«Ardera su memoria hasta que todo sea como lo soñamos» Francisco «Paco» Urondo A fines de marzo de este 2016, entre Macris, Obamas y holdouts gozosos… miles de ciudadanos y trabajadores -pese al discurso hegemónico echado andar por los medios masivos de difusión- salieron a las calles a repudiar -memoria colectiva ardiente- aquella dictadura cívico […]
«Ardera su memoria hasta que todo sea como lo soñamos»
Francisco «Paco» Urondo
A fines de marzo de este 2016, entre Macris, Obamas y holdouts gozosos… miles de ciudadanos y trabajadores -pese al discurso hegemónico echado andar por los medios masivos de difusión- salieron a las calles a repudiar -memoria colectiva ardiente- aquella dictadura cívico militar eclesiástica iniciada el 24 de marzo de 1976.
¿Y por qué elijo comenzar esta carta a los educadores de ayer, hoy y mañana de este modo? Porque nadie escribe desgajado del contexto político e histórico además de sus vicisitudes personales. La carta fue el formato que Rodolfo Walsh escogió para denunciar las tropelías de aquellos represores del 76, y también en «Cartas a quien pretende enseñar» Paulo Freire vuelca gran parte de su legado a las docentes por venir. Asimismo, Adriana Puiggrós en Carta a los educadores del siglo XXI suma a sus escritos anteriores «los sentimientos e impresiones coyunturales vividos durante los últimos dos años en la Dirección General de Cultura y Educación de la provincia de Buenos» (1). Aunque distintamente (o no tanto), quizás siempre con el precepto ético y político como Walsh, Freire y Puiggrós: Caruso y Dussel sintetizan la educación contemporánea en «5 conceptos, De Sarmiento a los Simpsons».
Insisto nadie escribe una carta por fuera de quien es, personal e históricamente. Freire es muy claro: «En el fondo, no somos sólo lo que heredamos ni únicamente lo que adquirimos, sino la relación dinámica y procesal de lo que heredamos y lo que adquirimos». Y gran parte de los docentes -ustedes, los lectores de estas impresiones- «heredamos-adquirimos» los efectos de aquella dictadura como si los «cien balazos» que asesinaron a Isauro Arancibia (2) todavía retumbasen en nuestro cuerpo colectivo y nuestra tarea como docentes. «El maestro concibiendo a la escuela no como un mausoleo de la comunidad sino como sus barricadas y sus cimientos», precisó Eduardo Rosenzvaig en «El maestro derrotado invicto» acerca de unos de los fundadores de CTERA en 1973, don Isauro.
Escribo desde esa herencia, del terror de genocidas que pretendieron disciplinar una sociedad, prescribiendo de algún modo la tarea pedagógica que por años deberían realizar los docentes: educar dentro de los valores y el pensamiento dominantes.
Pero estamos «condicionados no determinados» por ese terror al que le fuimos quitando protagonismo y avanzamos en búsqueda de más derechos y una escuela pública inclusiva y democrática.
De Sarmiento a los Simpsons, sí, pero también de Arancibia a Fuentealba: ¿el camino de las balas de la posmodernidad?
Como enseñantes nos falta mucho, es verdad, pero tampoco seamos tan injustos con nosotros mismos. Sigamos aprendiendo de Paulo Freire: «Las educadoras precisan saber lo que sucede en el mundo de los niños con los que trabajan. El universo de sus sueños, el lenguaje con que se defienden, con maña, de la agresividad de su mundo. Lo que saben y cómo lo saben fuera de la escuela (3)».
Debemos preguntarnos quiénes son nuestros alumnos, comprenderlos, reconocerles su identidad, su cultura y experiencias. Partir de ahí, para «deconstruir» nuestros prejuicios y saberes y reelaborar otro currículo que pueda enseñarles algo más de lo prescripto.
Simón Rodríguez, maestro de Simón Bolívar, es un referente estudiado por la Doctora en Pedagogía Adriana Puiggrós. También el filósofo León Rozitchner le dedico uno de sus trabajos al maestro de Bolívar: » Si lo que está en juego en el conocimiento es el problema del ser, del ser social, humillado, expropiado, envilecido, la ignorancia que quiere combatir Simón Rodríguez no es algo que se refiera a un mero conocer -instrucción primaria- sino a un saber qué consecuencias tiene el no-saber cuando por medio de la enseñanza se le oculta al joven el verdadero saber: el de la dependencia de su ser (4)».
