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La presidenta y su destino en las vísperas del Bicentenario

Consumidores y mandatarios (I)

Fuentes: Rebelion

No pocas mujeres sobresalientes de la política nacional han buscado algún rasgo identitario con aquella primera dama que a mitad del siglo XX marcó una división de aguas en la sensibilidad de la cultura popular argentina. Ciencia política y ciencia ficción, frente al desafío de continuar el camino ya sin el traje sastre distintivo. Por […]


No pocas mujeres sobresalientes de la política nacional han buscado algún rasgo identitario con aquella primera dama que a mitad del siglo XX marcó una división de aguas en la sensibilidad de la cultura popular argentina. Ciencia política y ciencia ficción, frente al desafío de continuar el camino ya sin el traje sastre distintivo.

Por el accionar distribucioncita propio del estado de bienestar que caracterizó a los populismos latinoamericanos, la gira por Europa, estancia en París y acercamiento a la comunidad sionista internacional, la campaña de Cristina fue un bello conjuro en un libreto bien estudiado para lograr encontrar aquella luz que una el pasado glorificado del Partido Justicialista (PJ) y el presente opaco del Frente para la Victoria (FPV), frenado por los reveses electorales en las provincias y resaltado por el encierro recurrente del matrimonio presidencial en El Calafate.

La ambivalencia entre una profunda inserción en los sectores bajos y la ostensible frivolidad de los modelos de diseño, es otra de las facetas que invitan a la analogía. No llama demasiado la atención que la en momento primera ciudadana se paseara por los piletones de la Villa 15 (Mataderos) durante la inauguración de viviendas comunitarias y recibiera en la Casa Rosada al enconces candidato a presidir el FMI, Strauss-Kahn[1], un día antes de inaugurarse el Precoloquio anual de IDEA, organizado por las cámaras empresarias en el Hotel Sheraton de Retiro.

Del surgimiento de aquel movimiento de masas expresado en la presencia constante de la homogeneidad en multitud -hasta entonces oculta en la periferia- y la aparición centrífuga del trasversalismo kirchnerista, los procesos creativos de centralización del poder han sido muy dispares. Por eso, la parodia personificada en el binomio ejecutivo presenta una nueva puesta en escena arraigada en los actos patrios, aunque ya no puede refugiarse en el clamor popular para avalar sus acciones de gobierno.

Según Cristina, ella es el cambio: a tres pesos con veinte en las mesas de dinero y luego de un nuevo default financiero de los bonos argentinos indexables por el CER (Coeficiente de Estabilización de Referencia), tras los santos oficios del confirmado secretario de Comerico Interior, Guillermo Moreno.

Con apellido propio

Para el pueblo Evita era Perón. Sin embargo, para los consumidores atados al voto cuota, Cristina no es Evita porque es Fernández (de Kirchner). Ya no se trata de la abanderada de los pobres la que aparece en los actos públicos, sino de la autodefinida ex «primera ciudadana» que debió cautivar con esfuerzo consumidores endeudados -como los de Carlos Saúl Menem en 1995.

No resulta casual entonces que la fisonomía del viejo peronismo, polarizado en su conformación policlasista -que sintetiza expresiones reaccionarias y progresistas en un mismo colectivo- esté más desdibujada que nunca y no defina la normalización judicial de su estructura partidaria. Tal vez, porque de llamarse a internas el referente del justicialismo no sea nadie del gobierno.

Se trata de un cambio posiblemente allanado por el caso Skanska, las petrovalijas, la bolsa en el baño de la ex ministra Felisa Miceli, la incompatibilidad de funcionarios en los organismos de control y el surgimiento de pujantes empresarios desconocidos, pero con sólidas relaciones para abastecer las obras del gobierno.

Horas antes de agasajar al hombre del FMI, la candidata por el FPV presentó las bases del proyecto arquitectónico del Centro Cultural del Bicentenario, a realizarse sobre el Palacio de Correos, y aprovechó la oportunidad para señalar un distanciamiento obligado con la superficialidad festejante de la oligarquía durante el Centenario.

Cristina en el espejo

Aquel proyecto de república, oligárquico y elitista, que inició la generación del 80, tuvo, no obstante, un cierre democratizante en la apertura electoral de la Ley Sáenz Peña y en la universalización de la educación pública y gratuita.

Lo cierto es que el Plan de Cristina es a corto plazo y acorde a las necesidades de las circunstancias del entorno. Ni siquiera responde a los reclamos de los sectores sociales que se pronunciaron en las calles contra ese modelo diferenciador el 17 de octubre de 1945.

Pero Cristina enfrentó una suerte de Unión Democrática devenida en Coalición Cívica, en la que Elisa Carrió agrupó infinidad de espectros caídos en desgracia -y le abrió paso al lanzamiento de Roberto Lavagna.

Después de las elecciones del 28 de octubre, Cristina Fernández podrá ver el Bicentenario de la Revolución de Mayo como presidenta. Allí reside el punto clave y verdadero espejo de la presidenta: repetir aquel modelo dual del Centenario, autoritario pero inclusivo en lo social, según las necesidades de un cambio para que nada cambie.

La única variable en estos casi 100 años es la búsqueda alquímica de cierta complementariedad entre aquella oligarquía con «olor a bosta» -como la caracterizara Domingo F. Sarmiento- y los sectores industriales que intentan renacer de sus cenizas.

Una discusión que atrasa en el debate, en lugar de avanzar sobre estrategias geopolíticas acordes a los desarrollos tecnológicos de la llamada Sociedad del Conocimiento. El único rumbo posible para que la Argentina próxima pase de la factoría a transformase en un factor de cambio en el escenario internacional.



[1] El ex ministro de Economía francés fue confirmado el 1º de noviembre de 2007, en lugar del españor Rodrigo Rato.