Al momento de iniciar estas líneas la crisis política en Venezuela toma vuelo y pone en evidencia el nivel de la ofensiva desatada desde el conjunto de los factores de poder nacionales e internacionales en la región, con la clara intención de afianzar la «restauración» de su orden integral. Sudamérica viró bruscamente hacia la derecha […]
Al momento de iniciar estas líneas la crisis política en Venezuela toma vuelo y pone en evidencia el nivel de la ofensiva desatada desde el conjunto de los factores de poder nacionales e internacionales en la región, con la clara intención de afianzar la «restauración» de su orden integral. Sudamérica viró bruscamente hacia la derecha en menos de un quinquenio y se realineó con los dictados del Departamento de Estado yanqui que busca recuperar su influencia y poder en estas tierras, dada la guerra de intereses con China y Rusia (también con la Unión Europea) por el dominio de los mercados y los recursos naturales. Así hoy el bloque pro yanqui se amplió desde el original de Colombia, Chile y Perú con Argentina, Brasil, Paraguay, Perú y Ecuador. Bolivia mantiene su autonomía y Uruguay optó por un equilibrio ciertamente difícil.
En el caso de Argentina la restauración se dio inicio en el 2015 cuando después de un siglo la derecha volvió al poder político con una fuerza política propia y claramente identificada como tal, la paradoja fue que volvió en alianza con el partido que cien años atrás la había destronado de la presidencia democrática, la UCR. Ciclos históricos que se cumplen y fuerzas sociales que se agotan y renuevan en otros formatos y contenidos. La Alianza CAMBIEMOS (PRO-UCR-CC) llegó al poder con dos claros objetivos: 1) Restablecer el patrón de distribución desigual de la renta nacional y 2) Disciplinar y reeducar al conjunto de la sociedad y en especial a las clases subalternas, esto quiere decir reintroducir los patrones ideológicos del liberalismo (individualismo, despolitización, competencia, darwinismo social, etc.) como forma de construir consenso en torno al nuevo modelo restaurador. El brutal ajuste, nunca visto en el país, con tarifazos del 2.000 y hasta el 4.000 % en los servicios, más en los alimentos de la canasta básica, combustibles, remedios, etc., se explica por la aceptación del discurso hegemónico y por el bajo nivel político de las organizaciones del campo popular que no acertaron o no quisieron plantarse y conformar un frente político de real oposición. El macrismo, la nueva derecha en Argentina, avanzó a paso redoblado y cuatro años después mira con optimismo el escenario electoral del 2019.
¿Es posible que ganen y sean reelectos para un nuevo periodo? Sí, es muy posible y es así porque la conciencia social se construye con la realidad material pero por sobre ésta se edifica el imaginario individual y colectivo que es una sumatoria de símbolos, representaciones y modelos muchas veces contradictorios entre si mismos y antagónicos pero que son convertidos en valores por la eficaz maquinaria educativa y mediática del sistema. A una parte de la sociedad le pegó fuertemente el ajuste y aun así despotrica contra algo inentendible y difuso como el populismo, culpable de todos los males habidos, venidos, por haber y por venir. El hábil discurso de la derecha apuntó contra ese nuevo demonio remozado como es el «populismo» y luego contra los que fueron beneficiarios de sus políticas: el sentimiento de culpa fue otro elemento que jugó a favor del apoyo tácito al ajuste perpetuo que somete el gobierno a la sociedad argentina, un fenómeno sociológico tan interesante como extraño («no nos merecíamos tantos beneficios, tenemos que pagar la fiesta», repiten).
No obstante esto el modelo, de continuar después del 2019, puede convertirse en la imagen de tierra arrasada, con consecuencias para la sociedad y la economía imaginables solo en términos catastróficos. Nos encontramos con un escenario político claramente volcado a la derecha: Macri, Vidal, Bullrich, Massa, Urtubey, Pichetto, Morales, Olmedo, entre otros forman parte de la secuencia de continuidad – herencia del proyecto restaurador. Ese bloque más allá de discrepancias particulares y las típicas de las coyunturas electorales, son expresiones de los intereses de las fracciones de las clases dominantes de Argentina y dominan el espacio político. Frente a esto la dispersión y la debilidad del campo popular es una realidad innegable y que se intenta disimular con la imagen aun potente de la principal figura de la oposición política parlamentaria, la senadora nacional Cristina Fernández.
