible entrega acrítica a un régimen o emporio, o con la ausencia de ética periodística. Asunto por el cual debemos ser expuestos a mediocres y empalagosas prosas, descripciones pobrísimas de realidades concretas merecedoras de mejor trato, y a lacónicos relatos de circunstancias generales afectantes a todos. Hay que escuchar las pretensiones estilísticas de las noticia llamadas en algunas regiones de Suramérica como de ‘orden público’, ‘seguridad’, ‘estabilidad’, o de ‘dramas’ y ‘tragedias’ para comprender de lo que estamos hablando; la única comparación posible son los ‘versos’ de las canciones repetidas como de éxito en el telediario, los video-clips musicales, o los comerciales de agencias de turismo. Si se observa con detenimiento, el asunto de lo que se dice en los telediarios va más allá de una simple preferencia estilística, pues a la pobreza de las fuentes, de puntos de vista, de contexto, de profundidad, de consecuencias, de compromiso son la verdad, le corresponde en el fondo necesariamente la pauperización extremada del amplio lenguaje audiovisual.
Albert Camus exponía la gravedad del asunto de la falsedad y las dudosas equivocaciones: «nombrar mal las cosas es aumentar el infortunio del mundo» y también afirmaba con mucha razón respecto de la imagen, no superada por los avances tecnológicos, que la «mejor fotografía traiciona ya a lo real, nace de una elección y de un límite a lo que no lo tiene.» No es el meollo del problema comunicativo del presente la existencia de enfoques disparatados respecto a la realidad consensuada, o de errores de enormes consecuencias sociales en la comunicación audiovisual, lo es el intentar adaptar esta realidad socialmente aceptada a unos fines particularísimos, valiéndose de todos los medios a disposición, inclusive estéticos o artísticos. Es decir mintiendo incluso con sofisticación.
Adicionalmente existe otro problema ya al interior de la comunicación: el de una gran asimetría en esta pues no se han desarrollado medios técnicos que hagan de ella algo menos monodireccional, siquiera un poco menos dictatorial, de la visión vigente de los de arriba hacia los de abajo en el medio preponderante de la televisión por ejemplo. Si existen dudas de lo impositivo del medio televisivo, imaginemos un régimen con un método de control social sobre la población donde los gobernantes obliguen a sus súbditos a la observación y la asistencia únicamente a los actos, circunstancias o actividades autorizados expresamente, lo mismo el escuchar tan sólo a las personas escogidas como defensoras acérrimas en múltiples maneras del orden social, no habiendo otra posibilidad para los gobernados, sino el acatamiento de tal orden; no es posible en este ejemplo, por imposibilidad física, observar y escuchar lo no conveniente a la continuación del estado de cosas. Un mundo totalmente orweliano es el descrito, y sin embargo existe.
La oprobiosa técnica y cultura monodireccional de la televisión pretende imponer todo, costumbres aparentando mundialización inocente; el arte también es incluido en los aspectos sociales en los que se intensifica la intención de dominio utilizando el efecto amplificador del medio en la población. Resultante de ello, a las iniciales gotas de cursilería, necesarias para la creación de una obra artística, se le agregan ingentes cantidades de repetición de formulas comerciales ponderadas como exitosas en materia mercantil para producir, en el sentido literal, efectos sobre, ya no los receptores de la obra, sino consumidores compulsivos de la misma en forma de mercadotecnia. Se expone la obra como mercancía universal con todos los privilegios de divulgación; lo no concordante con el espíritu mercantil se envía al ostracismo impúdico, obstruyendo el conocimiento de cualquier otra representación cultural sin patrocinio de la industria del entretenimiento. Ocurre un ocultamiento, se obstruye el acercamiento a otros puntos de vista políticos y culturales, con lo cual se falsea la verdad social, pues la diversidad social y cultural existe en muchos casos con vigor e ingenio suficiente para ser mostrado.
En este sentido la repetición de música llamada benévolamente como comercial, hasta convertirla en himno de multitudes aletargadas por sus compases predeterminados y predecibles, es una clara muestra del efecto turístico surgido en las masas expuestas a horas de mensajes de tenor idéntico, elevados a la categoría artificiosa de ‘cultura universal’ (una mentira más) excluyente y fagocitadota irracional de las restantes.
