Con la carta de Cristina Fernández de Kirchner a Barack Obama por la designación de una asesora de los fondos buitres en su administración, el conflicto entre los dos gobiernos llegó a un punto elevado. Y puede seguir escalando. Las relaciones con Estados Unidos son las peores de mucho tiempo en los frentes político, comercial, […]
Con la carta de Cristina Fernández de Kirchner a Barack Obama por la designación de una asesora de los fondos buitres en su administración, el conflicto entre los dos gobiernos llegó a un punto elevado. Y puede seguir escalando.
Las relaciones con Estados Unidos son las peores de mucho tiempo en los frentes político, comercial, de seguridad, diplomático y un largo etcétera.
Haciendo memoria, se rescata un momento de distensión cuando en 2004 Néstor Kirchner visitó oficialmente a George Bush en la Casa Blanca y se fotografiaron muy sonrientes. El visitante, fiel a su estilo descontracturado (desprolijo, para sus detractores), hasta jugueteó con el dueño de casa y le puso la mano en la rodilla.
Desde entonces hubo pocos momentos divertidos entre los mandatarios de ambos países. Se puede rescatar la expectativa esperanzada de CFK cuando asumió Barack Obama en enero de 2009 y algunas chanzas en medio de reuniones del «G-20», sobre todo la realizada en Cannes en 2011, luego que la platense hubiera ganado por amplio margen su reelección. El afroamericano le decía a Nicolas Sarkozy que debían aprender de Cristina para ganar sus reelecciones; él aprobó el examen pero el otro perdió ante Hollande.
Últimamente ni siquiera en el «G-20» se pudieron llevar bien por dos razones. Una, Cristina y Barack llegaban allí con la carga negativa de un conflicto bilateral que se mantenía encendido por uno u otro motivo. Y dos, en esa mesa de asuntos mundiales tampoco coincidían sobre la crisis capitalista global, Siria, los planes de Occidente contra Rusia, el golpismo en Venezuela, la simpatía argentina con el BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), los acuerdos de Buenos Aires con Beijing, etc.
Cristina nunca fue invitada a visitar el Salón Oval ni a recorrer el Capitolio y otras dependencias del poder estadounidense. En eso quedó por detrás del trato amistoso que le dispensaron por única vez a su marido. A Dilma Rousseff, en cambio, la invitaron a una visita de Estado que ésta postergó, enojada por haber sido espiada por la NSA. A CFK seguramente también la espiaron porque WikiLeaks reveló que Hillary Clinton quería averiguar vía la embajada en Buenos Aires hasta qué medicamentos tomaba. Suele decirse que la diplomacia es muy falsa porque sonríe cuando tiene ganas de morder, pero en este caso no hubo falsedad: todo fue muy frío y distante.
Tan es así que desde fines de 2013 no hay embajador norteamericano en el barrio de Palermo. Se fue Vilma Martínez y todavía no designaron reemplazante. En febrero de este año hubo una audiencia en el Senado para evaluar al candidato de Obama a ocupar ese lugar, Nohan Mamet. Hubo discusiones y hasta hoy ese empresario no fue designado, como señal de desinterés y poca importancia por la plaza.
Países contradictorios
Si se quiere poner una fecha de inicio de las malas relaciones se podría fijar la del 5 de noviembre de 2005, cuando la IV Cumbre de las Américas sesionó en Mar del Plata y entre Kirchner y Hugo Chávez le arruinaron a Bush su proyecto del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Ese pudo haber sido el punto de inflexión, aunque en años siguientes hubo acercamientos entre los dos países, tanto con Kirchner como con Cristina.
En ese tiempo las empresas norteamericanas en el país tuvieron una evolución positiva de negocios, General Motors recibió préstamos millonarios en dólares y hubo coincidencias políticas con Washington en cumbres nucleares, asuntos antiterroristas y la toma de distancia con Irán marcándolo como si fuera «el malo de la película».
Sin embargo, las cosas no iban a marchar bien entre dos gobiernos que decían apreciarse como socios potenciales pero sobrellevaban obstáculos objetivos y sentimientos contradictorios entre sí.
Por una parte, influyó la política. Tanto Bush como Obama, pero sobre todo el primero, promovieron el neoliberalismo con la dupla ofensiva del FMI y el Banco Mundial. El kirchnerismo, en cambio, hizo durante muchos años, incluso hoy aunque en menor medida, de la crítica a los organismos financieros una razón de ser de su política. Al Fondo no le permitieron más la inspección regular e «in situ» de los números de la economía doméstica; lo asociaron a la crisis total de diciembre de 2001.
La Casa Blanca reaccionó vetando los créditos a Argentina. Y promovió paneles en la Organización Mundial de Comercio contra el país, argumentando el presunto proteccionismo comercial. De este lado se quejaron de que en el Norte se imponen barreras al ingreso de la carne y los limones argentinos. La relación se agrió del todo.
