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Argentina: Perspectivas para 2025

Fuentes: Rebelión

Con depresión económica e inédita parálisis social, Argentina ingresa a 2025 en estado de anomia, lanzada hacia una creciente penuria en todos los terrenos, sin excluir la violencia, ya instalada, aunque todavía sin apariencia y expresión política.

Desarticuladas las estructuras políticas mediante las cuales las clases dominantes condujeron el Estado, en su lugar proliferan camarillas de todo pelaje, testaferros del narcotráfico y empleados de diferentes servicios de espionaje extranjeros, con sede principalmente –aunque no exclusivamente- en Washington y Tel Aviv.

La burguesía ya no es una clase articulada sino una multiplicidad de intereses en pugna, sin capacidad ni intención de proyectar y conducir una nación, con escasos intelectuales capaces de reflexionar sobre presente y futuro, víctimas también ellos de la implosión provocada por la crisis estructural irreversible, a la cual no atinan a reconocer y enfrentar, por lo que sólo pueden amoldarse a la decadencia. O marginarse. 

Al igual que su contraparte, la clase obrera carece de cohesión y, sin conciencia de sí misma, no puede cumplir en la coyuntura la misión histórica de asumir el poder político y transitar el arduo camino hacia la abolición del capitalismo. También en este costado de la sociedad la intelectualidad parece anestesiada, arrastrada por la ola reaccionaria que denuesta al pensamiento revolucionario y niega espacio a la rebeldía intelectual en la agonía del capitalismo tardío.

Saqueo

Así las cosas, Argentina se hunde en la ciénaga de la crisis. Como queda probado en el primer año de gobierno de las nuevas camarillas, la fórmula para salir de la caída capitalista y el consecuente riesgo de Revolución es la misma: un pelele en la presidencia y un agente del capital financiero en el ministerio de economía. Con ensayos previos, la aplicó en 1976 la dictadura militar, en 1990 el peronismo, en 1999 el radicalismo y ahora este remedo farsesco de aquellos funestos precedentes. Está probado que quienes desde los años 1970 intentaron una respuesta diferente sin atacar las columnas del capitalismo, no sólo fracasaron: agravaron la crisis, empobrecieron a las grandes mayorías y aceleraron el  deterioro, hasta llegar al paroxismo, de la dirigencia política  y la institucionalidad republicana. Hoy el poder ejecutivo, el Congreso y el poder judicial son una caricatura contrahecha del modelo teórico republicano, pero también del existente en Argentina hasta los años 70. A diario explotan escándalos en todos los estamentos del poder –siempre con el narcotráfico involucrado- poniendo a la luz la corrupción extrema de funcionarios, legisladores, jueces, empresario, sindicalistas y otros supuestos garantes de la institucionalidad burguesa.

Pretender que el freno a la inflación mediante una depresión inducida es un éxito, equivale a declararse incompetente para entender lo más obvio de la realidad, o ser un cínico contumaz, dispuesto a mentir descaradamente para sostener lo insostenible. Pretender que la pulverización del conjunto social, la destrucción de los partidos del capital, la cooptación de las izquierdas, la permanencia en el gobierno de una pandilla de personas incultas, oportunistas, chapuceras, enajenadas, ajenas a toda ética, puede afirmar bases para una nueva república capitalista, es asumirse parte integrante de ese elenco funambulesco que acelera la destrucción material y moral de Argentina.

Mentiras

La supuesta estabilidad económica es una estafa, apoyada en un freno brutal a la economía (un año de recesión transformada en depresión, de la cual no hay signos de salida), en un descontrolado endeudamiento (100 mil millones de dólares en un año), en el robo a cara descubierta a jubilados y trabajadores y el consecuente empobrecimiento de la sociedad (55% o más de la población por debajo de la línea de pobreza) y, sobre todo, en la desaforada corrupción política, palanca decisiva para sostener al elenco gobernante. Aunque es sumamente peligroso, por la cantidad y calidad de los involucrados, la lucha interburguesa se manifiesta en denuncias cruzadas destinadas a develar a qué precio (monetario) se consiguieron los votos para aprobar la ley ómnibus -transformada en taxi- que permitió al Ejecutivo sostenerse durante el primer año acelerando en línea de choque con los trabajadores y las clases medias, al compás de la entrega de empresas nacionales y riquezas naturales al gran capital internacional, asociado en reconocidos casos con miembros y testaferros del oficialismo.

Es legítimo preguntarse por qué ante semejante agresión la clase trabadora y los sectores medios no se levantaron en defensa propia.  La respuesta es simple: todo lo anterior fue igualmente malo, nadie creíble ante las masas salió a denunciar al elenco nazisionista, los sindicatos actuaron según los intereses de sus cúpulas patronales, las izquierdas no pudieron, en algunos casos, y no quisieron, por regla general, enfrentar un fenómeno que despertaba simpatías en franjas de jóvenes y sectores medios. La prensa comercial abrió expectativas en el engendro sobreviniente. ¿Cómo podría la sociedad desarticulada y manipulada haber enfrentado el zarpazo? Aún hoy, a la vista de los efectos devastadores sobre la niñez y adolescencia, sobre los ancianos, sobre la cultura, con desocupación creciente y amenaza de cierre de más de 100 mil pequeñas y medianas empresas, predomina la resignación, denominada esperanza por consultores en oferta.