Tal vez como consecuencia del supuesto éxito en la difusión de contenidos comerciales, recientemente medios de comunicación como la televisión han creado una especie de culto narcisista de si mismas apoyadas económicamente en abultados patrocinios. A lo que se refiere en mucho de la programación de esta televisión autista, es a los procesos de realización de sus programas, toda la gama de personas que actúan en los mismos, al realce de las técnicas de emisión, las nimiedades que les son atribuibles de conformidad a sus parámetros, etc. ¿Qué son sino las agigantadas y estólidas secciones de ‘entretenimiento’ en los noticieros colombianos y mejicanos? Una cadena más de mentiras y disposición truculenta sobre el orden de aparición y amplitud de despliegue acerca de lo realmente trascendente.
La realidad extratelevisiva, es decir la que todos vemos y sentimos, la angustiosa para millones de seres, esa que hiere y confunde los sentimientos, es relegada a unos cuantos fugaces minutos y en casos segundos en los espacios informativos, donde ya de por si es censurado, acondicionado y dosificado lo audiovisualmente emitido. Esto lanzado al aire alimenta sesgadamente a su vez los escasos espacios dedicados al comentario de los ‘sucesos’ seleccionados en los noticieros. Es decir de lo menguado es extraído un bagazo seco, sin sustancia, ya degradado, y se ofrece como tema de controversia.
Esta adoración por lo propio en la televisión, no es sólo una desviación egocéntrica, parafernalia propia de estos tiempos de exaltación de la nimiedades; el mundo de lo real resulta lo suficientemente fantástico como para poder atraer con argumentos a públicos que con alguna introducción entenderían y se apasionarían por los procesos sociales y naturales en curso de los cuales son insustituibles protagonistas. Los seres humanos no somos tan estúpidos como para no asimilar las realidades acuciantes a nuestra propia supervivencia como algunos encumbrados manifiestan y desean. Tenemos aún recuerdos vivos del pasado. El egocentrismo televisivo es muy valioso para el poder, no por lo expresado sino por lo ocultado; sin la espectacularización de lo fútil se debería abocar al tratamiento de la realidad y su contexto, y la pueril excusa del problema del tiempo en la pantalla se desnudaría.
Por su lado la atosigante farandulización de hechos sociales inclusive, la rebaja de estos a la condición de cotorreos, chismes, consejas, o intrascendencias, deja ver que la canalización oligopólica busca afanosamente instalar en la mente de los televidentes la vida humana como una mera anécdota lejana, de visiones fantasmales sobre las cuales únicamente se puede comentar su ocurrencia más curiosa, pero de ninguna forma sus antecedentes, análisis y posibles consecuencias y que decir de la intervención de las sociedades en su destino; la reflexión creativa debe ser ahuyentada a como de lugar por su peligrosidad en materia de conclusiones colectivas, es el propósito irrefrenable de quienes como periodistas deberían tener un compromiso ético con la verdad y no con el gobierno o las ‘instituciones’ como cínicamente lo afirman.
Como si fuera esto poco, la fascinación de las imágenes es de tal alcance y presencia que hace confundir la realidad de las imágenes, que nadie niega, con las imágenes de la realidad. Aquellas si preparadas, escenificadas, escogidas, editadas, puestas con ingredientes específicos, conducentes a un innegable fingimiento de trascendencia; esto es la de los actos protocolarios de los miembros del gobierno y poderosos funcionarios de entes transnacionales y sus ad lateres, con sus poses de abundante prepotencia, los redundantes deportes no sólo facilitadores del merchandaising sino en sí mismos merchandaisig, etc. El medio siempre tácitamente susurra al oído de los espectadores que esta imagen es la de la realidad indiscutible, la única válida, cuando en la vida social, y en el desarrollo individual de las actividades todos somos productores de realidades, y las sociedades, las civilizaciones, se construyen con la interacción coetánea de millones de aquellas.
