Para el periódico global El País, santo y seña de la progresía urbana bipartidista, los comunistas son objeto recurrente de cierto tratamiento especial en sus páginas, entre la ironía distante y el tópico grueso según venga a cuento o en función de la pluma de cada redactor o articulista. En palabras de Manuel Vicent, uno […]
Para el periódico global El País, santo y seña de la progresía urbana bipartidista, los comunistas son objeto recurrente de cierto tratamiento especial en sus páginas, entre la ironía distante y el tópico grueso según venga a cuento o en función de la pluma de cada redactor o articulista.
En palabras de Manuel Vicent, uno de los pesos pesados históricos del rotativo dentro de su elenco con mayor pedigrí, los comunistas recios y auténticos no tienen humor, subliman el placer y, en fin, su vitalidad siempre se encuentra en entredicho, salvo una honrosa excepción: Manuel Vázquez Montalbán.
Parecen recursos estilísticos sin ningún afán ideológico o intención más allá de lo descriptivo o literario. Sin embargo, estamos ante un tópico típico de escritores o periodistas que hacen suyos (y los alimentan y dan publicidad gratuita) los prejuicios del establishment cultural capitalista.
Alrededor del concepto comunista, al menos desde el franquismo en España, quizá antes en los mentideros de la crema intelectual orgánica de las clases altas, se ha venido tejiendo un vasto campo semántico que relaciona la palabra directamente con situaciones, hechos o ideas claramente negativas. A Vicent cabría pedirle una sutileza superior a la media habitual para sortear con decoro una sintaxis tan pobre, trillada y maloliente.
Vicent, y tantos otros literatos, aún mantiene como verdad absoluta e icono predilecto de sus miradas arraigadas en el tiempo, las añejas imágenes de los últimos jerarcas nonagenarios soviéticos asomados a los balcones del Kremlin en pose adusta e hierática, prieto el ademán ante el frío ambiente y el juicio inminente de la devastadora actualidad que se les venía encima.
Extrapolar esa foto congelada a la compleja realidad histórica no es más que pereza del conocimiento por exigir un trabajo más selectivo al espíritu crítico. Vicent, y tantos otros exegetas acomodados al bipartidismo y ensimismados en su silencio creativo, olvidan que los comunistas a lo largo de la historia han sido los individuos más buscados, vilipendiados, vejados, golpeados, encarcelados, perseguidos, torturados y asesinados por el régimen capitalista en sus diferentes versiones políticas y geográficas.
Que la vida penda de un hilo suele provocar tensión muscular y, tal vez, el gesto de la sonrisa no quede tan simpático ni logrado como en los comunistas buenos o de los buenos tiempos de paz una vez restablecida la democracia parlamentaria formal. Mientras eres perseguido, el tiempo para los placeres mundanos suele ser escaso y, además, los hombres y mujeres comunistas son y han sido gente trabajadora en su inmensa mayoría, por tanto los suculentos placeres capitalistas de hoy en día, y los de ayer, están lejos de su alcance económico.
Siguiendo la tesis estrecha de Vicent y El País, ¿consideramos como gente con humor a Hitler, Franco, Mussolini, Pinochet, Videla, Suharto o Idi Amin? Esos sí que eran líderes capitalistas del mundo libre como Dios manda, aunque sus placeres particulares quizá superaban y exceden ahora mismo los gustos exquisitos del óptimo demócrata progresista.
Eliminen los nombres anteriores por demasiado tendenciosos y prueben, por ejemplo, con Bush hijo o Mario Vargas Llosa: el primero es el causante de millones de muertos inocentes en Irak y Oriente Medio, mientras el segundo nada más que es responsable de dar cobertura estética de autoridad infalible al neoliberalismo rampante de los últimos años. Seguro que ambos personajes (ninguno de los dos comunista, por supuesto) son gente afable que jamás se priva del humor ni de los placeres de la vida, muy al paladar de El País y Vicent.
No hay tópico neutral o inocuo. Todo tópico anquilosa la capacidad de pensar y fija las ideas a la mente y al discurso como verdades inquebrantables y definitivas. Detrás de cada tópico existe una historia dialéctica larga y contradictoria, de lucha ideológica, social y política que escoge algunas palabras concretas como tabú que arroja así en bruto a los lectores confiados y al público en general para facilitarles una línea de interpretación que no ponga en cuestión el orden establecido.
Las palabras cambian de sentido o recuperan sus orígenes muy lentamente. Detrás de cada medio existe una intención política oculta. Y en cada articulista que se somete al dictado del orden establecido, al menos opera una pereza intelectual dolosa: el que vive de las palabras, los conceptos y la sintaxis sabe muy bien que elegir una palabra u otra es una alternativa ideológica y política y que dejarse llevar por los tópicos empobrece la capacidad de comprensión del lector y restringe a la vez su saludable espíritu crítico.
Los tópicos mal usados y fuera de contexto explicativo tienen tal fuerza descriptiva que convierten en verdad anécdotas secundarias o prejuicios culturales, dando pie a interpretaciones erróneas o sesgadas del mundo en el que vivimos y de la memoria histórica.
Ya existe demasiada producción cultural de saldo y también elitista, que refugiada en tópicos banales debidamente procesados por los laboratorios populistas o posmodernos, eleva a mercancía literaria obras de dudosa calidad. El uso y abuso de los tópicos crea un sentido común vicario de las relaciones de poder hegemónicas. Ir contra el tópico es situarse a favor de que la razón crítica pueda abrirse hueco en la realidad capitalista contemporánea.
Y, qué duda cabe, lo dicho hasta aquí sirve igualmente, con algunos matices peculiares, para otras palabras devastadoras dentro de los tópicos capitalistas negativos. Rusia, Venezuela, Cuba, anarquista, rebelde, rojo, sindicalista y otras similares juegan en la imaginación popular roles muy parecidos a comunista. Lean atentamente y verán cómo los tópicos ideológicos afloran copiosamente como las setas silvestres durante las lluvias primaverales. Salirse del tópico fácil resulta sumamente difícil porque su idea forma parte de nuestro acervo emocional más profundo.
Los tópicos no tienen apariencia ni de verdad ni de mentira. Simplemente funcionan bien. Ahí radica su enorme potencialidad intoxicadora o venenosa. Manuel Vázquez Montalbán era un comunista atípico para El País y Vicent, un comunista bueno.
Los comunistas que van a la huelga son toscos y feos. Y los que fueron asesinados por Franco, Hitler o Mussolini poniendo las bases de las democracias imperfectas actuales, hoy están mejor en el olvido histórico. Su sangre y su recuerdo no casan bien con la estética posmoderna. ¡Esos comunistas ni tuvieron humor ni disfrutaron de la vida como los buenos comunistas literarios de Vicent y El País!
Muertos, hasta los comunistas pueden alcanzar la belleza que se les niega en vida.
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