Así, el carrusel sigue girando. Con dinero que no tiene, el gobierno comenzó el año pagando 4700 millones de dólares de deuda. En 12 meses deberá pagar más de 20 mil millones. Algo menos de la mitad son intereses. Si la sociedad lo permite, refinanciará esos compromisos, es decir, pagará con más deuda y mayores intereses. Seguirá así con la técnica de saqueo mediante usura desmedida y sin destino. Cuando iniciaron esta política supuestamente liberal, en 1976, Argentina tenía una deuda externa de 5 mil millones de dólares. Desde entonces aquel monto se ha pagado unas 100 veces. Y el país debe hoy más de la suma que ha pagado. Nadie puede suponer que este drenaje fabuloso de riqueza es ajeno al empobrecimiento del país y su población.

Incógnitas

Se abren así numerosas preguntas: ¿adónde lleva la continuidad del saqueo? ¿Soportará la sociedad argentina la continuidad agravada de la decadencia? ¿Podrán las clases dominantes avanzar sin violencia por este camino? ¿Bastarán las policías y fuerzas de seguridad para garantizar la represión? ¿Podrá otra vez el gran capital –sin el peronismo y el radicalismo, sin los sindicatos a su servicio, con una parte minoritaria de la iglesia- lanzar a las fuerzas armadas contra el conjunto social, como lo hizo en 1976?

Aunque estas preguntas admiten diferentes respuestas, algo es indubitable: ni aún con el empeño directo de Washington y Tel Aviv podrá el capital local evitar la  sublevación de las masas y la aparición de nuevas vanguardias. Éstas alcanzarán una síntesis superadora de las experiencias acumuladas desde la resistencia obrera en los años 1950/60, coronadas en un plano superior en 1969 con el Cordobazo.

Por los caminos que trazará el desarrollo de las luchas espontáneas a partir de ahora, tomará cuerpo un partido anticapitalista con fuerza de masas. Argentina estuvo a la vanguardia de esta respuesta social con el Partido Laborista, fundado en 1945, cooptado, reprimido y destruido en 1946/47 por Juan Perón, el mismo a quienes ese partido de extraordinaria potencia llevara al poder tras una fulminante campaña entre el 17 de octubre de 1945 y febrero de 1946.

Esas nuevas vanguardias -en gestación ahora mismo- asimilarán las enseñanzas de aquella traición histórica, enriquecerán su acervo con las experiencias de lucha armada fallidas y la frustración de organizaciones revolucionarias en los 1970/80, devenidas reformistas posteriormente. Sobre todo podrán nutrirse del Partido de los Trabalhadores en Brasil y el Partido Socialista Unificado de Venezuela, dos formidables experiencias que marcaron a fuego el devenir latinoamericano a comienzos del siglo XXI (y pusieron en pie de combate estratégico a Washington), pese a que ambos torcieron su rumbo original, encallaron en formaciones adaptadas al sistema dominante y pusieron entre paréntesis la transición al socialismo.

Si la desviación impuesta al movimiento de masas por “la tercera posición” y la conciliación de clases degradó a  Argentina hasta llegar a la situación actual, es improbable que el mismo desenlace se imponga de manera duradera en Brasil y Venezuela. Así, las nuevas vanguardias podrán ensamblarse a escala continental (sí, continental, ahora con la presencia también de la clase obrera estadounidense), para retomar en un plano superior la lucha desviada a partir de la muerte de Hugo Chávez.

Nueva realidad internacional

El punto de colapso en el que se encuentra Argentina se inserta en un mundo cambiante, con Estados Unidos en desesperado y violento retroceso, ya sin la hegemonía mundial y en franco declive frente a China, primera economía global, que a la cabeza de los Brics, con Rusia como punta de lanza ante la amenaza nuclear permanente del aparato mortífero mundial, la OTAN, presenta una barrera infranqueable al imperialismo hasta ahora dominante. 

Frente a este desplazamiento político planetario, los avances de la ultraderecha en países de Europa y América Latina son insignificantes. Los nazisionistas de Argentina y todos los que respaldan o admiten con sordina la demencial conducta de quienes ocupan las instituciones, no tendrán dónde apoyar sus delirios reaccionarios y arrastrarán al país a una encerrona de otra naturaleza, donde la violencia será la ultima ratio.

Sumisión

No será con el actualizado y aumentado sometimiento a los dictados del Departamento de Estado como las gimientes burguesías locales podrán mantenerse en el poder. Esa conducta, traducida en hambre y superexplotación, dará lugar a la creación de una fuerza política de masas, frontalmente antiimperialista, con eje en una nueva clase trabajadora sin el lastre de la conciliación de clases y con un objetivo directamente enfrentado al capitalismo. Hoy presentado por propagandistas bien pagos como única posibilidad de organización social, el sistema dominante está cada vez más identificado con la miseria y la violencia; no sólo en Argentina, sino en el mundo. Basta echar una mirada al panorama mundial para comprender que el riesgo de una guerra planetaria, empujada por Estados Unidos y respaldada por Europa, es un riesgo real.

Detener esa carrera demencial del capitalismo es un imperativo, no sólo para los explotados y oprimidos. Contribuir a la concientización y organización de esas mayorías es la tarea por delante.

@BilbaoL

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.