Si todos somos generadores de realidades, esto implica que nuestra individualidad debería ser tratada de alguna forma por los medios que se autoproclaman democráticos, lo contrario a esto resulta simple y llanamente distorsión. Sin embargo medios masivos del siglo XX como la televisión han sido contrarios a utilizar los espacios específicos que implica el acercarse a la realidad de la sociedad a través de los individuos de carne y hueso que la producen. Entonces las generalidades absolutistas, las vistas panorámicas, lo superficial, y como no, lo nimio, lo relacionado con las minorías oligárquicas, pero no por ello generosas aportantes de lo cultural, constituyen la forma específica de distracción, emitida intensivamente mediante las imágenes.
Como se puede intuir en el fondo de todo y a pesar de lo que se proclama en la máquina arrojaluces, no es lo espontáneo lo que marca los ritmos televisivos; los accidentes, las guerras, lo inesperado son hechos acomodados cuidadosamente en secuencias y ritmos con altas dosis de teatralidad. Por ello lo fingido, lo predeterminado, lo controlado es lo fundamentalmente expresado en los medios en general y con holgura en la televisión.
Las guerras y sus miles de muertos son una transmisión editada más, pasando a formar parte central de un guión escrito con cautela desfiguradora, a través de imágenes que en vez de mostrar enceguecen mediante su puesta en escena de video-clip y explicaciones tan lacónicas y amañadas que contradicen el sentido común. La invasión de Iraq del presente, o la guerra palestino-libanesa-israelí-estadounidense demuestran como se adaptan a actos bélicos espeluznantes aún para los inicios del siglo XXI en beneficio no de la verdad sino de la parte poderosa agresora.
¿Si se empleara un tanto de ética periodística y no esa maraña de simulaciones y disimulos arrojados por los poderosos, al abordar los grandes temas trascendentes a la humanidad, habría habido múltiples pronunciamientos de los espectadores tendientes a evitar grandes catástrofes de hechura humana? Es posible que si. Y esta es una culpa con la cual los periodistas renombrados de los medios más trapaceros deben cargar.
¿Un posible antídoto al problema de la mentira y sus diversos sucedáneos ataviados de ropajes de tendencias comunicativas maliciosamente de moda y recursos técnicos y estéticos?
A pesar de todos los intentos y procuraciones a la pasividad y el nihilismo en todas sus formas, dentro de las cuales se encuentra este alud de partes de la realidad cuidadosamente puestas en escena por los ‘expertos’ comunicadores con sus grandilocuentes escudos de papel en forma de títulos de periodismo, pretendiendo reflejar el mundo, apoyados por la actividad amañada de las transnacionales mediáticas moviendo capitales de aquí para allá, los seres humanos nunca somos pasivos en estas álgidas circunstancias. Tal vez millones de años de experiencia comunicativa en todas las formas, desde las señas, los gruñidos y gestos, pasando a los tambores o las señales de humo, hasta las microondas, han aleccionado a mujeres, hombres y niños acerca de los peligros de las falacias y las trapacerías agazapadas en la comunicación de quienes detentan el poder de controlar los tambores, las imprentas o los satélites; no de otra manera puede interpretarse las resistencias de todo tipo a las que se han enfrentado los regímenes más tiránicos y despóticos a pesar de haber gozado de los más aplastantes métodos de propagación de ideas como es lo presenciado en el presente; esto es, una incesante búsqueda por parte del poder de una identificación afectiva de los oprimidos con los opresores (el lenguaje es tomado de Freud), con la cual podemos explicarnos la ocurrencia nada extraña de masas que por largo tiempo han soportado todo tipo de abusos de parte de las minorías dominantes, pero a su vez la resistencia a gigantescos aparatos de control social.
No ha existido régimen alguno que haya podido mantenerse mediante el uso exclusivo de la fuerza y el terror. Los tiranos y tiranozuelos de que tenemos noticia han proclamado sus deseos de felicidad universal. Se ha creado la ideología correspondiente para justificar la esclavitud, la servidumbre, el trabajo asalariado, el consumismo, la destrucción de ecosistema, basada fundamentalmente en olvidos sustentadores en la cima a amos, señores, patronos, o ejecutivos, hasta devenir toda esta forma de ver el mundo a tan natural que cualquier cambio es convertido en anatema, acto contra natura.