De Rodríguez a Freire y Puiggrós: se preocupan y preguntan por los oprimidos.
Rozitchner -tomando a Simón Rodríguez- también advierte sobre nuestra importancia como educadores, «de las Maestras-tías» al decir de Freire: «Está muy preocupada la buena maestra por que los niños sepan, pero como no parte del sentir el sufrimiento de ellos como propio sólo puede ofrecerle un saber que oculta, al dárselos, su propio privilegio de «maestra» del sistema que defiende (4)».
No es para desalentarlos ni herirlos que les escribo así señores educadores… Se trata de crecer conversando juntos.
El niño «oprimido» que tenemos enfrente en las aulas es nuestra verdad, «lo que la hace saber (a la maestra) lo importante que es conocer el mundo concreto en que viven sus alumnos (3)», señala Paulo Freire.
La doctora Puiggrós indica un recorrido parecido sobre los «habitantes» de las aulas en el siguiente párrafo: «En la vida de los argentinos, la escuela pública de la otra cuadra había sido una presencia organizadora, referencia indispensable para la reglamentación de la cotidianidad familiar y de los valores que se transmitían en la mesa, ese momento de reunión de la familia, que se acompañaba con el lánguido sonido de un tango, la voz acartonada del locutor o el novedoso sonido de un grupo rockero, transmitidos por la radio. Esta última era un integrante de ese grupo humano muy anterior a la televisión, pero siempre presente, y sin duda su antecesor en el rol de integrar significaciones en los núcleos más profundos de la sociedad. En la actualidad, se combinan la escuela privada con la publicidad televisiva, los juegos electrónicos e Internet, de modo que el lugar social del niño es ante todo el de cliente y consumidor (1)».
¿Será que hoy los niños-jóvenes oprimidos se reflejan en esa versión tecnologizada de TV e internet? Sigamos buscando preguntas y respuestas, pero admito que es una buena metáfora: de la radio y la escuela pública en la mesa familiar a los niños clientes de colegios privados y pautas televisivas. Si bien los alumnos «anuncian otra epocalidad» hay más libremercado que verdaderos derechos en estos tiempos.
Josefina Semillán es terminante: «Los educadores generan discípulos, los corruptos necesitan obsecuentes. Motivar es reinauguración del lenguaje, motivar es una propuesta que invita a atender, porque educar es invitar a madurar, y ser personas, y a tener el goce de haber nacido, y no la desgracia de sobrevivir. (…) El mensaje no es sólo lo cognitivo, lo conceptual, educar es reestrenar lenguajes, reapasionándose, lo único que cambia el tono de la voz es la inauguración de la pasión. La fatiga docente invita a la desidia estudiantil (5)».
Hay que buscar métodos y actividades para que los pibes de hoy «saboreen el saber»… acercándose al conocimiento y la mirada crítica del mundo que habitamos. Entusiasmados nosotros, ellos se harán de entusiasmo por aprender…
«La palabra no tiene hospitales que le curen el mundo», escribió el poeta Juan Gelman. Pero tenemos la escuela pública que sí se abraza a la ética y la pasión por enseñar-aprender juntos, solidariamente, un salto cualitativo podrá abrirse entre nosotros volviendo a unir lo mejor del pasado con nuestro presente: «Y no hay maestro cierto y auténtico sino trabaja por la liberación de los pueblos» sentenciaba Isauro Arancibia en octubre de 1970.
Vuelvo al principio. A que nadie escribe desgajado de la historia que nos condiciona como sujetos. Estas líneas surgen días después del abrazo de un presidente argentino con el mandamás estadounidense Barack Obama. Justo EE.UU que tiene mucho que ver con los genocidios sobre los pueblos latinoamericanos.
¿Cuáles fueron algunas de las consecuencias que nos dejaron el terrorismo de estado 1976-83? Relacione estas ideas de la Psicóloga Inés Rosbaco con los párrafos anteriores: «Para la libre circulación del mercado fue necesario el aniquilamiento del pensamiento crítico/reflexivo, sobre todo cuando se orientaba a un accionar que anhelaba una transformación social (…) Sin terror, sin el quiebre con el pasado, con el legado cultural, quizás esto no hubiese sido posible, entonces…la base es la desconfianza que tenemos los unos de los otros, y esa desconfianza es fundamental y necesaria para la circulación de la libre mercancía (6)».
