Aunque se venga diciendo que la censura ha desaparecido en la actualidad, sería de incautos pensar, y solo pensar, que semejante instrumento para mantener controladas las opiniones discordantes frente a los que ostentan el poder ha desaparecido. Es cierto que no hay censura en los países que económicamente van por delante, al menos en los términos en los que se ha venido entendiendo, pero sí existe lo que pudiera llamarse censura al uso. Se trata de guardar las apariencias para garantizar la libertad, pero a la vez poniendo límites de manera muy sutil, acorde con los tiempos que corren. Lo que no interesa oír y que se oiga se censura, desde el marco de actuación de la oficialidad pública y su asociada, no con la intervención del censor oficial de antaño, porque a tal fin existen medios jurídicos y comerciales más discretos.
El problema de la censura no reside en que desautorice, sino que prohíba la libertad de expresión abiertamente o de forma encubierta. Si lo primero se encuentra dentro de pluralidad y en el campo de la libertad, lo segundo, va en dirección opuesta, porque al prohibirla se amordaza a la persona. El asunto no queda ahí, puesto que negar la libertad es el paso previo para dejar a salvo al hombre unidimensional como único hombre, con la pretensión de que la tendencia alcance a la manada. Así se abren las puertas del totalitarismo. Un proceso que comienza con algo tan habitual como es la censura. Y no hay que olvidar que este es el objetivo de todo poder, aunque se vista de progresista. Incluso en un ambiente de libertad impreso en la mente colectiva, no es posible escapar de la censura, porque permanece atenta a cualquier forma de manifestación del ser humano, ya sea escrita, oral, gestual o de pensamiento.
Para el censor jurídico todo movimiento de un sospechoso debe ser objeto de censura. En la forma escrita el censor actúa con el apoyo del documento donde queda impresa. En la oral es posible escaparse negando lo que se dice, pero para eso está la grabación que permite aclarar la verdad. En los gestos queda la fotografía. En las cosas del pensamiento es más complicado determinar su dimensión, pero basta el adiestrado ojo del censor y su intuición para colgar al interfecto el sambenito del odio, cuando resulta que puede ser indiferencia o amor mal interpretado; pero resulta que ahora en eso del amor y el odio, el sentimiento natural ya no está a disposición de cada uno, sino del que fiscaliza cualquier acto. Al objeto de hacer jurídicamente efectiva la censura se sigue la represión, no tanto para cortar la libertad de expresión, porque lo que se dice o se representa se esfuma en el aire y ya es libre, sino como venganza del poder, porque nadie debe ir contra la doctrina de cada momento histórico.
Tales situaciones puntuales no son significativas porque en estos momentos, hay que machacar en ello, no existe la censura para la mayoría de la gente, aunque no está bien visto que se vaya en otra dirección que la marcada por los gobiernos y de ahí que sea preciso combatir las desviaciones. En todas esas manifestaciones propias de las personas se impone la política de la tolerancia hasta cierto punto, pero si se atenta contra los preceptos doctrinales es posible que la cosa no quede en censura y desemboque en represión. En definitiva, aunque con guante blanco, la censura existe para el que se muestra rompedor y escandaliza con su opiniones o pensamientos a los fieles que siguen en puridad los dogmas del sistema, mas ahora se ha judicializado y tiene otro nombre más expresivo, se llamaría control del ilícito penal. No obstante, hay que repetir para que quede muy claro, que no hay censura, solo se trata de reprimir actuaciones escritas, orales, gestuales o de pensamiento de quienes se dice que no comulgan con los preceptos al uso y cuentan sus puntos de vista divergentes a quien quiera escucharlos.
Casi estaríamos hablando de una situación límite, porque antes de llegar a estos extremos la censura utiliza otros medios más sutiles para encarrilar a los díscolos. Hay que tener en cuenta que la libertad de expresión da buena imagen a las democracias. Al menos como instrumento de propaganda frente a los regímenes que operan sin contemplaciones en esto de atar a las masas al yugo de sus gobernantes, ya que en aquel caso la sujeción se adorna con flores y lentejuelas para aliviar el peso del yugo. Lo que hace que aparentemente la censura casi ni se perciba.
La difusión comercial es clave y centro de actuación de la censura discreta. La complicidad de algunos medios, a sueldo del empresario de turno y fiscalizados encubiertamente por los gobiernos, ha reservado el monopolio de la oficialidad al gremio profesional, de manera que aquello que circula fuera de la ortodoxia del clan es sencillamente ignorado, en buena parte también por temor a que platee competencia a la profesión y dejen de ser voceros en exclusiva de las verdades públicas. Hay otros grupos que dicen caminar por libre, generalmente al amparo de internet, que juegan a la libertad de pacotilla defendiendo igualmente intereses políticos, económicos y grupales que alimentan su modelo de libertad de rótulo y excluyen la de los otros, ahogando sus expresiones como una ocurrencia más, incluyéndola entre una legión de nombres que tratan de salir al escenario. En ambos casos, la censura la ejercen los que dirigen los medios para dejar en buen lugar sus intereses y, a tal fin, queda como alternativa final condenar cualquier expresión impropia directamente al silencio, arrojándola simbólicamente a la papelera.
Pese a las medidas preventivas tomadas por el sistema, siempre quedan los francotiradores refugiados en el mundo oscuro, que cuentan sus opiniones como voces que claman en el desierto. En este caso la censura viene implícita en el propio medio, puesto que el mundo lo ignora. Pese a todo, a veces la libertad se desliza por las rendijas de la oscuridad y sale a la luz. Pero para desacreditarla hay un último recurso, se etiqueta como fake news y ya queda censurada. Al menos para el gran público, al que no se le ocurre pensar que si existen las noticias falsas es porque la oficialidad no cuenta las verdades.
No hay opción, solo resignación, es obligado convivir con la censura y esperar a que la libertad, sin que casi nadie se dé cuenta, se cuele por las fisuras del entramado y como en una explosión de luz llegue al escenario.