La política pone sus matices y eso explica que el bilateralismo ande a los tumbos, una vez que concluyó la época menemista de las «relaciones carnales», según la insuperable prosa de Guido Di Tella.
Pero no es sólo la política. EE UU y Argentina son países objetivamente contradictorios y no complementarios. Allá hay soja y cereales, y acá también. Allá hay autos y acá también. Allá hay una potencia de la OTAN que usufructúa la base inglesa en Malvinas y acá esas islas son un sentimiento. Allá hay un imperio que quiere dominar el mundo y acá hay un socio del Tercer Mundo, con todas sus limitaciones pero también un piso de dignidad. Allá tienen su sede el FMI y el Banco Mundial, y acá están sus víctimas.
Denuncias de Cristina
Aclarados de dónde vienen las raíces profundas del enfrentamiento, conviene refrescar la escala actual del conflicto. En la superficie sobresale como puntapié inicial la detención del avión norteamericano en Ezeiza que venía con soldados, armas y drogas prohibidas. El contingente iba a realizar cursos de entrenamiento en seguridad y antiterrorismo con la Policía Federal. No hubo ni ejercicios ni nada. El avión tuvo que volverse y los pertrechos, devueltos tras una larga espera (deberían haber sido decomisados).
El fondo del asunto era el pleito planteado por los «fondos buitres» que ex profeso habían quedado afuera de los canjes de papeles de la deuda en 2005 y 2010. Paul Singer, de NML Capital, y otros usureros con asiento «legal» en paraísos fiscales como las islas Cayman, demandaron a Argentina. Y fueron arrastrando tras sí, en sus 900 intentos por embargar bienes del país, al sistema judicial estadounidense, funcional al capital financiero en todos sus rostros, incluidos las menos presentables, como los «buitres».
Thomas Griesa, la Corte de Nueva York y la Corte Suprema de Justicia les dieron la razón a esos delincuentes financieros, y la Casa Blanca terminó justificando ese accionar. Argentina debía pagar 1.600 millones de dólares, como había fallado Griesa, tal la postura de Obama y el Capitolio. El presidente se negó a aceptar la jurisdicción de la Corte Internacional para hacer frente a la denuncia argentina. Su encargado de negocios, Ken Sullivan, difundió en setiembre pasado una instrucción a los turistas norteamericanos previniéndolos que Buenos Aires era muy peligrosa, como si fuera la suma de Bagdad, Kabul y Kobane.
Eso explica las réplicas de la presidenta contra la política de EE UU en lo referido al país y también el militarismo del imperio. «Si me pasa algo a mí no miren a Oriente sino al Norte», denunció CFK el 30 de setiembre. Las empresas norteamericanas Donnelley y el gigante Procter&Gamble fueron denunciadas por la AFIP, por fraude fiscal y fuga de divisas. La novedad fue la carta de Cristina a Obama preguntándole si Nancy Soderberg, que éste designó al frente del Public Interest Declassification Board, era la misma copresidenta de la American Task Force Argentina, la fuerza de tareas de los «fondos buitres». El entorno de Obama dijo «of course». El cortocircuito no tiene arreglo.
Argentina en podio
Aunque los gobernantes estadounidenses traten de disimularlo, es obvio que saben que su país es mal visto por una gran cantidad de latinoamericanos y del resto del mundo. Y buscan explicaciones al fenómeno, aunque sin pretender cambiar de políticas a efectos de superarlo.
En la web está «Americas Quaterly», auspiciada por la American Society y el Council of Americas, del grupo Rockefeller, donde en junio del 2012 estuvo invitada la mandataria argentina. Allí se lee, en un trabajo de Andy Baker y David Cupery: «u n punto de comparación es el grado promedio de sentimiento antiestadounidense en el resto del mundo, basado en una muestra de otros 45 países recogida mediante el proyecto Pew Global Attitudes entre 2002 y 2010. La actitud promedio hacia los EE.UU. es más desfavorable en el resto del mundo que en el país más antiestadounidense de América Latina: Argentina».
Estar en ese podio no les gusta a políticos como Mauricio Macri, Sergio Massa y aún Daniel Scioli, que son buenos amigos del Council of Americas.
Latinobarómetro, de Marta Lagos, tiene un sondeo de opinión sobre 18 países de la región. «Si miramos a los ciudadanos que consideran que EE.UU. es totalmente democrático vemos que estos son una pequeña minoría de 22%. Ningún país de la región cree mayoritariamente que EE.UU. es un país totalmente democrático. Esto varía entre un 39% de los hondureños y el 11% de los uruguayos», dice su encuesta de 2013.
Allí Argentina, con el 13 por ciento, bajó al 3° lugar antiestadounidense, al perder por un punto con los hermanos bolivianos e igual diferencia con los charrúas.
Fuente original: http://www.laarena.com.ar/