¿Se puede educar por fuera de esas relaciones sociales de poder que ese terrorismo de estado instituyó?
De eso se trata, de ir abriendo espacios de solidaridad y conciencia colectiva.
Quiero compartir con ustedes ahora algunos conceptos de «Sarmiento a los Simpsons» de Caruso y Dussel. La definición de estos autores sobre qué y quién es el sujeto es interesante: «Una construcción explicativa de la constitución de experiencias en los individuos y en los grupos». Que se tenga en cuenta las experiencias que constituyen al sujeto tanto individual como grupalmente es al menos una diferencia notoria con quienes lo definen como un niño-discurso en las aulas (que es el tema que nos compete). Son, somos en la relación entre libertad y necesidad. «Los sujetos se construyen en las experiencias, entre ellas la escolar», sostienen los autores, «red de experiencias (compleja unión entre modos de ver el mundo y modos de actuar sobre él)» atravesadas por relaciones de poder. Y si bien ese «poder» puede llegar «hasta producirnos como sujetos y no sólo limitarnos», entre la necesidad y la libertad fluye el deseo y la capacidad de desobedecer lo mandado y la «gubernamentalidad», como considera Michel Foucault.
Asimismo Caruso y Dussel llaman a abandonar el «mito del curriculum como solución de todos los problemas pedagógicos», a deconstruirlo, a desistir de las obsesiones por «lo claro, la eficiencia y la velocidad», para recorrer un camino de las múltiples voces contenidas en un currículum de «matriz abierta» donde el otro existe a partir de las propias experiencias y deseos, y no de un fárrago de supuestos del docente, la normativa y la institución.
Ya lo enfatizaba la Lic. en Filosofía Josefina Semillán: «La ética es una ética de vínculos no de mandatos, el ethos viene -figuradamente- de la relación entre el pastor y la majada, pastor que conduce, ampara en una casa, morada, dando cobijo y hospitalidad (5)».
La escuela y el docente como «amparo» de niños y jóvenes también es una idea de Inés Rosbaco: «El amparo, en tanto «manto de la cultura» (Yago, F., 2003), es simbólico y, es por esto que solamente un sujeto perteneciente a un orden socio- cultural posee las condiciones de humanización para gestar otro sujeto que reproduzca sus enunciados; ya habrá tiempo de cambiarlos por otros, si así eligiera hacerlo cuando crezca (7)».
En definitiva, he delineado y apuntando aquí algunas de mis convicciones sobre ética, política, sociedad y educación. No hay en mí más que el deseo de compartirlas, en este fin de marzo de 2016, donde los remezones con la llegada del presidente norteamericano nos retrotraen a oscuros años de décadas atrás. ¿Cuánto de terror, de desconfianza entre nosotros, de distancia amenazante subjetiva abierta en cada ser humano…perdura…para que la mercancía fluya libremente con su plusvalor?
La escuela pública y nosotros docentes tenemos una gran tarea: desanudar los poderes que nos oprimen y ovillar los que nos ayuden a emanciparnos. Hay tanta telaraña entre nuestros ojos -diría Bety Jouve- que no alcanzaría 1.000.000 de cartas sino prima la unidad y el deseo de «desalojar a nuestros patrones de dentro nuestro».
Falsifican con gusto, a veces mienten con la verdad.
Juan Gelman.
Notas:
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Editorial Galerna, 2007.
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Vidrios espejados (cultura de la posmodernidad colonial). Ediciones Letra Buena. 1998.
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Cartas a quien pretenden enseñar. Editorial Siglo XXI. 2003.
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Filosofía y emancipación. Simón Rodríguez: el triunfo de un fracaso ejemplar. Ediciones Biblioteca Nacional. 2012.
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Construcción de la paz, ética y educación. Octubre de 2005″
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Citado en ¿Intelectuales entre preguntas?, agosto 2014.
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Contra viento y marea: prácticas docentes con niños marginados. Ponencia de 2012.
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