Sin pretender adentrarnos en territorios que nos son ajenos a nuestro entender, basta recordar que, lo que denominamos usualmente psicosis es básicamente un grupo de trastornos del comportamiento, el juicio y la percepción, en los cuales la persona parece perder el contacto con la realidad. Tienen diferentes duraciones. Son síntomas que sugieren la presencia de un trastorno […]
Sin pretender adentrarnos en territorios que nos son ajenos a nuestro entender, basta recordar que, lo que denominamos usualmente psicosis es básicamente un grupo de trastornos del comportamiento, el juicio y la percepción, en los cuales la persona parece perder el contacto con la realidad. Tienen diferentes duraciones. Son síntomas que sugieren la presencia de un trastorno de tipo psicótico los cambios bruscos y profundos de la conducta.
El replegarse sobre sí mismo, el sujeto creyendo, sin hablar con nadie, sin motivos, que la gente le observa, habla de él o trama algo contra él. Hablar a solas creyendo tener un interlocutor (soliloquio), oír voces, tener visiones (alucinaciones visuales, auditivas) sin que existan estímulos. Tener períodos de confusión mental o pérdida de la memoria. Tener ideas de grandeza. Expermientar sentimientos de culpabilidad, fracaso, depresión.
Seria peligroso transmitir mecánicamente tales ideas al contexto social de nuestro tiempo argentino, pero a poco que observemos la realidad que nos circunda veremos traducidos en comportamientos sociales adoptados por grupos etéreos muchos de esos procederes. Esto que parece simplemente un vano ejercicio mental para evaluar si nuestras neuoronas funcionan, tiene lamentablemente la trascendencia del quitar perspectivas para la generaciones de políticas que apunten a una humanización de la vida concreta y las expectativas de vida. Es que si comportamiento psicòticos son adoptados acrìticamente por sectores sociales significativos, no queda otra cosa que pensar que transitamos por una fina cornisa bordeando la barbarie.
Piénsese mìnimamente y a titulo de ejemplo en la enseñanza que nos deja la resignada actitud del gobierno al retirar de la escena política y el debate legislativo el proyecto de nuevo Código Penal, temeroso de las reacciones del Sr. Blumberg y sus secuaces, frente a nuevos instrumentos de política criminal y prevención del delito que no supongan la aplicación lisa y llana de penas privativas de libertar.
Piénsese en una sociedad en la que se organizan marchas multitudinarias para celebrar aniversarios como el 24 de marzo de 1976, y paralelamente construye aglomeraciones pidiendo cárcel, muerte y otras yerbas para esos «negritos, faloperos y borrachos» fuente y razón de todo el delito que no les deja vivir en paz.
Piénsese en una sociedad que endemoniza a Videla por genocida y piensa paralelamente que el comisario de la vuelta, que pide armas, equipos y nuevas cárceles, es un angelito del señor con la respuesta de política criminal adecuada para el problema de seguridad.
Piénsese en una sociedad que solo piensa en defenderse del distinto, porque este con su diferencia le incomoda. Piénsese en una sociedad que le teme al ladrón pero legaliza al que reduce los objetos robados. Que maldice a quien le sustrajo una cartera, pero busca conseguir a cuarto de precio algún celular de dudosa procedencia cambiando el chip.
Piensese en una sociedad que le teme al despojo de sus bienes y teme por su seguiridad física, pero a la vez se nutre en gran medida de objetos cuya procedencia resulta al menos dudosa, o acuña con legitimación social la palabra «trucho».
Piénsese en el comerciante que le quejan que le roban su mercadería y tiene su medidor de luz adulterado para no pagar la energía.
Piénsese, en fin, en «cárceles sanas y limpias para seguridad y no para castigo de los reos», y la vociferación del reclamo «que se pudran en una comisaría, que paguen con su cuerpo lo que le hicieron a otro».
Piénsese en que pasamos de ser los mejores del mundo a ser el país en que sus jóvenes se van en masa de su territorio, «porque aquí nadie te considera y no tenes futuro».
No nos hace falta un analista, ni interminables sesiones con diván incluido. Es cierto, pero también es cierto, que debemos ponernos en marcha, partiendo al menos la posibilidad esencial de formularnos un juicio crítico sobre nuestros procederes y las razones que los motivan. Sin duda no saldremos de este meandro apelando al analista. Se imponen compromisos colectivos que determinen rupturas con este orden de cosas existente e ideológicamente justificante de la violencia estatal. Se impone la construcción de un nuevo orden social, que elimine las razones materiales del delito y el contenido de clase de su represión, de manera tal que la seguridad individual no sea otra cosa que la consecuencia necesaria de un orden social justo, sin explotadores ni explotados.