Con la mirada crítica que le caracteriza, gracias a la cual somos muchos los que tenemos aprendizaje garantizado siempre que tenemos ocasión de leerle, y con los pies y el corazón bien situados en el mundo, Àngel Ferrero comentaba en rebelión el 1 de febrero una portada de ADN, un diario gratuito bastante leído en […]
Con la mirada crítica que le caracteriza, gracias a la cual somos muchos los que tenemos aprendizaje garantizado siempre que tenemos ocasión de leerle, y con los pies y el corazón bien situados en el mundo, Àngel Ferrero comentaba en rebelión el 1 de febrero una portada de ADN, un diario gratuito bastante leído en Barcelona y no sólo por trabajadores que usan el metro y leen de forma más o menos descuidada cualquier ejemplar periodístico que les llega a las manos o está depositado en sus asientos.
Se trataba de una portada de 22 de enero de 2008. El IBEX 35 había registrado el día anterior la mayor caída de su historia, triste historia por lo demás, y el diario abría con una demanda sobre condiciones de viaje, acaso inventada, de personas obesas y una noticia de sociedad sobre la ropa usada por la señora Bruni, mientras que importante noticia sobe la sinrazón e irracionalidad del sistema figuraba como mera entradilla. Pelillos a la mar. La desinformación era evidente, pero había que denunciarla como ha hecho Ferrero, y la finalidad oscurantista de distracción más que obvia, pero los tiempos exigen proclamar obviedades tanto como esgrimir puños tensos y enrabiados.
El texto de Àngel Ferrero incluía una oportuna cita de Marx, mejor imposible; una ajustada valoración política del señor Sarkozy, dirigente político que en su día fue apoyado por eminentes filósofos franceses y que cuenta en su gobierno con ministros y responsables del ámbito «socialista» entregado, absolutamente entregado, y seguía con una reflexión de Antonio Gramsci sobre la importancia de la prensa, nuestros actuales medios de comunicación de masas, como «la más importante herramienta de la pedagogía popular» ya que con ella podía instruirse a la ciudadanía para ser hombres libres o esclavos. Finalmente Ferrero concluía con una reflexión de un clásico de clásicos. Aristóteles había distinguido a los esclavos de los trabajadores asalariados; estos últimos eran «esclavos a tiempo parcial».
Con todo ello, y en paralelismo con lo ocurrido en Brasil en 1968, Ferrero concluye que los medios de comunicación bajo los regímenes autoritarios producían esclavos, mientras que esos medios bajo los sistemas capitalistas producen esclavos a tiempo parcial. Y este es el punto: por mucho que me empeño en ello no logro ver la conclusión que colige Ferrero. Una duda sobre ello.
Por una parte, ¿sigue siendo válida la distinción aristotélica? ¿El asalariado actual sigue siendo esclavo a tiempo parcial? Acaso algunos y en algunas zonas del planeta, pero, aparte de «los sobrantes», ¿no va en aumento el número de trabajadores (y trabajadoras) esclavizados en muchos otros lugares a tiempo no parcial?
Sea como sea, admitiendo la distinción clásica, ¿por qué los medios de comunicación bajo los regímenes capitalistas producen esclavos a tiempo parcial? De hecho, como Ferrero no ignora, la dictadura brasileña fue un sistema capitalista y, actualmente, el número de sistemas capitalistas que son dictaduras no es, desde luego, un conjunto vacío que carezca de elementos. Pero, independientemente de ello, ¿por qué un sistema capitalista enmarcado en un sistema parlamentario publicitario en manos y acotado por poderosos -llamarle «democracia» es, cada vez más, un disparate conceptual- genera o intenta generar esclavos a tiempo parcial?
Más bien parece lo contrario, o para ser más preciso, lo complementario. Los medios de comunicación de sistemas capitalistas no dictatoriales como el nuestro intentan o, mejor acaso, contribuyen, no presupongo intencionalidad, a que la esclavitud parcial -cada vez menos parcial por el número de horas trabajadas y las condiciones de ese trabajo- del asalariado actual se complete con otra esclavitud cultural, informativa, que le haga perderse totalmente en su forma de entender el mundo y en la comprensión de sus aristas más centrales, más básicas, más directamente relacionadas con su situación. Baste coger el metro barcelonés, o cualquier subterráneo, para ver qué leen, si leen, y de dónde obtienen la información, si prestan atención, un número importante de trabajadores catalanes.
Por no hablar de otros medios más sofisticados. Recordemos que parte de la ciudadanía culta y de izquierdas de este país construye sus criterios valorativos sobre la Monarquía española, sobre la situación política de Venezuela o sobre el papel histórico del Che leyendo informaciones y artículos de opinión el ex diario independiente de la mañana (De la culta -o no tan culta- y de «centro» o derecha que lee El Mundo, ABC, La Vanguardia o La razón no es necesario decir nada).
En síntesis: ¿esclavitud parcial o complemento de la otra esclavitud, parcial si se quiere, la que pesa más, la que impide cada vez más un proyecto de vida con gotas de libertad y autodesarrollo personal?
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