Leo con mucho interés el artículo de Quico Alsedo en el que, reflexionando sobre la desaparición del programa de Radio 3 Carne Cruda, viene a afirmar que el director del susodicho programa ha sido artífice directo de la cancelación de su espacio. Comparto a medias esta posición, en lo que discrepo es en las justificaciones […]
Leo con mucho interés el artículo de Quico Alsedo en el que, reflexionando sobre la desaparición del programa de Radio 3 Carne Cruda, viene a afirmar que el director del susodicho programa ha sido artífice directo de la cancelación de su espacio. Comparto a medias esta posición, en lo que discrepo es en las justificaciones de la misma. En cualquier caso me parece una reflexión interesante, no tanto por los argumentos que propone como por lo que éstos reflejan. Veamos por qué.
El autor del texto hace una dura crítica del programa que dirigía Javier Gallego afirmando que éste llegó a convertirse en algo que «no se puede hacer en un medio público. Con dinero de todos, ni propaganda de la izquierda apartidista, ni del Opus, ni de nadie».. Aunque no sea lo más importante creo que el autor, al hablar de RNE, cae en la eterna confusión de público con democrático. RNE, al igual que muchos otros elementos públicos carece de cualquier mecanismo de control efectivo democrático que vaya más allá de la partitocracia así que, aun si tuviera razón el periodista diciendo lo que dice de CARNE CRUDA, el programa no sería ni más ni menos censurable por el mero hecho de aparecer en RNE. Podrá decir alguien que aunque el control no sea democrático, el dinero (no todo) sí es público. Bueno, aun con todo no creo que haya demasiada diferencia «moral» entre el dinero que los trabajadores pagan religiosamente al estado en forma de impuestos y el dinero que los mismos trabajadores nunca llegarán a cobrar merced a las leyes que ese mismo estado implementa para engordar las rentas del capital. La diferencia ,pues, entre financiación pública y privada no es más que el punto donde se ha cometido el saqueo a los trabajadores. Aunque quizá eso es mucho marxismo para Quico Alsedo.
Durante el resto del anatema sufrido por Gallego, Alsedo continua haciendo una oda al «pluralismo» y al «periodismo crítico», explicando que lo que hacía Carne Cruda, lejos de responder a esos conceptos era más bien «pontificar» una visión de la realidad. No sé si han escuchado Carne Cruda, si lo han hecho se habrán percatado de que Gallego, lejos de impostar una falsa neutralidad ni darse ínfulas de periodista imparcial, manifiesta críticas muy abiertas y muy duras contra muchas cosas (cosas que por cierto rara vez son criticadas en los grandes medios audiovisuales) y hace esta crítica contando con grandes colaboradores, dando cabida a invitados que pocas oportunidades habrían tenido en otros programas y difundiendo informaciones que nunca serán portada de EL PAÍS. Es cierto, pues, que Gallego, amén de informar y preguntar, se posicionaba en una trinchera propia, lo que no es cierto es que el resto de programas no lo hagan y eso Quico Alsedo, por cuestión de oficio, debería saberlo.
Dice el redactor del mundo que el buen periodismo consiste en hacer las «preguntas adecuadas» y que Gallego «sermoneaba todas las respuestas». Aquí está la clave de la trampa que se tiende Alsedo a sí mismo, él solito. Las «preguntas adecuadas»…pues yo le pregunto a Alsedo, ¿quién decide qué pregunta es adecuada o no?, ¿dónde acaba la adecuación y empieza el parcialismo? Es obvio que no hay una respuesta unívoca para estas preguntas, lo lógico sería decir «pues depende». Depende del enfoque que se haga de la situación y el enfoque depende a su vez de qué interesa conocer al periodista, lo cual no deja de ser, por poco que lo quisiera reconocer Alsedo, un posicionamiento. Las preguntas no son fórmulas imparciales que van por la vida ofreciendo libertad, sino cuestiones que imponen coordenadas. Esto lo explicó muy bien Carlo Fabretti cuando contó cómo, ante una pregunta capciosa ( quizá adecuada según Alsedo) de una periodista, a él no le quedó más remedio que imaginar qué respondería la trabajadora si le hubiera preguntado «¿Cobras mucho por un revolcón?». La pregunta impone necesariamente una premisa, en este caso que la mujer es una prostituta (la pregunta sólo pretende saber si cara o barata). Las preguntas no son sino el embrión de la respuesta y esto lo debe saber no ya un periodista, sino cualquiera que use la lengua cabalmente. A