Fijémonos que en el telediario no existen las autonomías, todo son dependencias de los poderes establecidos; ‘no hay liderazgo respetable fuera del dinero y el poder’, esto lo acreditan las fuentes con la retahíla mañosa de la versión oficial.
Adicionalmente y no obstante el panorama ennegrecido de destellos de luces contrapuestas, sonidos aturdizantes y desafinados y voces mendaces, el espíritu de supervivencia de la solidaridad humana no se aquieta. Es en esta solidaridad donde se pueden hallar las fuentes de la subcultura de la contracostumbre para quienes padecemos la comunicación del mendaz telediario y sus afines. Unos y otros pretenden con afán precisamente esto, romper los lazos comunales del contacto directo con la realidad consensuada; esa afirmada en la taberna, el bar o el café con amigos y conocidos, en el trato diario de la calle con quienes apenas vemos por primera vez hoy en el metro o el bus, en la charla familiar de los de siempre. Balzac decía: Por eso el cabaret es el congreso del pueblo (Los Campesinos). Allí se puede decantar con la discusión abierta las simulaciones y disimulaciones, disfraces de la mentira transportada en la comunicación tecnológica.
Se debe también tener atención en el campo de la construcción de las frases y en general de los discursos de los medios teatralizados como la tele, de sus eufemismos donde se aposentan los temas delicados, los cuales al no poderse eludir son disfrazados gramaticalmente, para no ser reconocidos en sus antecedentes y efectos, nombrando de otro modo lo poseedor de un sencillo y claro significado.
Contra toda esta parafernalia de falacias no es posible dejar de lado los discursos paralelos de quienes no poseemos injerencia en los comunicadores simuladores de imparcialidad y disimuladores de falacias. Allí se erigen como libertarios los cuentos populares, los ritos de afianzamiento de la comunidad grande o pequeña del trato cotidiano en tertulias o pláticas, las canciones salidas de la experiencia social y amorosa, los secretos a voces en el anonimato del barrio o vereda, en fin lo denominado cultura popular. Al basto campo de la llamada infrapolítica (pues la política en sus variadas formas no es nunca un monopolio de quienes detentan el poder), ya que aún a una gigantesca, tecnificada, y planificada ‘ciencia de la comunicación oficial’ le es establecido como por instinto de conservación en el caso de dominaciones severas por su totalitarismo basado preponderantemente en la fuerza o no, una oposición abigarrada de un discurso oculto y despreciado, pero vital y generoso, equivalente pero inverso al aposentado en las tecnologías y la riqueza, soportado en la comunidad y decantado por miles de años de experiencia humana. Muchas veces esta infrapolítica ha logrado con fuerza y determinación suficiente, dejar de lado otros medios y técnicas de control social, y las cajas de luces y demás parafernalias aún pueden ser colocadas en un sendero humanístico, el de la lucha contra las diversas formas de manipulación de la realidad consensuada, es decir contra la mentira y sus consecuencias destructivas de vidas y sociedades.
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Bibliografía
– Estudios Sobre Las Formas de Socialización : Georg Simmel
– A La Sombra de las Mayorías Silenciosas : Jean Baudrillard
– Cibermundo, La Política de lo Peor: Paul Virilio
– Apocalypse Show: Raúl Rodríguez Ferrandíz
– El Cuerpo de Las Imágenes: Eliseo Verón
– Psicología de las Masas. Sigmund Freud
– Novela y Revolución. Allan Swingewood
– Teoría Estética: Teodor W. Adorno
– El Hombre Rebelde: Albert Camus
– Dominados y el Arte de la Resistencia: James Scott.
– GANAR LOS «CORAZONES Y LAS MENTES».La guerra de la información por Cyril Capdevielle
REDVOLTAIRE. Los Planes del Pentágono Para Controlar la información. Rebelión 04-02-2006
– GUERRA SIN FUSILES; Cómo EEUU COMPRA LA PRENSA LIBRE. NSAIAR-Noticias. 19-Dic-05. Por Rodrigo Guevara / [email protected]. William Fisher. IPS