No, no estoy hablando de los constantes bombardeos del Estado nazi israelí sobre civiles libaneses o palestinos, o de la conversión en escombros de lo que hasta hace unos días eran ciudades, o del éxodo de centenares de miles de libaneses, o del asesinato de 4 observadores de Naciones Unidas a manos del ejército israelí, […]
No, no estoy hablando de los constantes bombardeos del Estado nazi israelí sobre civiles libaneses o palestinos, o de la conversión en escombros de lo que hasta hace unos días eran ciudades, o del éxodo de centenares de miles de libaneses, o del asesinato de 4 observadores de Naciones Unidas a manos del ejército israelí, o de sus ataques contra hospitales o vehículos de la Cruz Roja, o de los miles de muertos que el terrorismo israelí provoca.
Tampoco estoy hablando de la criminal complicidad de organizaciones como Naciones Unidas o de la comunidad europea en los planes expansionistas de Israel y el genocidio que está llevando a cabo.
El «brutal ensañamiento», la «agresión salvaje», a que se refería el periódico El País en su primera página y que también reprodujeron algunos canales de parecida catadura moral, tenía lugar en Londres, durante la exposición al público de una colección de más de mil osos de peluche.
Según el periódico español, cuando el vigilante de la muestra soltó dentro del recinto a Barney, un doberman que había sido solicitado expresamente por la casa aseguradora para evitar posibles robos de peluches, el perro, «primero mordió a Mabel al que prácticamente le arrancó la cabeza y luego se ensañó con él durante veinte minutos pese a los intentos por calmarlo de los presentes». Mabel, mientras tuvo cabeza, fue un oso de peluche fabricado en 1909 que llegó a ser mascota de Elvis Presley. El valor de Mabel era de 58 mil euros y Sir Benjamín Slade, rico coleccionista británico y dueño del oso, a pesar de haber «enloquecido» por la noticia, como asegura El País, no quiere que se mate al perro sino que se le destine a una granja.
No es fácil, sin que en el intento se nos escape un exabrupto, preguntarse y responderse qué hace una «noticia» como la descrita en la primera página de la actualidad mundial
A no ser que la inclusión de semejante crónica en la primera página, encima de los bombardeos israelíes o al lado de los caminos llenos de libaneses tratando de huir del horror, no era más que una inteligente parábola del periodista que firmaba la tragedia del «brutal ensañamiento» de Barney y su «agresión salvaje» al osito Mabel, para eludir la «línea editorial» del pasquín de Polanco y, metafóricamente, informar a sus lectores de la barbarie a la que el mundo asiste consternado. El doberman Barney era, obviamente, el Estado fascista israelí; el oso de peluche el pueblo árabe; y las Naciones Unidas y la comunidad internacional, ese público presente en la exposición que durante veinte minutos no pudo hacer nada por «calmar al animal».