Alsedo le puede parecer muy obvio que un programa radiofónico que se limite a hacer preguntas inocentes sin pregonar respuestas es un ejemplo de imparcialidad y rigor, pero esto es discutible. A la pregunta de «Cómo revitalizar nuestra democracia» se le podría oponer «Cómo acabar con esta dictadura», o frente a la típica cuestión de «cómo tranquilizar a los mercados» se podría inquirir por «cómo callarlos para siempre». Cuando uno elige qué preguntar no está debatiéndose entre periodismo parcial o imparcial, sino entre una trinchera u otra. Sin embargo, la inmensa mayoría de espacios conocidos (y por conocer) en RNE partían de preguntas del primer estilo, no del segundo. Y ello porque eran programas ideológicamente posicionados. Cierto que su posicionamiento se corresponde con las ideas dominantes o políticamente ortodoxas, pero eso no lo convierte en menos posicionamiento. Alsedo cae en un error bien clásico: confundir la neutralidad con lo mayoritario, lo imparcial con el lugar común. Decir lo que dice Alsedo es tanto como decir que un periodista que en 1960 hubiera hablado de Franco como «dictador» y no como «jefe de estado» era un mal periodista por «pontificar» lo que Franco era o dejaba de ser. No, simplemente era que el periodista del NO-DO compartía, de alguna forma, las premisas oficiales del régimen y el otro no. Y esto es lo que ocurre con Gallego. Mientras el resto de «grandes comunicadores» que pululan por las ondas no hacen sino reproducir incesantemente las preguntas propias de la ideología dominante cayendo siempre en las mismas respuestas, Carne Cruda va y lo pone todo patas arriba. A Gallego se le ocurre partir de otras premisas, preguntar por otras cosas y, por tanto, sugerir otras respuestas. Y fíjense, cualquiera que haya oído a Carlos Herrera , Carles Francino o al mismo Juan Ramón Lucas (eminentes periodistas todos según la ortodoxia periodística) los habrá oído opinar alguna vez: sobre lo triste que es la crisis, lo dura que es tal o cual política o lo feo que estuvo aquel suceso. La diferencia entre esta gente y Gallego es que mientras unos destilan su opinión ideológicamente posicionada cubriéndola de un aura de neutralidad y amparándose en los grandes criterios que comparten con el poder establecido, el director de Carne Cruda se posiciona sin dárselas de neutro y desde otra trinchera mucho menos condescendiente con según qué intereses económicos y políticos.
Es muy cierto que Gallego ha sido artífice de su propio despido. Y lo ha sido en la misma medida en que los estudiantes del Luis Vives lo fueron de sus propios porrazos. Ambos tienen en común que, donde se imponía actuar de la forma más beneficiosa para un bando u otro, eligieron el lado que más cuestionaba al poder y pagaron las consecuencias. Justificando el despido de Gallego por la actitud de su programa lo que Alsedo hace es presuponer una neutralidad e imparcialidad en el resto de programas que no es tal. Si a Gallego lo echan no es por posicionarse, sino por posicionarse en un lugar determinado. Por ello, justificando su cese se está dotando de legitimidad a la censura que acalla a quienes cuestionan ciertos dogmas, por eso Alsedo contribuye con su opinión a esa «medievalización social» que tanto parece gustarle.
Es preciso recordar que el texto de Alsedo está jalonado de falacias ad hominem hacia Gallego y de presuposiciones y atribuciones psicológicas que obstaculizan mucho la argumentación seria. Me dolió el cese de Toni Garrido, cuya voz es una delicia radiofónica y me incomodó el de Juan Ramón Lucas y no por ello voy a romper una lanza en su favor como individuos. Es bueno cuidarse, a priori, de quienes gritan mucho contra el PP y sólo murmullan contra el PSOE, además de que es bueno recordar que más de uno de los que hoy perderá su puesto lo hará por los mismos cauces y causas por los que lo consiguió. Por eso hoy no quiero romper tampoco una lanza en favor de Gallego como individuo. Lo conozco en calidad de sujeto radiofónico y como tal defiendo el espacio que había creado. Quizá Alsedo tenga razón, quizá Gallego sólo hacía un programa crítico para hinchar de seguidores sus redes sociales, quizá se limitó a subirse al postefecto del 15-M, quizá(yo no lo creo). Pero todas esas especulaciones no cambian en absoluto un hecho: a Carne Cruda no la tiran fuera de la parrilla por estar podrida, sino por ser demasiado sabrosa. Y esto no es nuevo.
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