El peronismo se descompone paulatinamente en fracciones de forma irremediable; el PJ es ya una estructura débil y vaciada con sus componentes jugando sobre el carril de la derecha en función de los intereses de una dirigencia convertida en profesional de la política dentro de las reglas de juego del orden establecido, de igual manera que el radicalismo que de forma notoria es el sostén de la alianza gobernante. El progresismo se diluyó en sus vertientes liberales dentro de la derecha o en su formato popular en el seguidismo a la gestión anterior perdiendo capacidad de crítica y de superación alternativa por izquierda y ésta, identificada y con claro predominio del trotskismo mantiene un piso aceptable de votos pero con un techo igualmente bajo: es reconocida como oposición pero no como fuerza de gestión y gobierno posible.
Los movimientos sociales y sindicales no han tenido una actuación destacable, salvo escasas excepciones, a la hora de proponer y activar acciones contra las medidas de ajuste; sus expresiones fueron esporádicas, disgregadas y sectorizadas. El movimiento sindical no termina de ajustar sus internas (CGT y CTA respectivamente) y eso aprovechó el gobierno para llevar a cabo las medidas de ajuste social. La debilidad de estas fuerzas radica en la carencia de entidad política que les permita ofrecer o al menos vislumbrar horizontes alternativos; sus formas organizativas son en su mayoría verticales e impermeables al debate y a la transversalidad programática e ideológica que a su vez son endebles: si carecen de propuestas políticas es porque sus bases fundantes están debilitadas también. Lo grave de esto es que no estamos hablando de una alternativa anticapitalista, sino de una salida de la restauración neoconservadora y neoliberal.
Este es el escenario donde se va a desarrollar una batalla estratégica en el plano electoral y que va decidir el futuro inmediato de los argentinos. La derecha galvanizada contra un conjunto de la oposición que por ahora aparece disperso y débil con muy pocos referentes claros que aglutinen a los diversos sectores sociales que se oponen al actual gobierno y todo plantea que las presidenciales se dirimirán otra vez en ajustado ballotage. Un triunfo de la coalición gobernante significaría abrir las puertas a una ofensiva ya integral contra los derechos de los trabajadores, desarticulación de las instituciones del Estado que puedan ser presa de los negocios del capital en cualquier ámbito: Salud, Educación, Investigación, Ciencia y Tecnología, etc., profundizando el predominio del capital extranjero financiero y extractivista. Pero además también con el conflicto social en el tablero cotidiano el avance contra los derechos y las libertades individuales será otra prioridad para garantizar un marco represivo y control social adecuados a la nueva etapa.
Esta posibilidad solo puede ser abortada en la medida que se conforme un frente amplio de las fuerzas populares y progresistas que bajo acuerdos programáticos anti neoliberales, anti corrupción y de recuperación y ampliación de derechos sociales, soberanía alimentaria, protección ambiental y nuevo modelo agrícola y minero. Esto como punto de partida para imponer un freno a esta avanzada regional y es que no se trata solo de vencer a CAMBIEMOS sino que su derrota debe significar el punto de inicio de una nueva etapa política para las clases populares donde además de la recomposición de sus derechos y beneficios, sea también un salto cualitativo en el plano de la identidad política como aprendizaje de esto años tanto en su protagonismo limitado como en su resistencia parcial. Que en Argentina se derrote a la derecha sería un golpe eficaz a las pretensiones de recolonización por parte de Estados Unidos y los organismos financieros, equilibraría el escenario continental y oxigenaría a los gobiernos populares de Bolivia y Venezuela, establecería nuevas perspectivas para las futuras elecciones en Chile y Uruguay.
Las lecciones del gobierno kirchnerista de carácter reformista (progresista para algunos, populista para otros, con tinte de ambas categorías seguramente) deja aun mucha tela para cortar en el análisis pero seguro conclusiones valiosas acerca de las formas de construcción política si se trata de confrontar contra el poder hegemónico de las clases dominantes: construir una fuerza amplia democrática con un liderazgo reconocido y con programa mínimo de gobierno, respaldado por la organización y la movilización popular con autonomía del Estado.
En conclusión, estamos frente a un escenario crítico, vital para la sociedad y las mayorías populares de Argentina y también para el esquema de poder en la región. A la derecha argentina, resurgida con amplio apoyo social, solo será posible derrotarla con una coalición de amplio espectro en el campo popular, además porque la nueva etapa y más allá de quien triunfe, sobrevendrán momentos de alta conflictividad social y política, una nueva etapa en la lucha de clases con condimentos propios consecuencia de las experiencias de los gobiernos anteriores: nuevas conciencias, nuevos actores y nuevas formas de luchas.
Daniel Escotorin es historiador
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